EL SALVADOR DE LAS
MADRES
“Mi vida ha sido
infernal. La idea de la muerte de mis pacientes me ha resultado siempre
insoportable, sobre todo cuando se cuela entre las dos grandes alegrías de la
existencia, la de ser joven y la de dar vida”.
Ignác Fülöp Semmelweis (Ignacio
Felipe Semmelweis, en español), nació el 1 de julio de 1818 en Buda, en
la orilla derecha del Danubio, en un barrio comercial de la capital húngara de
población mayoritariamente alemana.
Fue un médico húngaro de origen alemán que consiguió
disminuir drásticamente la tasa de mortalidad en un 70 % por sepsis puerperal (una
forma de fiebre puerperal) entre las mujeres que daban a luz en su hospital
mediante la recomendación a los obstetras de que se lavaran las manos con una
solución de cal clorurada antes de atender los partos.
Actualmente es considerado una de las figuras médicas
pioneras en antisepsia y prevención de la infección nosocomial o iatrogenia.
Semmelweis, hijo de un tendero de comestibles de origen
germano, Cursa estudios elementales en el Gimnasio Católico de Buda, y de 1835
a 1837 se forma en la Universidad de Pest, al otro lado del río.
A los diecinueveaños viajó a Viena para estudiar
Derecho, y un día, tras escuchar una clase de Josef Skoda -clínico y maestro de
la Semiología-, decidió estudiar Medicina. Su tesis doctoral, “La vida de las
plantas”, escrita en 1844, no iba a tener ninguna relación con su futuro campo
de interés: la infección puerperal.
A mediados del siglo XIX, aún no se conocían los principios
científico-epidemiológicos de la transmisión de las enfermedades
infectocontagiosas. Por lo que se producían verdaderas epidemias de infecciones
nosocomiales en los hospitales de la época, como era el caso de la Fiebre
Puerperal en el Hospital General de Viena.
En aquel entonces (antes de Pasteur) nueve de cada diez operaciones
terminaban con la muerte o infección del paciente. “El juego del talento consistía
en explicar la muerte en función del ‘pus bien ligado’, del ‘pus de buena
naturaleza’, del ‘pus laudable’. En el fondo ecos de la impotencia. Las muertes
se suceden con total simplicidad. Semmelweis no sabe aún por dónde va a
emprender una grandiosa reforma de esta cirugía maldita, pero es el hombre para
esta misión”.
En efecto, en febrero de 1846, Semmelweis fue nombrado
asistente del profesor Klin, director de uno de los pabellones de maternidad
del Hospicio General de Viena.
Allí, comprobó que en su sector el riesgo de muerte por
fiebre puerperal era mucho mayor que en el otro (a cargo del profesor Bartch):
cada mes fallecía hasta el 33% de las mujeres internadas. En mayo, la mortalidad
llegó al 96%, por lo que se convocó a una Comisión Imperial.
Frente a esta realidad, Semmelweis creía que el destino lo
había elegido para descubrir las medidas decisivas que evitaran tanta muerte.
Su punto de partida para resolver la tragedia era una única certeza entre tanta
confusión y oscuridad: había más decesos en el pabellón de Klin que en el de Bartch.
A partir de este dato, Semmelweis, entonces, elaboró deducciones prácticas: en
el pabellón Bartch el tacto era practicado por alumnas de comadronas, mientras
que en el pabellón Klin era hecho por alumnos de medicina. Así, las comadronas
de Bartch fueron intercambiadas por los estudiantes de Klin y Semmelweis pudo
comprobar que la muerte seguía a los discípulos de Klin: las estadísticas de
Bartch empezaron a ser tan angustiantes que los estudiantes fueron devueltos a su
pabellón original. De esta manera, llegó a su segunda comprobación: los
estudiantes jugaban un papel de primera importancia en este desastre.
Klin empezó a sostener que eran los practicantes extranjeros
los que propagaban la fiebre puerperal y los terminó expulsando. Sin estar de
acuerdo con la decisión, Semmelweis decidió volver sobre el único hecho demostrado
para investigar por qué morían más mujeres de fiebre puerperal dentro del hospital
que en la ciudad, más en el pabellón de Klin que en otras clínicas de Viena. En
efecto, él había notado que las mujeres que daban a luz en la calle y no iban al
pabellón de Klin hasta más tarde se salvaban casi siempre (incluso en
temporadas de epidemia). Así, advertía: “La causa que busco está en nuestra
clínica y en ninguna otra parte”.
Mientras Klin dejó de hablarle, buscando la oportunidad
para revocarle el cargo de asistente, Semmelweis, que había estudiado con Karl
von Rokitansky, recordó los cortes a menudo mortales que sufrían los alumnos
durante las disecciones. La verdad estaba más cerca: los estudiantes debían lavarse
las manos antes de entrar en contacto con mujeres embarazadas. No obstante, Klin
se negó a tomar este recaudo y el 20 de octubre de 1846, luego de una
discusión, lo destituyó.
A partir de una sugerencia de Skoda, Semmelweis viajó a
Venecia en compañía de su mejor amigo, el cirujano Lajos Markusovszky. Dos
meses después, al regresar a Viena, se enteró que el 13 de marzo de 1847 había
muerto su profesor de anatomía, Jakob Kolletchka, como consecuencia de una
herida que se había hecho durante una disección. Kolletchka era profesor de Medicina
Forense del Hospital General de Viena y realizaba autopsias con propósitos legales
en compañía de estudiantes. Luego de lastimarse, había desarrollado linfangitis
y flebitis del miembro superior con un cuadro idéntico al de la infección
puerperal: pleuritis bilateral, pericarditis, peritonitis y meningitis.
Puesto que Kolletchka había muerto como resultado de una
incisión cadavérica, Semmelweis culpaba a las secreciones de los cadáveres del
contagio.
Dice Semmelweis “Este acontecimiento me sensibilizó
extraordinariamente y, cuando conocí todos los detalles de la enfermedad que le
había matado, la noción de identidad de este mal con la infección puerperal de
la que morían las parturientas se impuso tan bruscamente en mi espíritu, con
una claridad tan deslumbradora, que desde entonces dejé de buscar por otros
sitios.”
Streptococcus
agalactiae, el agente causante más frecuente de la sepsis puerperal por
contaminación con flora autóctona, a 10000 aumentos.
La infección estudiada por
Semmelweis se debía a contaminación desde cadáveres con bacterias anaerobias.
Él razonaba: “Son
los dedos de los estudiantes, ensuciados en el curso de las disecciones, los
que llevan las partículas cadavéricas fatales a los órganos genitales de las
mujeres embarazadas, sobre todo a la altura del cuello uterino. Todo el
problema reside en limpiar las manos”.
Por solicitud de Skoda, Bartch terminó aceptando al médico
en su maternidad como asistente. En mayo de 1847, Semmel weis hizo preparar una
solución de cloruro de calcio y pidió que todos los estudiantes que hubiesen
practicado disecciones el mismo día o el día anterior- se lavasen las manos
antes de efectuar cualquier exploración en una mujer embarazada. Al mes siguiente
de la aplicación de esta medida, la mortalidad había caído a un 12%.
Sin embargo, a Semmelweis no le parecía suficiente y ordenó
que cualquier persona, hubiese practicado o no disecciones, se sometiera a una
cuidadosa desinfección de las manos con la solución de cloruro de calcio antes
de explorar a una mujer embarazada. En el curso del próximo mes, la mortalidad
por fiebre puerperal bajaría al 0,23%.
Semmelweis había triunfado sobre la fiebre puerperal, pero
víctima de la envidia y las rencillas no logró la aprobación que esperaba. Unos
sostenían que las cifras eran erróneas, otros aclamaban que las cifras eran
falsas. Ningún centro médico de Europa reconocía el hallazgo y el personal de los
hospitales se oponía al lavado de manos por considerarlo inútil. Sólo cinco médicos
apoyaban a Semmelweis: Rokitansky, Hébra, Heller, Helm y Skoda; el resto de los
colegas, estudiantes y enfermeros lo llenaban de injurias.
El profesor Hebra decía: “Cuando se haga la Historia de los
errores humanos se encontrarán difícilmente ejemplos de esta clase y provocará
asombro que hombres tan competentes, tan especializados, pudiesen, en su propia
ciencia, ser tan ciegos, tan estúpidos”.
Molesto, el ministerio destituyó a Semmelweis por segunda
vez el 20 de marzo de 1849, y le ordenó que abandonara Viena.
Refugiado en Budapest, Semmelweis pasó hambre y apenas
podía ejercer la medicina.
Además, en un plazo de pocos días, se fracturó un brazo y
una pierna, y quedó inmovilizado en cama. Su amigo Lajos Markusovszky lo
encontró solo, hambriento y enfermo. “Está tan envejecido que apenas he podido
reconocerle. Hay una gran melancolía grabada en sus rasgos, temo que para siempre”,
escribió su compañero en aquella ocasión.
Portada de la primera edición de la obra principal de Ignaz
Semmelweis 1861- Die Ätiologie, der Begriff und die Prophylaxis des
Kindbettfiebers
Afortunadamente, un tiempo después fue admitido en la
maternidad San Roque (de Budapest) donde comenzó la redacción de su libro
capital, “La etiología de la fiebre puerperal.”
Para 1856, el Dr. Birley, director de la institución, había
muerto y Semmelweis lo sucedió. Sin embargo, luego de escribir una carta abierta
a todos los profesores de Obstetricia (en la que calificaba de asesinos a los
detractores de las reglas prescriptas para evitar la fiebre puerperal), comenzó
a sufrir las mismas hostilidades que en Viena.
“Me habría gustado mucho que mi descubrimiento fuese de
orden físico, porque se explique la luz como se explique no por eso deja de
alumbrar, en nada depende de los físicos. Mi descubrimiento, depende de los
tocólogos. Y con esto ya está todo dicho… ¡Asesinos! Llamo yo a todos los que
se oponen a las normas que he prescrito para evitar la fiebre puerperal. Contra
ellos, me levanto como resuelto adversario, tal como debe uno alzarse contra
los partidarios de un crimen! Para mí, no hay otra forma de tratarles que como
asesinos. ¡Y todos los que tengan el corazón en su sitio pensarán como yo! No
es necesario cerrar las salas de maternidad para que cesen los desastres que
deploramos, sino que conviene echar a los tocólogos, ya que son ellos los que
se comportan como auténticas epidemias…”
Por esa época, su único amigo, el Dr. Arneth, en marzo de
1858 viajó a París con el manuscrito de Semmelweis para participar de las sesiones
consagradas a la fiebre puerperal de la Academia. Allí, sólo recibió más
oposición a la aplicación del método de Semmelweis.
Agotado, rotos todos los caminos de la razón y perdidos
todos los apoyos, Semmelweis cayó en la melancolía y la alienación; se dejaba
dominar por las alucinaciones y una tarde corrió hasta las aulas de anatomía de
la facultad, se apoderó de un escalpelo, cortó los tejidos putrefactos de un
cadáver y se hizo un corte profundo. Estaba infectado mortalmente. Este fue su
último recurso para demostrar que su teoría era cierta.
Skoda, advertido de la situación de su discípulo, viajó a
Budapest y trasladó a Semmelweis a Viena. El 22 de junio de 1865 fue internado
en un manicomio. Sin embargo, al poco tiempo, desarrolló linfagitis, pleuresía,
peritonitis y meningitis, y tras una agonía de tres semanas, murió el 16 de agosto
de 1865 a los cuarenta y siete años de edad.
Su obra, aunque fue ignorada por su época, será eterna.
El perdió su vida, que la integro a la causa de la ciencia,
salvando con su acto heroico miles y miles de vidas.
Fue a finales del siglo XIX cuando la medicina empieza a
evolucionar con las disciplinas de higiene para preservar contagios. Luis
Pasteur publicaría su hipótesis microbiana, y Joseph Lister demostrará inequívocamente la naturaleza
etiológica de los procesos infecciosos, con ello se lograría imponer la
desinfección, la asepsia y la esterilización en todas las especialidades
médicas.
Este estudio posterior de los microorganismos (contagium animatum) en el tratamiento de enfermedades infecciosas. Tres figuras sobresalen a este respecto: Pasteur, Koch y Joseph Lister. Sin embargo, lo más importante es que a partir de ese momento la realidad médica fue vista de forma diferente. Los pacientes ya no sólo enfermaban por factores internos a su cuerpo, sino también podían contraer patologías por factores externos. Se había dado un cambio de paradigma.
Este estudio posterior de los microorganismos (contagium animatum) en el tratamiento de enfermedades infecciosas. Tres figuras sobresalen a este respecto: Pasteur, Koch y Joseph Lister. Sin embargo, lo más importante es que a partir de ese momento la realidad médica fue vista de forma diferente. Los pacientes ya no sólo enfermaban por factores internos a su cuerpo, sino también podían contraer patologías por factores externos. Se había dado un cambio de paradigma.
HOMENAJES
El Hospicio General de Viena tiene una estatua que
representa al profesor Semmelweis. Bajo la efigie se ha colocado una placa con
la inscripción: "El salvador de las madres".
Memorial de Semmelweis entre el viejo Hospital de niños y el jardín botánico en el Neuenheimer Feld en Heidelberg (Baden-Württemberg, Alemania
Estatua de la reina Elisabeth ("Sissi") en el
Hospital del parque de Semmelweis, Miskolc, Hungría.
Sello postal alemán en homenaje a Semmelweis.
FUENTES
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