UN CUENTO DE GIANNI RODARI
El 23 de octubre de 1920 en Piamonte, Italia, nace el escritor y pedagogo Gianni Rodari.
Durante la década del 60, Gianni Rodari se dedica a
recorrer las escuelas, cuenta historias, resuelve preguntas que los niños le
hacen. Gracias a estas experiencias, escribe y publica en 1973 uno de sus
libros más importantes e interesantes: La gramática de la fantasía. En
éste libro desentraña los procedimientos de contar historias, la imaginación
como capacidad única para crear mundos increíbles y las líneas narrativas que
casi por instinto seguimos al momento de narrar un cuento.
EL PERRO QUE NO SABÍA LADRAR
Había una
vez un perro que no sabía ladrar.
No
ladraba, no maullaba, no mugía, no relinchaba, no sabía decir nada. Era un
perrillo muy solitario, porque había caído en una región sin perros. Por él no
se habría dado cuenta de que le faltaba algo. Los otros eran los que se lo
hacían notar. Le decían:
—¿Pero tú
no ladras?
—No sé...
soy forastero...
—Vaya una
contestación. ¿No sabes que los perros ladran?
—¿Para
qué?
—Ladran
porque son perros. Ladran a los vagabundos de paso, a los gatos despectivos, a la
luna llena. Ladran cuando están contentos, cuando están nerviosos, cuando están
enfadados.
Generalmente
de día, pero también de noche.
—No digo
que no, pero yo...
—Pero tú
¿qué? Tú eres un fenómeno, oye lo que te digo: un día de estos saldrás en el periódico.
El perro
no sabía cómo contestar a estas críticas. No sabía ladrary no sabía qué hacer para
aprender.
—Haz como
yo —le dijo una vez un gallito que sentía pena por él. Y lanzó dos o tres sonoros
kikirikí.
—Me
parece difícil —dijo el perrito.
—¡Pero si
es facilísimo! Escucha bien y fíjate en mi pico.
—Vamos,
mírame y procura imitarme.
El
gallito lanzó otro kikirikí.
El perro
intentó hacer lo mismo, pero sólo le salió de la boca un desmañado «keké» que hizo
salir huyendo aterrorizadas a las gallinas.
—No te
preocupes —dijo el gallito—, para ser la primera vez está muy bien. Ahora, vuélvelo
a intentar.
El
perrito volvió a intentarlo una vez, dos, tres. Lo intentaba todos los días.
Practicaba a escondidas, desde por la mañana hasta por la noche. A veces, para
hacerlo con más libertad, se iba al bosque. Una mañana, precisamente cuando
estaba en el bosque, consiguió lanzar un kikirikí tan auténtico, tan bonito y
tan fuerte que la zorra looyó y se dijo: «Porfin el gallo ha venido a mi
encuentro. Correré a darle las gracias por la visita...» E inmediatamente se
echó a correr, pero no olvidó llevarse el tenedor, el cuchillo y la servilleta
porque para una zorra no hay comida más apetitosa que un buen gallo. Es lógico
que le sentara mal ver en vez de un gallo al perro que, tumbado sobre su cola,
lanzaba uno detrás de otros aquellos kikirikí.
—Ah —dijo
la zorra—, conque esas tenemos, me has tendido una trampa.
—¿Una
trampa?
—Desde
luego. Me has hecho creer que había un gallo perdido en el bosque y te has escondido
para atraparme. Menos mal que te he visto a tiempo. Pero esto es una caza
desleal.
Normalmente
los perros ladran para avisarme de que llegan los cazadores.
—Te
aseguro que yo... Verás, no pensaba enabsoluto en cazar. Vine para hacer
ejercicios.
—¿Ejercicios?
¿De qué clase?
—Me
ejercito para aprendera ladrar. Ya casi he aprendido, mira qué bien lo hago.
Y de
nuevo un sonorísimo kikirikí.
La zorra
creía que iba a reventarde risa. Se revolcaba por el suelo, se apretaba la
barriga, se mordía los bigotes y la cola. Nuestro perritose sintió tan mortificado
que se marchó en silencio, con el hocico bajo y lágrimas en los ojos.
—¿Qué te
han hecho?
—Nada.
—Entonces
¿por qué estás tan triste?
—Pues...
lo que pasa... es que no consigo ladrar. Nadie me enseña.
—Si es
sólo por eso, yo te enseño. Escucha bien cómo hago y trata de hacerlo como yo: cucú...
cucú... cucú... ¿lo has comprendido?
—Me
parece fácil.
—Facilísimo.
Yo sabía hacerlo hasta cuando era pequeño. Prueba: cucú... cucú...
—Cu... —hizo
el perro—. Cu...
Ensayó
aquel día, ensayó al día siguiente. Al cabo de una semana ya le salía bastante bien.
Estaba muy contento y pensaba: «Por fin, por fin empiezo a ladrar de verdad. Ya
no podrán volver a tomarme el pelo».
Justamente
en aquellos días se levantó la veda. Llegaron al bosque muchos cazadores, también
de esos que disparan a todo lo que oyen y ven. Dispararían a un ruiseñor, sí
que lo harían. Pasa un cazador de esos, oye salir de un matorral cucú...
cucú..., apunta el fusil y
—¡bangl
¡bangl— dispara dos tiros.
Por
suerte los perdigones no alcanzaron al perro. Sólo lepasaron rozando las
orejas, haciendo ziip ziip, como en los chistes. El perro a todo correr. Pero
estaba muy sorprendido:
«Ese
cazador debe estar loco, disparar hasta a los perros que ladran...»
Mientras
tanto el cazador buscaba al pájaro. Estaba convencido de que lo había matado.
—Debe
habérselo llevado ese perrucho, no sé de dónde habrá salido —refunfuñaba. Y para
desahogar su rabia disparó contra un ratoncillo que había sacado la cabeza fuera
de su madriguera, pero no le dio.
El perro
corría, corría...
El perro
corría. Llegó a un prado en el que pacía tranquilamente una vaquita.
—¿Adonde
corres?
—No sé.
—Entonces
párate. Aquí hay una hierba estupenda.
—No es la
hierba lo que me puede curar...
—¿Estás
enfermo?
—Ya lo
creo. No sé ladrar.
—¡Pero si
es la cosa más fácil del mundo! Escúchame: muuu... muuu... muuuu...
¿No suena
bien?
—No está
mal. Pero no estoy seguro de que sea lo adecuado. Tú eres una vaca...
—Claro
que soy una vaca.
—Yo no,
yo soy un perro.
—Claro
que eres un perro. ¿Y qué? No hay nada que impida que hables mi idioma.
—¡Qué
idea! ¡Qué idea!
—¿Cuál?
—La que
se me está ocurriendo en este momento. Aprenderé la forma de hablar de todos los
animales y haré que me contraten en un circo ecuestre. Tendré un exitazo, me
haré rico y me casaré con la hija del rey. Del rey de los perros, se comprende.
—Bravo,
qué buena idea. Entonces al trabajo. Escucha bien: muuu... muuu... muuu...
—Muuu... -hizo
el perro.
Era un
perro que no sabía ladrar, pero tenía un gran don para las lenguas.
El perro
corría y corría. Se encontró a un campesino.
—¿Dónde
vas tan deprisa?
—Ni
siquiera yo lo sé.
—Entonces
ven a mi casa. Precisamente necesito un perro que me guarde el gallinero.
—Por mí
iría, pero se lo advierto: no sé ladrar.
—Mejor.
Los perros que ladran hacen huir a los ladrones. En cambio a
ti no te
oirán, se acercarán y podrás morderlos, así tendrán el castigo que se merecen.
—De
acuerdo —dijo el perro.
Y así fue
cómo el perro que no sabía ladrar encontró un empleo, una cadena y una escudilla
de sopa todos los días.
TERCER FINAL
El perro corría y corría. De repente se detuvo. Había oído un sonido extraño. Hacía guau guau. Guau guau.
—Esto me
suena —pensó el perro—, sin embargo no consigo acordarme de cuál es la clase de
animal que lo hace.
—Guau,
guau.
—¿Será la
jirafa? No, debe ser el cocodrilo.
El
cocodrilo es un animal feroz. Tendré que acercarme con cautela.
Deslizándose
entre los arbustos el perrito se dirigió hacia la dirección de la que procedía aquel
guau guau que, no sabía por qué, hacía que le latiera tan fuerte el corazón
bajo el pelo.
—Guau,
guau.
—Vaya,
otro perro.
Sabéis,
era el perro de aquel cazador que había disparado poco antes cuando oyó el cucú.
—Hola,
perro.
—Hola,
perro.
—¿Sabrías
explicarme lo que estás diciendo?
—¿Diciendo?
Para tu conocimiento yo no digo, yo ladro.
—¿Ladras?
¿Sabes ladrar?
—Naturalmente.
No pretenderás que barrite como un elefante o que ruja como un león.
—Entonces,
¿me enseñarás?
—¿No
sabes ladrar?
—No.
—Mira y
escucha bien. Se hace así: guau, guau...
—Guau,
guau —dijo en seguida nuestro perrito. Y, conmovido y feliz,pensaba para sus adentros:
«Al fin encontré el maestro adecuado.»
No hay comentarios:
Publicar un comentario