Amor, Lucha y Poesía: La
Vida Trágica de Miguel
Hernández
Miguel Hernández Gilabert, nació
el 30 de octubre de 1910 en Orihuela, Alicante.
Fue un poeta y dramaturgo de
especial relevancia en la literatura española del siglo XX. Aunque
tradicionalmente se le ha encuadrado en la generación del 36, Miguel Hernández
mantuvo una mayor proximidad con la generación del 27.
Su vida estuvo marcada por su
compromiso político y su participación activa en la Guerra Civil Española.
Hernández fue el tercer hijo de
Miguel Hernández Sánchez y Concepción Gilabert.
El matrimonio tuvo siete hijos,
de los que sólo sobrevivieron cuatro: Vicente, Elvira, Miguel y Encarnación.
Su familia se dedicaba a la cría
de ganado caprino, lo que motivó que se trasladaran de la casa donde Miguel
nació (calle San Juan, n.º 82) a una más grande y acorde con el negocio
familiar (calle de Arriba, n.º 73), ubicada en las afueras y convertida en casa
museo.
Su padre aspiraba a ascender
socialmente, logrando ser nombrado «alcalde de barrio»; su madre, por su parte,
era una mujer enfermiza (padecía bronquitis crónica) y a menudo debía guardar
cama.
Miguel desde joven, trabajó con su padre
en el pastoreo de cabras y comenzó su educación formal a los nueve años en un
colegio religioso.
Fue escolarizado desde 1915 hasta
1916 en el centro de enseñanza «Nuestra Señora de Monserrat».
Entre los años 1918 a 1923
recibió educación primaria en las escuelas del Amor de Dios.
En 1923 pasa a estudiar el
bachillerato en el colegio de Santo Domingo de Orihuela, regentado por los
jesuitas, que le proponen para una beca con la que continuar sus estudios, que
su padre rechaza.
En 1925 abandonó los estudios por
orden paterna para dedicarse en exclusiva al pastoreo. Mientras cuidaba el
rebaño, Hernández leía con avidez y escribía sus primeros poemas.
Su interés por la literatura lo
llevó a profundizar en la obra de algunos clásicos, como Garcilaso de la Vega o
Luis de Góngora, que posteriormente tuvieron una marcada influencia en sus
versos, especialmente en los de su etapa juvenil. También conoció la producción
de autores como Rubén Darío o Antonio Machado. Participó en las tertulias
literarias locales organizadas por su amigo Carlos Fenoll, y después con Ramón
Sijé.
A pesar de las dificultades, su
pasión por la lectura y la escritura nunca cesó, y a los veinte años se
trasladó a Madrid en busca de
oportunidades literarias.
Por entonces, el canónigo Luis
Almarcha Hernández inició una amistad con Hernández y puso a disposición del
joven poeta libros de San Juan de la Cruz, Gabriel Miró, Paul Verlaine y
Virgilio entre otros.
Sus visitas a la biblioteca
pública eran cada vez más frecuentes y empezó a formar un improvisado grupo
literario junto a otros jóvenes de Orihuela en torno a la tahona de su amigo
Carlos Fenoll.
Los principales participantes en
aquellas reuniones eran, además de Hernández y del propio Carlos Fenoll, su
hermano Efrén Fenoll, Manuel Molina y José Marín Gutiérrez, futuro abogado y
ensayista que posteriormente adoptaría el seudónimo de «Ramón Sijé» y a quien
Hernández dedicó su célebre Elegía.
Desde ese momento, Ramón Sijé se
convirtió no solo en su amigo, sino también en su compañero de inquietudes
literarias.
Los libros fueron su principal
fuente de educación lírica, convirtiéndose en una persona totalmente
autodidacta en este aspecto. Los grandes autores del Siglo de Oro: Miguel de
Cervantes, Lope de Vega, Pedro Calderón de la Barca, Garcilaso de la Vega y,
sobre todo, Luis de Góngora, oficiaron como sus principales maestros.
Su primera incursión literaria
como joven poeta se fecha hacia 1925, y es fiel reflejo de su compromiso con la
sencillez del mundo rural que le rodea, el monte, el paisaje, los animales, la
huerta, los árboles…. Es una poesía colorista, recargada, en donde se aprecia
la influencia de la obra de Góngora y de Rubén Darío.
Miguel comienza publicando versos
en revistas y diarios locales, como “El Pueblo de Orihuela”, “Voluntad” y
“Destellos”, y posteriormente en el diario La Verdad de Murcia, donde ve la luz
su primer libro poético con el apoyo moral y literario de su amigo Ramón Sijé
(Pepe Marín) y financiero del sacerdote Luis Almarcha (425 pesetas de la
época).
Su pasión creciente por la
escritura le lleva a pensar en comprar una máquina de escribir y dejar de
molestar así al vicario, que era quien le pasaba a limpio sus versos.
Eladio Belda, administrador del
semanario social y agrario El Pueblo de Orihuela, le aconseja comprar una de
segunda mano, portátil, de la marca Corona, cuyo precio es de 300 pesetas.
Miguel Hernández estrena su
máquina de escribir el 20 de marzo de 1931. A partir de entonces, subirá cada
mañana al monte, hasta la Cruz de la Muela, con el hatillo al hombro y la
máquina de escribir para componer poemas hasta altas horas de la tarde.
En 1931, la ciudad de Elche
(Orfeón ilicitano) le concede su primer y único premio poético, y a finales de
dicho año realiza su primer desplazamiento a Madrid, llenó de ilusión, inocente
esperanza y necesidad de aventura. El fracaso de este primer viaje le obliga a
volver al pueblo con la desilusión debajo del brazo, pero con la certeza de que
la poesía es en su vida un camino sin retorno.
En 1933 publica "Perito en
Lunas", que no obtiene el respaldo esperado, y a partir de 1934 visitará
Madrid en varias ocasiones, hasta establecerse allí en 1935 en busca del
reconocimiento que se le resiste, conocedor de que es en la capital donde se
concentra la flor y nata de la literatura del momento.
Ya había conocido con
anterioridad a Federico García Lorca, e irá conociendo en la capital a Rafael
Alberti, Vicente Aleixandre y Pablo Neruda, pero todavía arrastra la influencia
católica de su amigo Sijé, y su producción literaria mantiene un marcado acento
religioso.
En otoño de ese mismo año inicia
oficialmente sus relaciones con Josefina Manresa.
Escribe el auto sacramental
“Quien te ha visto y quien te ve, y sombra de lo que eras”, inspirado por la
espiritualidad de Calderón, pero, después de varios viajes a Madrid, pronto
empieza a asumir como propia la influencia literaria e ideológica de Neruda y
de “La Escuela de Vallecas” (la pintora Maruja Mallo, y los artistas Benjamín
Palencia y Alberto Sánchez).
Miguel estabiliza durante ese año
su presencia en Madrid al conseguir trabajo en la edición de la enciclopedia
“Los Toros”, que el empresario José María de Cossío prepara para Espasa-Calpe,
y se adentra en la élite literaria de la Generación del 27 de la mano de Neruda
y Aleixandre principalmente, que lo arropan como a un hermano menor.
El poeta oriolano consolida su nueva personalidad al descubrir y asumir un nuevo mundo literario e ideológico. Rompe con sus creencias religiosas y evidencia su distanciamiento conceptual respecto de su amigo Sijé.
Escribe en esta época “Los hijos
de la piedra”, influido por la estética del Grupo de Vallecas, y va madurando
personal y literariamente en el marco de un entorno cultural que le cautiva.
De hecho, la aparición del libro
de Aleixandre “La destrucción o el amor” causa en Miguel un enorme impacto, y
le da pie para adentrarse en uno de los grandes temas hernandianos, el amor.
La suma de influjos, sobre todo
de los clásicos religiosos, como San Juan de la Cruz, Fray Luis de León, y
también de Quevedo, así como de los contemporáneos, como el futuro premio Nobel
Vicente Aleixandre, darán como resultado “El rayo que no cesa”, un conjunto de
sonetos amorosos que constituye uno de los poemarios más bellos de la obra
hernandiana.
El ambiente cultural de cambio
hace mella en el poeta, y ello influye en un progresivo distanciamiento afectivo
respecto de Josefina, al tiempo que se le relaciona con la poetisa murciana
María Cegarra, y con la pintora Maruja Mallo.
A finales de año recibe el mazazo de la muerte de su querido amigo Ramón Sijé, y ello tiene como resultado literario una de las elegías más profundas, dramáticas y desgarradoras de la literatura española, la "Elegía" a Ramón Sijé
Miguel Hernández en la Gran Vía de Madrid con su hermana Elvira y su sobrina.
En el año 1936 Miguel es ya un
hombre ideológicamente maduro y políticamente comprometido. Con el estallido de
la Guerra Civil, el poeta se alista en el Ejército de la República, y es
nombrado comisario cultural en el frente.
Se integra en el 5º Regimiento a
las órdenes de “El Campesino”, y combate en los frentes de Madrid, Andalucía,
Extremadura y Aragón.
En las trincheras conoce al
brigadista cubano Pablo de la Torriente, a quien dedica una elegía tras su
muerte.
El 9 de marzo de 1937 contrae
matrimonio civil con Josefina Manresa y posteriormente (septiembre del mismo
año) realiza un viaje a Rusia como integrante de la delegación española enviada
por el Gobierno de la República para asistir al V Festival de Teatro Soviético.
Miguel se convierte en esta época
en un poeta de trinchera, social y políticamente comprometido, y ello se
refleja en su poesía.
En el año 1937, contrajo matrimonio con Josefina Manresa, y juntos enfrentaron las adversidades de la guerra y la posterior represión franquista.
En 1937 publica “Viento del
Pueblo” (dedicado a Vicente Aleixandre), todo un ejemplo de poesía heroica de
exaltación popular.
En el año 1939 publica “El hombre
acecha”, se vuelve más intimista, y refleja las miserias humanas catapultadas
por el dolor, la guerra y el odio. Miguel se repliega sobre sí mismo, y son la
soledad y la muerte las que marcan la pauta de su poesía.
La última etapa de la vida de
Miguel fue un cúmulo de despropósitos que convirtió su existencia en un
auténtico calvario.
Su primer hijo, Manuel Ramón, murió
en otoño de 1938 lo que lo afectó enormemente.
La guerra estaba prácticamente perdida, y el
miedo a la muerte y a la represión era más que patente en la época.
Es una época de amargura, tan
sólo aliviada por la noticia del nacimiento de su segundo hijo, Manuel Miguel.
Su vía crucis personal comienza
cuando, finalizada la guerra, intenta escapar a pie por la frontera portuguesa.
En el año 1939 es detenido y
llevado a la comisaría de Rosal de la Frontera, su primera cárcel. Miguel sufre
vejaciones, humillaciones y torturas, e inicia un recorrido carcelario que le
lleva a las prisiones de Huelva, Sevilla, Torrijos (Madrid), Orihuela, de nuevo
Madrid, Palencia, Ocaña y Alicante.
Certificado de defunción de Miguel Hernández, el 28 de marzo de 1942.
Miguel es condenado a muerte, y posteriormente se le conmutó la pena por la de 30 años de prisión gracias a gestiones de amigos como Neruda, .
A esta etapa pertenece su
“Cancionero y Romancero de Ausencias”, un conjunto poético marcado por la
amargura, la soledad y el intimismo.
En cautiverio, Miguel escribe
hermosísimos poemas, como “Nanas de la cebolla”, dedicado a su hijo.
El poema es todo un canto de esperanza
y de libertad lanzado al mundo desde una realidad de muerte.
A pesar de las tremendas
penalidades físicas padecidas en cautiverio, Miguel Hernández mantuvo siempre
una integridad personal y una dignidad moral dignas de elogio (una simple carta
de renuncia de sus convicciones políticas y de adhesión al nuevo régimen le
hubieran permitido salir de la cárcel y recibir tratamiento médico en un
sanatorio).
Miguel Hernández murió el 28 de marzo de 1942 a causa de tuberculosis en el penal de Alicante, dejando un legado literario que incluye obras notables como El rayo que no cesa y Viento del pueblo
LEGADO Y HOMENAJES
El poeta es hoy en día una
referencia ineludible de las letras españolas por su valor literario y humano.
Su obra y su ejemplo de vida son
reflejo de los grandes valores universales del ser humano: la lucha por la
libertad, la justicia social y la solidaridad, ello unido a conductas ante la
vida basadas en la sencillez, el esfuerzo personal continuo, el autodidactismo
y el compromiso con los más desfavorecidos.
Hernández es considerado un símbolo del compromiso social y político en la literatura española. Su obra ha sido reconocida por su profundidad emocional y su conexión con las luchas del pueblo español durante tiempos difíciles. Su vida y trabajo continúan siendo objeto de estudio y admiración hasta hoy.
Vals de los enamorados y unidos hasta siempre
No salieron jamás
del vergel del
abrazo.
Y ante el rojo rosal
de los besos rodaron.
Huracanes quisieron
con rencor
separarlos.
Y las hachas tajantes
y los rígidos rayos.
Aumentaron la tierra
de las pálidas manos.
Precipicios midieron,
por el viento
impulsados
entre bocas
deshechas.
Recorrieron
naufragios,
cada vez más
profundos
en sus cuerpos sus
brazos.
Perseguidos, hundidos
por un gran desamparo
de recuerdos y lunas
de noviembres y
marzos,
aventados se vieron
como polvo liviano:
aventados se vieron,
pero siempre
abrazados.
LA CARTA
El palomar de las
cartas
abre su imposible
vuelo
desde las trémulas
mesas
donde se apoya el
recuerdo,
la gravedad de la
ausencia,
el corazón, el
silencio.
Oigo un latido de
cartas
navegando hacia su
centro.
Donde voy, con las
mujeres
y con los hombres me
encuentro,
malheridos por la
ausencia,
desgastados por el
tiempo.
Cartas, relaciones,
cartas:
tarjetas postales,
sueños,
fragmentos de la
ternura,
proyectados en el
cielo,
lanzados de sangre a
sangre
y de deseo a deseo.
Aunque bajo la tierra
mi amante cuerpo
esté,
escríbeme a la tierra
que yo te escribiré.
En un rincón
enmudecen
cartas viejas, sobres
viejos,
con el color de la
edad
sobre la escritura
puesto.
Allí perecen las
cartas
llenas de
estremecimientos.
Allí agoniza la tinta
y desfallecen los
pliegos,
y el papel se
agujerea
como un breve
cementerio
de las pasiones de
antes,
de los amores de
luego.
Aunque bajo la tierra
mi amante cuerpo
esté,
escríbeme a la
tierra,
que yo te escribiré.
Cuando te voy a
escribir
se emocionan los
tinteros:
los negros tinteros
fríos
se ponen rojos y
trémulos,
y un claro calor
humano
sube desde el fondo
negro.
Cuando te voy a
escribir,
te van a escribir mis
huesos:
te escribo con la
imborrable
tinta de mi
sentimiento.
Allá va mi carta
cálida,
paloma forjada al
fuego,
con las dos alas
plegadas
y la dirección en
medio.
Ave que sólo
persigue,
para nido y aire y
cielo,
carne, manos, ojos
tuyos,
y el espacio de tu
aliento.
Y te quedarás desnuda
dentro de tus
sentimientos,
sin ropa, para
sentirla
del todo contra tu
pecho.
Aunque bajo la tierra
mi amante cuerpo
esté,
escríbeme a la tierra
que yo te escribiré.
Ayer se quedó una
carta
abandonada y sin
dueño,
volando sobre los
ojos
de alguien que perdió
su cuerpo.
Cartas que se quedan
vivas
hablando para los
muertos:
papel anhelante,
humano,
sin ojos que puedan
serlo.
Mientras los
colmillos crecen,
cada vez más cerca
siento
la leve voz de tu
carta
igual que un clamor
inmenso.
La recibiré dormido,
si no es posible
despierto.
Y mis heridas serán
los derramados
tinteros,
las bocas
estremecidas
de rememorar tus
besos,
y con su inaudita voz
han de repetir: te
quiero.
MENOS TU VIENTRE
Menos tu vientre
todo es confuso.
Menos tu vientre
todo es futuro
fugaz, pasado
baldío, turbio.
Menos tu vientre
todo es oculto,
menos tu vientre
todo inseguro,
todo postrero
polvo sin mundo.
Menos tu vientre
todo es oscuro,
menos tu vientre
claro y profundo.
Cancionero y
romancero de ausencias
1938-1941
EL PEZ MÁS VIEJO DEL
RIO
EL pez más viejo del
río
de tanta sabiduría
como amontonó, vivía
brillantemente
sombrío.
Y el agua le sonreía.
Tan sombrío llegó a
estar
(nada el agua le
divierte)
que después de
meditar,
tomó el camino del
mar,
es decir, el de la
muerte.
Reíste tú junto al
río
niño solar. Y ese día
el pez más viejo del
río
se quitó el aire
sombrío.
Y el agua te sonreía.
Cancionero y
romancero de ausencias
1938-1941
LA BOCA
Boca que arrastra mi
boca:
boca que me has
arrastrado:
boca que vienes de
lejos
a iluminarme de
rayos.
Alba que das a mis
noches
un resplandor rojo y
blanco.
Boca poblada de
bocas:
pájaro lleno de
pájaros.
Canción que vuelve
las alas
hacia arriba y hacia
abajo.
Muerte reducida a
besos,
a sed de morir
despacio,
das a la grama
sangrante
dos fúlgidos
aletazos.
El labio de arriba el
cielo
y la tierra el otro
labio.
Beso que rueda en la
sombra:
beso que viene
rodando
desde el primer
cementerio
hasta los últimos
astros.
Astro que tiene tu
boca
enmudecido y cerrado
hasta que un roce
celeste
hace que vibren sus
párpados.
Beso que va a un
porvenir
de muchachas y
muchachos,
que no dejarán
desiertos
ni las calles ni los
campos.
¡Cuánta boca
enterrada,
sin boca,
desenterramos!
Beso en tu boca por
ellos,
brindo en tu boca por
tantos
que cayeron sobre el
vino
de los amorosos
vasos.
Hoy son recuerdos,
recuerdos,
besos distantes y
amargos.
Hundo en tu boca mi
vida,
oigo rumores de
espacios,
y el infinito parece
que sobre mí se ha
volcado.
He de volverte a
besar,
he de volver, hundo,
caigo,
mientras descienden
los siglos
hacia los hondos
barrancos
como una febril
nevada
de besos y
enamorados.
Boca que
desenterraste
el amanecer más claro
con tu lengua. Tres
palabras,
tres fuegos has
heredado:
vida, muerte, amor.
Ahí quedan
escritos sobre tus
labios.
FUENTES
https://www.argentina.gob.ar/noticias/miguel-hernandez-el-poeta-del-pueblo
https://uruguayeduca.anep.edu.uy/efemerides/430
https://es.wikipedia.org/wiki/Miguel_Hern%C3%A1ndez
https://www.fundacioncnse.org/miguelhernandez/carta.php
https://www.cervantesvirtual.com/portales/miguel_hernandez/biografia/
https://www.zendalibros.com/miguel-hernandez-primer-poeta-de-espana/
No hay comentarios:
Publicar un comentario