Fueron sus padres Pablo Hilarión Perafán de la Rivera, natural de Córdoba, y Andrea Toscano, de Buenos Aires.
No recibió instrucción
más que elemental.
De joven, trabajó en la finca paterna dedicada a la ganadería, especialmente en los terrenos que dirigía su hermano mayor, Félix, en lo que hoy es el departamento de Durazno.
José Fructuoso Rivera combatió en las guerras de emancipación que la Banda Oriental mantuvo, primero contra la presencia colonial de España y, más tarde, contra la breve dominación de Portugal.
Rivera se casó con Bernardina Fragoso que tenía 19 años y Fructuoso 30 años.
Ejerció ella, por su parte,
una influencia eficaz y bienhechora sobre el caudillo, y pese a las públicas
infidelidades de su marido y a los deslices amatorios que no pudieron escapar a
sus desconfianzas de mujer, la esposa perdonó siempre al soldado enamoradizo
impenitente, en aras tal vez del mismo sereno amor que le profesó siempre.
Bernardina adoptó varios hijos, incluidos hijos extramatrimoniales de Rivera, como Pablo Fructuoso.
En 1816, cuando los independentistas parecían derrotar definitivamente a los realistas españoles, los portugueses establecidos en Brasil invadieron la Banda Oriental, cuya conquista finalizaron cinco años más tarde. Rivera siguió combatiendo por la independencia de la Banda Oriental practicando la guerra de guerrillas.
Ya en 1821, firmó el acta que determinaba que las tierras paraguayas pasaran a integrarse Portugal con la denominación de Provincia Cisplatina.
Fructuoso Rivera, luego de
haber sido uno de los caudillos que secundaron a Artigas en su lucha por la
independencia, se había pasado al bando portugués en 1820 y, luego de la
independencia de Brasil en 1822, se encontraba al servicio del nuevo imperio.
El Gral. Rivera – Brigadier y
Comandante General de Campaña al servicio del Brasil – había salido de
Montevideo con su Ayudante don Leonardo Olivera y don Augusto Possolo y una
escolta de 25 hijos del país que reunió a las órdenes del Capitán Varela, y
marchó a la Colonia a principios de Abril.
Estando allí recibió órdenes
del General en Jefe Brasileño Barón de la Laguna, desde Montevideo, avisándole
que Lavalleja con algunos hombres habían salido de Buenos Aires con destino a
la costa del Uruguay con intenciones hostiles, y le ordenaba perseguirlo y
prenderlo.
Luego que Rivera supo del
desembarco de Lavalleja, salió de la Colonia aumentando su escolta à 70 u 80
hombres y se dirigió al Perdido (rincón de Soriano, entre los arroyos Perdido y
Grande) esperando la incorporación del Mayor Calderón con sus Dragones.
Brito del Pino en su “Diario
de la Guerra del Brasil” narra lo siguiente.
Las fuerzas de Lavalleja marcharon
esa noche, y al amanecer del día 29 cercaron la estancia de Cayetano Olivera, y
tomaron en ella al baqueano principal de Rivera que había pernoctado allí.
Este baqueano oriental,
llamado Paes, había sido soldado de Lavalleja en la guerra anterior,
circunstancia que le favorecía para que se fiasen de él. Notificó a Lavalleja de la situación de
Rivera y se ofreció servirlo (a Lavalleja) con lealtad, conduciéndolos hasta el
punto donde debía pernoctado esa noche, distante una legua.
Rivera con el aviso de que
llegaba Calderón, tomó su anteojo y vista la fuerza monto a caballo y con su
negro Yuca se dirigió a encontrarlo. Se
había dispuesto (por parte de Lavalleja) que se adelantasen don Manuel Oribe,
don Manuel Lavalleja, Atanasio Sierra y otro individuo para perseguirlo si
intentaba evadirse.
Pasó Rivera a galope cerca de
ellos y los saludó con la cabeza, dieron vuelta y lo siguieron hasta que
penetrado entre la fuerza reconoció su engaño ya que se hallaba prisionero de
los mismos que iba a combatir.
Todos desnudaron sus espadas, Rivera
creyó que iba a ser muerto, y temblando y lleno de terror dijo a Lavalleja:
Compadre, no me deje Usted asesinar.
Entonces Lavalleja mandó que
envainaran los sables y dirigiéndose a Rivera le contestó que aunque no merecía
otra suerte que morir a manos de sus paisanos a quienes había traicionado,
vendido y maltratado, sacrificándoles, como igualmente a la Patria por sus
ambiciosas miras, he querido sin embargo en estos primeros pasos mostrar toda
la generosidad que nos anima, y ver si con una conducta tal por nuestra parte,
olvida usted su pasado de crímenes y traiciones, y entra usted a hacer causa
común con nosotros para libertar la patria de sus tiranos dominadores.
Oído este corto discurso por
Rivera, y ya repuesto de su primer terror, se negó a cooperar a la salvación de
la Patria, fundándose en que estaba al servicio del Imperio y no podía
traicionarlo, añadiendo otras excusas hijas de su mala voluntad.
Entonces le replicó Lavalleja: Pues bien compadre, piénselo bien hasta la
madrugada, pues si entonces no se ha decidido Ud. a volver al camino del honor,
y prestarse a todo lo que de Ud. se exija contra los enemigos, será Ud.
fusilado y la Patria vengada.
Se le hizo retirar enseguida a una tienda de campaña, guardada por centinelas
de vista.
Estos centinelas hacían su
servicio 1 hora, y eran relevados por otros, y estos centinelas eran Don Manuel
Oribe, Don Manuel Lavalleja, Don Manuel Freire, etc., los cuales a la menor
acción que vieran, que pudiese presumirse que era para fugar, lo dejarían en el
sitio.[lo matarían].
Entregado quedó el Brigadier
Rivera a sus reflexiones hasta las 2 de la mañana, más viendo que el término
fatal se aproximaba, mandó llamar al Gral. Lavalleja y le dijo: Compadre estoy
decidido, vamos a salvar la patria, y cuente Ud. para todo y en todo conmigo.
Lavalleja le abrazó entonces,
[el abrazo del Monzón] lo comunicó a los demás, los cuales no participaron de
la satisfacción de este General, porque más bien quisieran que Rivera muriese y
no que les prestase servicio ninguno.
En esto se equivocaban, porque
la noticia de la pasada de Rivera a los patriotas (pues así lo creían los brasileños) los dejó
estupefactos, pues él era el hombre de toda la confianza de ellos y tenía la
clave de su debilidad, como el conocimiento y mando de todas las fuerzas.
Así empezó [Rivera] dando
orden para que se le incorporase un gran convoy de vestuario, armamento y
municiones que venían para la fuerza que debía recibirlas y todo lo entregó al
Gral. Lavalleja, cosa que fue de la mayor importancia en el estado de desnudez
y falta de armamento en que las tropas nuestras se encontraban.
Luego escribió al General Bordes, (brasileño) que estaba con una fuerza en San
José, que lo esperase pues iba a incorporarse a su fuerza y esperaba darles
noticias de Lavalleja.
Al anochecer llegó al campamento de aquel Coronel a quien encontró sentado con
varios oficiales alrededor de un gran fuego. Luego que vio a Rivera, y pasados
los cumplimientos establecidos, le preguntó que había sabido de ese Patife
(Bribón) de Lavalleja (Lo tenía detrás de él emponchado y con una pistola
amartillada).
Rivera dando largas a su humor
festivo se puso a hablar contra Lavalleja, y lo que habían de hacer con él los
que lo agarrasen; a lo que el portugués contestaba con la locuacidad y
exageración que son naturales a los individuos de esa nación, y que para nosotros
son tan ridículos que siempre nos impulsan a la risa. Luego que se cansó de
embromar con ellos, les dijo; Hablemos ahora seriamente; todo lo dicho no es
más que una broma; Ud. y todos los demás son prisioneros de los Patriotas que
al efecto nos hemos unido; ahí detrás de Ud. está el Gral. Lavalleja y todos,
como su fuerza, rodeados por la nuestra. No hay más que resignarse.
La sorpresa dejó sin voz ni acción para nada al Coronel Bordes y a los suyos,
los que quedaron prisioneros sin hacer la menor resistencia.
Así pasó el acontecimiento, que fue negado por muchos pero creído por la mayor
parte por testimonios irrecusables. (El Gral. Juan Antonio Lavalleja en oficio
del 9 de Diciembre de 1827 al Ministro de Guerra Gral. Juan Ramón Balcarce,
confirmó estas aseveraciones).”
José Fructuoso Rivera intervino de forma determinante en la victoria independentista en la batalla de Rincón, que tuvo lugar el 24 de septiembre, y en la decisiva batalla de Sarandí, acaecida el 12 de octubre y que tuvo como consecuencia la anexión temporal de la Banda Oriental a las Provincias Unidas del Río de la Plata.
Rivera, que había combatido por su cuenta contra los brasileños en esa guerra, y cuya actividad bélica había sido de gran importancia a la hora de que el Imperio Brasileño reconociera la independencia definitiva de Uruguay, fue elegido primer presidente de la República el 24 de octubre de 1830 por la Asamblea General Legislativa, derrotando a Lavalleja, Gabriel Antonio Pereira y Joaquín Suárez.
En diciembre de 1830, es firmado un acuerdo político a nivel
gubernamental entre Gabriel A. Pereira (Ministro de Gobierno), José Ellauri
(Ministro de Guerra y Marina) y Fructuoso Rivera (Presidente) para dar “cese” a
las incursiones de los charrúas, expresando que ya se habían agotado todas las
medidas que existían al alcance.
El 11 de abril de 1831, el
entonces presidente Fructuoso Rivera convocó a los principales caciques
charrúas -junto a sus mujeres y niños- a una reunión cerca del arroyo
Salsipuedes, en el límite entre Tacuarembó y Paysandú.
La excusa era transmitirles
que el Estado los necesitaba para cuidar la frontera. Allí los indios fueron
sorprendidos por tropas gubernamentales al mando de Bernabé Rivera, sobrino del
entonces presidente.
La Masacre de Salsipuedes tuvo
lugar en 1831 durante la presidencia de Fructuoso Rivera en Uruguay. La campaña
fue organizada por Rivera para exterminar a los charrúas, un grupo indígena, acusándolos
de atacar a los hacendados radicados en la campaña.
Por los registros históricos,
sobresale que ni entre los propios hacendados existía un pleno consenso acerca
de quiénes eran responsables por los robos masivos (como la denuncia del robo
de 400 cabezas de ganado, del mismo mes que el acuerdo firmado), una vez que se
admitía no saber quiénes eran, o señalar que podrían ser “anarquistas”
acompañados de charrúas, o sólo charrúas, o portugueses.
En realidad debido al
creciente dominio de los europeos y brasileños que compraron tierras uruguayas y
su deseo de expandirse fue el motivo verdadero para exterminar la los grupos
aborígenes.
La campaña estuvo compuesta por tres ataques diferentes en tres lugares diferentes: "El Paso del Sauce del Queguay", "El Salsipuedes" y un pasaje conocido como "La cueva del Tigre". El informe oficial declaró un número de 40 charrúas asesinados y 300 hechos prisioneros. Entre las tropas hubo nueve heridos y un muerto.
Luego los prisioneros fueron
obligados a caminar 260 kilómetros hasta la ciudad de Montevideo, donde fueron
vendidos como esclavos.
La Masacre de Salsipuedes fue una de las primeras medidas que tomó el nuevo Estado apenas un año después de asumir el primer gobierno constitucional, en respuesta a quejas y denuncias por robo de ganado por parte de los charrúas.
El hecho marca un hito en la historia uruguaya, pues fue uno de los primeros actos de genocidio contra la población indígena.
Se afirmó oficialmente que los charrúas estaban extintos después de que un grupo liderado por Bernabé Rivera, sobrino de Fructuoso Rivera, lanzara la campaña Salsipuedes.
Sin embargo, algunos charrúas sobrevivieron y hoy
luchan por mejores condiciones de vida y reconocimiento como pueblo indígena.
Conjunto escultórico a cielo abierto de Los últimos
charrúas, Barrio Prado, Montevideo- Escultura de Prati, Edmundo / Furest,
Gervasio / Lussich, Enrique
Casi dos años antes, Vaimaca
Pirú, Senaqué, Tacuabé y Guyunusa habían llegado a Montevideo en calidad de
prisioneros, luego de la masacre de Salsipuedes.
El 4 de diciembre de 1832, el
francés François de Curel solicitó autorización al presidente Fructuoso Rivera
para llevar a su país (Francia) un grupo de indios, con el objeto de
presentárselos al Rey de Francia Louis Philippe y a fines antropológicos.
De Curel sostenía que sus
objetivos eran puramente científicos, aunque la realidad era otra.
A Rivera, en realidad, lo
mismo le daba; De Curel le ofrecía una buena excusa para quitárselos de encima,
le dio su autorización redactando una hipócrita declaración que consignaba que
los charrúas viajaban con él de forma voluntaria y que estaban dispuestos a
permanecer con él en París durante un tiempo, a cambio de que se les
proporcionara los medios necesarios para su subsistencia.
El 25 de febrero de 1833
partió el buque rumbo a Francia con 33 personas a bordo. Entre ellas se
encontraban cuatro indígenas: el cacique Vaimaca Pirú (famoso lancero de
Artigas), el joven Tacuabé (reconocido domador de caballos), el curandero
Senaqué y su compañera Guyunusa.
En 1833, el pintor francés Amadeo Gras (Amiens, 1805 -
Gualeguaychú, Entre Ríos República Argentina, 1871), establecido entonces en
Buenos Aires, fue convocado para realizar los retratos del primer presidente
constitucional del Uruguay, Brigadier General Fructuoso Rivera y de su esposa,
Bernardina Fragoso.
El retrato de Bernardina formaba par con el de su esposo,
siendo el único de los dos originales de Gras que se conserva en el museo.
Siguiendo la tradición del retrato europeo la figura
aparece al centro mientras que al fondo, el espacio en perspectiva se prolonga
en un paisaje imaginario, donde asoma un sol con amplios rayos que recuerdan el
astro presente en los emblemas nacionales.
En 1836, tras encabezar Rivera un levantamiento para deponer a Oribe, estalló el enfrentamiento entre los seguidores de ambos; tres años más tarde, el conflicto daría lugar a la guerra civil conocida como Guerra Grande. Rivera se exilió en la ciudad brasileña de Río de Janeiro, dado que Oribe contaba con el apoyo del todopoderoso Juan Manuel de Rosas.
En 1838 Rivera derrocó a Oribe, pero el bonaerense Rosas siguió reconociendo al depuesto como presidente de Uruguay y le prestó todo su apoyo, desencadenando definitivamente la Guerra Grande.
El 6 de diciembre de 1842 se produjo la batalla de Arroyo
Grande provincia de Entre Ríos, Argentina.
Fue uno de los combates más grandes e importantes en las
guerras civiles argentinas y uruguayas. Fue una victoria del ejército federal
porteño-entrerriano, dirigido por el expresidente uruguayo, brigadier Manuel
Oribe, sobre una alianza de colorados uruguayos y unitarios argentinos
(porteños emigrados, correntinos y santafesinos), dirigidos por el presidente
de ese país, brigadier Fructuoso Rivera.
Esta batalla terminó una de las más violentas guerras
civiles en la Argentina, y comenzó la llamada Guerra Grande en el Uruguay.
La batalla se la considera como una de las más encarnizadas
y sangrientas de la época. De la misma participan 8.000 hombres de Rivera y
9.000 de Oribe. Rivera es completamente derrotado viéndose obligado a abandonar
el territorio de la provincia y cruzar el Uruguay para internarse en Brasil.
El dominio de Oribe, como consecuencia de esta operación,
se hace absoluto en el interior del país.
Esta es una de las batallas fundamentales para la
consolidación de la Confederación Argentina.
Después de partir al exilio en 1845, debido al conflicto civil y, más concretamente, a su derrota en la batalla de India Muerta del 27 de marzo de ese año, José Fructuoso Rivera regresó a su país en 1846, pero fue nuevamente expulsado un año más tarde y se estableció en Río de Janeiro.
La imagen se complementa con una descripción a “Don Frutos”, como se solía llamarlo, realizada por Manuel Herrera y Obes, con las características principales de este caudillo.
“Id, y preguntad desde Canelones hasta Tacuarembó quién es el mejor jinete de la República, quién es el mejor baqueano, quién el de más sangre fría en la pelea, quién el mejor amigo de los paisanos, quién el más generoso de todos, quién en fin el mejor patriota, a su modo de entender la patria, y os responderán todos: el general Rivera.
Su reputación tradicional (...) no podría haber sido adquirida sino con una larga serie de servicios que estuviesen en armonía con el pensamiento de la campaña, su partido, su patria, su familia, su casa.
Manuel Herrera y Obes (1848). Tomado de: "El caudillismo y la revolución". En: Clásicos uruguayos, Tomo 110, págs. 38 y 42.
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