Blog de Arinda

OBJETIVO :En este Blog vas a encontrar mis producciones en pintura y escultura. Además, material recopilado a través de mi trabajo como maestra, directora e inspectora, que puede ser de interés para docentes y estudiantes magisteriales .

sábado, 2 de agosto de 2025

02 DE AGOSTO DE 1884 NACE ROMULO GALLEGOS - CUENTO " PATARUCO"


"Pataruco" es un cuento de Rómulo Gallegos que nos sumerge en la vida de un talentoso arpista indígena apodado Pataruco, reconocido como el mejor intérprete de joropo en la región de la Fila de Mariches, Venezuela.

La narración explora temas como la autenticidad cultural, el mestizaje y la identidad nacional a través de la historia de Pedro Carlos, hijo de Pataruco, quien, a pesar de haber sido educado en Europa en música clásica, encuentra en sus raíces venezolanas la inspiración para crear una música auténtica y propia que une diversas influencias culturales.

 El cuento destaca el valor de la tradición y la naturaleza como fuentes esenciales del arte y la identidad, reflejando la fuerza de la cultura popular venezolana y la conexión profunda con la tierra y su gente.




PATARUCO
 
[Cuento - Texto completo.]

Rómulo Gallegos

Pataruco era el mejor arpista de la Fila de Mariches. Nadie como él sabía puntear un joropo, ni nadie darle tan sabrosa cadencia al canto de un pasaje, ese canto lleno de melancolía de la música vernácula. Tocaba con sentimiento, compenetrado en el alma del aire que arrancaba a las cuerdas grasientas sus dedos virtuosos, retorciéndose en la jubilosa embriaguez del escobillao del golpe aragüeño, echando el rostro hacia atrás, con los ojos en blanco, como para sorberse toda la quejumbrosa lujuria del pasaje, vibrando en el espasmo musical de la cola, a cuyos acordes los bailadores jadeantes lanzaban gritos lascivos, que turbaban a las mujeres, pues era fama que los joropos de Pataruco, sobre todo cuando éste estaba medio “templao”, bailados de la “madrugá p’abajo”, le calentaban la sangre al más apático.

 

Por otra parte el Pataruco era un hombre completo y en donde él tocase no había temor de que a ningún maluco de la región se le antojase “acabar el joropo” cortándole las cuerdas al arpa, pues con un araguaney en las manos el indio era una notabilidad y había que ver cómo bregaba.

 

Por estas razones, cuando en la época de la cosecha del café llegaban las bullangueras romerías de las escogedoras y las noches de la Fila comenzaban a alegrarse con el son de las guitarras y con el rumor de las “parrandas”, al Pataruco no le alcanzaba el tiempo para tocar los joropos que “le salían” en los ranchos esparcidos en las haciendas del contorno.

 

Pero no había de llegar a viejo con el arpa al hombro, trajinando por las cuestas repechosas de la Fila, en la oscuridad de las noches llenas de consejas pavorizantes y cuya negrura duplicaban los altos y coposos guamos de los cafetales, poblados de siniestros rumores de crótalos, silbidos de macaureles y gañidos espeluznantes de váquiros sedientos que en la época de las quemazones bajaban de las montañas de Capaya, huyendo del fuego que invadiera sus laderas, y atravesaban las haciendas de la Fila, en manadas bravías en busca del agua escasa.

 

Azares propicios de la suerte o habilidades o virtudes del hombre, convirtiéronle, a la vuelta de no muchos años, en el hacendado más rico de Mariches. Para explicar el milagro salía a relucir en las bocas de algunos la manoseada patraña de la legendaria botijuela colmada de onzas enterradas por “los españoles”; otros escépticos y pesimistas, hablaban de chivaterías del Pataruco con una viuda rica que le nombró su mayordomo y a quien despojara de su hacienda; otros por fin, y eran los menos, atribuían el caso a la laboriosidad del arpista, que de peón de trilla había ascendido virtuosamente hasta la condición de propietario. Pero, por esto o por aquello, lo cierto era que el indio le había echado para siempre “la colcha al arpa” y vivía en Caracas en casa grande, casado con una mujer blanca y fina de la cual tuvo numerosos hijos en cuyos pies no aparecían los formidables juanetes que a él le valieron el sobrenombre de Pataruco.

 

Uno de sus hijos, Pedro Carlos, heredó la vocación por la música. Temerosa de que el muchacho fuera a salirle arpista, la madre procuró extirparle la afición; pero como el chico la tenía en la sangre y no es cosa hacedera torcer o frustrar las leyes implacables de la naturaleza, la señora se propuso entonces cultivársela y para ello le buscó buenos maestros de piano. Más tarde, cuando ya Pedro, Carlos era un hombrecito, obtuvo del marido que lo enviase a Europa a perfeccionar sus estudios, porque, aunque lo veía bien encaminado y con el gusto depurado en el contacto con lo que ella llamaba la “música fina”, no se le quitaba del ánimo maternal y supersticioso el temor de verlo, el día menos pensado, con un arpa en las manos punteando un joropo.

 

De este modo el hijo de Pataruco obtuvo en los grandes centros civilizados del mundo un barniz de cultura que corría pareja con la acción suavizadora y blanqueante del clima sobre el cutis, un tanto revelador de la mezcla de sangre que había en él, y en los centros artísticos que frecuentó con éxito relativo, una conveniente educación musical.

 

Así, refinado y nutrido de ideas, tornó a la Patria al cabo de algunos años y si en el hogar halló, por fortuna, el puesto vacío que había dejado su padre, en cambio encontró acogida entusiasta y generosa entre sus compatriotas.

 

Traía en la cabeza un hervidero de grandes propósitos: soñaba con traducir en grandiosas y nuevas armonías la agreste majestad del paisaje vernáculo, lleno de luz gloriosa; la vida impulsiva y dolorosa de la raza que se consume en momentáneos incendios de pasiones violentas y pintorescas, como efímeros castillos de fuegos artificiales, de los cuales a la postre y bien pronto, solo queda la arboladura lamentable de los fracasos tempranos. Estaba seguro de que iba a crear la música nacional.

 

Creyó haberlo logrado en unos motivos que compuso y que dio a conocer en un concierto en cuya expectativa las esperanzas de los que estaban ávidos de una manifestación de arte de tal género, cuajaron en prematuros elogios del gran talento musical del compatriota. Pero salieron frustradas las esperanzas: la música de Pedro Carlos era un conglomerado de reminiscencias de los grandes maestros, mezcladas y fundidas con extravagancias de pésimo gusto que, pretendiendo dar la nota típica del colorido local solo daban la impresión de una mascarada de negros disfrazados de príncipes blondos.

 

Alguien condensó en un sarcasmo brutal, netamente criollo, la decepción sufrida por el público entendido:

 

—Le sale el pataruco; por mucho que se las tape, se le ven las plumas de las patas.

 

Y la especie, conocida por el músico, le fulminó el entusiasmo que trajera de Europa.

 

Abandonó la música de la cual no toleraba ni que se hablase en su presencia. Pero no cayó en el lugar común de considerarse incomprendido y perseguido por sus coterráneos. El pesimismo que le dejara el fracaso, penetró más hondo en su corazón, hasta las raíces mismas del ser. Se convenció de que en realidad era un músico mediocre, completamente incapacitado para la creación artística, sordo en medio de una naturaleza muda, porque tampoco había que esperar de ésta nada que fuese digno de perdurar en el arte.

 

Y buscando las causas de su incapacidad husmeó el rastro de la sangre paterna. Allí estaba la razón: estaba hecho de una tosca substancia humana que jamás cristalizaría en la forma delicada y noble del arte, hasta que la obra de los siglos no depurase el grosero barro originario.

 

Poco tiempo después nadie se acordaba de que en él había habido un músico.

 

Una noche en su hacienda de la Fila de Mariches, a donde había ido a instancias de su madre, a vigilar las faenas de la cogida del café, paseábase bajo los árboles que rodeaban la casa, reflexionando sobre la tragedia muda y terrible que escarbaba en su corazón, como una lepra implacable y tenaz.

 

Las emociones artísticas habían olvidado los senderos de su alma y al recordar sus pasados entusiasmos por la belleza, le parecía que todo aquello había sucedido en otra persona, muerta hacía tiempo, que estaba dentro de la suya emponzoñándole la vida.

 

Sobre su cabeza, más allá de las copas oscuras de los guamos y de los bucares que abrigaban el cafetal, más allá de las lomas cubiertas de suaves pajonales que coronaban la serranía, la noche constelada se extendía llena de silencio y de serenidad. Abajo alentaba la vida incansable en el rumor monorrítmico de la fronda, en el perenne trabajo de la savia que ignora su propia finalidad sin darse cuenta de lo que corre para componer y sustentar la maravillosa arquitectura del árbol o para retribuir con la dulzura del fruto el melodioso regalo del pájaro; en el impasible reposo de la tierra, preñado de formidables actividades que recorren su círculo de infinitos a través de todas las formas, desde la más humilde hasta las más poderosas.

 

Y el músico pensó en aquella oscura semilla de su raza que estaba en él pudriéndose en un hervidero de anhelos imposibles. ¿Estaría acaso germinando, para dar a su tiempo, algún zazonado fruto imprevisto?

 

Prestó el oído a los rumores de la noche. De los campos venían ecos de una parranda lejana: entre ratos el viento traía el son quejumbroso de las guitarras de los escogedores. Echó a andar, cerro abajo, hacia el sitio donde resonaban las voces festivas: sentía como si algo más poderoso que su voluntad lo empujara hacia un término imprevisto.

 

Llegado al rancho del joropo, detúvose en la puerta a contemplar el espectáculo. A la luz mortal de los humosos candiles, envueltos en la polvareda que levantaba el frenético escobilleo del golpe, los peones de la hacienda giraban ebrios de aguardiente, de música y de lujuria. Chicheaban las maracas acompañando el canto dormilón del arpa, entre ratos levantábase la voz destemplada del “cantador” para incrustar un “corrido” dedicado a alguno de los bailadores y a momentos de un silencio lleno de jadeos lúbricos, sucedían de pronto gritos bestiales acompañados de risotadas.

 

Pedro Carlos sintió la voz de la sangre; aquella era su verdad, la inmisericorde verdad de la naturaleza que burla y vence los artificios y las equivocaciones del hombre: él no era sino un arpista, como su padre, como el Pataruco.

 

Pidió al arpista que le cediera el instrumento y comenzó a puntearlo, como si toda su vida no hubiera hecho otra cosa. Pero los sones que salían ahora de las cuerdas pringosas no eran, como los de antes, rudos, primitivos, saturados de dolorosa desesperación que era un grañido de macho en celo o un grito de animal herido; ahora era una música extraña, pero propia, auténtica, que tenía del paisaje la llameante desolación y de la raza la rabiosa nostalgia del africano que vino en el barco negrero y la melancólica tristeza del indio que vio caer su tierra bajo el imperio del invasor. Y era aquello tan imprevisto que, sin darse cuenta de por qué lo hacían, los bailadores se detuvieron a un mismo tiempo y se quedaron viendo con extrañeza al inusitado arpista.

 

De pronto uno dio un grito: había reconocido en la rara música, nunca oída, el aire de la tierra, y la voz del alma propias. Y a un mismo tiempo, como antes, lanzáronse los bailadores en el frenesí del joropo.

 

Poco después camino de su casa, Pedro Carlos iba jubiloso, llena el alma de música. Se había encontrado a sí mismo; ya oía la voz de la tierra…

 

En pos de él camina en silencio un peón de la hacienda.

 

Al fin dijo:

 

—Don Pedro, ¿cómo se llama ese joropo que usté ha tocao?

 

—Pataruco.

 

*FIN*     

EL 2 DE AGOSTO DE 1834 NACÍA FRÉDÉRIC AUGUSTE BARTHOLDI

EL CREADOR DE LA ESTATUA DE LA LIBERTAD



Frédéric Auguste Bartholdi,  también conocido por el sobrenombre de Amilcar Hasenfratz,  nació el 2 de agosto de 1834 en Colmar, una ciudad y comuna en el departamento del Alto Rin, región de Alsacia, Francia. 

Fue un escultor alsaciano, conocido especialmente por ser el autor de la célebre Estatua de la Libertad, regalo de Francia a los Estados Unidos, que está situada en la entrada del puerto de Nueva York, así como del monumental León de Belfort, esculpido en un acantilado para celebrar la heroica resistencia de la ciudad en el asedio de 1870-71 durante la Guerra Franco-Prusiana.

Colmar, su ciudad de origen, conserva muchos rastros de su actividad profesional.

Augusta Charlotte

Auguste Bartholdi creció dentro de una familia próspera de la Renania alemana. 
Su padre, Jean-Charles Bartholdi,  fue consejero de prefectura, heredero de la riqueza familiar con muchas propiedades que le aseguraron un buen nivel de vida.
Su madre, Augusta Charlotte, nacida Beysser, era hija de un alcalde de Ribeauvillé.
La familia tuvo cuatro hijos, pero sólo sobrevivió el mayor, Jean-Charles, futuro abogado y editor y el menor, Auguste.




A la muerte del padre, en 1836, Frédéric Auguste sólo tenía 2 años. Su madre se trasladó a París, a la Calle de los Comerciantes, N°30. Esta dirección es ahora el Museo Bartholdi. Su madre administró la fortuna de su marido con inteligencia, permitiendo a sus hijos disfrutar de una buena situación económica.

Auguste estudió en el Lycée Louis-le-Grand, donde obtuvo su licenciatura en 1852, luego ingresó en la École Nationale des Beaux-Arts, donde estudió arquitectura.

Inició sus estudios artísticos como pintor, con Ary Scheffer, el famoso retratista de la alta sociedad parisina, como maestro. 

Pronto abandonó la pintura para interesarse por la escultura, influido por Jean Francois Soitoux, trabajando en una escala colosal y sintiéndose atraído por los efectos arquitectónicos.

A los 20 años realizó un largo y memorable viaje por Egipto, Oriente Medio y Yemen, efectuado entre 1855 y 1856, en compañía de sus amigos y estetas, Jean-Léon Gérôme, Édouard-August Imer y Léon Belly.

Tan impresionado quedó por el arte de la civilización egipcia, las ruinas y los colosales monumentos, que marcó su posterior evolución técnica y artística, al tiempo que confirmaba su vocación netamente escultórica. Muy probablemente tenga origen en este periplo orientalista ese exótico pseudónimo que en ocasiones adoptaría: "Amilcar Hasenfratz".
Aprovechó la oportunidad para traer una gran cantidad de ideas de este viaje a través de muchas fotos, dibujos, grabados o en Francia.

El artista en su estudio de París.Servicio de Parques Nacionales, Monumento Nacional de la Estatua de la Libertad


Su consagración como artista tuvo lugar con la presentación, en la Exposición Universal de París de 1855, de la escultura del general Jean Rapp y que posteriormente sería trasladada a Colmar, de donde también era nativo este héroe de las guerras napoleónicas

  

 Estatua del general Rapp.


En 1856 recibió su primer pedido importante de trabajo a través de su ciudad natal, Colmar, que propone llevar a cabo una estatua del general Rapp.





Torre de agua de Marsella

En el año 1857, hizo planes para el complejo arquitectónico del Palais Longchamp en Marsella.
La ciudad de Marsella, construida en el siglo xix, para hacer frente a la falta de agua que se manifestaba cada vez más con el desarrollo de la planificación urbana construyó el canal de Marsella que llevaba el agua del Durance. 

La ley del 4 de julio de 1838 otorga a la ciudad una autorización de desvío

El proyecto era tanto más urgente cuanto que Marsella había sufrido en la primavera / verano de 1834 una terrible sequía seguida en septiembre por lluvias torrenciales. Las inundaciones debidas al desbordamiento de Jarret y Huveaune habían provocado 2 epidemias de cólera  : 865 muertes a finales de 1834 y 2.576 muertes en julio de 1835. 

Ya en 1839, cuando las obras del canal apenas habían comenzado con la inauguración de la galería Taillades, el municipio tenía previsto construir en Marsella, en la meseta de Longchamp, una torre de agua para celebrar la llegada de las aguas del Durance en la finalización de el canal. 

A principios de 1859, el alcalde de Marsella, Jean-François Honnorat , pidió al escultor Auguste Bartholdi que realizara un proyecto para una torre de agua. 

Bartholdi solo pensó en una fuente monumental al principio. Tras varias entrevistas con el ayuntamiento, asocia un museo dividido en dos cuerpos aislados con una torre de agua central. Presenta un tercer proyecto conectando los edificios mediante una vasta galería que tiene su entrada en el eje del monumento. 

Ante las vacilaciones de varios de sus miembros, el ayuntamiento recurrió a un comité formado por especialistas para juzgar este proyecto: Henri Labrouste y Léon Vaudoyer , inspectores generales de edificios diocesanos, y Victor Baltard , arquitecto de la ciudad de París . Esta comisión critica el proyecto que no será seleccionado.

 La ciudad de Marsella paga sus cuotas a Bartholdi y se dirige a Espérandieu en 1861. 

Las primeras afirmaciones de Bartholdi se remontan a 1863, afirmando que la columnata semicircular es su invención. También sostiene que el proyecto propuesto al municipio era de su propiedad porque el pueblo al pagarle sus cuotas no se convirtió en dueño de los planos. Siguió un juicio, pero el tribunal de primera instancia de Marsella destituyó a Bartholdi. Después de la inauguración del Palacio de Longchamp, Bartholdi pidió que se inscribiera su nombre en la torre de agua, lo que fue rechazado. Demostrando gran perseverancia, en 1901 interpuso otra demanda en la ciudad, sin éxito, luego apeló al Tribunal de Apelación de Aix, que lo condenó a una multa y al pago de costas.

1857: medallón funerario de Jean-Daniel Hanhart, Colmar


Monumento dedicado a Martin Schongauer


En 1863 realizó para  Colmar otro monumento dedicado a Martin Schongauer.

En 1864, fue nombrado caballero de la Legión de honor, dirige la fuente dedicada al Almirante Bruat, también en Colmar.

 En 1865 participó en la famosa comida ofrecida por Edouard de Laboulaye, americanophile republicano convencido,comida durante la cual se emitió la idea de ofrecer a la joven nación de Estados Unidos una estatua colosal para sellar la Amistad franca-americano.

En el año 1866 , él hizo un busto de Laboulaye, su amigo.

"Champollion"

 "Champollion" es una escultura de yeso creada por Frédéric Auguste Bartholdi en 1867. La escultura mide 200x70 cm y tiene un grosor de 70 cm. Se encuentra en el Museo de Grenoble.
. Jean-François Champollion, también conocido como Champollion le jeune, fue un erudito, filólogo y orientalista francés conocido por descifrar los jeroglíficos egipcios y fundar el campo de la egiptología
En 1867 fue la ciudad de Corte, en Córcega, que le pide una estatua de general Arrighi de Casanova.

En 1869 hizo un segundo viaje a Egipto, uno específicamente para proponer la construcción de una estatua gigantesca de una mujer sosteniendo una antorcha, para colocarse en la entrada del canal de Suez (una creación de la ingeniería francesa), y que sería "El Oriente iluminando al mundo". Pero este proyecto fue rechazado por el Khedive de Egipto Ismail Pasha, por falta de financiación para este tipo de trabajo. 

 En Francia continuó la estatuaria de su ciudad natal y por lo tanto, la estatua de la enóloga pequeña, en Colmar.


 
El León de Beltford


Durante la Guerra Franco-Prusiana de 1870, fue jefe de escuadrón de los guardias nacionales y actuó como edecán del general Giuseppe Garibaldi y enlace del gobierno, particularmente encargado de ocuparse de las necesidades del ejército de los Vosgos. 
Participó activamente en la Guerra Franco-Prusiana, organizando la Guardia Nacional en Colmar. 
Los efectos de la guerra serán notorios en la obra de Bartholdi, convirtiéndose en un artista de marcado nacionalismo. 

Entre los trabajos de esta época encontramos el León de Beltford, colosal estatua excavada en la ladera de una montaña y levantada en homenaje a los defensores de la ciudad durante la contienda.

Un boceto temprano de la estatua realizado por Bartholdi.Servicio de Parques Nacionales, Monumento Nacional de la Estatua de la Libertad


Terminada la guerra, retomó el proyecto de la Estatua de la Libertad, viajó por vez primera a los Estados Unidos para tratar las cuestiones de su ofrecimiento y ubicación.
La vinculación de Bartholdi con los Estados Unidos se prolongaría durante varios años por medio de sucesivos viajes. 





Estatua de la Libertad

Bartholdi ingresó el 14 de octubre de 1875 en la logia Alsacia-Lorena" de Francia, logia en la que sería elevado al grado de maestro el 9 de diciembre de 1880. 
La logia "Alsacia-Lorena" había sido fundada en París, en septiembre de 1872, bajo los auspicios del Gran Oriente de Francia, por un puñado de masones alsacianos procedentes de la logia “Frères Réunis”, de Estrasburgo, con la intención patriótica de conservar la memoria de las provincias recientemente perdidas en la guerra Franco-Prusiana. 

Entre sus miembros, cabe citar a celebridades como el estadista Jules Ferry (iniciado el 8 de julio de 1875 en la logia "La Clémente Amitié", de París), el periodista Jean Maçé (miembro también de la logia "Parfaite Harmonie", de Mulhouse), el militar Joseph Joffre (iniciado en 1875), el explorador de origen italiano Pierre Savorgnan de Brazza (iniciado en 1888), así como los dramaturgos Émile Erckmann y Alexandre Chatrian.

La estatua en los talleres «Gaget, Gauthier et Cie», en la calle de Chazelles de París.

Es a partir de esta fecha cuando comienza la construcción de la Estatua de la Libertad en sus talleres parisinos, en la calle Vavin.

Tanto la masonería norteamericana como la francesa—y en especial esta logia "Alsacia-Lorena"—, participaron activamente en la promoción y financiación de la Estatua de la Libertad la cual, tras varios años de trabajo, fue concluida por Bartholdi en París, en 1884, si bien su montaje y espectacular inauguración, no tendría lugar hasta octubre de 1886, en Nueva York.

En 1876 asistió como comisario de la delegación francesa a la Exposición de Philadelphia, donde expuso varios de sus trabajos, El Joven Viticultor, Genio Fúnebre, Paz y El Genio en las Garras de la Miseria, escultura por la cual obtuvo una medalla de bronce. 



Durante la Exposición Universal de Filadelfia de 1876 (EEUU),
se expuso la antorcha de la estatua (fue una de las primeras
partes acabadas). 
Sirvió para recaudar fondos destinados a la construcción del pedestal de la misma. Quienes pagaban 50 céntimos podían subir al balcón de la antorcha.


 Jeanne-Emilie Baheux de Puysieux

El 15 de diciembre de 1876 contrajo matrimonio con Jeanne-Emilie Baheux de Puysieux en el Ayuntamiento de Newport (Rhode Island). 


En 1978 la cabeza de la estatua de la Libertad  es exhibida en la Exposición Universal de París.  

Proceso de construcción del pedestal, diseñado por el arquitecto Richard Hunt.
 
La primera piedra del pedestal  fue colocada el 5 de agosto de1884, mientras que la base, en su mayoría compuesta por piedra de Kersanton, fue construida entre el 9 de octubre de 1883 y el 22 de agosto de 1886


Efectuó su último viaje a los Estados Unidos con motivo de la inauguración de la estatua, el 28 de octubre de 1886, en Nueva York.

Como creador de la Estatua de la Libertad, su carrera tomará desde entonces una dimensión internacional y lo convirtió en uno de los escultores más célebres del siglo XIX en toda Europa y América del Norte.

Tumba de piedra de Frederic Auguste Bartholdi, el cementerio de Montparnasse Paris

  
Murió de tuberculosis el 4 de octubre de 1904 en París, y está enterrado en el cementerio de Montparnasse.

HOMENAJE


La casa donde nació Bartholdi fue convertida en museo en 1904. Muestra múltiples aspectos de su trabajo como escultor y arquitecto, como pintor y diseñador.

FUENTES

 https://www.britannica.com/

https://www.wonders-of-the-world.net/

https://museeprotestant.org/

https://en.wikipedia.org/

https://www.nga.gov/

https://www.nps.gov/