Blog de Arinda

OBJETIVO :En este Blog vas a encontrar mis producciones en pintura y escultura. Además, material recopilado a través de mi trabajo como maestra, directora e inspectora, que puede ser de interés para docentes y estudiantes magisteriales .

viernes, 16 de agosto de 2024

16 DE AGOSTO DE 1856 NACÍA APARICIO SARAVIA


EL LUCHADOR PARA ESTABLECER UN SISTEMA ELECTORAL, EFICAZ Y CONFIABLE


“La patria tiene que ser la dignidad arriba y el regocijo abajo”

(Gral. Aparicio Saravia)



Aparicio Saravia da Rosa nació en Cerro Largo, el 16 de agosto de 1856.
Fue un político, militar y caudillo del Partido Nacional de Uruguay. Líder rural que luchó por las libertades públicas y las garantías del sufragio.

Los principales postulados políticos esgrimidos por Saravia y el Partido Nacional, dirigidos a establecer un sistema electoral eficaz y confiable, fueron quedando consagrados poco tiempo después de su muerte a través de leyes y prácticas electorales que permitieron una renovación regular de las autoridades de Gobierno, y un adecuado desenvolvimiento del sistema institucional, conforme a las normas de la Constitución, mediante un sistema de elecciones que ha alcanzado un reconocido prestigio por su corrección.


Sus padres fueron  Francisco Saraiva y Propicia Da Rosa. Su padre era brasilero, y aunque Saraiva era su apellido, en Uruguay era conocido como Saravia. La familia de Aparicio tenía campos a ambos lados de la frontera Uruguay - Brasil.
Aparicio fue el cuarto hijo de esta unión.

Fue el cuarto hijo sobre trece habidos por el matrimonio brasileño conformado por Propicia y Francisco.

Aparicio fue criado y educado principalmente en el campo. A la muerte de su padre, los hermanos Saravia heredaron una vasta extensión de campo, la cual comprendía diversas propiedades, entre las que se encontraba "El Cordobés."

De adulto se lo describe como de estatura mediana, muy bien conformado, recia la espalda, fuerte el pecho, delgada la cintura, tiene las piernas nerviosas y muy pequeños los pies, lo mismo que las manos que él gusta de exhibir con coquetería, en frecuentes ademanes cadenciosos.  
Es un cuerpo que parece mandado construir de encargo para las grandes fatigas, para las actividades incansables, para los inauditos esfuerzos.  
A pie, aquel cuerpo que anda con movimientos pausados y desenvueltos, tiene una gracia sencilla; a caballo adquiere una belleza escultural que asombra y cautiva hasta los centauros, los férreos jinetes de antaño que montaban en pelo y domaban el copete de los potros bravos de entonces.

La cabeza, guarnecida por abundante cabellera color castaño, ligeramente rizada y salpicada de raros hilos blancos, tiene mucha semejanza con una buena, noble, fuerte cabeza de león.

 La frente es alta, amplia, de curva pronunciada; la nariz recta y fina, la boca pequeña coronada por un bigote de mocito, que en estos últimos tiempos han invadido las canas; las mejillas, tostadas por el sol, son un tanto descarnadas.  

Pero la característica de la faz del caudillo, la dan el mentón y los ojos; aquél avanza delgado y fuerte, pregonando energías; y los ojos, de color pardo, medio escondidos tras los párpados que tienen un fruncimiento orgánico, son de una movilidad y una vivacidad extraordinaria.

Habitualmente, aquella fisonomía es de placidez que asombra; y para el observador superficial, Aparicio Saravia es un vecino buen mozo, presumido en el vestir, siempre alegre, siempre risueño, teniendo siempre a su disposición alguna frase ingeniosa y picaresca, que él mismo festeja enseguida con la estrepitosa carcajada que le es peculiar.  

El caudillo, el águila, está más adentro.  Están en él no se que magnético de aquella mirada dulce que fascina y cautiva y que ayudada por una vocecita apagada y cantora, acarician y dominan en un cuarto de hora a los más enconados y rebeldes.  Y están en la terrible expresión dominadora que adquieren esos ojos y esos labios y ese mentón de ave de presa, en las intensas y fugitivas cóleras del general.

Aparicio tiene la cultura general de cualquier hombre que no ha cursado estudios especiales.  Habla y escribe con facilidad y corrección, y tiene los modales de cualquier persona educada.  Su lenguaje no tiene nada de gaucho; ni la ampulosidad, ni el continuo brillar de símbolos y metáforas, ni las incorrecciones clásicas, ni el derroche de interjecciones, frecuente en nuestro país hasta en los hombres de mayor ilustración.  Si pronuncia mal muchas palabras, si dice “rompido”, “resolvido” y otras por el estilo, se ve bien, comparándolas en el conjunto de su conversación, que no nacen del alma campera, sino de la influencia brasileña, cuyo idioma le es tan familiar como el suyo propio.

Aparicio tiene la frase breve y concisa y no pronuncia palabras de más, buscando que éstas expresen exactamente lo que quiere decir.

Escucha siempre con atención, y tiene un razonamiento firme, duro, exacto.  Lo han visto, más de una vez, destruir con cuatro palabras, la larga argumentación hecha en casi discursos por intelectuales de nota.

Se ha dicho que desprecia a los hombres de ilustración, y no es exacto; lo que desprecia son las adulonerías y los servilismos; y ese mismo desprecio no se manifiesta sino por medio de su sonrisa irónica, muchas veces cruel.  

No habla nunca mal de nadie, ni aún de sus mayores enemigos, y hasta cuando se refiere a Muñiz o Battle, se muestra indulgente y mesurado.

Con todos, desde los más altos hasta los más bajos, usa siempre la persuasión, y en muy raras ocasiones la violencia.  Si hoy le cuentan que alguien ha estado expresándose a su respecto en términos descomedidos, y mañana lo recibe sonriendo, lo colma de atenciones, y guarda muy bien de manifestar que lo sabe, y cuando sale de su presencia el rebelde, sale cautivado, dominado, arrepentido de sus palabras y de sus actos.  

Y el general, que es un profundo sicólogo, que tiene maravillosamente desarrollada esa facultad, innata e indispensable en los conductores de hombres, sonríe exclamando:

 - “¿De qué sirve hacerse un enemigo más?… Los enemigos son como las víboras: no siempre muerden, pero cuantas menos haya en el campo mejor”.

Esa facultad de sicólogo es su mayor fuerza.  El sabe entrar en las almas, analizarlas, clasificarlas, complacerlas y utilizarlas.  El sabe que los instintos son como los ríos: con habilidad, con paciencia y con trabajo, se puede desviar el curso de sus aguas, pero es absurdo levantarles un tajamar en el medio y decirles: “¡Corran para atrás!”.

Su alma es demasiado cálida para no ser rencorosa; pero en todo caso, guarda su rencor muy escondido y no pierde lo que hay de utilizable en cada hombre, por darse la satisfacción personal de la venganza.

Su bondad, su nobleza, su abnegación, su desinterés y su modestia, le abroquelan de tal modo que no dejan sitio a la envidia para hincarle el diente.  Todas las ambiciones se estrellan y enmudecen ante aquella imagen viva del patriotismo sin cotizaciones, del sacrificio sin precio.

Su modestia es tan grande, que ha prohibido terminantemente que se emplee en las comunicaciones que se le dirigen al “Excelentísimo señor” y demás fórmulas acostumbradas; llegando hasta disgustarle de que lo llamen General.

 - “Yo no soy general” – ha dicho varias veces-.  “Yo soy un vecino como ustedes, un hermano mayor que los guía, y nada más”.

Su sobriedad es tal, que no bebe ningún licor espirituoso, ni siquiera el vino; no fuma, se priva del café que le agrada en extremo y reduce su alimentación a un churrasco sin sal.

- “Porque, -dice- aquí, donde todos somos hermanos y tenemos iguales derechos, no es justo que yo me regale, cuando mis muchachos pasan necesidades.  ¿Qué dirían de un padre que se comiera la pulpa y dejase sólo el “caracú” para los hijos?”.

Y sonriendo, y quizá para alejar toda sombra de pedantería a la profundidad de la frase anterior, agregó:

- “Sería feo.  Sin contar con que no es bueno darles “caracú” a los muchachos que andan en la guerra”.

Su actividad escapa a toda ponderación.  ¿Quién se atreve a demostrar flaquezas y a quejarse de fatigas, ante un jefe que se le ve día y noche a caballo, tan pronto aquí, tan pronto allá pasando como una blanca aparición, preocupado de los insignificantes detalles, impasible ante la lluvia que recibe sin poncho en las marchas, sin carpa en las noches de acampadas; que va y viene, atendiendo a todo con solicitud de padre, y que, en momentos angustiosos, tiene frases de esta grandeza:

Dado que en aquellos tiempos políticos y sociales las fronteras no estaban del todo delimitadas claramente, los hermanos Saravia tenían vínculos muy estrechos con Río Grande del Sur, entre ellos con los movimientos revolucionarios riograndenses y uruguayos.

Luego de la revolución que puso fin a la dictadura de Venancio Flores, el Partido Colorado designó como presidente a Lorenzo Batlle. El clima político estaba muy tenso y Batlle, antiguo miembro del Partido Conservador, sostenía la necesidad de llevar adelante una política de partido en la que no participara el Partido Blanco. A esto se le llamó el exclusivismo colorado.
Los blancos vieron en esa política su definitiva expulsión del gobierno. El único camino posible para la participación era la revolución. 

 Timoteo Aparicio

 Oficiales y soldados de la Revolución de las Lanzas

En marzo de 1870, el caudillo blanco Timoteo Aparicio, para conseguir la participación de su partido en el gobierno, invadió el territorio oriental desde Argentina, a la altura de la ciudad de Salto.
Ese mismo año Aparicio, con solo catorce años, se escapó del internado en donde cursaba sus estudios primarios, en Montevideo.
Su finalidad era ingresar a la Revolución de las Lanzas, acaudillada por Timoteo Aparicio.
En estas luchas obtuvo el grado de cabo, y es llamado "cabo viejo", apodo que le darían sus hombres más adelante.
Esta revolución fue la última en la que se usaron las armas tradicionales: lanza, facón y boleadoras.
El impacto de la revolución llevó a los estancieros empresarios, que tenían su destino atado al éxito de las inversiones, a formar una agremiación con el objetivo de defender sus intereses y presionar al gobierno para que garantizara la paz.

En 1871 fundaron la Asociación Rural del Uruguay.

Finalizada la revolución, la paz se firmó en abril de 1872 y marcó el inicio de la coparticipación. Los blancos tendrían representantes en el Parlamento y así podrían participar del gobierno.



Luego de la Revolución de las Lanzas se dedicará las tareas del campo junto a su familia.

 
Aparicio Saravia y su esposa Cándida Díaz

En 1877 contrae matrimonio con la sobrina del caudillo colorado Gregorio Suárez, Cándida Díaz.

Cándida era una mujer de mediana estatura, ojos claros y siempre, cuidadosamente peinada y vestida, tenía un fuerte carácter y despertaba respeto en todos los que la conocían y veneración entre sus hijos y su círculo más próximo.

Católica ferviente y devota del Espíritu Santo y de la Virgen de Montserrat, Cándida fue el puntal de una familia en la que debió resignarse a ver partir muchas veces a la revolución a su marido primero y a su marido y a sus seis hijos después. En sus ausencias, algunas muy prolongadas como durante la guerra en el Brasil, Cándida no solo quedaba a cargo de sus seis hijos, sino que tomaba las riendas de El Cordobés y de los otros campos de la familia. Y los manejaba con mano segura. Desde que se casaron, Aparicio la involucró en la administración del patrimonio familiar. 

Seguramente a sabiendas que estaría mucho tiempo lejos de su casa y que tal vez podría morir en el campo de batalla.

Cándida, controlaba el trabajo de los peones, liquidaba sus jornales, disponía el envío del ganado a los mataderos, se encargaba de dirigir su casa y también de reprender a sus hijos si era necesario. 

Esto no fue obstáculo para su coquetería: le gustaba vestir a la moda de París, usar perfume y cosméticos de Francia que mandaba comprar a las boticas más famosas de Montevideo y Buenos Aires.

En el año 1885, Gobernaba el Uruguay Máximo Santos. La plana mayor del santismo dominaba en el gobierno, pero la situación política era inestable, y la opinión adversa. La finalidad inmediata del santismo ante la proximidad del término del período del General Santos, era  su continuidad en el mando. Para ello siguió un proceso que no pudo sobrellevar el peso de la oposición, cada vez más intensa. En un primer momento posibilitó el acceso de Máximo Santos al Parlamento Nacional (marzo 1885). 

Posteriormente se hizo elegir como futuro presidente de la República al Dr. Francisco A. Vidal, incondicional de Santos subordinado a su fortísima influencia.

La presidencia del Dr. Vidal, destinada a efectuar la reelección inmediata del mismo Santos, levantó gran oposición. La designación de Máximo Santos como Ministro de Guerra apresuró la rebelión que desde los últimos meses de vida del gobierno anterior, se preparaba en la República Argentina.
 
En el año 1886 Aparicio Saravia se incorpora a la Revolución del Quebracho.
La Revolución del Quebracho fue una batalla que se produjo en Uruguay en una villa en el noroeste del departamento de Paysandú, sobre la cuchilla del Queguay al norte del arroyo homónimo.
 Allí se  enfrentaron las fuerzas revolucionarias que nucleaban a partidarios blancos y colorados, al mando de José Miguel Arredondo y Enrique Castro, con las fuerzas del gobierno de Máximo Santos.

La rebelión de 1886 llamada Revolución del Quebracho, no tuvo carácter partidista. Fue una rebelión del legalismo contra el militarismo.  
La revolución no duró una semana fue desde el 26 de marzo al 31.
Cuando cesó el fuego, los revolucionarios tenían más de 200 muertos y más de 600 prisioneros.
El general Máximo Tajes, designado para mandar las fuerzas del gobierno, venció y capturó a casi toda la fuerza revolucionaria. Los prisioneros fueron puestos en libertad, después de su traslado a Montevideo, en un gesto político que benefició a Santos a la opinión pública.
Cuando la rebelión estuvo sofocada se activó el proceso que concluiría con la reelección del General Santos, para el que se creó la mayor jerarquía militar conocida en el país con el grado de Capitán General del ejército nacional. El 21 de mayo se proclamó a Santos senador por el departamento de Flores; se logró la renuncia del presidente del Senado y se eligió de inmediato a Santos para reemplazarlo. El 24 de mayo, el Dr. Vidal renunció a la presidencia de la República que fue ocupada automáticamente por Santos en su carácter de Presidente del Senado.
Esta regulada sucesión en el Poder Ejecutivo se conoce en la historia nacional como “la dinastía Santos-Vidal”

Aparicio Saravia junto a su hermano Gumersindo (ambos al medio) y sus comandantes.

 Aparicio Saravia regresa a su estancia en Uruguay, continuando con la actividad rural.
Gumercindo Saravia, hermano mayor de Aparicio, tuvo una importante participación en la revolución federalista riograndense de 1893. Los hermanos Saravia llevaron desde Uruguay unos 400 lanceros quienes portaban una divisa blanca con el lema "Defensor da lei", la misma que fue utilizada por el General Manuel Oribe durante la Batalla de Carpintería, que posteriormente daría nacimiento al Partido Nacional.

Aparicio Saravia, se destacó en las fuerzas revolucionarias riograndenses; lo que determinó que habiendo fallecido su hermano en 1894, Aparicio fuera designado General de dichas fuerzas revolucionarias. La muerte de Gumercindo afectó duramente a sus seguidores y el futuro caudillo blanco fue designado en Brasil como sucesor de su hermano. En 1895 la revolución terminó de deshilacharse y Aparicio con unos pocos hombres volvió al pago. La guerra, de todos modos, le brindó el grado de General y un gran prestigio, dado que los diarios de Montevideo cubrían dicho conflicto
 


Retornó a Uruguay en octubre de 1895 y un año después protagonizó un pequeño levantamiento contra el gobierno exclusivista de Juan Idiarte Borda, pero tuvo que emigrar a Brasil. En 1897, al volver a Uruguay, el descontento reinante se transformó en una entusiasta revolución impulsada por el Partido Blanco o Nacional, que tendrá en Saravia a su principal caudillo. La revolución aspiraba a consagrar constitucionalmente una serie de garantías electorales, y a que se reconociera el derecho de las minorías a estar representadas en el Parlamento, lo que no contemplaba la Constitución de 1830, vigente por entonces.

En 1895 se realiza una reunión con más de mil personas blancas de la zona y Aparicio es proclamado general. Luego va a Montevideo donde se reúne con el Directorio del Partido Nacional. De allí surge que el Directorio estaba en contra de la creación de un movimiento armado, y de provocar una revuelta.
De regreso a Cerro Largo, continúa con la organización de un movimiento armado, pero ahora en forma secreta y conspirativa.

En  noviembre de 1896, Aparicio junto con 80 hombres se trasladan al departamento de Rivera donde lee una proclama instando a los blancos a levantarse en armas contra el gobierno colorado, pero este movimiento se disuelve rápidamente al carecer de apoyos y de buena organización. A partir de allí Aparicio se traslada a la localidad de Bagé en Brasil donde se reorganizará.

La revolución de 1897 fue un éxito tanto político como militar y culminó con el Pacto de la Cruz. A partir de allí Aparicio fue el jefe de todo el Partido Nacional y organizó un poder paralelo al del gobierno de Juan L. Cuestas. En su estancia El Cordobés tuvo el centro de organización y logró que 6 departamentos del país, fueran dirigidos por 6 jefes políticos blancos que lo siguieran como líder indiscutido.

Su relación con los integrantes del Directorio del Partido Nacional no fue muy estrecha ya que él era un hombre que no gustaba de la vida de la ciudad y del trato con los "doctores". Sobre todo fue deteriorándose la relación con Eduardo Acevedo Díaz.

Concentración de las tropas de Saravia en Nico Pérez, 1903  Autor: desconocido - Licencia: dominio público


En 1903 se realizaron las elecciones nacionales donde surgió electo presidente de la república José Batlle y Ordóñez, hombre perteneciente al Partido Colorado. Eduardo Acevedo Díaz fue expulsado del Partido Nacional (ya lo había vaticinado el propio Saravia) y consiguió que Batlle y Ordóñez designara a dos de los seis jefes políticos departamentales, a personas del grupo de Acevedo Díaz. Esto provocó un aumento de la tensión existente hasta el momento.

En marzo de 1903, Aparicio Saravia reunió a 15.000 hombres para lanzarse a la lucha armada, pero tras arduas negociaciones, se acordó evitar la guerra civil. Fue histórico el día en que desfilaron ante Aparicio despidiéndose, casi 20.000 hombres que lo vivaron al grito de "¡viva el general!" o "¡vivan los gauchos!". De todas maneras en el transcurso de ese año los dos bandos se fortalecerán en organización y en hombres.

Saravia 1904

Saravia en Minas

Desfile de Saravia por las calles de Minas


En enero de 1904, se desató la que se conocería como la Revolución de 1904, parecida a la de 1897 pero más grande y sangrienta. 
La batalla de Masoller fue especialmente reñida, por cuanto las fuerzas enfrentadas eran bastante parejas; y ambos bandos contaban con armamento moderno en su época, especialmente los fusiles Remington y los más recientes Mauser, de gran precisión y largo alcance. 
El 1 de septiembre de 1904 por la tarde, los combates se prolongaron durante alrededor de tres horas; pugnándose especialmente por unas posiciones ocupadas por las fuerzas del Gobierno en unos cercos de piedra (los que eran usuales en los campos, antes de su alambramiento) desde los cuales hostigaban a los revolucionarios con nutrido fuego de fusilería. 
Éstos, a su vez, lograron varias veces desalojar a los gubernamentales de esas posiciones; pero recelando que estuvieran minadas, luego no las ocupaban, y eran retomadas por el ejército gubernista. 
Entretanto, los revolucionarios procuraban que los gubernamentales consumieran sus municiones, para atacarlos más tarde.

Aparicio Saravia, salió a recorrer el frente de fuego en plena batalla, para estimular a sus soldados; pero su figura resultaba claramente reconocible por el sombrero y el poncho blanco que usaba, así como por estar acompañado por un abanderado. 

Se trataba de una actitud sumamente arriesgada, porque estaba al alcance del fuego enemigo; y así ocurrió que fue gravemente herido por una bala de Mauser, que le atravesó el vientre de izquierda a derecha, lesionándole los riñones e intestinos. 

Saravia en su lecho de muerte

Sus compañeros de armas lograron sin embargo trasladarlo hasta el cercano Brasil, hacia una estancia distante alrededor de 5 kilómetros de la frontera, donde falleció el 10 de setiembre de 1904.

Conocida la situación de Saravia, cundió el desánimo entre sus fuerzas; y según diversas versiones, surgieron entre sus oficiales importantes desavenencias que la autoridad de Saravia había contenido. 

No se logró acuerdo inmediato para designarle un sustituto en el mando superior de las fuerzas revolucionarias; y en definitiva su orden de volver a atacar a los gubernistas en la siguiente madrugada, con fuerzas de relevo, no fue cumplida, retirándose el ejército revolucionario tras la frontera, luego de lo cual prácticamente se desbandó, quedando así derrotada la última revolución civil.

El 24 de setiembre las tropas de Saravia se rindieron en lo que se conoce como la paz de Aceguá.

Estancia en Sepulturas, la cruz es el cuarto donde ocurrió el fallecimiento / Sra. Luisa Pereyra de Sousa, madre de Joao Francisco, dueña de la estancia

Cuarto donde fue velado Aparicio Saravia

Durante más de tres lustros los restos de Aparicio permanecieron en territorio brasileño.  Exactamente en el panteón familiar de la familia Pereyra de Souza, en una zona que la toponimia conoce como el “Rincón de Artigas”, límite contestado por Uruguay.  Paradójicamente  ese lugar forma parte del Paraje Sepulturas, debido a la sierra homónima que corre sobre la zona fronteriza.

16 años después de la muerte de Saravia Luis Alberto de Herrera asumió en 1920 la Presidencia del Directorio.  

En setiembre de ese año se resolvió por dicho órgano a instancias de su novel presidente la repatriación de los restos del caudillo.  

En 1921 se conformó la comisión Pro-monumento de Saravia, que recién vio culminados sus esfuerzos en 1956 mediante la erección en Montevideo de la hermosa estatua ecuestre, realizada por Zorrilla de San Martín, en el centenario de su natalicio.  

El naciente líder inició las gestiones a todo nivel para el retorno de los despojos mortales del gran caudillo.  Fue éste un golpe de efecto electoral que trató de ligar al dirigente con el caudillo rural en el imaginario colectivo sin perjuicio de que era la medida fruto de la admiración suprema que sentía el propio Herrera por Saravia, la única persona que el Jefe Civil reconoció como superior en toda su longeva existencia.  Al margen de ello fue un movimiento acompañado por todos los blancos que generó la expresión cívica más grande de la historia uruguaya hasta ese momento.

Las cenizas del prócer blanco retornaron el 10 de enero de 1921 al Uruguay.  

Fue cronista de la repatriación de los restos nada menos que Javier de Viana, ex soldado saravista, poeta y escritor, en su carácter de enviado especial por el novel periódico “El País”, fundado poco tiempo atrás. 

Una delegación, integrada por Herrera, Andreoli, Puig, Martínez Haedo, la viuda de Saravia, Cándida Díaz, y todos sus hijos, se desplazó el 9 de enero con destino a Rivera.  

Allí fueron esperados por 12 automóviles que a las 4 de la mañana iniciaron el periplo de 18 leguas entre las sierras hasta arribar al mediodía a la estancia de María Luisa Pereyra, la madre del Tigre de Caty .  

Fueron recibidos Herrera y su comitiva por la propietaria del establecimiento y sus hijos.  Se concurrió al cementerio familiar y se exhumaron los restos de Aparicio, depositándose sus cenizas en una hermosa urna confeccionada para tal instancia.  La urna era construida en nogal y fue realizada en forma totalmente gratuita por un obrero ebanista blanco de Montevideo, de origen árabe, llamado Emilio Santini.  Sus asideras eran de bronce y lucía una placa de oro que llevaba grabada la siguiente inscripción pergeñada por Herrera: “A Aparicio Saravia, insurrecto genial, libertador y misericordioso.  Sus hermanos de causa”.

El Dr. Pedro Turena agradeció en un breve discurso la hospitalidad de larga data de la familia Pereyra de Souza.  Joao Francisco no estaba presente debido a que se hallaba en San Pablo por cuestiones políticas y había excusado su presencia.  

Lo representó su hijo Francisco Pedro, de profesión ingeniero, quien pronunció un hermoso discurso de despedida.  Durante la exhumación de los restos del gran caudillo, en un momento de altísima emotividad, este brasileño gritó: “Viva eternamente la memoria del gran caudillo Aparicio Saravia”.

La urna, coronada por las banderas uruguaya y brasileña, fue colocada en un vehículo bajo custodia de su hijo Nepomuceno, del diputado Dr. Enrique Andreoli y el Dr. Rodolfo Canabal, presidente nacionalista de la departamental riverense.  

El trayecto de retorno fue sembrado por gente que salía al borde de los caminos a saludar a la comitiva y se plegaron al cortejo más de 500 jinetes para acompañar el arribo a Rivera.

Los medios de prensa estimaron que en la fronteriza ciudad –lugar de la chispa que diera inicio a la última guerra civil- se reunieron más de 3.000 personas en medio de aclamaciones a Saravia, campanas al vuelo de la iglesia, el cierre general de los comercios tanto de Santana do Livramento como de Rivera y bandas brasileñas que integraban la procesión, la que era cubierta por millares de flores que caían al paso de la urna.

Eran las 20 horas del 10 de enero cuando los restos de Saravia regresaron a su patria para no volver a salir más de ella.  

A esa hora en Montevideo sonaron las sirenas de los diarios “El País”, “El Plata”, y “La Tribuna Popular”, todos ellos de filiación nacionalista, recordando a los capitalinos que Saravia había retornado.  En Rivera se pronunció un discurso por Herrera, el que fue precedido por otro del representante del gobierno de Livramento de matriz republicana y el pronunciado por el director del periódico federal “O Maragato”.

Sus restos fueron velados dicha noche en el Club Leandro Gónez e hicieron guardia de honor diferentes personalidades.

A la mañana siguiente partió el tren expreso rumbo a Montevideo llevando los restos del gran general.  Se había coordinado para esa noche la realización de actos recordatorios al “Cabo Viejo” en todos los comités seccionales nacionalistas a lo largo y ancho del terruño.  

Circulaban en la Capital, al igual que antes en Rivera, volantes invitando a la ciudadanía a concurrir al arribo y entierro de los despojos mortales de Saravia.  Se efectuaron declaraciones de distintos sectores de homenaje al general de poncho blanco, emitidas incluso por el nacionalismo radical suscriptas por Lorenzo Carnelli y Carlos Quijano, quienes se hallaban frontalmente enfrentados a Luis A. de Herrera.

El ferrocarril partió de la frontera y se detuvo en diferentes lugares en medio de muchedumbres que vivaban al caudillo y que se sumaban a la gente que espontáneamente se agolpaba a lo largo del trayecto al borde de la línea férrea.  Así recorre Paso del Cerro, Piedra Sola, Tacuarembó, Paso de los Toros, Durazno, Sarandí Grande y Florida hasta arribar a la Capital.  

En Paso de los Toros se dio una nota especialmente emotiva: el tren se detuvo sobre el gran puente que cruza el Río Negro por unos minutos y lanzó un largo pitido en homenaje a Aparicio, quien en 1904 se opusiera a su destrucción que hubiera evitado que las tropas del Ejército del Sur gubernista cruzaran fácilmente dicho río en su persecución al norte.

A las 21.30hs del 11 de enero de 1921 arribó la urna de Aparicio a la Estación Central del Ferrocarril.  Volvieron a sonar las bocinas de los periódicos montevideanos nacionalistas durante largo rato anunciando a la gente que Saravia estaba en la Capital.  

El espectáculo fue indescriptible.  Una muchedumbre se agolpaba en los andenes, en el interior de la estación y en las calles que la circundaban.  La multitud apiñada prorrumpió en vivas y se hizo prácticamente imposible bajar los restos de Saravia del Expreso.  

La urna fue llevada a pulso hasta la calle 25 de Mayo, a la sede el Club Nacional, pero ese corto trayecto insumió una hora y media, siendo transportada la urna en hombros por un mar de gente; tanta que cuando llegaron los primeros manifestantes al destino todavía no había terminado de salir la procesión de la Estación Central.  Se llevó a cabo el velatorio en la sede partidaria.  Cándida Díaz, sus hijos y demás familiares estaban en una sala contigua acondicionada a tales efectos.  

Comenzó a las 12 de la noche una peregrinación ante la urna de Aparicio que continuó hasta el momento de su entierro, pasando ante la urna de nogal miles y miles de personas de todas las condiciones sociales y procedencias: viejos servidores, gauchos, damas de sociedad, doctores, obreros, estudiantes, etc. 

A la mañana los restos fueron trasladados a la Catedral donde se realizó una misa, desbordándose las tres naves de la Iglesia Matriz y con una multitud agolpada en el exterior.

A las 16.30hs. del 12 de enero se retiró la urna del Club Nacional con destino al Cementerio Central.  

El trayecto se realizó por las calles 25 de Mayo, Ituzaingó, Sarandí, Plaza Independencia, 18 de Julio hasta Yaguarón y por ésta hasta el Cementerio Central.  La urna fue colocada en una carroza cubierta por las banderas uruguaya y brasileña y por coronas de procedencia argentina, brasileña, de organizaciones partidarias, etc.  

Entre una compacta muchedumbre nunca vista hasta entonces –que fuera estimada entre 40.000 y 50.000 personas- avanzó el cortejo fúnebre.  Al lado del vehículo y tomados de los cordones de la carroza iban Herrera, Rodríguez Larreta, Enrique Legrand, Gualberto Ros, Iberlucea, Balparda, Durán, Carlos María Morales, Angel Moratorio, Arturo Lussich, José Visillac y los jefes revolucionarios Juan José Muñoz y Miguel Antonio Pereyra, jefes de la División Maldonado y del Regimiento Rocha de 1904 respectivamente.

Rodeaban la carroza los sobrevivientes del Escuadrón “Berriel”, quienes trasladaron inmediatamente a Saravia hasta el Parque luego de ser herido en Masoller; integrantes todos de la División 9ª, de Nepomuceno Saravia.  

Estos lo habían acompañado desde Rivera a la Capital en su travesía final cruzando por última vez el país.  Eran ellos Bruno Berriel como Jefe del Escuadrón, los oficiales Juan Manuel y Toribio Rodríguez, Francisco Larreguy, Pedro Camejo, Florencio Sosa y Fausto Hornos, y los soldados Gregorio Valdez , Juan y Fortunato Hornos, José Velázquez, Celestino Avalo, Lisandro Moreno, Isabelino Mareco, Nicasio Aberasturi, Anastasio Gómez, Nieves San Juan, Ceferino Ramírez, Dionisio Vique, Juan Pereyra, Eustaquio y Juan Reyes, Emeterio Ferrés, Marciano Pintos, Gregorio y Ramón Rodríguez, Manuel Peralta, Inocente Laureiro (quien retiró el caballo tostado “Banana” de Aparicio herido del campo de batalla), Mauricio Oviedo, Máximo Andrada, Santana Velásquez y Alejandro Maya.

El cortejo continuaba con la viuda e hijos de Saravia.  Luego seguían los ya legendarios servidores del ’97 con la bandera que acompañó al Jefe caído durante dicha campaña en manos de quien fuera su abanderado Luis Ponce de León, manchada con su propia sangre y ostentando nueve perforaciones de bala.  

Entre los servidores de esa época iban los rochenses Ernesto F. Pérez –por entonces diputado-, Alfredo Samuel Vigliola –futuro senador y fundador del herrerisno rochense- y Pedro Rigamonti.  Todos los servidores del ’97 iban identificados con una escarapela bicolor en sus sombreros.

Más atrás venían dirigentes partidarios, personalidades, servidores y pueblo en general.  Ondeaban en medio de la muchedumbre una multitud de banderas nacionales, partidarias e identificatorias de las distintas divisiones saravistas de la última guerra civil.  Intercalaban la manifestación ciudadana distintas bandas que entonaban marchas fúnebres en honor al difunto.  

La multitud se aglomeraba al paso de la manifestación sobre las veredas, en las azoteas y balcones de las casas arrojando flores al paso del cortejo.  

En el cementerio hicieron uso de la palabra nueve oradores entre ellos Luis A. de Herrera, Carlos Roxlo y Aureliano Rodríguez Larreta.

Luego de terminada la oratoria se procedió a cortar los cordones de la carroza fúnebre que había transportado la urna de Saravia.  Se entregaron sus trozos a las personalidades concurrentes como recordatorio de aquel excepcional hecho.  

Visiblemente molesto ante el reparto a diversos personajes, que poco o nada se habían visto entre el humo de la pólvora y las cargas de lanza, el coronel Miguel Antonio Pereyra –reconocido por su talante y carácter- tomó su cuchillo y procedió el mismo a cortar dos trozos de cordón, quedándose con uno de ellos y entregando el otro al coronel Juan José Muñoz, Jefe de la División Nº 4 de Maldonado diciéndole: “Esto es para usted, Coronel, me parece que nos hemos ganado este derecho en los campos de batalla”.

Tumba en el Cementerio del Buceo donde estuvieron los restos de Aparicio Saravia

 Finalizada la ceremonia la urna fue trasladada al Cementerio del Buceo donde fue depositada en un panteón adquirido a tales efectos por el Partido Nacional.  Más tarde se trasladaron los restos al panteón construido por suscripción popular especialmente para Aparicio en 1930.  

Mausoleo en Santa Clara de Olimar

Finalmente en 1940 –al fallecer su esposa Cándida Díaz a los 81 años de edad y por voluntad expresa de ella- sus restos fueron llevados al mausoleo construido en Santa Clara de Olimar, departamento de Treinta y Tres, donde descansa eternamente junto a su esposa y al lado de su entrañable hermano Antonio Floricio Saravia (Chiquit


HOMENAJES

Monumento en honor a Aparicio Saravia 


Milonga del Cordobés

Alfredo Zitarrosa -(Milonga)

 

Porque soy hombre sin vicio,

yo pertenezco a los indios

del general Aparicio.

 

No quiso que a su país,

los dotores y malandras,

encaramados arriba,

a los de abajo robaran.

 

Entre ávidos y logreros,

su lema fue por la patria

y, cuando ensilló caballo

y llamó a la paisanada,

no fue por altanería

de poncho blanco en vanguardia.

 

Vio morir a sus hermanos,

supo lo que le esperaba,

con la claridad serena

de sus ojos y su barba.

 

Fue como Florencio dijo,

al retratarlo en sus cartas,

mucho coraje y astucia,

habilidad, suspicacia,

o fue el sentido común,

el pisar la tierra ancha,

queriéndola sin dobleces,

visto por Javier de Viana.*

 

Entre ávidos y logreros,

su lema fue por la patria;

como siempre hay desertores,

vos dijiste, es la cáscara

que se va, el cerno queda

e hiciste punta en la marcha.

 

Mas desde la Tricolor

te iba buscando una bala

y te encontró en Masoller,

agonizó la Patriada.

 

Águilas del Cordobés,

acosados por malandras,

quién no volverá los ojos

a tu blasón por la patria.

 

Porque soy hombre sin vicio,

yo pertenezco a los indios

del general Aparicio.




Tu nombre

 

¿Qué duende de oscuro nombre

vaticinó tu caída?

¿Quién separó de tu vientre

el pulso azul de la vida?

 

¿Qué lobo clavó en tu carne

un quitasol de agonía?

Dime, Aparicio Saravia,

¿adónde fue tu alegría?

 

¿Quién se llevó de tu cuerpo

la apacible bizarría?

¿En qué ombú tu mano tiende

una cordial bienvenida?

 

¿En qué primavera estalla

el mangangá que te anida?

¿Y tu corcel y tu rostro,

y tu vendimia encendida?

MUSEO SARAVIA

Este museo dependiente de la Intendencia de Cerro Largo, alberga en su colección pertenencias del caudillo del Partido Nacional Aparicio Saravia y de su esposa. El edificio data del S. XIX y es parte del casco de la estancia «El Cordobés» que perteneciera a Saravia. Junto a él se encuentra una capilla que la esposa del caudillo mandara construir pocos años después de la muerte de su marido


SELLOS







MEDALLAS



Esta es una pequeña medalla acuñada por A. Bidoglia en Buenos Aires entre 1897 y 1900.-

Anverso: arriba leyenda: APARICIO SARAVIA - al centro efigie de Aparicio Saravia vestido de civil - a la derecha de la imagen el sello de la casa acuñador ABidoglia.

Reverso: El escudo uruguayo sin banderas ni cañones y no aparece en su forma oval sino bastante diferente y las ramas de laurel y olivo también.-



Medalla General Aparicio Saravia - Todo por la Patria -De esta medalla hay diversas variantes, las hay totalmente redondas y también con el borde de forma ondulada, las hay acuñadas por "La Moderna" y por "Horta y Cía", de esta última es la foto que presentamos a continuación.-  Anverso: Efigie de Aparicio Saravia con traje de civil - alrededor: GENERAL APARICIO SARAVIA. Reverso: Entre ramas y hojas - TODO POR LA PATRIA.-

 


Medalla de la asamblea nacionalista de Queguay Paysandú.-

Anverso: Efigie de Aparicio Saravia, Diego Lamas y Leandro Gómez, entre ramas de olivo, abajo pequeño la firma de la casa acuñadora BELLAGAMBA Y ROSSI B.AIRES- Reverso: SOMOS IDEA LA UNION NOS HARA FUERZA - ASAMBLEA NACIONALISTA QUEGUAY PAYSANDU 25 DE AGOSTO 1900.-

FUENTES

https://diariocambios.com/

https://turismo33.gub.uy/

No hay comentarios: