“La patria tiene que ser la
dignidad arriba y el regocijo abajo”
(Gral. Aparicio Saravia)
Los principales postulados
políticos esgrimidos por Saravia y el Partido Nacional, dirigidos a establecer
un sistema electoral eficaz y confiable, fueron quedando consagrados poco
tiempo después de su muerte a través de leyes y prácticas electorales que permitieron una
renovación regular de las autoridades de Gobierno, y un adecuado
desenvolvimiento del sistema institucional, conforme a las normas de la
Constitución, mediante un sistema de elecciones que ha alcanzado un reconocido
prestigio por su corrección.
La cabeza, guarnecida por abundante cabellera color castaño, ligeramente rizada y salpicada de raros hilos blancos, tiene mucha semejanza con una buena, noble, fuerte cabeza de león.
La frente es alta, amplia, de curva pronunciada; la nariz recta y fina, la boca pequeña coronada por un bigote de mocito, que en estos últimos tiempos han invadido las canas; las mejillas, tostadas por el sol, son un tanto descarnadas.
Pero la característica de la faz del caudillo, la dan el mentón y los ojos; aquél avanza delgado y fuerte, pregonando energías; y los ojos, de color pardo, medio escondidos tras los párpados que tienen un fruncimiento orgánico, son de una movilidad y una vivacidad extraordinaria.
Habitualmente, aquella fisonomía es de placidez que asombra; y para el observador superficial, Aparicio Saravia es un vecino buen mozo, presumido en el vestir, siempre alegre, siempre risueño, teniendo siempre a su disposición alguna frase ingeniosa y picaresca, que él mismo festeja enseguida con la estrepitosa carcajada que le es peculiar.
El caudillo, el águila, está más adentro. Están en él no se que magnético de aquella mirada dulce que fascina y cautiva y que ayudada por una vocecita apagada y cantora, acarician y dominan en un cuarto de hora a los más enconados y rebeldes. Y están en la terrible expresión dominadora que adquieren esos ojos y esos labios y ese mentón de ave de presa, en las intensas y fugitivas cóleras del general.
Aparicio tiene la cultura general de cualquier hombre que no ha cursado estudios especiales. Habla y escribe con facilidad y corrección, y tiene los modales de cualquier persona educada. Su lenguaje no tiene nada de gaucho; ni la ampulosidad, ni el continuo brillar de símbolos y metáforas, ni las incorrecciones clásicas, ni el derroche de interjecciones, frecuente en nuestro país hasta en los hombres de mayor ilustración. Si pronuncia mal muchas palabras, si dice “rompido”, “resolvido” y otras por el estilo, se ve bien, comparándolas en el conjunto de su conversación, que no nacen del alma campera, sino de la influencia brasileña, cuyo idioma le es tan familiar como el suyo propio.
Aparicio tiene la frase breve y concisa y no pronuncia palabras de más, buscando que éstas expresen exactamente lo que quiere decir.
Escucha siempre con atención, y tiene un razonamiento firme, duro, exacto. Lo han visto, más de una vez, destruir con cuatro palabras, la larga argumentación hecha en casi discursos por intelectuales de nota.
Se ha dicho que desprecia a los hombres de ilustración, y no es exacto; lo que desprecia son las adulonerías y los servilismos; y ese mismo desprecio no se manifiesta sino por medio de su sonrisa irónica, muchas veces cruel.
No habla nunca mal de nadie, ni aún de sus mayores enemigos, y hasta cuando se refiere a Muñiz o Battle, se muestra indulgente y mesurado.
Con todos, desde los más altos hasta los más bajos, usa siempre la persuasión, y en muy raras ocasiones la violencia. Si hoy le cuentan que alguien ha estado expresándose a su respecto en términos descomedidos, y mañana lo recibe sonriendo, lo colma de atenciones, y guarda muy bien de manifestar que lo sabe, y cuando sale de su presencia el rebelde, sale cautivado, dominado, arrepentido de sus palabras y de sus actos.
Y el general, que es un profundo sicólogo, que tiene maravillosamente desarrollada esa facultad, innata e indispensable en los conductores de hombres, sonríe exclamando:
- “¿De qué sirve hacerse un enemigo más?… Los enemigos son como las víboras: no siempre muerden, pero cuantas menos haya en el campo mejor”.
Esa facultad de sicólogo es su mayor fuerza. El sabe entrar en las almas, analizarlas, clasificarlas, complacerlas y utilizarlas. El sabe que los instintos son como los ríos: con habilidad, con paciencia y con trabajo, se puede desviar el curso de sus aguas, pero es absurdo levantarles un tajamar en el medio y decirles: “¡Corran para atrás!”.
Su alma es demasiado cálida para no ser rencorosa; pero en todo caso, guarda su rencor muy escondido y no pierde lo que hay de utilizable en cada hombre, por darse la satisfacción personal de la venganza.
Su bondad, su nobleza, su abnegación, su desinterés y su modestia, le abroquelan de tal modo que no dejan sitio a la envidia para hincarle el diente. Todas las ambiciones se estrellan y enmudecen ante aquella imagen viva del patriotismo sin cotizaciones, del sacrificio sin precio.
Su modestia es tan grande, que ha prohibido terminantemente que se emplee en las comunicaciones que se le dirigen al “Excelentísimo señor” y demás fórmulas acostumbradas; llegando hasta disgustarle de que lo llamen General.
- “Yo no soy general” – ha dicho varias veces-. “Yo soy un vecino como ustedes, un hermano mayor que los guía, y nada más”.
Su sobriedad es tal, que no bebe ningún licor espirituoso, ni siquiera el vino; no fuma, se priva del café que le agrada en extremo y reduce su alimentación a un churrasco sin sal.
- “Porque, -dice- aquí, donde todos somos hermanos y tenemos iguales derechos, no es justo que yo me regale, cuando mis muchachos pasan necesidades. ¿Qué dirían de un padre que se comiera la pulpa y dejase sólo el “caracú” para los hijos?”.
Y sonriendo, y quizá para alejar toda sombra de pedantería a la profundidad de la frase anterior, agregó:
- “Sería feo. Sin contar con que no es bueno darles “caracú” a los muchachos que andan en la guerra”.
Su actividad escapa a toda ponderación. ¿Quién se atreve a demostrar flaquezas y a quejarse de fatigas, ante un jefe que se le ve día y noche a caballo, tan pronto aquí, tan pronto allá pasando como una blanca aparición, preocupado de los insignificantes detalles, impasible ante la lluvia que recibe sin poncho en las marchas, sin carpa en las noches de acampadas; que va y viene, atendiendo a todo con solicitud de padre, y que, en momentos angustiosos, tiene frases de esta grandeza:
Luego de la Revolución de las Lanzas se dedicará las tareas del campo junto a su familia.
Cándida era una mujer de mediana estatura,
ojos claros y siempre, cuidadosamente peinada y vestida, tenía un fuerte
carácter y despertaba respeto en todos los que la conocían y veneración entre
sus hijos y su círculo más próximo.
Católica ferviente y devota del Espíritu Santo y de la Virgen de Montserrat, Cándida fue el puntal de una familia en la que debió resignarse a ver partir muchas veces a la revolución a su marido primero y a su marido y a sus seis hijos después. En sus ausencias, algunas muy prolongadas como durante la guerra en el Brasil, Cándida no solo quedaba a cargo de sus seis hijos, sino que tomaba las riendas de El Cordobés y de los otros campos de la familia. Y los manejaba con mano segura. Desde que se casaron, Aparicio la involucró en la administración del patrimonio familiar.
Seguramente a sabiendas que estaría mucho tiempo lejos de su casa y que tal vez
podría morir en el campo de batalla.
Cándida, controlaba el trabajo de los peones, liquidaba sus jornales, disponía el envío del ganado a los mataderos, se encargaba de dirigir su casa y también de reprender a sus hijos si era necesario.
Esto no fue obstáculo para su coquetería: le gustaba vestir a la moda de París, usar perfume y cosméticos de Francia que mandaba comprar a las boticas más famosas de Montevideo y Buenos Aires.
En el año 1885, Gobernaba el Uruguay Máximo Santos. La plana mayor del santismo dominaba en el gobierno, pero la situación política era inestable, y la opinión adversa. La finalidad inmediata del santismo ante la proximidad del término del período del General Santos, era su continuidad en el mando. Para ello siguió un proceso que no pudo sobrellevar el peso de la oposición, cada vez más intensa. En un primer momento posibilitó el acceso de Máximo Santos al Parlamento Nacional (marzo 1885).
Posteriormente se hizo elegir como futuro presidente de la República al Dr. Francisco A. Vidal, incondicional de Santos subordinado a su fortísima influencia.
Aparicio Saravia, salió a recorrer el frente de fuego en plena batalla, para estimular a sus soldados; pero su figura resultaba claramente reconocible por el sombrero y el poncho blanco que usaba, así como por estar acompañado por un abanderado.
Se trataba de una actitud sumamente arriesgada, porque estaba al alcance del fuego enemigo; y así ocurrió que fue gravemente herido por una bala de Mauser, que le atravesó el vientre de izquierda a derecha, lesionándole los riñones e intestinos.
Saravia en su lecho de muerte
Sus compañeros de armas lograron sin embargo trasladarlo hasta el cercano Brasil, hacia una estancia distante alrededor de 5 kilómetros de la frontera, donde falleció el 10 de setiembre de 1904.
Conocida la situación de Saravia, cundió el desánimo entre sus fuerzas; y según diversas versiones, surgieron entre sus oficiales importantes desavenencias que la autoridad de Saravia había contenido.
No se logró acuerdo inmediato para designarle un sustituto en el mando superior de las fuerzas revolucionarias; y en definitiva su orden de volver a atacar a los gubernistas en la siguiente madrugada, con fuerzas de relevo, no fue cumplida, retirándose el ejército revolucionario tras la frontera, luego de lo cual prácticamente se desbandó, quedando así derrotada la última revolución civil.
El 24 de setiembre las tropas de Saravia se rindieron en lo que se conoce como la paz de Aceguá.
Durante más de tres lustros los restos de Aparicio permanecieron en territorio brasileño. Exactamente en el panteón familiar de la familia Pereyra de Souza, en una zona que la toponimia conoce como el “Rincón de Artigas”, límite contestado por Uruguay. Paradójicamente ese lugar forma parte del Paraje Sepulturas, debido a la sierra homónima que corre sobre la zona fronteriza.
En setiembre de ese año se resolvió por dicho órgano a instancias de su novel presidente la repatriación de los restos del caudillo.
En 1921 se conformó la comisión Pro-monumento de Saravia, que recién vio culminados sus esfuerzos en 1956 mediante la erección en Montevideo de la hermosa estatua ecuestre, realizada por Zorrilla de San Martín, en el centenario de su natalicio.
El naciente
líder inició las gestiones a todo nivel para el retorno de los despojos
mortales del gran caudillo. Fue éste un
golpe de efecto electoral que trató de ligar al dirigente con el caudillo rural
en el imaginario colectivo sin perjuicio de que era la medida fruto de la
admiración suprema que sentía el propio Herrera por Saravia, la única persona
que el Jefe Civil reconoció como superior en toda su longeva existencia. Al margen de ello fue un movimiento
acompañado por todos los blancos que generó la expresión cívica más grande de
la historia uruguaya hasta ese momento.
Las cenizas del prócer blanco retornaron el 10 de enero de 1921 al Uruguay.
Fue cronista de la repatriación de los restos nada menos que Javier de Viana, ex soldado saravista, poeta y escritor, en su carácter de enviado especial por el novel periódico “El País”, fundado poco tiempo atrás.
Una delegación, integrada por Herrera, Andreoli, Puig, Martínez Haedo, la viuda de Saravia, Cándida Díaz, y todos sus hijos, se desplazó el 9 de enero con destino a Rivera.
Allí fueron esperados por 12 automóviles que a las 4 de la mañana iniciaron el periplo de 18 leguas entre las sierras hasta arribar al mediodía a la estancia de María Luisa Pereyra, la madre del Tigre de Caty .
Fueron recibidos Herrera y su comitiva por la propietaria del establecimiento y sus hijos. Se concurrió al cementerio familiar y se exhumaron los restos de Aparicio, depositándose sus cenizas en una hermosa urna confeccionada para tal instancia. La urna era construida en nogal y fue realizada en forma totalmente gratuita por un obrero ebanista blanco de Montevideo, de origen árabe, llamado Emilio Santini. Sus asideras eran de bronce y lucía una placa de oro que llevaba grabada la siguiente inscripción pergeñada por Herrera: “A Aparicio Saravia, insurrecto genial, libertador y misericordioso. Sus hermanos de causa”.
El Dr. Pedro Turena agradeció en un breve discurso la hospitalidad de larga data de la familia Pereyra de Souza. Joao Francisco no estaba presente debido a que se hallaba en San Pablo por cuestiones políticas y había excusado su presencia.
Lo representó su hijo Francisco Pedro, de profesión ingeniero, quien pronunció un hermoso discurso de despedida. Durante la exhumación de los restos del gran caudillo, en un momento de altísima emotividad, este brasileño gritó: “Viva eternamente la memoria del gran caudillo Aparicio Saravia”.
La urna, coronada por las banderas uruguaya y brasileña, fue colocada en un vehículo bajo custodia de su hijo Nepomuceno, del diputado Dr. Enrique Andreoli y el Dr. Rodolfo Canabal, presidente nacionalista de la departamental riverense.
El trayecto de retorno fue sembrado por gente que salía al borde de los caminos a saludar a la comitiva y se plegaron al cortejo más de 500 jinetes para acompañar el arribo a Rivera.
Los medios de prensa estimaron que en la fronteriza ciudad –lugar de la chispa que diera inicio a la última guerra civil- se reunieron más de 3.000 personas en medio de aclamaciones a Saravia, campanas al vuelo de la iglesia, el cierre general de los comercios tanto de Santana do Livramento como de Rivera y bandas brasileñas que integraban la procesión, la que era cubierta por millares de flores que caían al paso de la urna.
Eran las 20 horas del 10 de enero cuando los restos de Saravia regresaron a su patria para no volver a salir más de ella.
A esa hora en Montevideo sonaron las sirenas de los diarios “El País”, “El Plata”, y “La Tribuna Popular”, todos ellos de filiación nacionalista, recordando a los capitalinos que Saravia había retornado. En Rivera se pronunció un discurso por Herrera, el que fue precedido por otro del representante del gobierno de Livramento de matriz republicana y el pronunciado por el director del periódico federal “O Maragato”.
Sus restos fueron velados dicha noche en el Club Leandro Gónez e hicieron guardia de honor diferentes personalidades.
A la mañana siguiente partió el tren expreso rumbo a Montevideo llevando los restos del gran general. Se había coordinado para esa noche la realización de actos recordatorios al “Cabo Viejo” en todos los comités seccionales nacionalistas a lo largo y ancho del terruño.
Circulaban en la Capital, al igual que antes en Rivera, volantes invitando a la ciudadanía a concurrir al arribo y entierro de los despojos mortales de Saravia. Se efectuaron declaraciones de distintos sectores de homenaje al general de poncho blanco, emitidas incluso por el nacionalismo radical suscriptas por Lorenzo Carnelli y Carlos Quijano, quienes se hallaban frontalmente enfrentados a Luis A. de Herrera.
El ferrocarril partió de la frontera y se detuvo en diferentes lugares en medio de muchedumbres que vivaban al caudillo y que se sumaban a la gente que espontáneamente se agolpaba a lo largo del trayecto al borde de la línea férrea. Así recorre Paso del Cerro, Piedra Sola, Tacuarembó, Paso de los Toros, Durazno, Sarandí Grande y Florida hasta arribar a la Capital.
En Paso de los Toros se dio una nota especialmente emotiva: el tren se detuvo sobre el gran puente que cruza el Río Negro por unos minutos y lanzó un largo pitido en homenaje a Aparicio, quien en 1904 se opusiera a su destrucción que hubiera evitado que las tropas del Ejército del Sur gubernista cruzaran fácilmente dicho río en su persecución al norte.
A las 21.30hs del 11 de enero de 1921 arribó la urna de Aparicio a la Estación Central del Ferrocarril. Volvieron a sonar las bocinas de los periódicos montevideanos nacionalistas durante largo rato anunciando a la gente que Saravia estaba en la Capital.
El espectáculo fue indescriptible. Una muchedumbre se agolpaba en los andenes, en el interior de la estación y en las calles que la circundaban. La multitud apiñada prorrumpió en vivas y se hizo prácticamente imposible bajar los restos de Saravia del Expreso.
La urna fue llevada a pulso hasta la calle 25 de Mayo, a la sede el Club Nacional, pero ese corto trayecto insumió una hora y media, siendo transportada la urna en hombros por un mar de gente; tanta que cuando llegaron los primeros manifestantes al destino todavía no había terminado de salir la procesión de la Estación Central. Se llevó a cabo el velatorio en la sede partidaria. Cándida Díaz, sus hijos y demás familiares estaban en una sala contigua acondicionada a tales efectos.
Comenzó a las 12 de la noche una peregrinación ante la urna de Aparicio que continuó hasta el momento de su entierro, pasando ante la urna de nogal miles y miles de personas de todas las condiciones sociales y procedencias: viejos servidores, gauchos, damas de sociedad, doctores, obreros, estudiantes, etc.
A la mañana los restos fueron trasladados a la Catedral donde se realizó una misa, desbordándose las tres naves de la Iglesia Matriz y con una multitud agolpada en el exterior.
A las 16.30hs. del 12 de enero se retiró la urna del Club Nacional con destino al Cementerio Central.
El trayecto se realizó por las calles 25 de Mayo, Ituzaingó, Sarandí, Plaza Independencia, 18 de Julio hasta Yaguarón y por ésta hasta el Cementerio Central. La urna fue colocada en una carroza cubierta por las banderas uruguaya y brasileña y por coronas de procedencia argentina, brasileña, de organizaciones partidarias, etc.
Entre una compacta muchedumbre nunca vista hasta entonces –que fuera estimada entre 40.000 y 50.000 personas- avanzó el cortejo fúnebre. Al lado del vehículo y tomados de los cordones de la carroza iban Herrera, Rodríguez Larreta, Enrique Legrand, Gualberto Ros, Iberlucea, Balparda, Durán, Carlos María Morales, Angel Moratorio, Arturo Lussich, José Visillac y los jefes revolucionarios Juan José Muñoz y Miguel Antonio Pereyra, jefes de la División Maldonado y del Regimiento Rocha de 1904 respectivamente.
Rodeaban la carroza los sobrevivientes del Escuadrón “Berriel”, quienes trasladaron inmediatamente a Saravia hasta el Parque luego de ser herido en Masoller; integrantes todos de la División 9ª, de Nepomuceno Saravia.
Estos lo habían acompañado desde Rivera a la Capital en su travesía final cruzando por última vez el país. Eran ellos Bruno Berriel como Jefe del Escuadrón, los oficiales Juan Manuel y Toribio Rodríguez, Francisco Larreguy, Pedro Camejo, Florencio Sosa y Fausto Hornos, y los soldados Gregorio Valdez , Juan y Fortunato Hornos, José Velázquez, Celestino Avalo, Lisandro Moreno, Isabelino Mareco, Nicasio Aberasturi, Anastasio Gómez, Nieves San Juan, Ceferino Ramírez, Dionisio Vique, Juan Pereyra, Eustaquio y Juan Reyes, Emeterio Ferrés, Marciano Pintos, Gregorio y Ramón Rodríguez, Manuel Peralta, Inocente Laureiro (quien retiró el caballo tostado “Banana” de Aparicio herido del campo de batalla), Mauricio Oviedo, Máximo Andrada, Santana Velásquez y Alejandro Maya.
El cortejo continuaba con la viuda e hijos de Saravia. Luego seguían los ya legendarios servidores del ’97 con la bandera que acompañó al Jefe caído durante dicha campaña en manos de quien fuera su abanderado Luis Ponce de León, manchada con su propia sangre y ostentando nueve perforaciones de bala.
Entre los servidores de esa época iban los rochenses Ernesto F. Pérez –por entonces diputado-, Alfredo Samuel Vigliola –futuro senador y fundador del herrerisno rochense- y Pedro Rigamonti. Todos los servidores del ’97 iban identificados con una escarapela bicolor en sus sombreros.
Más atrás venían dirigentes partidarios, personalidades, servidores y pueblo en general. Ondeaban en medio de la muchedumbre una multitud de banderas nacionales, partidarias e identificatorias de las distintas divisiones saravistas de la última guerra civil. Intercalaban la manifestación ciudadana distintas bandas que entonaban marchas fúnebres en honor al difunto.
La multitud se aglomeraba al paso de la manifestación sobre las veredas, en las azoteas y balcones de las casas arrojando flores al paso del cortejo.
En el cementerio hicieron uso de la palabra nueve oradores entre ellos Luis A. de Herrera, Carlos Roxlo y Aureliano Rodríguez Larreta.
Luego de terminada la oratoria se procedió a cortar los cordones de la carroza fúnebre que había transportado la urna de Saravia. Se entregaron sus trozos a las personalidades concurrentes como recordatorio de aquel excepcional hecho.
Visiblemente molesto ante el reparto a diversos personajes, que poco o nada se habían visto entre el humo de la pólvora y las cargas de lanza, el coronel Miguel Antonio Pereyra –reconocido por su talante y carácter- tomó su cuchillo y procedió el mismo a cortar dos trozos de cordón, quedándose con uno de ellos y entregando el otro al coronel Juan José Muñoz, Jefe de la División Nº 4 de Maldonado diciéndole: “Esto es para usted, Coronel, me parece que nos hemos ganado este derecho en los campos de batalla”.
Tumba en el Cementerio del Buceo donde estuvieron los restos de Aparicio SaraviaMausoleo en Santa Clara de Olimar
Finalmente en 1940 –al fallecer su esposa Cándida Díaz a los 81 años de edad y por voluntad expresa de ella- sus restos fueron llevados al mausoleo construido en Santa Clara de Olimar, departamento de Treinta y Tres, donde descansa eternamente junto a su esposa y al lado de su entrañable hermano Antonio Floricio Saravia (Chiquit
Milonga del Cordobés
Alfredo Zitarrosa -(Milonga)
Porque soy hombre sin vicio,
yo pertenezco a los indios
del general Aparicio.
No quiso que a su país,
los dotores y malandras,
encaramados arriba,
a los de abajo robaran.
Entre ávidos y logreros,
su lema fue por la patria
y, cuando ensilló caballo
y llamó a la paisanada,
no fue por altanería
de poncho blanco en
vanguardia.
Vio morir a sus hermanos,
supo lo que le esperaba,
con la claridad serena
de sus ojos y su barba.
Fue como Florencio dijo,
al retratarlo en sus cartas,
mucho coraje y astucia,
habilidad, suspicacia,
o fue el sentido común,
el pisar la tierra ancha,
queriéndola sin dobleces,
visto por Javier de Viana.*
Entre ávidos y logreros,
su lema fue por la patria;
como siempre hay desertores,
vos dijiste, es la cáscara
que se va, el cerno queda
e hiciste punta en la marcha.
Mas desde la Tricolor
te iba buscando una bala
y te encontró en Masoller,
agonizó la Patriada.
Águilas del Cordobés,
acosados por malandras,
quién no volverá los ojos
a tu blasón por la patria.
Porque soy hombre sin vicio,
yo pertenezco a los indios
del general Aparicio.
Tu nombre
¿Qué duende de oscuro nombre
vaticinó tu caída?
¿Quién separó de tu vientre
el pulso azul de la vida?
¿Qué lobo clavó en tu carne
un quitasol de agonía?
Dime, Aparicio Saravia,
¿adónde fue tu alegría?
¿Quién se llevó de tu cuerpo
la apacible bizarría?
¿En qué ombú tu mano tiende
una cordial bienvenida?
¿En qué primavera estalla
el mangangá que te anida?
¿Y tu corcel y tu rostro,
y tu vendimia encendida?
Esta es una pequeña medalla
acuñada por A. Bidoglia en Buenos Aires entre 1897 y 1900.-
Anverso: arriba leyenda:
APARICIO SARAVIA - al centro efigie de Aparicio Saravia vestido de civil - a la
derecha de la imagen el sello de la casa acuñador ABidoglia.
Reverso: El escudo uruguayo
sin banderas ni cañones y no aparece en su forma oval sino bastante diferente y
las ramas de laurel y olivo también.-
Medalla General Aparicio Saravia - Todo por la Patria -De esta medalla hay diversas variantes, las hay totalmente redondas y también con el borde de forma ondulada, las hay acuñadas por "La Moderna" y por "Horta y Cía", de esta última es la foto que presentamos a continuación.-
Medalla de la asamblea
nacionalista de Queguay Paysandú.-
Anverso: Efigie de Aparicio Saravia, Diego Lamas y Leandro Gómez, entre ramas de olivo, abajo pequeño la firma de la casa acuñadora BELLAGAMBA Y ROSSI B.AIRES- Reverso: SOMOS IDEA LA UNION NOS HARA FUERZA - ASAMBLEA NACIONALISTA QUEGUAY PAYSANDU 25 DE AGOSTO 1900.-
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