El PROGRAMA de EDUCACIÓN INICIAL Y PRIMARIA- AÑO 2008 del C.E.P:-URUGUAY brinda en la página 199 el listado de los escritores que deberían conocer los alumnos
EL "PRÍNCIPE DE LOS INGENIOS"
El 29 de setiembre de 1547, en Alcalá de Henares, nació Miguel de Cervantes Saavedra .
Fue un soldado, novelista, poeta y dramaturgo español.
Es considerado una de las máximas figuras de la literatura española y universalmente conocido por haber escrito "Don Quijote de la Mancha", que muchos críticos han descrito como la primera novela moderna y una de las mejores obras de la literatura universal. Se le ha dado el sobrenombre de «Príncipe de los Ingenios».
Sus abuelos paternos fueron el licenciado en leyes Juan de Cervantes y doña Leonor de Torreblanca, hija de Juan Luis de Torreblanca, un médico cordobés.
Su padre se llamaba Rodrigo de Cervantes (1509-1585), era cirujano- barbero, una peculiar profesión, cuya labor era de lo más dispar, igual cortaban la barba y el pelo que hacían sangrías, extraían muelas o blanqueaban los dientes con aguafuerte,
Este oficio surgió por las disputas de los gremios de cirujanos y barberos, ya que los primeros eran gente con estudios, pero además de cobrar más, los barberos eran más solicitados por la diversidad de servicios que prestaban, y muchos contaban con la confianza de nobles a los que prestaban sus servicios y que no creían demasiado en la medicina de aquella época.
Rodrigo de Cervantes padecía desde niño una extrema sordera, por lo que sus hijos solían acompañarlo a menudo para actuar como intérpretes en su trabajo.
Rodrigo de Cervantes se casó con Leonor de Cortinas, de la cual apenas se sabe nada, excepto que era natural de Arganda del Rey.
La pareja tuvo siete hijos .
El día exacto del nacimiento de Miguel de Cervantes (el sexto hijo) es desconocido, aunque es probable que naciera el 29 de septiembre, fecha en que se celebra la fiesta del arcángel San Miguel, dada la tradición de recibir el nombre del santoral. Miguel de Cervantes fue bautizado en Alcalá de Henares (España) el 9 de octubre de 1547, en la parroquia de Santa María la Mayor.
Texto del acta del bautizo :
" Domingo, nueve días del mes de octubre, año del Señor de mill e quinientos e quarenta e siete años, fue baptizado Miguel, hijo de Rodrigo Cervantes e su mujer doña Leonor. Baptizóle el reverendo señor Bartolomé Serrano, cura de Nuestra Señora. Testigos, Baltasar Vázquez, Sacristán, e yo, que le bapticé e firme de mi nombre. Bachiller Serrano."
Los otros hijos del matrimonio de Rodrigo de Cervantes Saavedra y Leonor de Cortinas fueron: Andrés (1543), Andrea (1544), Luisa (1546), que llegó a ser Priora de un convento de Carmelitas; Rodrigo (1550), también soldado, que le acompañó en el cautiverio argelino; Magdalena (1554) y Juan, sólo conocido porque su padre lo menciona en el testamento
Entre los años 1551 - 1552, Rodrigo de Cervantes se trasladó con su familia a Valladolid. Por deudas, estuvo preso varios meses y sus bienes fueron embargados.
En el año 1555 en Córdoba, Miguel ingresó en el flamante colegio de los jesuitas.
Aunque no fuera persona de gran cultura, Rodrigo se preocupaba por la educación de sus hijos.
Miguel fue un lector precoz y sus dos hermanas sabían leer, cosa muy poco usual en la época, aun en las clases altas. Por lo demás, la situación de la familia era precaria.
No existen datos precisos sobre los primeros estudios de Miguel de Cervantes, que, sin duda, no llegaron a ser universitarios. Parece ser que pudo haber estudiado en Valladolid, Córdoba o Sevilla. También es posible que estudiara en la Compañía de Jesús, ya que en la novela El coloquio de los perros elabora una descripción de un colegio de jesuitas que parece una alusión a su vida estudiantil.
En 1556 se dirigió a Córdoba para recoger la herencia de Juan de Cervantes, abuelo del escritor, y huir de los acreedores.
Ese mismo año Leonor vendió el único sirviente que le quedaba y partieron hacia Madrid, con el fin de mejorar económicamente, pues esta ciudad era la puerta de España a las riquezas de las Indias y la tercera ciudad de Europa, tras París y Nápoles, en la segunda mitad del siglo XVI.
En el año 1568, establecidos en Madrid, asiste al Estudio de la Villa, regentado por el catedrático de gramática Juan López de Hoyos, quien en 1569 publicó un libro sobre la enfermedad y muerte de la reina doña Isabel de Valois, la tercera esposa de Felipe II.
López de Hoyos incluye en ese libro dos poesías de Cervantes. Esas fueron sus primeras manifestaciones literarias.
En estos años Cervantes se aficionó al teatro viendo las representaciones de Lope de Rueda y, según declara en la segunda parte del Quijote, al parecer por boca del personaje principal, «se le iban los ojos tras la farándula».
El 7 de octubre de 1571 participó en la batalla de Lepanto, "la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros", formando parte de la armada cristiana, dirigida por don Juan de Austria, «hijo del rayo de la guerra Carlos V, de felice memoria», y hermanastro del rey, y donde participaba uno de los más famosos marinos de la época, el marqués de Santa Cruz, que residía en La Mancha, en Viso del Marqués. En una información legal elaborada ocho años más tarde se dice:
"Cuando se reconosció el armada del Turco, en la dicha batalla naval, el dicho Miguel de Cervantes estaba malo y con calentura, y el dicho capitán... y otros muchos amigos suyos le dijeron que, pues estaba enfermo y con calentura, que estuviese quedo abajo en la cámara de la galera; y el dicho Miguel de Cervantes respondió que qué dirían de él, y que no hacía lo que debía, y que más quería morir peleando por Dios y por su rey, que no meterse so cubierta, y que con su salud... Y peleó como valente soldado con los dichos turcos en la dicha batalla en el lugar del esquife, como su capitán lo mandó y le dio orden, con otros soldados. Y acabada la batalla, como el señor don Juan supo y entendió cuán bien lo había hecho y peleado el dicho Miguel de Cervantes, le acrescentó y le dio cuatro ducados más de su paga... De la dicha batalla naval salió herido de dos arcabuzazos en el pecho y en una mano, de que quedó estropeado de la dicha mano."
De ahí procede el apodo de el manco de Lepanto.
Es considerado una de las máximas figuras de la literatura española y universalmente conocido por haber escrito "Don Quijote de la Mancha", que muchos críticos han descrito como la primera novela moderna y una de las mejores obras de la literatura universal. Se le ha dado el sobrenombre de «Príncipe de los Ingenios».
Sus abuelos paternos fueron el licenciado en leyes Juan de Cervantes y doña Leonor de Torreblanca, hija de Juan Luis de Torreblanca, un médico cordobés.
Su padre se llamaba Rodrigo de Cervantes (1509-1585), era cirujano- barbero, una peculiar profesión, cuya labor era de lo más dispar, igual cortaban la barba y el pelo que hacían sangrías, extraían muelas o blanqueaban los dientes con aguafuerte,
Este oficio surgió por las disputas de los gremios de cirujanos y barberos, ya que los primeros eran gente con estudios, pero además de cobrar más, los barberos eran más solicitados por la diversidad de servicios que prestaban, y muchos contaban con la confianza de nobles a los que prestaban sus servicios y que no creían demasiado en la medicina de aquella época.
Rodrigo de Cervantes padecía desde niño una extrema sordera, por lo que sus hijos solían acompañarlo a menudo para actuar como intérpretes en su trabajo.
Rodrigo de Cervantes se casó con Leonor de Cortinas, de la cual apenas se sabe nada, excepto que era natural de Arganda del Rey.
La pareja tuvo siete hijos .
El día exacto del nacimiento de Miguel de Cervantes (el sexto hijo) es desconocido, aunque es probable que naciera el 29 de septiembre, fecha en que se celebra la fiesta del arcángel San Miguel, dada la tradición de recibir el nombre del santoral. Miguel de Cervantes fue bautizado en Alcalá de Henares (España) el 9 de octubre de 1547, en la parroquia de Santa María la Mayor.
Texto del acta del bautizo :
" Domingo, nueve días del mes de octubre, año del Señor de mill e quinientos e quarenta e siete años, fue baptizado Miguel, hijo de Rodrigo Cervantes e su mujer doña Leonor. Baptizóle el reverendo señor Bartolomé Serrano, cura de Nuestra Señora. Testigos, Baltasar Vázquez, Sacristán, e yo, que le bapticé e firme de mi nombre. Bachiller Serrano."
Los otros hijos del matrimonio de Rodrigo de Cervantes Saavedra y Leonor de Cortinas fueron: Andrés (1543), Andrea (1544), Luisa (1546), que llegó a ser Priora de un convento de Carmelitas; Rodrigo (1550), también soldado, que le acompañó en el cautiverio argelino; Magdalena (1554) y Juan, sólo conocido porque su padre lo menciona en el testamento
Entre los años 1551 - 1552, Rodrigo de Cervantes se trasladó con su familia a Valladolid. Por deudas, estuvo preso varios meses y sus bienes fueron embargados.
En el año 1555 en Córdoba, Miguel ingresó en el flamante colegio de los jesuitas.
Aunque no fuera persona de gran cultura, Rodrigo se preocupaba por la educación de sus hijos.
Miguel fue un lector precoz y sus dos hermanas sabían leer, cosa muy poco usual en la época, aun en las clases altas. Por lo demás, la situación de la familia era precaria.
No existen datos precisos sobre los primeros estudios de Miguel de Cervantes, que, sin duda, no llegaron a ser universitarios. Parece ser que pudo haber estudiado en Valladolid, Córdoba o Sevilla. También es posible que estudiara en la Compañía de Jesús, ya que en la novela El coloquio de los perros elabora una descripción de un colegio de jesuitas que parece una alusión a su vida estudiantil.
En 1556 se dirigió a Córdoba para recoger la herencia de Juan de Cervantes, abuelo del escritor, y huir de los acreedores.
Ese mismo año Leonor vendió el único sirviente que le quedaba y partieron hacia Madrid, con el fin de mejorar económicamente, pues esta ciudad era la puerta de España a las riquezas de las Indias y la tercera ciudad de Europa, tras París y Nápoles, en la segunda mitad del siglo XVI.
En el año 1568, establecidos en Madrid, asiste al Estudio de la Villa, regentado por el catedrático de gramática Juan López de Hoyos, quien en 1569 publicó un libro sobre la enfermedad y muerte de la reina doña Isabel de Valois, la tercera esposa de Felipe II.
López de Hoyos incluye en ese libro dos poesías de Cervantes. Esas fueron sus primeras manifestaciones literarias.
En estos años Cervantes se aficionó al teatro viendo las representaciones de Lope de Rueda y, según declara en la segunda parte del Quijote, al parecer por boca del personaje principal, «se le iban los ojos tras la farándula».
Batalla de Lepanto 1571. Óleo sobre lienzo.- National Maritime Museum (BHC0261)
El 7 de octubre de 1571 participó en la batalla de Lepanto, "la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros", formando parte de la armada cristiana, dirigida por don Juan de Austria, «hijo del rayo de la guerra Carlos V, de felice memoria», y hermanastro del rey, y donde participaba uno de los más famosos marinos de la época, el marqués de Santa Cruz, que residía en La Mancha, en Viso del Marqués. En una información legal elaborada ocho años más tarde se dice:
"Cuando se reconosció el armada del Turco, en la dicha batalla naval, el dicho Miguel de Cervantes estaba malo y con calentura, y el dicho capitán... y otros muchos amigos suyos le dijeron que, pues estaba enfermo y con calentura, que estuviese quedo abajo en la cámara de la galera; y el dicho Miguel de Cervantes respondió que qué dirían de él, y que no hacía lo que debía, y que más quería morir peleando por Dios y por su rey, que no meterse so cubierta, y que con su salud... Y peleó como valente soldado con los dichos turcos en la dicha batalla en el lugar del esquife, como su capitán lo mandó y le dio orden, con otros soldados. Y acabada la batalla, como el señor don Juan supo y entendió cuán bien lo había hecho y peleado el dicho Miguel de Cervantes, le acrescentó y le dio cuatro ducados más de su paga... De la dicha batalla naval salió herido de dos arcabuzazos en el pecho y en una mano, de que quedó estropeado de la dicha mano."
De ahí procede el apodo de el manco de Lepanto.
La mano izquierda no le fue cortada, sino que se le anquilosó al perder el movimiento de la misma cuando un trozo de plomo le seccionó un nervio.
Aquellas heridas no debieron ser demasiado graves, pues, tras seis meses de permanencia en un hospital de Messina, Cervantes reanudó su vida militar.
El 26 de septiembre de 1575, durante su regreso desde Nápoles a España, a bordo de la galera Sol, una flotilla turca comandada por Arnaut Mamí hizo presos a Miguel y a su hermano Rodrigo.
Fueron capturados a la altura de Cadaqués de Rosas o Palamós, en la actualidad llamada Costa Brava, y llevados a Argel.
Cervantes es adjudicado como esclavo al renegado griego Dali Mamí. El hecho de habérsele encontrado en su poder las cartas de recomendación que llevaba de don Juan de Austria y del Duque de Sessa, hizo pensar a sus captores que Cervantes era una persona muy importante, y por quien podrían conseguir un buen rescate. Pidieron quinientos escudos de oro por su libertad.
En los cinco años de aprisionamiento, Cervantes, un hombre con un fuerte espíritu y motivación, trató de escapar en cuatro ocasiones.
Retrato de Cervantes realizado por Eduardo Balaca.
El 26 de septiembre de 1575, durante su regreso desde Nápoles a España, a bordo de la galera Sol, una flotilla turca comandada por Arnaut Mamí hizo presos a Miguel y a su hermano Rodrigo.
Fueron capturados a la altura de Cadaqués de Rosas o Palamós, en la actualidad llamada Costa Brava, y llevados a Argel.
Cervantes es adjudicado como esclavo al renegado griego Dali Mamí. El hecho de habérsele encontrado en su poder las cartas de recomendación que llevaba de don Juan de Austria y del Duque de Sessa, hizo pensar a sus captores que Cervantes era una persona muy importante, y por quien podrían conseguir un buen rescate. Pidieron quinientos escudos de oro por su libertad.
En los cinco años de aprisionamiento, Cervantes, un hombre con un fuerte espíritu y motivación, trató de escapar en cuatro ocasiones.
Para evitar represalias en sus compañeros de cautiverio, se hizo responsable de todo ante sus enemigos. Prefirió la tortura a la delación. Gracias a la información oficial y al libro de fray Diego de Haedo Topografía e historia general de Argel (1612), tenemos posesión de noticias importantes sobre el cautiverio.
Tales notas se complementan con sus comedias Los tratos de Argel; Los baños de Argel y el relato de la historia del Cautivo, que se incluye en la primera parte del Quijote, entre los capítulos 39 y 41.
Sin embargo, desde hace tiempo se sabe que la obra publicada por Haedo no era suya, algo que él mismo ya reconoce. Según Emilio Sola, su autor fue Antonio de Sosa, benedictino compañero de cautiverio de Cervantes y dialoguista de la misma obra.
Daniel Eisenberg ha propuesto que la obra no es de Sosa, quien no era escritor, sino del gran escritor cautivo en Argel, con cuyos escritos la obra de Haedo muestra muy extensas semejanzas. A ser cierto, la obra de Haedo deja de ser confirmación independiente de la conducta cervantina en Argel, sino uno más de los escritos del mismo Cervantes que ensalzan su heroísmo.
El primer intento de fuga fracasó, porque el moro que tenía que conducir a Cervantes y a sus compañeros a Orán, los abandonó en la primera jornada. Los presos tuvieron que regresar a Argel, donde fueron encadenados y vigilados más que antes. Mientras tanto, la madre de Cervantes había conseguido reunir cierta cantidad de ducados, con la esperanza de poder rescatar a sus dos hijos.
El primer intento de fuga fracasó, porque el moro que tenía que conducir a Cervantes y a sus compañeros a Orán, los abandonó en la primera jornada. Los presos tuvieron que regresar a Argel, donde fueron encadenados y vigilados más que antes. Mientras tanto, la madre de Cervantes había conseguido reunir cierta cantidad de ducados, con la esperanza de poder rescatar a sus dos hijos.
En 1577 se concertaron los tratos, pero la cantidad no era suficiente para rescatar a los dos. Miguel prefirió que fuera puesto en libertad su hermano Rodrigo, quien regresó a España.
Rodrigo llevaba un plan elaborado por su hermano para liberarlo a él y a sus catorce o quince compañeros más. Cervantes se reunió con los otros presos en una cueva oculta, en espera de una galera española que vendría a recogerlos.
La galera, efectivamente, llegó e intentó acercarse por dos veces a la playa; pero, finalmente, fue apresada.
Los cristianos escondidos en la cueva también fueron descubiertos, debido a la delación de un cómplice traidor, apodado El Dorador. Cervantes se declaró como único responsable de organizar la evasión e inducir a sus compañeros.
El rey (gobernador turco) de Argel, Azán Bajá, lo encerró en su «baño» o presidio, cargado de cadenas, donde permaneció durante cinco meses.
El tercer intento, lo trazó Cervantes con la finalidad de llegar por tierra hasta Orán.
El tercer intento, lo trazó Cervantes con la finalidad de llegar por tierra hasta Orán.
Envió allí un moro fiel con cartas para Martín de Córdoba, general de aquella plaza, explicándole el plan y pidiéndole guías. Sin embargo, el mensajero fue preso y las cartas descubiertas. En ellas se demostraba que era el propio Miguel de Cervantes quien lo había tramado todo.
Fue condenado a recibir dos mil palos, sentencia que no se realizó porque muchos fueron los que intercedieron por él. Mediante una revisión de los documentos relacionados con el cautiverio de Cervantes y otras fuentes del período, Natalio Ohanna explica las razones de esta indulgencia al comprobar que en la Berbería de los siglos XVI y XVII existían unos vínculos amistosos y de cooperación entre los cautivos cristianos y la influyente comunidad de musulmanes nuevos, en la que Miguel de Cervantes mantenía verdaderas alianzas.
El último intento de escapar se produjo gracias a una importante suma de dinero que le entregó un mercader valenciano que estaba en Argel. Cervantes adquirió una fragata capaz de transportar a sesenta cautivos cristianos. Cuando todo estaba a punto de solucionarse, uno de los que debían ser liberados, el ex dominico doctor Juan Blanco de Paz, reveló todo el plan a Azán Bajá.
El último intento de escapar se produjo gracias a una importante suma de dinero que le entregó un mercader valenciano que estaba en Argel. Cervantes adquirió una fragata capaz de transportar a sesenta cautivos cristianos. Cuando todo estaba a punto de solucionarse, uno de los que debían ser liberados, el ex dominico doctor Juan Blanco de Paz, reveló todo el plan a Azán Bajá.
Como recompensa el traidor recibió un escudo y una jarra de manteca. Azán Bajá trasladó a Cervantes a una prisión más segura, en su mismo palacio. Después, decidió llevarlo a Constantinopla, donde la fuga resultaría una empresa casi imposible de realizar. De nuevo, Cervantes asumió toda responsabilidad.
En mayo de 1580, llegaron a Argel los padres Trinitarios (esa orden se ocupaba en tratar de liberar cautivos, incluso se cambiaban por ellos) fray Antonio de la Bella y fray Juan Gil. Fray Antonio partió con una expedición de rescatados. Fray Juan Gil, que únicamente disponía de trescientos escudos, trató de rescatar a Cervantes, por el cual se exigían quinientos. El fraile se ocupó de recolectar entre los mercaderes cristianos la cantidad que faltaba. La reunió cuando Cervantes estaba ya en una de las galeras en que Azán Bajá zarparía rumbo a Constantinopla, atado con «dos cadenas y un grillo». Gracias a los 500 escudos tan arduamente reunidos, Cervantes es liberado el 19 de septiembre de 1580.
El 24 de octubre regresó, al fin, a España con otros cautivos también rescatados.
Llegó a Denia, desde donde se trasladó a Valencia. En noviembre o diciembre regresa con su familia a Madrid.
En mayo de 1581 Cervantes se trasladó a Portugal, donde se hallaba entonces la corte de Felipe II, con el propósito de encontrar algo con lo que rehacer su vida y pagar las deudas que había obtenido su familia para rescatarle de Argel.
Le encomendaron una comisión secreta en Orán, puesto que él tenía muchos conocimientos de la cultura y costumbres del norte de África. Por ese trabajo recibió 50 escudos.
Regresó a Lisboa y a finales de año volvió a Madrid.
En febrero de 1582, solicita un puesto de trabajo vacante en las Indias; sin conseguirlo.
En estos años, el escritor tiene relaciones amorosas con Ana Villafranca (o Franca) de Rojas, la mujer de Alonso Rodríguez, un tabernero. De la relación nació una hija que se llamó Isabel de Saavedra, que él reconoció.
El 12 de diciembre de 1584, contrae matrimonio con Catalina de Salazar y Palacios en el pueblo toledano de Esquivias. Catalina era una joven que no llegaba a los veinte años y que aportó una pequeña dote. Se supone que el matrimonio no sólo fue estéril, sino un fracaso. A los dos años de casados, Cervantes comienza sus extensos viajes por Andalucía.
Es muy probable que entre los años 1581 y 1583 Cervantes escribiera "La Galatea", su primera obra literaria en volumen y trascendencia.
Se publicó en Alcalá de Henares en 1585. Hasta entonces sólo había publicado algunas composiciones en libros ajenos, en romanceros y cancioneros, que reunían producciones de diversos poetas.
"La Galatea" apareció dividida en seis libros, aunque sólo escribió la «primera parte». Cervantes prometió continuar la obra; sin embargo, jamás llegó a imprimirse. En el prólogo la obra es calificada como «égloga» y se insiste en la afición que Cervantes ha tenido siempre a la poesía. Se trata de una novela pastoril, género que había establecido en España la Diana de Jorge de Montemayor. Aún se pueden observar las lecturas que realizó cuando fue soldado en Italia.
El matrimonio con su esposa no resultó. Se separó de la misma a los dos años, sin haber llegado a tener hijos.
Cervantes nunca habla de su esposa en sus muchos textos autobiográficos, a pesar de ser él quien estrenó en la literatura española el tema del divorcio, entonces imposible en un país católico, con el entremés El juez de los divorcios. Se supone que el matrimonio fue infeliz, aunque en ese entremés sostiene que «más vale el peor concierto / que no el divorcio mejor».
1584 Estreno en Madrid de Los tratos de Argel y Numancia. Contrae matrimonio con Catalina de Salazar y Palacios.
1585 Publica la obra pastoril "La Galatea". Escribe las dos primeras comedias "La comedia de la confusión" y "Tratado de Constantinopla y muerte de Selim" (ambas desaparecidas).
En 1587 ingresó en la Academia Imitatoria, primer círculo literario madrileño, y ese mismo año fue designado comisario real de abastos (recaudador de especies) para la Armada Invencible. También este destino le fue adverso: en Écija se enfrentó con la Iglesia por su excesivo celo recaudatorio y fue excomulgado.
En Castro del Río fue encarcelado, en 1592, acusado de vender parte del trigo requisado, hasta que, al morir su madre en 1594, abandonó Andalucía y volvió a Madrid.
Pero sus penurias económicas siguieron acompañándole. Nombrado recaudador de impuestos, quebró el banquero a quien había entregado importantes sumas y Cervantes dio con sus huesos en la prisión, esta vez en la de Sevilla, donde permaneció cinco meses.
En esta época de extrema carencia comenzó probablemente la redacción del Quijote.
En 1605, a principios de año, apareció en Madrid "El ingenioso hidalgo don Quijote de La Mancha".
Miguel de Cervantes era por entonces hombre enjuto, delgado, de cincuenta y ocho años, tolerante con su turbulenta familia, poco hábil para ganar dinero, pusilánime en tiempos de paz y decidido en los de guerra.
La fama fue inmediata, pero los efectos económicos apenas se hicieron notar.
En mayo de 1580, llegaron a Argel los padres Trinitarios (esa orden se ocupaba en tratar de liberar cautivos, incluso se cambiaban por ellos) fray Antonio de la Bella y fray Juan Gil. Fray Antonio partió con una expedición de rescatados. Fray Juan Gil, que únicamente disponía de trescientos escudos, trató de rescatar a Cervantes, por el cual se exigían quinientos. El fraile se ocupó de recolectar entre los mercaderes cristianos la cantidad que faltaba. La reunió cuando Cervantes estaba ya en una de las galeras en que Azán Bajá zarparía rumbo a Constantinopla, atado con «dos cadenas y un grillo». Gracias a los 500 escudos tan arduamente reunidos, Cervantes es liberado el 19 de septiembre de 1580.
El 24 de octubre regresó, al fin, a España con otros cautivos también rescatados.
Llegó a Denia, desde donde se trasladó a Valencia. En noviembre o diciembre regresa con su familia a Madrid.
En mayo de 1581 Cervantes se trasladó a Portugal, donde se hallaba entonces la corte de Felipe II, con el propósito de encontrar algo con lo que rehacer su vida y pagar las deudas que había obtenido su familia para rescatarle de Argel.
Le encomendaron una comisión secreta en Orán, puesto que él tenía muchos conocimientos de la cultura y costumbres del norte de África. Por ese trabajo recibió 50 escudos.
Regresó a Lisboa y a finales de año volvió a Madrid.
En febrero de 1582, solicita un puesto de trabajo vacante en las Indias; sin conseguirlo.
En estos años, el escritor tiene relaciones amorosas con Ana Villafranca (o Franca) de Rojas, la mujer de Alonso Rodríguez, un tabernero. De la relación nació una hija que se llamó Isabel de Saavedra, que él reconoció.
El 12 de diciembre de 1584, contrae matrimonio con Catalina de Salazar y Palacios en el pueblo toledano de Esquivias. Catalina era una joven que no llegaba a los veinte años y que aportó una pequeña dote. Se supone que el matrimonio no sólo fue estéril, sino un fracaso. A los dos años de casados, Cervantes comienza sus extensos viajes por Andalucía.
Es muy probable que entre los años 1581 y 1583 Cervantes escribiera "La Galatea", su primera obra literaria en volumen y trascendencia.
Se publicó en Alcalá de Henares en 1585. Hasta entonces sólo había publicado algunas composiciones en libros ajenos, en romanceros y cancioneros, que reunían producciones de diversos poetas.
"La Galatea" apareció dividida en seis libros, aunque sólo escribió la «primera parte». Cervantes prometió continuar la obra; sin embargo, jamás llegó a imprimirse. En el prólogo la obra es calificada como «égloga» y se insiste en la afición que Cervantes ha tenido siempre a la poesía. Se trata de una novela pastoril, género que había establecido en España la Diana de Jorge de Montemayor. Aún se pueden observar las lecturas que realizó cuando fue soldado en Italia.
El matrimonio con su esposa no resultó. Se separó de la misma a los dos años, sin haber llegado a tener hijos.
Cervantes nunca habla de su esposa en sus muchos textos autobiográficos, a pesar de ser él quien estrenó en la literatura española el tema del divorcio, entonces imposible en un país católico, con el entremés El juez de los divorcios. Se supone que el matrimonio fue infeliz, aunque en ese entremés sostiene que «más vale el peor concierto / que no el divorcio mejor».
1584 Estreno en Madrid de Los tratos de Argel y Numancia. Contrae matrimonio con Catalina de Salazar y Palacios.
1585 Publica la obra pastoril "La Galatea". Escribe las dos primeras comedias "La comedia de la confusión" y "Tratado de Constantinopla y muerte de Selim" (ambas desaparecidas).
En 1587 ingresó en la Academia Imitatoria, primer círculo literario madrileño, y ese mismo año fue designado comisario real de abastos (recaudador de especies) para la Armada Invencible. También este destino le fue adverso: en Écija se enfrentó con la Iglesia por su excesivo celo recaudatorio y fue excomulgado.
Argamasilla
de Alba. Aunque es difícil confirmar la autenticidad del lugar, es
probable que ésta fuese la celda a la que se refería Cervantes cuando
dijo que concibió el Quijote en prisión. Se encuentra restaurada y
abierta al público en la población de Argamasilla de Alba.
En Castro del Río fue encarcelado, en 1592, acusado de vender parte del trigo requisado, hasta que, al morir su madre en 1594, abandonó Andalucía y volvió a Madrid.
Pero sus penurias económicas siguieron acompañándole. Nombrado recaudador de impuestos, quebró el banquero a quien había entregado importantes sumas y Cervantes dio con sus huesos en la prisión, esta vez en la de Sevilla, donde permaneció cinco meses.
En esta época de extrema carencia comenzó probablemente la redacción del Quijote.
Casa que ocupó el escritor en Valladolid entre los años 1604 y 1606 y que coincidiría con la publicación de la primera edición del Quijote, en 1605. Actualmente es un museo.
En 1604 la familia de Cervantes, su esposa, sus hermanas de tan dudosa reputación y su aguerrida hija natural, así como sus sobrinas, siguieron a la corte a Valladolid, hasta que el rey Felipe III ordenó el retorno a Madrid.
Portada de la primera edición de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, aparecida en 1605.
En 1605, a principios de año, apareció en Madrid "El ingenioso hidalgo don Quijote de La Mancha".
Miguel de Cervantes era por entonces hombre enjuto, delgado, de cincuenta y ocho años, tolerante con su turbulenta familia, poco hábil para ganar dinero, pusilánime en tiempos de paz y decidido en los de guerra.
La fama fue inmediata, pero los efectos económicos apenas se hicieron notar.
Cuando, en junio de 1605, toda la familia Cervantes, con el escritor a la cabeza, fue a la cárcel por unas horas a causa de un turbio asunto que sólo tangencialmente les tocaba (la muerte de un caballero asistido por las mujeres de la familia, ocurrida tras ser herido aquél a las puertas de la casa), don Quijote y Sancho ya pertenecían al acervo popular. Su autor, mientras tanto, seguía pasando estrecheces. La segunda lo hará en 1615.
No le ofreció respiro ni siquiera la vida literaria.
Animado por el éxito del Quijote, ingresó en 1609 en la Cofradía de Esclavos del Santísimo Sacramento, a la que también pertenecían Lope de Vega y Quevedo. Era ésta costumbre de la época, que ofrecía a Cervantes la oportunidad de obtener algún protectorado.
En aquel mismo año se firmó el decreto de expulsión de los moriscos y se acentuó el endurecimiento de la vida social española sometida al rigor inquisitorial.
Cervantes saludó la expulsión con alegría, mientras su hermana Magdalena ingresaba en una orden religiosa.
Fueron años de redacción de testamentos y contiendas sórdidas: Magdalena había excluido del suyo a Isabel en favor de otra sobrina, Constanza, y Cervantes renunció a su parte de la finca de su hermano también en favor de aquélla, dejando fuera a su propia hija, enzarzada en un pleito interminable con el propietario de la casa en la que vivía y en el que Cervantes se había visto obligado a declarar a favor de su hija.
A pesar de no haber conseguido (como tampoco lo logró Góngora) ser incluido en el séquito de su mecenas el nuevo virrey de Nápoles, el conde de Lemos, quien, sin embargo, le daba muestras concretas de su favor, Cervantes escribió a un ritmo imparable.
Las "Novelas ejemplares", aparecieron en 1613; el " Viaje al Parnaso", en verso, 1614.
Ese mismo año lo sorprendió la aparición, en Tarragona, de una segunda parte del Quijote, por un tal Avellaneda, que se proclamó auténtica continuación de las aventuras del hidalgo. Así, enfermo y urgido, mientras impulsaba la aparición de las Ocho comedias y ocho entremeses nuevos nunca representados (1615), acabó la segunda parte del Quijote, que aparecería en el curso del mismo año.
A principios de 1616 estaba terminando su novela de aventuras en estilo bizantino, "Los trabajos de Persiles y Segismunda".
El 19 de abril recibió la extremaunción y al día siguiente redactó la dedicatoria al conde de Lemos, ofrenda que ha sido considerada como exquisita muestra de su genio y conmovedora expresión autobiográfica: «Ayer me dieron la extremaunción y hoy escribo ésta; el tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan y, con todo esto, llevo la vida sobre el deseo que tengo de vivir...».
Unos meses antes de su muerte, Cervantes tuvo una recompensa moral por sus penurias e infortunios económicos: uno de los censores, el licenciado Marques Torres, le envió una recomendación en la que relataba una conversación mantenida en febrero de 1615 con notables caballeros del séquito del embajador francés ante la corte Mariela:
«Preguntáronme muy por menor su edad, su profesión, calidad y cantidad. Halléme obligado a decir que era viejo, soldado, hidalgo y pobre, a que uno respondió estas formales palabras: "Pues ¿a tal hombre no le tiene España muy rico y sustentado del erario público?".
No le ofreció respiro ni siquiera la vida literaria.
Animado por el éxito del Quijote, ingresó en 1609 en la Cofradía de Esclavos del Santísimo Sacramento, a la que también pertenecían Lope de Vega y Quevedo. Era ésta costumbre de la época, que ofrecía a Cervantes la oportunidad de obtener algún protectorado.
En aquel mismo año se firmó el decreto de expulsión de los moriscos y se acentuó el endurecimiento de la vida social española sometida al rigor inquisitorial.
Cervantes saludó la expulsión con alegría, mientras su hermana Magdalena ingresaba en una orden religiosa.
Fueron años de redacción de testamentos y contiendas sórdidas: Magdalena había excluido del suyo a Isabel en favor de otra sobrina, Constanza, y Cervantes renunció a su parte de la finca de su hermano también en favor de aquélla, dejando fuera a su propia hija, enzarzada en un pleito interminable con el propietario de la casa en la que vivía y en el que Cervantes se había visto obligado a declarar a favor de su hija.
A pesar de no haber conseguido (como tampoco lo logró Góngora) ser incluido en el séquito de su mecenas el nuevo virrey de Nápoles, el conde de Lemos, quien, sin embargo, le daba muestras concretas de su favor, Cervantes escribió a un ritmo imparable.
Las "Novelas ejemplares", aparecieron en 1613; el " Viaje al Parnaso", en verso, 1614.
Ese mismo año lo sorprendió la aparición, en Tarragona, de una segunda parte del Quijote, por un tal Avellaneda, que se proclamó auténtica continuación de las aventuras del hidalgo. Así, enfermo y urgido, mientras impulsaba la aparición de las Ocho comedias y ocho entremeses nuevos nunca representados (1615), acabó la segunda parte del Quijote, que aparecería en el curso del mismo año.
A principios de 1616 estaba terminando su novela de aventuras en estilo bizantino, "Los trabajos de Persiles y Segismunda".
El 19 de abril recibió la extremaunción y al día siguiente redactó la dedicatoria al conde de Lemos, ofrenda que ha sido considerada como exquisita muestra de su genio y conmovedora expresión autobiográfica: «Ayer me dieron la extremaunción y hoy escribo ésta; el tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan y, con todo esto, llevo la vida sobre el deseo que tengo de vivir...».
Unos meses antes de su muerte, Cervantes tuvo una recompensa moral por sus penurias e infortunios económicos: uno de los censores, el licenciado Marques Torres, le envió una recomendación en la que relataba una conversación mantenida en febrero de 1615 con notables caballeros del séquito del embajador francés ante la corte Mariela:
«Preguntáronme muy por menor su edad, su profesión, calidad y cantidad. Halléme obligado a decir que era viejo, soldado, hidalgo y pobre, a que uno respondió estas formales palabras: "Pues ¿a tal hombre no le tiene España muy rico y sustentado del erario público?".
Acudió otro de aquellos caballeros con este pensamiento y con mucha agudeza: "Si necesidad le ha de obligar a escribir, plaga a Dios que nunca tenga abundancia, para que con sus obras, siendo él pobre, haga rico a todo el mundo"».
En efecto, ya circulaban traducciones al inglés y al francés desde 1612, y puede decirse que Cervantes supo que con "El Quijote" creaba una forma literaria nueva.
Supo también que introducía el género de la novela corta en castellano con sus "Novelas ejemplares" y sin duda adivinaba los ilimitados alcances de la pareja de personajes que había concebido.
Sus contemporáneos, si bien reconocieron la viveza de su ingenio, no vislumbraron la profundidad del descubrimiento del Quijote, fundación misma de la novela moderna.
1616 Entre el 22 y el 23 de abril murió en su casa de Madrid, asistido por su esposa y una de sus sobrinas; envuelto en su hábito franciscano y con el rostro sin cubrir, fue enterrado en el convento de las trinitarias descalzas, en la entonces llamada calle de Cantarranas. Hoy se desconoce la localización exacta de su tumba.
En efecto, ya circulaban traducciones al inglés y al francés desde 1612, y puede decirse que Cervantes supo que con "El Quijote" creaba una forma literaria nueva.
Supo también que introducía el género de la novela corta en castellano con sus "Novelas ejemplares" y sin duda adivinaba los ilimitados alcances de la pareja de personajes que había concebido.
Sus contemporáneos, si bien reconocieron la viveza de su ingenio, no vislumbraron la profundidad del descubrimiento del Quijote, fundación misma de la novela moderna.
1616 Entre el 22 y el 23 de abril murió en su casa de Madrid, asistido por su esposa y una de sus sobrinas; envuelto en su hábito franciscano y con el rostro sin cubrir, fue enterrado en el convento de las trinitarias descalzas, en la entonces llamada calle de Cantarranas. Hoy se desconoce la localización exacta de su tumba.
Placa esculpida dedicada a Miguel de Cervantes en la fachada norte del Convento de las Trinitarias de Madrid, en donde fue enterrado.
HOMENAJES
Emisión de sellos postales
Detalle
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Emisión de sellos postales
Detalle
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Monumento a Miguel de Cervantes es un monumento de 1929 que se encuentra en la Plaza de España, en el Barrio de Palacio de Madrid, España y que conmemora la obra del escritor.
Estatua de Cervantes se encuentra en la plaza de la Universidad de Valladolid, colocada frente a ella.
La Estatua de Miguel de Cervantes Saavedra se localiza en la Plaza de San Fernando, frente a la Iglesia del mismo nombre en el corazón de la ciudad de Guanajuato, México.
Comentario de la novela "Don Quijote de la Mancha" por Vargas LLosas
Estatua de Cervantes se encuentra en la plaza de la Universidad de Valladolid, colocada frente a ella.
La Estatua de Miguel de Cervantes Saavedra se localiza en la Plaza de San Fernando, frente a la Iglesia del mismo nombre en el corazón de la ciudad de Guanajuato, México.
La Estatua de Miguel de Cervantes Saavedra se localiza en la Avda. 18 de Julio y Tristán Narvaja, frente a Biblioteca Nacional, en la ciudad de Montevideo, Uruguay .
Afirman que restos hallados en
Madrid son de Cervantes, "sin discrepancia"
Martes, 17 de Marzo 2015 | 6:44
am -Créditos: EFE
El director de la búsqueda de
los restos de Miguel de Cervantes, Francisco Etxebarria, confirmó que entre los
fragmentos se encuentran algunos pertenecientes al escritor, sin
"discrepancias".
El forense y director de la
búsqueda de los restos de Miguel de Cervantes, Francisco Etxebarria, confirmó
este martes 17 que "es posible considerar que entre los fragmentos"
encontrados en la cripta de la iglesia madrileña de las Trinitarias "se
encuentran algunos" pertenecientes al escritor, sin
"discrepancias".
La Agencia Efe informó el
pasado día 11 del hallazgo de los restos de Cervantes y su esposa, Catalina de
Salazar, cuyos detalles desvelaron los investigadores en rueda de prensa, a la
que asistió también la alcaldesa de
Madrid, Ana Botella, quien afirmó que este hallazgo contribuye a la historia y
la cultura de España.
Según explicaron los
investigadores, en la búsqueda aparecieron restos muy descompuestos asociados
al escritor del Quijote, a su esposa y a las primeras personas enterradas en la
iglesia primitiva, que estaba ubicada en un punto distinto al actual.
Esos restos fueron inhumados
entre 1612 y 1630 de la iglesia primitiva de las Trinitarias, ubicada al
contrario de lo que se pensaba hasta ahora en un lugar distinto al actual, y
que fueron trasladados juntos a la cripta entre 1698 y 1730, en el momento en
que estaban terminando las obras de construcción del convento.
Según la antropóloga Almudena
García Cid, concretamente hay restos de un mínimo de cinco niños y un mínimo de
diez adultos (de ellos cuatro masculinos, dos femeninos, dos indeterminados y
dos probablemente masculinos), lo que se corresponde con los 17 enterramientos
documentados en la iglesia inicial.
No se han practicado pruebas
de ADN porque, según informó el forense Francisco Etxeberria, solamente podría
contrastarse con el de una hermana del padre de "El ingenioso hidalgo don
Quijote de la Mancha", cuyos restos están en un osario común de un
convento de Alcalá de Henares, a las afueras de Madrid.
Los restos estaban en el
subsuelo, en el conjunto que los investigadores nombraron con el número 32, y
aparecieron junto con elementos y ropajes que permitieron datarlos con los del
siglo XVII y contrastarlos con la documentación histórica.
Esta investigación, liderada
por el forense Luis Avial y el georradarista Francisco Etxebarria, costó
124.000 euros (unos 130.000 dólares) y estuvo apoyada por el Ayuntamiento de
Madrid.
EFE
Comentario de la novela "Don Quijote de la Mancha" por Vargas LLosas
MARIO VARGAS LLOSA
UNA NOVELA
PARA
EL SIGLO XXI
Antes que nada, Don Quijote de la Mancha, la inmortal novela de Cervantes, es una imagen: la de un hidalgo cincuentón, embutido en una armadura anacrónica y tan esquelético
como su caballo, que, acompañado por un campesino basto y gordinflón
montado en un asno, que hace las veces de escudero, recorre las llanuras de la Mancha, heladas en invierno y
candentes en verano, en busca de aventuras.
lo anima un designio enloquecido: resucitar el tiempo eclipsado siglos atrás (y que, por lo demás, nunca existió) de los caballeros
andantes, que recorrían el mundo socorriendo
a los débiles, desfaciendo tuertos
y haciendo reinar una justicia para los seres del común que de otro modo
éstos jamás alcanzarían, del que se ha impregnado
leyendo las novelas de caballerías, a las que
él atribuye la veracidad de escrupulosos libros de historia.
Este ideal
es imposible de alcanzar porque todo en la realidad en la que vive el Quijote lo desmiente: ya no hay caballeros andantes, ya nadie profesa las ideas ni respeta
los valo res que movían a aquéllos, ni la guerra es ya un asunto de desafíos
individuales en los que, ceñidos a un puntilloso ritual, dos caballeros
dirimen fuerzas.
Ahora, como se lamenta con melancolía el propio don Quijote en su discurso sobre las Armas y las Letras, la
guerra no la deciden las espadas y las lanzas, es decir, el coraje y la pericia del individuo, sino el tronar de los cañones y la pólvora, una artillería que, en el estruendo de las matanzas que provoca, ha volatilizado aquellos códigos del honor individual y las proe zas de los héroes que forjaron las siluetas míticas de un Amadís de Gaula, de un Tirante
el Blanco y de un Tristán de leonís.
¿Significa esto que Don Quijote
de la Mancha es un libro pasadista, que
la locura de Alonso Quijano nace de la desesperada
nostalgia de un mundo que se fue, de un rechazo visceral de la modernidad y el progreso? Eso sería cierto si el mundo que el Quijote añora y se empeña en resucitar hubiera alguna vez
formado parte de la historia. En verdad, sólo existió en la imaginación, en las leyendas y las utopías que fraguaron los seres humanos para huir de algún modo de la inseguridad y el salvajismo en que vivían y para encontrar refugio en una sociedad de orden, de honor, de principios, de justicieros y redentores civiles, que los desagraviara de las violencias y sufrimientos
que constituían la vida verdadera para los hombres y las mujeres
del Medioevo.
La literatura caballeresca que hace perder los sesos al Quijote ésta es una expresión que hay que tomar en un sentido metafórico más que literal
no es «realista», porque
las delirantes proezas de sus paladines no reflejan una realidad vivida.
Pero ella es una respuesta genuina, fantasiosa, cargada de ilusiones y anhelos y, sobre
todo, de rechazo, a un mundo muy
real en el que ocurría exactamente lo opuesto a ese quehacer ceremonioso y elegante, a esa representación en
la que siempre triunfaba la justicia, y el delito y el mal merecían castigo y sanciones, en
el que vivían, sumidos en la zozobra y la
desesperación, quienes leían (o escuchaban
leer en las tabernas y en las plazas)
ávida mente las novelas de caballerías.
Así, el sueño que convierte
a Alonso Quijano en don Quijote de la Mancha
no consiste en reactualizar el pasado, sino
en algo todavía mucho más ambicioso:
realizar
el mito, 'transformar la ficción en
historia viva.
Este empeño, que parece
un puro y simple dislate a quienes rodean a Alonso Quijano, y sobre todo a
sus amigos y conocidos de su anónima aldea
el cura, el barbero Nicolás, el ama y su sobrina, el bachiller Sansón Carrasco, va, sin embargo, poco a poco, en el transcurso de la novela, infiltrándose en la realidad, se
diría que debido a la fanática convicción con la que el Caballero de la Triste
Figura lo impone a su alrededor, sin arredrarlo en absoluto las palizas y los golpes y las desventuras
que por ello recibe por doquier.
En su espléndida interpretación
de la novela, Martín de Riquer insiste
en que, de principio a fin de su larga peripecia,
don Quijote
no cambia, se repite una y otra vez, sin que
vacile nunca su certeza de que son los encantadores los que trastocan la realidad
para que él parezca equivocarse cuando ataca molinos de viento,
odres de vino, carneros o peregrinos creyéndolos gigantes o enemigos.
Eso es, sin duda,
cierto. Pero, aunque el Quijote no cambia, encarcelado como está en su rígida visión
caballeresca del mundo, lo que sí va cambiando
es su entorno, las personas que lo circundan y la propia
realidad que, como contagiada de su poderosa locura, se va desrealizando poco a poco hasta como en
un cuento borgiano convertirse en ficción. Éste es
uno de los aspectos más sutiles y también
más modernos de la gran novela cervantina.
El gran tema de Don Quijote
de la Mancha es la ficción, su razón de ser, y la manera como ella, al infiltrarse en la vida, la va modelando, transformando. Así,
lo que parece a muchos lectores modernos el tema «borgiano» por antonomasia el
de Tlim, Uqbar, Orbis Tertius-: es, en verdad, un tema cervantino que, siglos
después, Borges resucitó, imprimiéndole un
sello personal. la ficción es un asunto central de la novela, porque el hidalgo manchego que es su protagonista
ha sido «desquiciado» también en su locura hay que ver una alegoría o un símbolo
antes que un diagnóstico clínico
por las fantasías de los libros de caballerías, y, creyendo que el
mundo es como lo describen las novelas
de Amadises y Palmerines, se lanza a él en busca de unas aventuras que vivirá de manera
paródica, provocando y padeciendo pequeñas catástrofes.
Él no saca de esas malas experiencias una lección de realismo. Con la inconmovible fe de los fanáticos, atribuye a malvados encantadores
que sus hazañas tornen siempre a desnaturalizarse y convertirse
en farsas. Al final, termina por salirse con la suya. la ficción
va contaminando lo vivido y la realidad se va gradualmente plegando a las excentricidades y fantasías de
don Quijote.
El propio Sancho Panza, a quien en los primeros capítulos de la
historia se nos presenta como un ser terrícola, materialista y pragmático a más no
poder, lo vemos, en la Segunda parte, sucumbiendo también
a los encantos de la fantasía, y, cuando ejerce la gobernación de la Ínsula Barataria, acomodándose de buena gana al mundo del embeleco y la ilusión.
Su lenguaje, que al principio de la historia es chusco, directo y popular, en la Segunda
parte se refina y hay episodios en que suena tan amanerado como el de su propio
amo.
¿No es ficción la estratagema
de que se vale el pobre Basilio para recuperar a la hermosa
Quiteria, impedir que se case
con el rico Camacho y lo haga más bien con él? (I, r 9 a 2 r, págs. r 66 r 87
). Basilio se «suicida» en plenos preparativos
de las bodas, clavándose un estoque y bañándose
en sangre. Y, en plena agonía, pide a Quiteria que, antes de morir, le dé su mano, o morirá sin
confesarse. Apenas lo hace Quiteria, Basilio
resucita, revelando que su suicidio era teatro, y que la sangre que vertió la llevaba escondida
en un pequeño canutillo.
La ficción tiene efecto,
sin embargo, y, con la ayuda de don Quijote,
se convierte en realidad, pues Basilio y
Quiteria unen sus vidas.
Los amigos del pueblo de
don Quijote, tan adversos a las novelerías literarias que hacen
una quema inquisitorial de su biblio teca,
con el pretexto de curar a Alonso Quijano de su locura recurren a la ficción: urden y protagonizan
representaciones para devolver al Caballero
de la Triste Figura a la cordura y al mundo real.
Pero, en
verdad, consiguen lo contrario: que la ficción comience a devorar la realidad.
El bachiller Sansón Carrasco se disfraza dos veces de caballero
andante, primero bajo el
seudónimo del Caballero de los Espejos, y, tres meses después, en Barcelona, como el Caballero de la Blanca Luna.
La primera vez el embauque resulta contraproducente, pues es el Quijote quien se sale con la suya; la segunda, en cambio, logra su propósito, derrota a aquél y le hace prometer que renunciará por un año a las armas y volverá
a su aldea, con lo que la historia se encamina hacia su desenlace.
Este final es un anticlímax
un tanto deprimente y forzado, y, tal vez por ello, Cervantes lo despachó rápidamente, en unas pocas páginas, porque hay
algo irregular, incluso irreal, en que don Alonso Quijano renuncie a la «locura» y vuelva a la realidad cuando ésta, en torno
suyo, ha mudado ya, en buena parte, en ficción,
como lo muestra el lloroso Sancho Panza (el hombre de la realidad) exhortando a su amo, junto a la cama en que éste agoniza, a que «no
se muera» y más bien se levante «y vámonos al campo vestidos de pastores» a interpretar en la vida real esa ficción pastoril
que es la última fantasía de don Quijote
(II, 74, pág. I 102).
Ese proceso de ficcionalización de
la realidad alcanza su apogeo con la aparición
de los misteriosos duques sin nombre, que, a partir
del capítulo 3 I de la Segunda parte, aceleran
y multiplican las mudanzas de los hechos
de la vida diaria en fantasías tea trales y novelescas. Los duques han leído la Primera parte de la historia, al igual que muchos otros
personajes, y cuando
encuen tran al Quijote y a Sancho Panza se hallan tan seducidos
por la novela como aquél por los libros de
caballerías. Y, entonces, disponen que en su castillo la vida se vuelva ficción,
que todo en ella reproduzca esa irrealidad en la que vive sumido
don Quijote.
Por muchos capítulos, la ficción suplantará a la vida, volviéndose ésta fantasía,
sueño realizado, literatura vivida.
Los duques lo hacen con la intención egoísta y algo despótica
de divertirse a costa
del loco y su escudero; eso creen ellos, al
menos.
Lo cierto es que
el juego los va corrompiendo, absorbiendo, al extremo de que, más tarde, cuando
don Quijote y Sancho parten rumbo a
Zaragoza, los duques no
se conforman y movilizan a sus criados y soldados
por toda la comarca hasta encontrarlos y
traerlos de nuevo al castillo, donde han
montado la fabulosa ceremonia fúnebre y la supuesta resurrección de Altisidora. En el mundo
de los duques, don Quijote deja de ser un excéntrico, está como en su casa porque todo lo que lo rodea es ficción, desde la
Ínsula Barataria donde por
fin realiza Sancho Panza su anhelo de
ser gobernador, hasta el
vuelo por el aire montado en Clavileño,
ese artificial cuadrúpedo escoltado por grandes fuelles para simular los vientos en los que el gran manchego galopa
por las nubes de la ilusión.
Al igual que
los duques, otro poderoso de la novela, don Antonio Moreno, que aloja y agasaja al Quijote
en la ciudad de Barcelona, monta también espectáculos
que desrealizan la realidad.
Por ejemplo, tiene en
su casa una cabeza encantada, de bronce,
que responde a las preguntas que se le formulan, pues conoce el futuro y el pasado de las gentes.
El narrador explica que se trata de
un «artificio»,
que la supuesta
adivinadora es una máquina hueca desde cuyo interior un estudiante responde a las preguntas. ¿No es esto vivir la ficción, teatralizar la vida, como lo hace don Quijote, aunque con menos ingenuidad y más malicia que éste?
Durante su estancia en Barcelona, cuando su
huésped don Antonio Moreno está paseando
a don Quijote por la ciudad (con un rótulo a la espalda que
lo identifica), le sale al paso un castellano que apostrofa así al Ingenioso Hidalgo: «Tú eres loco ... [y} tienes propiedad de volver
locos y mentecatos a cuantos te tratan y
comunican» (II, 62, pág. 102 5). El castellano tiene razón:
la locura de don Quijote su hambre de
irrealidad es contagiosa y ha propagado en torno suyo el apetito de ficción que lo posee. Esto explica la floración de historias, la selva de cuentos y novelas que es Don Quijote de la Mancha. No sólo el escurridizo Cide Hamete Benengeli,
el otro narrador de la novela,
que se jacta de ser apenas el transcriptor y traductor de aquél (aunque, en verdad, es también su editor, anotador y comentarista) delatan esa pasión por la vida fantaseada de la literatura, incorporando a la historia principal de don Quijote y Sancho, historias adventicias, como la de El curioso impertinente
y la de Cardenio y Dorotea.
También los personajes participan
de esa propensión o vicio narrativo que los lleva, como a la bella morisca, o al Caballero del Verde Gabán, o a la infanta Micomicona, a contar
historias ciertas o inventadas, lo
que va creando, en el curso de la novela,
un paisaje hecho de palabras y de imaginación que se superpone, hasta abolirlo por momentos,
al otro, ese paisaje natural tan poco realista, tan resumido en formas tópicas y de retórica convencional.
Don Quijote de la Mancha es una novela sobre
la ficción en la que la vida imaginaria está
por todas partes, en las peripecias, en
las bocas y hasta en el aire que respiran los personajes.
Al mismo tiempo que
una novela sobre
la ficción, el Quijote es un canto a
la libertad. Conviene detenerse
un momento
a reflexionar sobre la famosísima frase de
don Quijote a Sancho Panza: «La libertad,
Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con
ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por
la libertad así como por la honra se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a
los hombres» (II, 58, págs. 984985).
Detrás de la frase, y del
personaje de ficción que la pronuncia, asoma la silueta del propio
Miguel de Cervantes, que sabía muy bien de lo que hablaba. los cinco
años que pasó cautivo de los moros en Argel, y las tres veces que estuvo en la cárcel en España
por deudas y acusaciones de malos manejos cuando era inspector de contribuciones en Andalucía para la Armada, debían
de haber aguzado en él, como en pocos,
un apetito de libertad, y un horror a la falta de ella, que impregna de autenticidad y fuerza a aquella frase y da un particular sesgo libertario a la historia del Ingenioso Hidalgo.
¿Qué idea de la libertad
se hace don Quijote? La misma que, a
partir del siglo XVIII, se
harán en Europa los llamados liberales: la libertad es la soberanía
de un individuo para decidir su vida sin presiones ni condicionamientos, en exclusiva función de su inteligencia y voluntad. Es decir, lo que varios siglos más tarde, un Isaías Berlín definiría como «libertad negativa»,
la de estar libre de interferencias y coacciones para pensar, expresarse y actuar. Lo que anida en el corazón es esta idea de la libertad
es una desconfianza profunda de la autoridad,
de los desafueros que puede cometer el poder,
todo poder.
Recordemos que el Quijote
pronuncia esta alabanza exaltada de la libertad apenas
parte de los dominios de los anónimos duques, donde ha
sido tratado a cuerpo de rey por ese exuberante señor del castillo, la encarnación misma del
poder. Pero, en los halagos y mimos de que
fue objeto, el Ingenioso Hidalgo percibió un invisible corsé que amenazaba y rebajaba
su libertad «porque no lo gozaba con la libertad que lo gozara si [los regalos y la abundancia
que
se volcaron sobre él} fueran míos». El supuesto de esta afirmación es que el fundamento
de la libertad es la propiedad privada, y
que el verdadero gozo sólo es completo si, al gozar, una persona no ve recortada
su capacidad de iniciativa, su libertad de pensar y de actuar. Porque «las obligaciones de las recompensas de los beneficios
y mercedes recibidas son ataduras que no dejan campear al ánimo libre. ¡Venturoso
aquel a quien el cielo dio un pedazo de pan sin que le quede obligación de agradecerlo a otro que al mismo cielo!». No puede
ser más claro: la libertad es individual
y requiere un nivel mínimo de prosperidad
para ser real. Porque quien es pobre y depende de la dádiva o la caridad para sobrevivir,
nunca es totalmente libre. Es verdad que
hubo una
antiquísima época, como recuerda el
Quijote a los pasmados
cabreros en su discurso sobre la Edad
de Oro (I, r r, pág. 97) en que «la virtud y la bondad imperaban en el mundo», y
que en esa paradisíaca edad, anterior a la propiedad privada,
«los que en ella vivían ignoraban
estas dos palabras de tuyo y mío» y eran «todas las cosas comunes». Pero, luego,
la historia cambió, y llegaron
«nuestros detestables siglos», en los que, a fin de que hubiera seguridad y justicia,
«Se instituyó la orden de los caballeros andantes,
para defender las doncellas, amparar las viudas y socorrer a los huérfanos y
a los menesterosos».
El Quijote no cree
que la justicia, el orden
social, el progreso, sean funciones de
la autoridad, sino obra del quehacer de individuos
que, como sus modelos, los caballeros andantes, y él mismo,
se hayan echado sobre los hombros la tarea
de hacer menos injusto y más libre y próspero el mundo en el que viven.
Eso es el caballero andante: un individuo que, motivado por una vocación generosa, se lanza por los caminos, a buscar
remedio para todo lo que anda mal en el planeta. La autoridad, cuando aparece,
en vez de facilitarle la tarea, se la dificulta.
¿Dónde está la autoridad, en la España que recorre el Quijote a lo largo
de sus tres viajes? Tenemos que salir de la novela para saber que el rey de España al que se alude
algunas veces es Felipe III, porque, dentro
de la ficción, salvo contadísimas y fugaces apariciones, como la que hace el gobernador de Barcelona mientras don Quijote visita el puerto de esa ciudad, las autoridades brillan por su ausencia.
Y las instituciones que la encarnan,
como la Santa Hermandad, cuerpo de justicia en el mundo rural, de
la que se tiene anuncios durante las correrías
de don Quijote y Sancho, son mencionadas
más bien como algo lejano, oscuro y peligroso.
Don Quijote no tiene el menor reparo en enfrentarse a la autoridad y en desafiar las leyes cuando éstas chocan con su propia concepción
de la justicia y de la libertad.
En su primera salida, se enfrenta al rico Juan Haldudo, un vecino del Quintanar, que está azotando a uno de sus mozos porque le pierde sus ovejas, algo a lo que, según las
bárbaras costumbres de la época, tenía perfecto derecho. Pero este derecho es intolerable para el manchego, que rescata al mozo reparando
así lo que cree un abuso (apenas parte, Juan
Haldudo, pese a sus
promesas en contrario, vuelve a azotar a Andrés hasta dejarlo moribundo) (I, 4, pág. 50).
Como en éste, la novela está llena de episodios donde la visión individualista y libérrima de la justicia lleva al temerario hidalgo a desacatar los poderes, las leyes y los usos establecidos, en nombre
de lo que es para él un imperativo moral superior.
La aventura donde don Quijote
lleva su espíritu libertario a un extremo poco menos que suicida delatando que su idea de la libertad anticipa también algunos aspectos de la de los pensado res anarquistas de dos siglos
más tarde es una de las más célebres de
la novela: la liberación de los doce delincuentes, entre ellos el siniestro Ginés de Pasamonte, el futuro maese Pedro, que fuerza el Ingenioso
Hidalgo, pese a estar perfectamente consciente, por boca de ellos mismos, que se trata de rufiancillos condenados
por sus fechorías a ir a remar a las galeras
del rey.
Las razones que aduce para su abierto desafío a la autoridad «no es
bien que los hombres honrados sean verdugos de los otros hombres» disimulan
apenas, en su vaguedad, las verdaderas
motivaciones que transpiran de una conducta que, en este tema, es de una gran coherencia a lo largo de toda la
novela: su desmedido amor a la libertad, que él, si hay que elegir, antepone incluso a la justicia, y su profundo recelo de
la autoridad, que, para él, no es garantía de lo que llama de manera ambigua «la justicia distributiva», expresión en la que hay que entrever
un anhelo igualitarista que contrapesa por momentos su ideal libertario.
En este episodio, como para que no quede la menor duda de lo insumiso y libre que es su pensamiento, el Quijote hace un elogio del «oficio de alcahuete», «oficio de discretos
y necesarísimo en la república bien
ordenada», indignado de que se haya condenado a galeras por ejercerlo
a un viejo que, a
su juicio, por practicar la tercería debería más bien haber sido enviado «a
mandallas y a ser general de ellas» (I, 22, pág. 202).
Quien se atrevía a rebelarse de manera tan manifiesta contra la corrección política y moral imperante, era un «loco» sui generis, que, no sólo cuando hablaba de las novelas de caballerías decía y hacía cosas que cuestionaban
las raíces de la sociedad en que vivía.
¿Cuál es la imagen de España
que se levanta de las páginas de la novela cervantina?
La de un mundo vasto y diverso, sin fronteras geográficas, constituido
por un archipiélago de comunidades, aldeas y pueblos, a los que
los personajes dan el nombre de «patrias». Es una imagen muy semejante a aquella que las novelas de caballerías trazan
de los imperios o reinos donde suceden, ese
género que supuestamente Cervantes
quiso ridiculizar con Don Quijote de la Mancha (más bien, le rindió un soberbio home
naje y una de sus grandes proezas literarias consistió en actualizarlo, rescatando de él, mediante el juego y el humor, todo lo que en la narrativa caballeresca podía sobrevivir y aclimatarse a los valores sociales y artísticos de una época, el siglo XVII, muy distinta
de aquella en la que había nacido).
A lo largo de sus tres salidas,
el Quijote recorre la Mancha y parte de Aragón y Cataluña,
pero, por la procedencia de muchos
personajes y referencias a lugares y cosas en el curso de la narración y de los diálogos,
España aparece como un espacio mucho más
vasto, cohesionado en su diversidad geográfica
y cultural y de unas inciertas fronteras que
parecen definirse en función no de territorios y demarcaciones administrativas, sino religiosas: España termina en aquellos límites vagos, y concretamente marinos, donde comienzan
los dominios del moro, el enemigo religioso.
Pero, al mismo tiempo que
España es el contexto y horizonte plural e
insoslayable de la relativamente pequeña geografía que recorren
don Quijote y Sancho Panza, lo que resalta
y se exhibe con gran color y simpatía es
la «patria», ese espacio concreto y humano, que la memoria puede abarcar,
un paisaje, unas gentes, unos usos y costumbres
que el hombre y la mujer conservan en sus recuerdos como un patrimonio
personal y que son sus mejores credenciales.
Los personajes de la novela viajan por el mundo, se podría decir, con sus pueblos y aldeas a cuestas.
Se presentan dando esa
referencia sobre ellos mismos, su «patria»,
y todos recuerdan esas pequeñas comunidades donde han dejado amores, amigos, familias, viviendas y animales, con irreprimible
nostalgia.
Cuando, al cabo
del tercer viaje, después de tantas aventuras, Sancho Panza divisa su aldea, cae de rodillas,
conmovido, y exclama: «Abre los ojos,
deseada patria, y mira que vuelve a ti Sancho Panza tu hijo ...
» (II, 72, pág. 1093).
Como, con el paso del tiempo,
esta idea de «patria» iría desmaterializándose y
acercándose cada vez más a la idea de nación (que sólo nace en el siglo XIX) hasta confundirse con ella, con viene precisar que las «patrias»
del Quijote no tienen nada que ver, y son más bien írritas, a ese concepto abstracto,
general, esquemático y esencialmente
político, que es el de nación y que está en la raíz de todos
los nacionalismos, una ideología colectivista que pretende definir a los individuos
por su pertenencia a un conglomerado humano al
que
ciertos rasgos característicos la raza, la lengua, la religión
habrían impuesto una personalidad específica y diferenciable de las otras.
Esta concepción está en las antípodas del individualismo
exaltado del que hace gala don Quijote y quienes lo acompañan en la novela de Cervantes, un mundo en el que el «patriotismo» es un sentimiento
gene roso y positivo, de amor al terruño
y a los suyos, a la memoria y al pasado familiar, y no una manera de diferenciarse, excluirse y elevar
fronteras contra los
«Otros».
La España del Quijote no tiene fronteras y es un mundo plural y
abigarrado, de incontables patrias, que se abre al mundo de afuera y se confunde con él a la vez que abre sus puertas a los que vienen a ella de otros lares, siempre
y cuando lo hagan en son de paz, y salven
de algún modo el escollo (insuperable para la mentalidad contra reformista de la época) de la religión (es decir, convirtiéndose al cristianismo).
La modernidad del Quijote
está en el espíritu rebelde, justiciero, que lleva al personaje a asumir
como su responsabilidad personal cambiar el mundo para mejor,
aun cuando, tratando de ponerla en práctica, se equivoque, se estrelle
contra obstáculos insalvables y sea golpeado, vejado y convertido en objeto de irrisión.
Pero también es una novela de actualidad porque
Cervantes, para contar la gesta quijotesca, revolucionó las formas narrativas de su tiempo y sentó las bases sobre las que nacería la novela
moderna.
Aunque no lo sepan, los novelistas contemporáneos que
juegan con la forma, distorsionan el tiempo,
barajan y enredan
los puntos de vista y experimentan
con el lenguaje, son todos deudores de Cervantes.
Esta revolución formal que significó
el Quijote ha sido estu diada y analizada
desde todos los puntos de vista posibles,
y, sin embargo, como ocurre con las obras maestras paradigmáticas, nunca se agota, porque, al igual que el Hamlet, o La divina comedia, o la Ilíada y la
Odisea, ella evoluciona con el paso del tiempo
y se recrea a sí misma en función de las estéticas
y los valores que cada cultura privilegia,
revelando que es una verdadera caverna de Alí Babá, cuyos tesoros nunca se extinguen.
Tal vez el aspecto más innovador
de la forma narrativa en el Quijote sea la manera como Cervantes encaró el
problema del narrador, el problema básico que debe resolver todo aquel que se dispone a escribir una novela: ¿quién
va a contar la historia?
La respuesta que Cervantes dio a esta pregunta inauguró una sutileza y complejidad en el género que todavía sigue enriqueciendo
a los novelistas modernos y fue para su época lo que, para la nuestra, fueron el
Ulises del Joyce, en busca del tiempo perdido de Proust, o, en el ámbito de la literatura hispanoamericana, Cien. años de
soledad de García Márquez o Reyuela« de Cortázar.
¿Quién cuenta la
historia de don Quijote y Sancho Panza?
Dos narradores: el misterioso
Cicle Hamete Benengeli, a quien nunca leemos directamente, pues su manuscrito original
está en árabe, y un narrador anónimo,
que habla a veces en primera persona pero más frecuentemente desde la tercera
de los narrado res omniscientes, quien, supuestamente,
traduce al español y, al mismo tiempo, adapta, edita y
a veces comenta el manuscrito de aquél. Ésta es una
estructura de caja china: la historia que los lectores leemos está contenida
dentro de otra, anterior y más amplia, que sólo podemos adivinar.
La existencia
de estos dos narradores introduce
en la historia una ambigüedad y un elemento de incertidumbre sobre aquella
«otra» historia, la de CicleHamete Benengeli, algo que impregna a las aventuras de
don Quijote y Sancho Panza de un sutil relativismo, de un aura de subjetividad, que contribuye de manera decisiva a darle autono mía, soberanía
y una personalidad original.
Pero estos dos narradores,
y su delicada dialéctica, no son los únicos que cuentan en esta novela de
cuentistas y relatores compulsivos: muchos personajes
los sustituyen, como hemos visto, refiriendo
sus propios percances
o los ajenos en episodios que son
otras tantas cajas chinas más pequeñas contenidas en ese vasto universo de ficción lleno de ficciones particulares que es Don Quijote de la Mancha.
Aprovechando lo que era un tópico de la novela de caballerías (muchas de ellas eran
supuestos manuscritos encontrados en sitios exóticos y estrafalarios), Cervantes
hizo de Cicle Hamete Benengeli un
dispositivo que introducía
la ambigüedad y el juego como rasgos centrales de la estructura narrativa.
Y también produjo trascendentales innovaciones en el otro asunto capital de la forma
novelesca, además del narrador: el tiempo narrativo.
Como el narrador, el tiempo
es también en toda novela un artificio, una invención, algo fabricado
en función de las necesidades de
la anécdota y nunca una mera reproducción o reflejo del tiempo «real».
En el Quijote hay varios
tiempos que, entreverados con maestría, inyectan a la novela ese aire de mundo independiente, ese rasgo de autosuficiencia, que es determinante para dotarla de poder de persuasión.
Hay, de un lado, el tiempo en el que se mue ven los personajes de la historia, y que abarca, más
o menos, un poco más de medio año, pues los tres viajes del Quijote duran, el primero, tres días, el segundo
un par de meses y el tercero unos cuatro meses.
A este período hay que sumar
dos intervalos entre viaje y viaje (el segundo, de un mes) que el Quijote pasa en su aldea, y los días
finales, hasta su muerte.
En total, unos siete u ocho meses.
Ahora bien, en la novela
ocurren episodios que, por su naturaleza, alargan considerablemente el tiempo
narrativo, hacia el pasado y hacia el futuro.
Muchos de los sucesos que conocemos a lo largo de la historia, han sucedido ya, antes de que empiece, y nos enteramos
de ellos por testimonios de testigos o protago nistas, y a muchos de ellos los vemos concluir en lo que sería el «presente» de la novela.
Pero el hecho más notable
y sorprendente del tiempo narra tivo es que muchos personajes de la Segunda parte de Don Quijote de la Mancha, como es el caso de los duques, han leído la Primera.
Así nos enteramos de que existe otra realidad,
otros tiempos, ajenos al novelesco, al de
la ficción, en los que el Quijote y Sancho Panza existen como personajes de un libro, en lecto res que están, algunos dentro, y otros, «fuera»
de la historia, como es el caso de
nosotros, los lectores de la actualidad.
Esta pequeña
estratagema, en la que
hay que ver algo mucho más audaz que un simple juego de ilusionismo literario, tiene con
secuencias trascendentales para la estructura
novelesca.
Por una parte, expande y multiplica
el tiempo de la ficción, la que queda otra vez una caja china encerrada dentro de un universo más amplio, en el que don Quijote, Sancho y demás personajes ya han vivido y sido convertidos en héroes de un libro y llegado
al corazón y a la memoria de los lectores
de esa «Otra» realidad,
que no es exactamente aquella que estamos
leyendo, y que con tiene a ésta, así como en las cajas chinas la más grande contiene a otra más pequeña, y ésta a otra,
en un proceso que, en teoría, podría ser infinito.
Éste es un juego divertido y, a la vez, inquietante, que, a la vez que permite enriquecer la historia
con episodios como los que fraguan los duques (conocedores por el libro que han leído de las
manías y obsesiones de don Quijote), tiene también
la virtud de ilustrar de manera muy gráfica y amena, las complejas relaciones entre la
ficción y la vida, la manera como ésta
produce ficciones y éstas, luego, revierten sobre la vida animándola, cambiándola, añadiéndole color, aventura, emociones, risa, pasiones y sorpresas.
Las relaciones entre la ficción y la vida, tema recurrente de la literatura clásica y moderna, se manifiestan en la novela de Cervantes de una manera que anticipa
las grandes aventuras literarias del siglo xx,
en las que la exploración de los maleficios de la forma narrativa el lenguaje,
el tiempo, los personajes, los puntos de vista y la función del narrador tentará a los mejores novelistas.
Además de éstas y otras muchas razones,
la perennidad del Quijote se debe asimismo
a la elegancia y potencia de su estilo, en el que la lengua española alcanzó uno de sus más altos vértices.
Habría que hablar, tal vez, no de uno, sino
de los varios estilos en que está escrita
la novela.
Hay dos que se distinguen nítida
mente y que, como la materia novelesca, corresponden a los dos términos o caras de la realidad por las que transcurre la historia: el «real» y el ficticio.
En los cuentos e historias intercalados el lenguaje es mucho más engolado y retórico que en la
historia central en la que el Quijote, Sancho, el cura, el barbero y demás aldeanos hablan de una manera
más natural y sencilla.
En tanto que en las
historias añadidas el narrador utiliza un
lenguaje más afectado más literario
con lo que consigue un efecto distanciador e irrealizante. Estas diferencias
se dan, también, en las frases que salen de las
bocas de los personajes, según la condición social, grado de
educación y oficio del hablante. Incluso
entre los personajes del sector más popular, las diferencias
son notorias según hable un aldeano de vida elemental, que se
expresa con gran transparencia, o lo haga un galeote, un rufiancillo de ciudad, que se vale de la germanía, como los galeotes cuya jerga delincuencia! resulta a ratos totalmente incomprensible para don Quijote.
Éste no tiene
una sola manera de expresarse. Como don Quijote, según el narrador, sólo «izquierdeaba» (exageraba o desvariaba) con los temas caballerescos, al tocar
otros asuntos habla con precisión y objetividad, buen juicio y sensatez, en tanto que, cuanto aparecen aquéllos en su boca, ésta torna a ser
un surtidor de tópicos literarios, rebuscamientos eruditos, referencias literarias y fantásticos delirios.
No menos variable es el lenguaje de Sancho
Panza, quien, ya lo hemos visto, cambia
de manera de hablar a lo largo de la historia, desde ese
lenguaje sabroso, rebosante de vida, cuajado de refranes y dichos que expresan todos el acervo de la sabiduría popular, al retorcido y engalanado del final, que ha adquirido
por la vecindad de su amo,
y que es como una risueña parodia de la parodia que es en sí misma la lengua del Quijote.
A Cervantes debería corresponder por eso, más que a Sansón
Carrasco, el apodo del Caballero de los Espejos, porque Don Quijote de la Mancha es un verdadero laberinto de espejos
donde todo, los
personajes, la forma artística, la anécdota, los estilos,
se desdobla y multiplica
en imágenes que expresan en toda
su infinita sutileza
y diversidad la vida
humana.
Por eso, esa
pareja es inmortal y cuatro siglos después
de venida al mundo en la pluma de Cervantes, sigue cabalgando,
sin tregua ni desánimo. En la Mancha, en Aragón, en Cataluña, en Europa, en América, en el mundo.
Ahí están todavía, llueva, ruja el trueno, queme el sol, o destellen las estrellas en el gran silencio de la noche
polar, o en el desierto,
o en la maraña de las selvas, discutiendo, viendo y entendiendo cosas distintas en todo lo que encuentran y escuchan, pero, pese a disentir tanto, necesitándose cada vez más, indisolublemente unidos
en esa extraña alianza que es la del sueño
y la vigilia, lo real y lo ideal, la vida y la muerte, el espíritu y la carne, la
ficción y la vida.
En la historia literaria
ellos son dos figuras inconfundibles, la una alargada y aérea como una ojiva gótica
y la otra espesa y chaparra como el chanchito de la suerte, dos actitudes, dos ambiciones, dos visiones. Pero, a la
distancia, en nuestra memoria de lectores de su epopeya novelesca, ellas se juntan
y se funden y son «Una sola sombra», como la pareja del poema de José Asunción Silva, que retrata en toda su contradictoria y fascinante verdad la condición humana.
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