Cuento brazos largos
“Mi abuela y yo nacimos el
mismo día,
y a la misma hora. Ambas
lloramos
al vernos por primera vez.
Nuestros nombres tienen mucho
en común;
ella se llama abuela y yo,
Nieta.
Abuela y yo paseábamos juntas
por el parque.
Al principio caminábamos
como dos señoras patas.
Meneíto para aquí, meneíto
para allá.
Y es que Abuela tenía los pies
planos
y yo comenzaba a caminar.
Pasó el tiempo y a ambas
se nos cayó nuestro primer
diente.
Yo lo puse debajo de la
almohada
esperando al Ratón Pérez.
Abuela se lo llevó al doctor
Pérez,
el dentista, para que le
pusiera
uno igualito pero postizo.
Un día nos dimos cuenta de que
ni Abuela
ni yo sabíamos leer ni
escribir,
así que decidimos que
cuando yo cumpliera los cinco,
iríamos al colegio.
Y fuimos.
Yo por las mañanas bien
temprano,
y ella por las tardes a la
escuela de adultos.
Ahora ambas sabemos escribir.
Yo tengo la letra torcida, y
ella, temblona.
Cuando me voy de vacaciones
con mis padres,
Abuela sale de excursión con
sus amigos,
nos enviamos postales por
correo.
En ellas sólo garabateamos
nuestro nombre, porque dice Abuela que todo
lo que tenemos para contarnos
no entra en el cuadrito de una
postal.
Antes de dormir, Abuela me
cuenta
historias de su juventud.
A la hora de la siesta,
yo le leo las noticias del
periódico.
Abuela tiene muchos hijos e
hijas
que son mis tíos y mis tías;
Menos una, que es mi mamá.
Cuando ellos eran pequeños,
vivían en casa de mi Abuela.
Ahora es ella la que vive en
casa
con mi mamá y conmigo.
Cuando estamos todos juntos,
la familia es enorme.
Ella nos abraza y nos mima.
Dice que todos los años le han
ido
creciendo los brazos para que
ninguno
se quede fuera.
Yo también he crecido,
y mis brazos, y mis pies.
Un día, Abuela se despertó muy
cansada,
dijo, y que ya no quería comer
porque le dolía la boca
de masticar durante tantos
años.
Que quería irse de viaje
y sin maleta a buscar el
abuelo
que era al único al que no
podía abrazar.
-Te vas los abrazas y vuelves
a casa con nosotros- dije.
-No, querida. Quiero irme con
el abuelo para volver a estar juntos otra vez.
No sé por qué, pero me puse
muy triste y lloré.
Y si una nieta llora,
la abuela llora también.
A partir de ese día,
Abuela no se quiso mover de la
cama.
Me acurruqué a su lado
y le hablé de cuando
aprendimos a leer
de su letra temblona, de sus
brazos largos,
y de mis enormes pies.
Ella cerraba los ojos y yo la
abrazaba.
Pasamos así varias semanas,
y un mediodía a la hora del
almuerzo,
mordió primero un trocito de
patata (papa),
después tomó una cucharada
de sopa y luego dos.
Y una mañana, cuando salió el
sol,
se levantó de la cama
y salimos juntas a caminar por
el parque.
Caminamos despacio como dos
señoras patas.
Meneíto por aquí meneíto por
allá.
Ella porque tenía las
piernitas muy flacas
y los pies planos.
Y, yo porque acompañaba
sus pasos entre besos y
abrazos. ”
Libro “Brazos largos” de
Jackeline De Barros,
No hay comentarios:
Publicar un comentario