La poetisa minuana
Berta Bengochea nació en Minas, el 18 de febrero de 1908 Fue
una poeta uruguaya que utilizaba el seudónimo Julia Clavel.
Berta Ignacia Bengoechea Olid, hay discrepancias con el primer apellido de la autora y con el nombre ya que se ha encontrado de varias formas en las publicaciones. También utilizaba el apellido de su esposo de la Torre.
Hija de Anastasio E. Bengochea e Ignacia Olid de Bengochea.
Su padre fue maestro en la Escuela N.º 1 de Minas durante varias generaciones, y entre los alumnos que tuvo se encuentra el célebre narrador Juan José Morosoli, quien en una charla dada en mayo de 1952 en la Escuela N.º 8 de Minas, lo menciona como aquel que despertó en él su pasión por la lectura: “mi amor por el libro y la lectura, cuando yo aún no leía, ni tenía libros, me lo despertó mi maestro, al que abandoné a los diez años”.
En dicha conferencia, luego recogida como ensayo en un libro del narrador minuano, se menciona como el maestro Anastasio guiaba la lectura de sus alumnos con “sencillez” y “claridad”, y como definía al libro como un “juguete del espíritu”. Anastasio E. Bengochea estuvo a cargo de la Escuela N.º 1 desde 1907 a 1922, siendo el primero que se desempeñara en dichas funciones desde que dicha institución contó con edificio propio (ubicación actual por la calle Roosevelt, entre Sarandí y Florencio Sánchez).
Berta se educó en el Colegio de las Hermanas del Huerto, aunque también estudió en el Colegio “San José” de Paso Molino, participando más adelante en actos realizados por ex alumnas.
A los 19 años como Químico Farmacéutico siguiendo posteriormente estudios de Laboratorio.
Supo conciliar los estudios de laboratorio y de investigación, con el cultivo de la literatura que tanto amaba.
Según dichos de Morosoli Berta era, “dulce muchacha,
pura y alegre” recoge mucho de su padre.
Surge como escritora en 1936 cuando se le otorga el Premio
para libros inéditos del Ministerio de Instrucción Pública por la
obra La otra para el cual había firmado con el seudónimo
Julia Clavel y que recién se publicó en el año 1941.
El escritor Julio Garet Más la compara con la poetisa Gabriela Mistral ya que afirma que "...nuestra poetisa tiene de común con la chilena cierta especial rudeza que no excluye la mayor dulzura".
Publica La otra en 1936.
Berta se casó en 1938 con el también químico, Florentino de la Torre
En el año 1947 publica Revelación
y encuentro.
En 1947 publica Vida retirada.
Estos dos libros “Revelación y encuentro”, escrito en verso e impreso en agosto también por Barreiro y Ramos, y “Vida retirada”, escrito en prosa e impreso en octubre por la Librería Perlado de Buenos Aires. Ambas, obras premiadas en 1945 por el Ministerio de Instrucción Pública, contaron con un prólogo del poeta Álvaro Armando Vasseur, quien además precidió el Jurado del concurso.
Este autor mencionaría, en su texto introductorio para ambos libros, que “Berta Bengochea constituye el acontecimiento poético de 1946.
Es uno de los raros artífices lingüísticos, cuya pureza de expresión, magia eufónica y refinada sencillez, más nos han sorprendido y encantado.
Fluyen de ella la gracia y el ímpetu místico-poético que alientan en los elegidos de la sensibilidad y de la fantasía.
Alma selecta, depurada en el estudio, en las soledades creadoras, enriquecida por la frecuentación de múltiples disciplinas, creemos que continúa, prolonga, en planos diversos, la inspiración lírica de María Eugenia, la soberana de su época”.
En esa misma edición del concurso, también serían premiados autores como Emilio Oribe, Fernán Silva Valdés, Clara Silva o Gastón Figueira.
Por su parte, el escritor Horacio Asiain Márquez, escribiría para el diario “El Bien Público” (edición del domingo 14 de noviembre de 1948), en una nota titulada “La poesía mística de Julia Clavel”, lo siguiente:
“Su estilo revela el dominio consumado de la forma. Su lenguaje es rico, florido, sonoro. Pero cualidades más altas se revelan en su poesía, aparte de las muy admirables de su forma.
Como poetisa cristiana, Julia Clavel ha resucitado, en pleno siglo XX y en esta tierra que no se señala precisamente por su devoción, la poesía mística de los siglos de oro. Pródiga de sus talentos y sus virtudes, Julia Clavel revela al lector las exquisiteces de una bellísima vida interior que se quema en la llama del divino amor; y que se aparta, lenta pero firmemente de las veleidades mundanas”.
Seguidamente, agrega: “Se ha dicho de ella que es uno de los raros artífices lingüísticos de nuestra época, es decir, bastante y sin embargo no la define. Lo que hace de Berta Bengochea de De la Torre un valor excepcional es la unión de su genio poético y el ímpetu de su fuerza mística.
En “Revelación y Encuentro” hay pasajes en los que no se sabe si admirar el esfuerzo creado de su mente o la liberación milagrosa de un alma privilegiada que siente lo que muy pocos llegan a sentir en la tierra. En ella se suman dos prodigios: genio poético y alma mística”.
Finalmente, el crítico Julio Garet Mas (1954) definiría de la siguiente forma sus dos últimas obras:
“En 1947, ofrece dos obras: “Revelación y encuentro”, poesía, y “Vida retirada”, poesía en prosa; ambas ciñen a su frente lauros inmarcesibles; la primera, que contiene sólo creaciones de inspiración religiosa –pero de sentida, ardiente inspiración religiosa–, es libro vasto y de calidad eminente todo él; la última semeja una urna de elevadas imaginaciones y exquisitos sentimientos; trátase de un conjunto de prosas breves que resultan poesía palabra a palabra, sin falta del buen gusto y sin eclipse de la emoción.
Poco han circulado –lo quiso así quien los produjo– estos dos libros tan considerables. “Revelación y encuentro” está dedicada a su prima María Angélica Bengochea, mientras que en “Vida retirada”, Berta hace lo propio con sus padres Ignacia y Anastasio.
Gracias a una advertencia escrita en las últimas páginas de su segundo libro, supimos que todo lo recaudado por los ejemplares del mismo fue destinado al Colegio y Liceo “San José”, dirigido por las Hermanas de Nuestra Señora de la Misericordia.
Varios son los que mencionan el silencio que sucedió a estas tres obras, pese a que supimos de la existencia de algún texto inédito. Por ejemplo, el historiador Aníbal Barrios Pintos (1955) mencionaría que hacia 1955, Berta contaba con una producción titulada “Canto y clave”, la cual presentaría en el Concurso de Remuneraciones Literarias del Ministerio de Instrucción Pública.
Más allá de esta mención, nada más supimos de la publicación de este texto, ni de su contenido. También, hemos encontrado una participación de ella en un texto de Ruben Fernández Pelaggio, “Pantomina del sueño y la muerte”, publicado por la editorial Alfar (Montevideo) en 1953, pero tampoco hemos podido corroborar de que va dicho texto, salvo de que se trata de una presentación de dicha obra, la cual contaba con grabados de Florio Amaro.
Varios de sus poemas fueron publicados de diversas publicaciones periódicas como la Revista Minas o el Suplemento Dominical de El Día de Montevideo, en este último, acompañado de ilustraciones de los artistas Aguerre y Sifredi.
Parte de obra fue incluida en célebres antologías como la muy conocida “Exposición de la poesía uruguaya” (1940) de Julio J. Casal.
Berta integró la Asociación Internacional de Prensa de Montevideo, la cual era precedida por el escritor Ángel Falco, y a la cual se encontraban también asociados, artistas como Humberto Zarrilli, Héctor Silva Uranga y José Luis Zorrilla de San Martín.
En representación de la misma encabezó múltiples actos y recitales realizados en la capital. También en Montevideo, fue dueña de la Farmacia Solís ubicada en la calle Agraciada al 2623.
La científica y poeta también en Montevideo, fue dueña de la Farmacia Solís ubicada en la calle Agraciada al 2623
Berta Bengochea murió en Montevideo el 7 de marzo
de 1992.
SUS POEMAS
Para apreciar el estilo de poemas que escribiera Berta
Bengochea, he aquí algunos poemas de su libro, "La Otra".
Comentarios sobre La Otra
“La Otra” (impresa por la Casa A. Barreiro y Ramos), fue premiada en 1936 y apareció recién en 1941.
La misma, cuenta con un prólogo de la escritora Laura Cortinas, quien reconoce la calidad poética de Berta, además de mencionar las vicisitudes que originaron la obra, entre ellas, la duda existente en la autora a la hora de mencionar su nombre real:
“Este libro premiado por el Ministerio de Instrucción Pública, a fines del año 1938, con un primer premio que correspondía al año 1936, ha tardado tres largos años en darse a conocer.
Su autora ha dudado, durante ese prolongado período, sobre si “La Otra”, debía o no salir a luz; ella cree, en efecto, que su obra poética es obra de recogimiento y de intimidad, y tiembla a la sola idea de que sus palabras y su alma vayan así, estremecidas, al alcance de todas las manos.
El ser de extraña timidez que hay en Julia Clavel, no ha querido darnos esta fina producción, sino escondiéndose detrás de un nombre que no es el suyo propio, y de esta resolución, que yo he hecho nacer, tomo la responsabilidad del advenimiento lírico cumplido”.
En relación a la calidad de la obra de “Julia Clavel”, Laura Cortinas agrega: “La criatura de poesía que es Julia Clavel, escribe versos bellísimos y hondos, tan sencillamente como el rosal abre sus fragantes rosas.
Tomadlos en vuestras manos, y gustadles el fino aroma y hasta la punzante amargura que, a veces, llevan, a pesar de ser Julia Clavel tan joven y tan gloriosamente dotada por la vida: criatura de milagro, en quien se aunan, en no repetido consorcio, la belleza de la mujer, los dotes del intelecto (…), y la gloria del verso que es en ella, cosa sagrada, revelación y música”.
La propia Cortinas, escribiría algunos años después para la Revista Minas que por entonces dirigía el periodista Aníbal Barrios Pintos, la siguiente apreciación sobre poeta minuana:
“Hablar de Julia Clavel, es un hondo placer para los que conocemos su espíritu maravillosamente dotado; hablar de Julia Clavel, los que no la conocen sino a través de su obra "La Otra", sería un deber de justicia, ya que ella, aunque es un valor nuevo está entre los mejores; pero, yo he gozado del privilegio de beber en su espíritu los mil jugos maravillosos de sus versos no escritos, yo he gozado del privilegio de admirar las mil facetas luminosas de su espíritu exquisito, y aunque tuviera que robarle horas al sueño he de cantarle con mi prosa profana las loas que merece”.
Seguidamente, en la misma nota aparecida en la revista minuana, la escritora agrega: “Julia Clavel, siente profundamente lo que escribe y a pesar de haberse iniciado hace poco tiempo en el género poético, no hay en sus versos trazos débiles, ni adjetivación hueca, ni palabras de relleno, ni banalidad en las imágenes que suele ser el trillado camino de las que se inician en la poesía, ni tampoco hay en ellos los retorcimientos retóricos cuando no eróticos que alguna vez desnaturalizaron la expresión artística de muchas escritoras, como si fuera necesario ese matiz de forma para expresar poéticamente, las más hondas palpitaciones del ser humano”.
Una poesía “clara, fluida y elegante”, así define la escritora a su colega minuana.
A nivel local, la obra de Berta, sería especialmente saludada por Juan José Morosoli, quien destacaría la fineza cultural de la autora, calificándola como “una de las mejores esperanzas líricas de las letras nacionales”.
Agregaría en un texto aparecido en la Revista Minas en febrero de 1947, que Berta es una “poetisa de fina cultura, de vigilada espontaneidad y de ajustado ritmo, llega a el arte con una fresca fuerza juvenil, como tomada del paisaje nuestro primera realidad vigorosa que amaron sus ojos”.
Morosoli, dirá que ella minuana no solo “por nacimiento”, sino además “por esa natural fuerza lírica que alienta en su voz” con la cual “ella viene a enriquecer el tesoro vernáculo con sus bellas páginas cruzadas de sol y aire nuestro”.
El equipo editorial de Minas, ya definiría a la poeta una muchacha “pura y alegre” que recoge mucho de su padre, como sucediera con sus discípulos, en quienes forjó ya su “sombra generosa”.
A nivel nacional, el
escritor Julio Garet Mas, en su obra “La cigarra de Eunomo” (1954), definió a
“La Otra” como una obra cargada “versos de dolor y ansiedad”, agregando como
curiosidad que, según se supo después, no fue presentada en el concurso del
Ministerio por la propia autora sino por dos amigas de ella.
I “La Otra”
He de ir hacia ti oda dulce y
morena.
Soy la mixtura extraña de mujer y
de santa:
de pronto, a toda cosa del mundo
estoy ajena
y, a veces, en mi boca todo
delirio canta.
Tu mano ha de tenerme y olvidaré
temores.
Mi tez es blanca, blanca; mi
cabello, sombrío;
mi alma es otra mezcla de sombra
y de clarores,
de hoguera restallante y de
páramo frío…
Pero tú has de saber callar a la
enlutada
de tus ojos hieráticos y de la
frente helada,
cuando ponga el Amor su gran
fiebre en tus manos…
Y, llegado el instante de dejar
de ser loca,
despertará la otra, la del sello
en la boca,
las estrofas brillantes y los
ojos lejanos.
II “Tu”
De tanto imaginarte, ya te tengo
creado,
hombre que vas a darme a gustar
ambrosías;
de tanto imaginarte, mi alma te
ha forjado
en un perfil preciso, entre estas
manos mías.
Con sangre de mis propias venas
te he nutrido,
que, a fuerza de soñarte, te voy
regando vida:
de todos mis ensueños vendrás
enriquecido;
gota a gota, yo estoy en tu ser
diluida…
Tengo los labios firmes, como por
ti sellados;
han recogido ya tus mieles de
embeleso,
y, a todo otro contacto, mi boca
está tan fría,
que se quedan negados, hondamente
negados,
a saber de otro beso que no sea
tu beso,
aunque toda tu carne no es sino
“cosa mía”.
III “Ven”
¿No has oído las voces melodiosas
del día?
– Estoy aquí, asomada al
estupendo coro.
Mientras me envuelve toda la
fresca melodía,
miro los cielos dulces y las
cumbres de oro.
Ayer no más el mundo, gris y
triste, tenía
un canto gemebundo, dolido como
un lloro;
hoy esplende en la tierra, la
viva lozanía
de toda madurez y de todo tesoro.
Yo no sé si has oído las campanas
risueñas,
tú, el que a mi vida diera su
sentido más fuerte;
yo no sé si tu escuchas y, si
comprendes, sueñas…
Sólo sé que te llamo, que mi ser
te reclama,
que mi vida estará impasible e
inerte,
mientras no prenda en ti el
fulgor de mi llama.
IV “Triunfal”
Plenitud, te dije…! Plenitud!,
¿no es cierto?
Plenitud de fruta madura en el
huerto;
plenitud de ríos anchos y
profundos:
¡todas las riquezas que atesora
el mundo!
Todas las riquezas y todos los
dones:
¡madurez de frutos, sueños y
canciones!
¡Ah!, no sé qué grito podría
expresarlo,
¡ni conozco boca que pueda
cantarlo!
La entera y profunda madurez
total…
Todo lo que llegue me hallará
madura,
con una encendida fragancia
frutal,
y un insospechado sabor de
dulzura.
Sombra del crepúsculo, Otoño,
¿qué intentas?
¡Tiéndeme tus garras, suelta tus
tormentas!
Frente a tu locura me he de alzar
igual,
¡colmada y enorme, gozosa y
triunfal!
V “Danza bruja”
Mi corazón es fruto de una
estirpe gitana;
de ahí le quedó un loco deambular
sin sosiego,
un anhelo de tierras oscuras y
lejanas,
y un zíngaro adorar la libertad y
el fuego.
Mi corazón se viste alguna vez de
andrajos
y se va por las sendas, audaz y
peregrino…
Sufre tedio, sed, fiebre, desazón
y trabajos;
mas pasa con el reto de un
orgullo divino!
Otras tardes, inquieto, se
engalana de cintas
rojas, azules, verdes, todas
ricas, distintas,
y, haciendo tintinear sus pulseras
de plata,
baila sobre los prados, su danza
de extravíos,
mientras pone la tarde sobre sus
atavíos,
la más trágica luz de su todo
escarlata.
IX
Hombre que me mirabas de una
manera intensa,
y, que con sólo verme pasar, te
contentabas,
tu lumbre así, escondida, fué
tornándose inmensa:
¡ahora, entre los otros, sé lo
que tú me dabas!
Pudiste ser la llama jubilosa y
ligera
y cantar con estrofas brillantes
a mi oído;
pero tu ardor cerróse en sí
mismo… Tu hoguera
tuvo el fervor de un fuego
secreto y escondido;
y traspasó tu carne dolorosa y
ardiente,
y se abrió en tus pupilas, fulgor
maravillado,
y tembló en un halo de luz sobre
tu frente.
Así es cómo te veo ahora entre la
gente,
desvelado y sutil, hondo y
transfigurado,
filtro de luz, tu carne y vaso
transparente.
XI
Tu floreces en mí, primavera sin
rojos…
Yo me abría en la noche como
párpado ciego:
el mundo era una fiesta de luz
ante mis ojos;
pero yo, sólo iba en mi potro de
fuego.
De la noche manó para mí,
largamente,
y fué, como una lluvia derramada,
el consuelo;
pero mi frente ardía en la
sombra!… Mi frente
hundida en la tiniebla y desnuda
de cielo.
Ya deambulaba, loca, por caminos
oscuros,
y ya, pavesa enorme, esta carne
se hendía,
cuando se alzó, en la noche, tu
voz de bronce puro,
y me sentí por esa tu voz
triunfal, salvada.
De su río de luz se levantó mi
día;
¡traía la estupenda dulzura nunca
hallada!...
XII
Alguien lee mi verso y se triza
de ardor;
al leerlo, la noche dulce se le
ensangrienta:
ha olvidado la risa de afuera y
el fulgor,
para vivir tan solo mi palabra
violenta.
Yo me siento deudora de una
gracia de horas
que vuelca para mí… Ladrona en el
encanto
de tener alguien lejos, la frente
punzadora,
la boca en sortilegio y los ojos
con llanto.
– Perdón, tú, al que nada de mi
carne he de dar;
tú, que entre tus manos no
apresarás mis manos
y que en mis ojos, pleno, no te
podrás mirar…
Perdón, porque te robo la noche
deslumbrada,
y te cierro el anhelo de los
rostros cercanos,
mostrándote en el verso mi faz
ensangrentada.
XX
Camino sin tu sombra derramada en
el suelo,
camino sin tu frase cerca de mi
oído;
voy distante de ti, y mi ardor y
mi duelo
punzan, ¡hombre del corazón
amanecido!
Yo no he encontrado nada que
repita tu hondura;
tu voz me ha desvelado de mi
propia ceguera…
Me envolviste en su onda
luminosa, y voy pura
como arrancada al sueño de la
hora primera.
Me tornaste, ¡milagro!, carne y
alma floridas,
que alma y carne me fueron como
recién nacidas
cuando tú me miraste, y, antes de
ti, no eran…
Tú me dirás ahora, si me amas, mi
sino,
y se abrirá en tus manos pálidas,
mi destino,
para la floración del sueño que
tú quieras...
XXI
Nadie sobre mi frente, plena
noche cerrada…
Andando, en el recuerdo, se hace
vivo el sendero;
los troncos tienen voz y palabra
encantada,
y ellos toman tu boca para hablar
lo que quiero.
Yo voy lejos de ti; pero visto
las cosas
de tu carne, y tu frase va
cantando en mi oído.
Tú pasas a mi lado, y siento que
me rozas;
¡esta noche me ha dado tu acento
estremecido!
Tú, a quien he dejado perdido
entre la niebla,
tomas vida en mi sueño; tu boca
ríe y llora…
¡Ah!, yo misma otra vez te
alumbro en la tiniebla,
enciendo tus pupilas, y animarte
consigo…
Mi impulso te desdobla de mí: ¡tú
eres, ahora,
esta forma concreta que camina
conmigo!
XXIV
Señor: ¡si te llevaras esta nueva
jornada,
distinta a las gozosas de ayer
que se perdieron!
¡Siégala con un gesto de tu mano
encantada;
trízala como aquellas que tus
dedos rompieron!
Me has dejado esta amarga hora
junto a mi lecho;
me viertes zumos pardos en la
copa más pura,
y yo te ruego, vivas las llagas
de mi pecho:
¡haz tu siega con esta mi hora de
amargura!
Hacina, entre tu ramo, mi flor
ensangrentada.
Tú, que las onduladas de gozo me
pedías,
haz tu trigo con esta mi espiga
lacerada.
Recogiste mi canto, cuando te
resistía,
y ahora que soy fácil como rama
tronchadda,
no vienes… ¡Y con sólo llegarte,
me tendrías!
XXV
Una fuga de alas en la tarde
liviana…
Mi cuarto, abierto en luz, acecha
el cielo; veo
la vida, tras la reja firme de mi
ventana,
y cien rejas más fuertes
custodian mi deseo
En un tiesto de flores, sangra un
clavel oscuro,
tal si mi corazón, obstinado
Quijote,
tras la quimera inútil del deseo
más puro,
se trizara en el filo de los
gruesos barrotes.
Corazón vagabundo que entristeces
y lloras,
que ves, como en un vuelo de
alas, huir las horas
inalcanzables, rápidas, jubilosas
y vanas…
Sangra gloriosamente en belleza y
en ansias;
dilúyete en locura de sueños y
fragancias:
«la vida está también detrás de
tus ventanas...»
XXIX “Minas”
Tierra mía, la de la roca de
granito,
y la cadena de los cerros
azulada,
hay mármol blanco, infinito,
bajo tu hierba sosegada.
Por tu río corre dulzura,
y espeja raro su cristal:
es que tu entraña tajante y dura
le pone brillos de metal.
Tierra mía, la de las grutas,
que el éxtasis azul me dabas,
por la chatura de estas mil rutas
alcé los ojos… ¡Y tú no estabas!
Tierra mía, cuenco pulido,
en donde el árbol sombreador,
bebe su jugo entretejido
con un metálico fulgor.
Tierra que duerme todavía,
y en tajo artero, no ha mostrado
su exaltada policromía
de escaparate maravillado.
Ya desde niña te miré
como al palacio de los cuentos;
bajo esa hierba en que jugué,
los rubíes sangraban lentos.
Bajo ese suelo en que dormía,
cuajaban zafiros apretados:
¿bajo mi frente, no yacían
todos los oros ignorados?
Aun me sorprendo así, escrutando
todas las tierras que paseo;
porque tu forma voy buscando,
y tu fulgor aquí no veo.
Tierra mía, alegoría
del iris roto en el cristal:
¡eres el brillo y eres la orgía
de la riqueza mineral!
Cuando me muera, no me engasten
blanduras níveas en las sienes;
que me aguzen y me desgasten
las vetas duras que tú tienes…
Y en el día del ansia extrema,
para el total sosiego hallar,
¡rota la frente entre tus gemas,
quiero tenderme a descansar!
XXXVIII
¡Cuántas cosas profundas sabe
decir el mar;
carne que de mi angustia
pareciera temblar!
–Estoy al borde mismo, y suben
las mareas:
olas que me salpican, furias que
me golpean;
¡locura de cien brazos que me
quieren llevar
al capricho de todos los caminos
del mar!
Yo, que con este canto creí tocar
el cielo,
soy menos, en la orilla, que una
brizna en el suelo;
que una brizna pudiera, cien
veces, retoñar
allí donde, cansado, él la fuera
a arrojar.
¡Viento, sal, areniscas!…
De cuando en cuando, es bueno
ponerse frente al mar,
y sentir que no somos sino brizna
de polvo,
con que todos los vientos
parecieran jugar!
XXXIX
Alma mía que escuchabas
el estupendo cantar,
te estabas quieta y callada;
tú no querías hablar…
Escuchabas voceríos
que venían desde el mar;
escuchabas voceríos
y te miraba callar.
En las voces que no entiendes,
nada se debe mezclar;
ponerse al borde del canto
y solamente escuchar.
Dejar llegar las palabras,
y callar
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