"El padre de la teoría de la
evolución"
El Beagle cruzando el estrecho de Magallanes
Charles
Robert Darwin nacido el 12 de febrero de 1809 y fallecido el 19 de abril de 1882
fue un naturalista inglés que sostuvo que todas las especies de seres vivos han
evolucionado con el tiempo a partir de un antepasado común mediante un proceso
denominado selección natural.
La evolución fue aceptada como un hecho por la
comunidad científica y por buena parte del público en vida de Darwin, mientras
que su teoría de la evolución mediante selección natural no fue considerada
como la explicación primaria del proceso evolutivo hasta los años 1930, y
actualmente constituye la base de la síntesis evolutiva moderna.
Con sus
modificaciones, los descubrimientos científicos de Darwin aún siguen siendo el
acta fundacional de la biología como ciencia, puesto que constituyen una
explicación lógica que unifica las observaciones sobre la diversidad de la
vida.
El
viaje de Darwin alrededor del mundo- durante 5 años - a bordo del Beagle significó mucho para sus
trabajos científicos. Se trataba de una expedición cartográfica que él, como
naturalista, aprovechó para descubrir un mundo nuevo, la sucesión de paisajes, estudia
las diferentes especies de animales, plantas la geografía y la geología.
El
barco estaba al mando del capitán Robert Fitzroy, que acogió a Darwin por recomendación
del botánico John S. Henslow, que simpatizaba
con el joven Charles.
El
Beagle costeó América del Sur, visitando Uruguay desde el 5 de julio de 1832 al
24 de julio de 1833, llegó al estrecho de Magallanes, cruzó el Cabo de Hornos,
visitó
las Islas Galápagos, Nueva Zelanda, Australia y África.
DIARIO DEL VIAJE DE UN NATURALISTA
ALREDEDOR DEL MUNDO
(EN EL NAVÍO DE S. M., «BEAGLE»)
CHARLES DARWIN
CAPITULO
III
SUMARIO: Montevideo.-
Maldonado.- Excursión al río Polanco.-
Lazos y bolas.- Perdices.-
Carencia de árboles.Garnos.- Capybara,
o cerdo de
río.- Tucutuco- Molothus,
costumbres parecidas a las
del cuclillo.- Papamoscas.-
Aves burionas.- Halcones
que se alimentan
de carnaza.- Tubos
formados por el
rayo.- Casa
fulminada.
Maldonado.
5 de
julio de 1832.-
Largamos velas por
la mañana y
salimos del magnífico
puerto de Río.
Durante nuestro viaje
hasta el Plata
no vemos nada
de particular, como
no sea un día una
grandísima bandada de
marsopas, en número
de varios millares.
El mar entero
parecía surcado por
estos animales, y
nos ofrecían el espectáculo
más extraordinario cuando cientos de ellos avanzaban a saltos, que hacían salir
del agua todo su cuerpo. Mientras nuestro buque corría nueve nudos por hora,
esos animales podían pasar y repasar por delante de la proa con la mayor
facilidad y seguir adelantándonos hasta muy lejos. Empieza a hacer mal tiempo en el momento en
que penetramos en la desembocadura del Plata.
Con una noche muy oscura, nos vemos rodeados por gran número de focas y
de pájaros bobos que hacen un ruido tan extraño, que el oficial de cuarto nos
asegura que oye los mugidos del ganado vacuno en la costa.
Otra noche
nos es dado
presenciar una magnífica
función de fuegos
artificiales; naturales: el
tope del palo
y los extremos
de las vergas
brillaban con el
fuego de San
Telmo; casi podíamos distinguir la forma de la veleta, que parecía como
si la hubiesen frotado con fósforo.
El mar estaba
tan luminoso, que
los Pájaros bobos
parecían dejar detrás de sí en su superficie un reguero de luz, y de vez en cuando las
profundidades del cielo se iluminaban de pronto al fulgor de un magnífico
relámpago.
En
la desembocadura del río, observo con mucho interés la lentitud con que se
mezclan las aguas marinas y las fluviales.
Estas últimas, fangosas y amarillentas,
flotan en la
superficie del agua
salada gracias a
su menor peso
específico. Podemos estudiar
particularmente este efecto en la es tela que deja el barco, allí donde una línea de agua
azulada se mezcla
con el líquido
circundante después de
cierto número de
pequeñas resacas.
.
.
Montevideo (Uruguay) - Siglo XIX- Año
1832
26
de julio.- Anclamos en Montevideo.
Durante los dos años siguientes, el Beagle se ocupó en estudiar las
costas orientales y meridionales de América al sur del Plata. Para
evitar inútiles repeticiones
extracto las partes
de mi diario
referentes a las
mismas comarcas, sin atender al orden en que las visitamos.
Maldonado
está en la margen
septentrional del Plata
a poca distancia
de la desembocadura de este río. Es una población
pequeña, muy miserable y muy tranquila.
Está
construida como todas las de este país, cruzándose las calles en ángulo recto y
con una gran plaza en el centro, cuya extensión hace resaltar aún más el escaso
número de habitantes. Apenas hay algo de comercio; las exportaciones se limitan
a algunas pieles y algunas cabezas de ganado vivo. La población se compone principalmente de propietarios,
algunos tenderos y los artesanos
necesarios, tales como
herreros y carpinteros, que ejecutan todos los trabajos
en un radio de 50 millas. La población está separada del río por una hilera de
colinas de arena como de una milla de
anchura (1.609 metros); la rodea por las otras partes una planicie ligeramente
ondulada y cubierta por una capa uniforme
de hermoso césped,
el cual ramonean
innumerables rebaños de
ganado vacuno, lanar
y caballar. Hay muy pocas tierras cultivadas, hasta en
los alrededores más próximos a la población. Algunos setos de cactus y de
agaves indican los sitios donde se ha sembrado un poco de trigo o de maíz. El terreno conserva el mismo carácter en casi
toda la extensión de la margen septentrional del Plata; la única diferencia
consiste quizá en que las colinas de granito son aquí un poco más elevadas.
El
paisaje es muy poco interesante: apenas se ve una casa, un cercado o hasta un
árbol que lo alegre un poco. Sin embargo,
cuando se ha
estado metido en
un barco algún
tiempo, se siente cierto placer en pasearse aun por llanuras de césped cuyos límites no
pueden percibirse. Aparte de eso, si la vista siempre es la
misma, muchos objetos particulares tienen suma belleza. La mayor parte de las avecillas poseen
brillantes colores; el admirable césped verde, ramoneado muy al rape por las
reses, está adornado por pequeñas flores, entre las cuales hay una que se
parece a la margarita y os recuerda una antigua amiga. ¿Qué
diría una florista al
ver llanuras enteras
tan completamente cubiertas
por la verbena
melindres, que aun
a gran distancia presentan
admirables matices de
escarlata?
Diez semanas
permanecí en Maldonado,
y durante ese
tiempo pude proporcionarme una colección casi completa
de los animales mamíferos, aves y reptiles de la comarca.
Antes de
hacer ninguna observación
acerca de estos
animales, contaré un
viajecillo que hice
hasta el río
Polanco, sito a
unas 70 millas
en dirección al
norte.
Como
prueba de excesiva baratura de todas las cosas en este país, puedo citar el
hecho de que dos hombres queme acompañaban con un rebaño de unos doce caballos
de silla, no me costaban más que dos pesos al día. Mis acompañantes llevaban
sables y pistolas, precaución que yo creía bastante inútil. Sin embargo, una de
las primeras noticias que llegaron a nuestros oídos fue que la víspera habían
asesinado a un viajero que venía de Montevideo:
habíase encontrado su
cadáver en el
camino, junto a
una cruz puesta
en memoria de un homicidio
análogo.
Pasamos
la primera noche en una casita de campo aislada. Noto allí bien pronto que
poseo dos o tres objetos (y sobre todo una brújula de bolsillo) que producen el
más extraordinario asombro. En todas las casas me piden que enseñe la brújula e
indique en un mapa la dirección de diferentes ciudades.
Produce la más intensa admiración el que yo,
un extranjero, pueda indicar el camino (porque camino
y dirección son dos voces sinónimas en este país llano), para dirigirse a
tal o cual
punto donde jamás
estuve. En una casa,
una mujer joven y
enferma en cama,
hace que me
rueguen ir a
enseñarla la famosa
brújula. Si grande
es su sorpresa,
aún es mayor
la mía al
ver tanta ignorancia
entre gentes dueñas
de miles de
cabezas de ganado
y de estancias de grandísima
extensión. Sólo puede explicarse esta ignorancia por la escasez de
visitas de forasteros en este remoto rincón.
Me preguntan si
es la tierra
o el sol
quien se mueve,
si en el
norte hace más
calor o más
frío, dónde está
España y otra
multitud de cosas
por el estilo.
Casi todos los habitantes tienen una vaga
idea de que
Inglaterra, Londres y
América del Norte
son tres nombres
diferentes de un
mismo lugar; los
más instruidos saben que Londres y la América del Norte son
países separados, aunque muy cerca uno de
otro, y que
Inglaterra es una
gran ciudad que
está en Londres!
Llevaba conmigo algunas cerillas químicas, y las encendía con los
dientes. No tenía límites el asombro, a la vista de un hombre que producía
fuego con los dientes; así es que acostumbraba a reunirse toda la familia para
presenciar ese espectáculo. Un día me ofrecieron un peso por una sola cerilla. En el pueblecillo de Las Minas me vieron
jabonarme, lo cual dio margen a comentarios sin cuento; uno de los principales
negociantes me interrogó con cuidado
acerca de esta
práctica tan singular;
preguntóme también por
qué a bordo
llevábamos barba, pues había oído decir a nuestro guía que entonces
gastábamos barba.
Ciertamente
le era yo muy sospechoso. Tal vez
hubiera oído hablar de las abluciones
mandadas por la
religión mahometana; y
sabiendo que era
yo hereje, probablemente
sacaría la consecuencia de que todos los herejes son turcos. Es usual en
este país pedir hospitalidad por la noche en la primera casa algo acomodada que
se encuentra. El asombro causado por la
brújula y mis demás baratijas,
servíanme hasta cierto
punto, pues con
esto y las
largas historias que
contaban los guías
acerca de mi
costumbre de romper las piedras, mi facultad de distinguir
las serpientes venenosas de las que no lo eran,
mi pasión por
coleccionar insectos, etc.,
me hallaba en
situación de pagarles
su hospitalidad. Verdaderamente,
hablo como si
me
hubiese visto en plena África central; no
halagará a la
banda oriental mi
comparación; pero tales
eran mis sentimientos
en aquella época.
Al
día siguiente llegamos al pueblecillo de Las Minas. Algunos cerros más, pero en
resumen el país conserva el mismo aspecto; sin embargo, un habitante de las
Pampas vería de seguro en él una región alpestre
La
comarca está tan poco habitada, que apenas encontramos una sola persona durante
un día entero de viaje. El pueblo de Las Minas aún es menos importante que
Maldonado; está en una pequeña llanura rodeada de cerrillos pedregosos muy
bajos. Tiene la forma simétrica de costumbre, y no deja de presentar un aspecto
bastante bonito con su iglesia enlucida con cal y sita en el centro mismo del pueblo. Las
casas de los
arrabales se elevan
en el llano
como otros tantos
seres aislados, sin jardines, sin patios de ninguna especie. Es la moda
del país; pero eso da, en último término, a todas las casas una apariencia poco
cómoda.
Pasamos la noche en una pulpería o taberna. Gran número de gauchos acuden por la noche a beber alcohólicos y a fumar cigarros. Su aspecto es muy chocante: suelen ser fornidos y guapos, pero llevan impresos en la cara todos los signos del orgullo y de la vida relajada; muchos de ellos gastan bigote y cabellos muy largos, ensortijados por la espalda. Sus vestidos, de colores chillones; sus grandísimas espuelas resonantes, en los talones; sus cuchillos, llevados en el cinto a modo de dagas (de los cuales hacen tan frecuente uso), les dan un aspecto muy diferente de lo que pudiera hacer suponer su nombre de gauchos o simples campesinos. Son en extremo corteses; nunca beben sin pediros que probéis su bebida; pero mientras os hacen un saludo gracioso, puede decirse que están dispuestos a asesinaros si se presenta ocasión.
Pasamos la noche en una pulpería o taberna. Gran número de gauchos acuden por la noche a beber alcohólicos y a fumar cigarros. Su aspecto es muy chocante: suelen ser fornidos y guapos, pero llevan impresos en la cara todos los signos del orgullo y de la vida relajada; muchos de ellos gastan bigote y cabellos muy largos, ensortijados por la espalda. Sus vestidos, de colores chillones; sus grandísimas espuelas resonantes, en los talones; sus cuchillos, llevados en el cinto a modo de dagas (de los cuales hacen tan frecuente uso), les dan un aspecto muy diferente de lo que pudiera hacer suponer su nombre de gauchos o simples campesinos. Son en extremo corteses; nunca beben sin pediros que probéis su bebida; pero mientras os hacen un saludo gracioso, puede decirse que están dispuestos a asesinaros si se presenta ocasión.
El
tercer día seguimos una dirección bastante irregular, pues estaba yo ocupado en
examinar algunas capas de mármol. Vimos muchos
avestruces (Struthio rhea) en las
hermosas llanuras de
césped. Algunas bandadas eran hasta
de veinte o treinta individuos.
Cuando estos avestruces
se colocan en
una pequeña eminencia
y su contorno
se destaca sobre
el cielo, forman
un espectáculo muy
bonito. Nunca he encontrado en ninguna
otra parte del país avestruces tan domesticados; os dejan aproximaros hasta muy
cerca de ellos, pero entonces extienden las alas, huyen, y bien pronto os dejan
atrás, cualquiera que fuere la velocidad de vuestros caballos.
Llegamos por
la tarde a casa de
don Juan Fuentes,
rico propietario territorial, pero que
no conoce personalmente
a ninguno de
mis acompañantes. Cuando un forastero se acerca a una casa, hay
que guardar algunas ceremonias de etiqueta. Se pone al paso el caballo, se
recita un Ave María, y no es cortés echar pie a tierra antes de que alguien salga
de la casa
y os diga
que os apeéis;
la respuesta estereotipada
del propietario es: Sin
pecado concebida.
Se entra
en la casa
entonces, y se
habla de generalidades
durante algunos minutos;
luego se pide
hospitalidad para aquella
noche,lo cual se concede siempre, por supuesto. El forastero come con la
familia y le dan un aposento, donde hace la cama con las mantas de su recado (osilla
de las Pampas).
Es curioso
advertir cómo las
mismas circunstancias producen
costumbres casi análogas.
En el Cabo
de Buena Esperanza
se practican universalmente la
misma hospitalidad y casi
la misma etiqueta.
Al punto se advierte la diferencia de carácter entre el español y el
holandés, en que el primero nunca hace ni una sola pregunta a su huésped fuera
de lo que
exigen las reglas
más severas de
la cortesía, al
paso que el bueno del
holandés le pregunta
de dónde viene,
a dónde va,
qué hace y
hasta cuántos hermanos, hermanas o hijos tiene.
Poco tiempo
después de nuestra
llegada a casa
de don Juan se echa
hacia ella uno de los grandes rebaños de reses vacunas y
se eligen tres animales a quienes matar para las necesidades de la gente. Esas
reses casi salvajes son muy ágiles; como conocen muy bien ellazo
fatal, obligan a los caballos a una larga y ruda cacería antes de dejarse coger.
ESTANCIA CIMARRONA - LITOGRAFÏA ANTIGUA
Después
de haber sido testigo de la grosera riqueza indicada por un número tan grande de
hombres, vacas y
caballos, casi es un espectáculo
el mirar la
miserable casucha de
don Juan. El
piso se compone
sencillamente de barro
endurecido y las ventanas no
tienen vidrieras; los
muebles de la
sala consisten en
algunas sillas muy ordinarias, algunos
taburetes y dos
mesas,
Aunque hay
muchos forasteros, la
comida sólo se compone de dos
platos (inmensos en verdad), conteniendo el uno vaca asada, el otro vaca
cocida y algunos
trozos de calabaza;
no se sirve
ninguna otra hortaliza
y ni siquiera
un pedazo de
pan. Una jarra
grande de barro
cocido, llena de
agua, sirve de vaso a
toda la compañía.
Y, sin embargo,
este hombre es
dueño de varias
millas cuadradas de terreno, cuya
casi totalidad puede producir trigo y con un poco de cuidado todas las
legumbres usuales. Se
pasa la velada
en fumar y
se improvisa un
pequeño concierto vocal
con acompañamiento de
guitarra. Las señoritas, sentadas todas
juntas en un rincón de la sala,
no comen con los hombres.
Se han
escrito tantas obras
descriptivas acerca de
estos países, que
es casi superfluo describir
el lazo o las bolas.
.
.
El
lazo consiste en una
cuerda muy fuerte
pero muy delgada,
hecha de cuero
sin curtir, trenzado
con esmero. Uno
de los extremos
está fijo en
la ancha cincha
que sostiene el
complicado aparato del recado.
El otro
extremo termina en
un anillito de
hierro o de
cobre, por medio
del cual puede
hacerse un nudo corredizo.
El gaucho, en el momento de servirse del lazo,
conserva,
en la mano con que gobierna el caballo,
una parte de
la cuerda arrollada;
y en la
otra mano tiene
el nudo corredizo,
dejándolo muy ancho,
por lo común
de unos ocho
pies de diámetro.
Lo hace girar alrededor
de la cabeza,
cuidando, con un
hábil movimiento de
la muñeca, de mantener
abierto el nudo corredizo; luego lo arroja y le hace caer en el sitio que
quiere.
Cuando
no se emplea el lazo, se arrolla y se lleva atado a la parte de atrás de la
silla.
Hay
dos especies de bolas: las más sencillas, que se emplean para cazar avestruces,
consisten en dos piedras
redondas, cubiertas de
cuero y reunidas
por una tenue
cuerda trenzada, como de unos ocho pies de longitud; la otra
especie sólo difiere de ésta en que consta de tres pelotas
reunidas por una
cuerda a un
centro común. El gaucho tiene en la mano la más pequeña de
las tres y hace girar las otras dos en derredor de la cabeza; luego de hacer puntería
las arroja, y las bolas van a través del aire girando sobre sí mismas como
balas de cañón enramadas. En cuanto
las bolas dan contra
cualquier objeto, se enroscan cruzándose
en derredor de
él y se
anudan con fuerza.
El grueso y
el peso de las bolas varían según el fin que se propone
lograr con ellas: hechas de piedra y del tamaño de una manzana, hieren con
tanta fuerza, que a veces rompen las patas del caballo a las cuales se arrollan;
se hacen de madera, del tamaño de un nabo, para apoderarse de los animales sin herirlos.
A veces son de hierro las bolas, y entonces llegan a mucha mayor distancia. La dificultad
principal para servirse del lazo o de las bolas consiste en ser tan buen
jinete, que, yendo a galope o volviendo grupas de pronto, se pueda hacerlos
girar con bastante igualdad en derredor
de la cabeza
para poder apuntar;
a pie se
aprendería muy pronto
a manejarlos. Divertíame cierta
vez en galopar
y hacer girar
las bola en derredor
de mi cabeza, cuando
la bola libre
chocó accidentalmente con
un arbustillo; cesando
entonces de pronto
el movimiento de
revolución, cayó al
suelo la bola,
rebotó enseguida y
fue a enroscarse
a una de
las patas traseras
de mi caballo;
escapóseme la otra
bola y quedó cogida mi
cabalgadura. Afortunadamente era un caballo
viejo y experto,
pues de otro modo
se hubiera puesto a cocear hasta caer de lado. Los gauchos se desternillaron de
risa gritando que hasta entonces habían visto coger a toda clase de animales,
pero que nunca habían visto a un hombre cogerse él mismo.
.
.
Dos
días después llegué al punto más lejano que deseaba visitar. El país conserva el
mismo carácter, tanto que el hermoso césped se hace más fatigoso que el camino
más polvoriento. Vi en todas partes gran número de perdices (Nothura major).
Estas
aves no van en bandadas, y no se ocultan como las perdices en Inglaterra. Un
hombre a caballo no tiene más que describir en derredor de estas perdices un
círculo, o más bien una espiral, que le acerque a ellas cada vez más, para
matar a palos todas cuantas quiera. El método más común
consiste en cazarlas
con un nudo
corredizo o un
lazo pequeño hecho
con el cañón de una pluma de avestruz, atado a la
punta de un palo largo. Un niño, jinete en un caballo viejo
y pacífico, puede
coger así 30
ó 40 en un solo
día.
En
el extremo más septentrional de la América del Norte1 los indios
cazan el conejo americano describiendo una espiral en torno de él, mientras
está fuera de su yacija; la hora del medio día, cuando el sol está alto y el
cuerpo del cazador no proyecta una sombra muy larga, parece ser el mejor
momento para esta especie de caza.
Sierra de la Ánimas
Regresamos
a Maldonado por
un camino un
poco diferente. Paso
un día en
casa de un viejo
español muy hospitalario,
cerca del «Pan
de Azúcar», sitio
muy conocido para
quien haya remontado
el Plata. Una mañana temprano subimos a la «Sierra de las
Animas». Gracias a
la salida del
sol, el paisaje
es casi pintoresco.
Al poniente se extiende la vista por una inmensa llanura hasta la
montaña de Montevideo, y al oriente por la región ondulosa de Maldonado. En
la cúspide de
la montaña hay
varios montoncitos de
piedras, que evidentemente
están allí desde
hace mucho tiempo.
Mi compañero de viaje me asegura que son obra de los indios antiguos.
Esos montones se parecen, en pequeño, a los que con tanta frecuencia se
encuentran en el país de Gales.
El
deseo de señalar un acontecimiento cualquiera con un montón de piedras en el
punto más alto de las
cercanías, parece ser
una pasión inherente
de la humanidad.
Hoy no existe ni un solo indio
salvaje o civilizado en ninguna parte de la provincia, y no sé que los antiguos
moradores hayan dejado
tras de sí
recuerdos permanentes más
que esos insignificantes montones de piedras de la
«Sierra de las Animas».
Hay pocos
árboles en la
banda oriental; hasta
pudiera decirse que
no hay ninguno, y este es un hecho muy notable. Encuéntranse
matorrales achaparrados en una parte de las colinas peñascosas; a orillas de
las mayores corrientes de agua, sobre todo el norte de Las Minas, hay sauces en
bastante gran número. Me han dicho que hubo un bosque de palmeras junto al
«Arroyo Tapes»; por otra parte, cerca del «Pan de Azúcar», a 35° de latitud, he visto una palmera de muchísima
altura. Excepto estos pocos árboles,y
los plantados por
los españoles, falta
por completo la
leña. En el
número de las especies
introducidas por los
europeos pueden contarse
el álamo blanco,
el olivo, el melocotonero y
algunos otros frutales;
el melocotonero se
ha propagado tan
bien, que es
la única leña
para quemar que
puede hallarse en
la ciudad de
Buenos Aires. Los países absolutamente
llanos, tales como
las Pampas, parecen
poco favorables al
crecimiento de los
árboles. ¿A qué debe atribuirse este
hecho? Acaso a
la fuerza de
los vientos, acaso
también al modo
del desecamiento del
suelo. Pero no puede
explicarse por estas
causas la falta
de árboles en
las cercanías de
Maldonado: las colinas
peñascosas que entrecortan esta región presentan abrigos y hay allí
diferentes clases de terrenos; por lo
común corre un
arroyo por el fondo
de cada valle,
y la naturaleza
arcillosa del suelo parece hacerlo muy apto para conservar una humedad
suficiente. Se ha pensado, y
ésta es una
deducción muy probable
en sí, que
la cantidad anual
de humedad determina
la presencia de los bosques2 ; pues
bien, en esta
provincia caen lluvias abundantes y frecuentes en invierno,
y aunque el verano es seco, no lo es en un grado excesivo3.
Inmensos
árboles cubren la casi totalidad de la Australia; sin embargo,el clima de este
país es mucho más árido. Esta carencia de árboles en la banda oriental debe,
pues, depender de alguna otra causa desconocida.
Si sólo
se atendiese a
la América del
Sur, nos inclinaríamos
acaso a creer
que los árboles no crecen sino en un clima muy húmedo; en efecto, el
límite de la zona de los bosques coincide
muy singularmente con
el de los
vientos húmedos. En
la parte meridional
de este continente, allí
donde soplan casi
constantemente de tempestad
los vientos del oeste,
cargados de humedad
por el Pacífico,
todas las islas
y todos los puntos de la costa occidental tan
profundamente recortada, desde el 380 de latitud hasta la punta más extrema de la
Tierra de Fuego, están cubiertos de impenetrables bosques.
En la
vertiente oriental de las Cordilleras
y en esas
mismas latitudes, pero
donde el cielo azul y el clima tan hermoso prueban que
el viento ha sido privado de su humedad al
pasar por las
montañas, las áridas
llanuras de la
Patagonia tienen pobrísima vegetación. En las partes más
septentrionales del continente, en la región de los vientos alisios constantes
al suroeste, magníficos bosques
adornan la costa
occidental; al paso que puede darse el nombre de desierto
a toda la costa occidental comprendida entre los 40 y los 320 latitud
sur. En esta costa
occidental, al norte
de los 44 ° latitud
sur, al paso que
los vientos alisios pierden su regularidad y caen periódicamente torrentes de
lluvia, las costas que rodean el Pacífico, tan desnudas en el Perú, vístense
junto al cabo Blanco de una admirable
vegetación, tan célebre
en Guayaquil y
en Panamá. Así,
en la parte meridional y
en la parte
septentrional de este
continente, los bosques
y los desiertos ocupan posiciones
inversas con respecto
a las cordilleras,
y esas posiciones
parecen determinadas por la
dirección de los vientos que reinan con más constancia. En medio del continente
hay una gran
región intermediaria que
comprende Chile central
y las provincias del Plata,
región donde los vientos cargados de humedad no tiene que pasar por encima de
altas montañas; pues bien, en esa región la tierra ya no es un desierto ni está cubierta
de bosques. Pero,
aun aplicando sólo
a la América
del Sur esta
regla, según la
cual los árboles
no crecen sino
en un clima
húmedo por vientos
cargados de vapores,
nos encontramos con
una excepción muy
marcada: las islas
Falkland. Estas islas, situadas
en la misma latitud que la Tierra del Fuego y distantes de ella 200 ó 300 millas
nada más, tienen un clima casi análogo y una formación geológica casi idéntica.
Abundan en
situaciones favorables; el
suelo, como el
de la Tierra
de Fuego, es
una especie de
turba, y, sin
embargo, apenas se
encuentran allí algunas
plantas que merezcan
el nombre de
arbustillos; en la Tierra
de Fuego, por
el contrario, impenetrables
bosques cubren hasta
el rincón más
pequeño. No obstante, la dirección
de los vientos y de las corrientes marinas es favorable para el transporte de
semillas desde la Tierra de Fuego,
como lo prueban
las canoas y
los numerosos troncos
de árboles que, arrastrados desde
esta última, van
a estrellarse contra
la isla Falkland
occidental. Sin duda,
a esta causa
se debe la
semejanza de la
flora de ambos
países, excepto los árboles,
pues en las islas Falkland no han podido crecer ni siquiera las que se ha
tratado de trasplantar.
.
.
Durante mi
permanencia en Maldonado,
enriquecióse mi colección
con varios cuadrúpedos, ochenta especies de aves y numerosos
reptiles, incluyendo nueve especies de éstos. El único mamífero indígena que aún
se encuentra, muy común por otra parte, es el Cervus campestris. Este ciervo,
reunido a menudo en pequeños rebaños, abunda en todas las
regiones que rodean
al Plata y en la
Patagonia septentrional. Si
se anda arrastrándose por el suelo para aproximarse a
una manada, llevados estos animales por la curiosidad se os acercarán a menudo;
empleando esta estratagema, he podido matar en
un mismo sitio
a tres ciervos de
un mismo rebaño.
Aun siendo tan manso y tan curioso,
este animal desconfía en extremo si ve a alguien a caballo; en efecto, nadie va
nunca a
pie por este
país, y et
ciervo sólo ve un enemigo
en el hombre
cuando va a caballo
y armado de
bolas. En Bahía Blanca, establecimiento
reciente en la Patagonia septentrional, me quedé atónito al ver cuán poco se
asusta el ciervo por el disparo de un arma de fuego. Un
día disparé diez
tiros de fusil
a un ciervo
a una distancia
de 80 metros; pues bien, parecía sorprenderle mucho
más el ruido de la bala al dar en el suelo que el de la detonación de la
escopeta. Ya no me quedaba pólvora; me vi obligado, por tanto, a
levantarme (lo confieso
para mi ludibrio
como cazador, aunque
con facilidad mato un pájaro al vuelo), y tuve que gritar
muy fuerte para que el ciervo se alejase.
El
hecho más curioso que debo advertir, acerca de este animal, es el olor fuerte y
desagradable que exhala el macho. Es imposible describir este olor: diéronme
náuseas y estuve a punto de desmayarme muchas veces mientras desollaba el
ejemplar cuya piel está hoy en el Museo Zoológico. Envolví la piel en un
pañuelo de seda para llevármela a casa.
Pues bien; después
de haber hecho lavar mucho
el pañuelo de
bolsillo lo usé continuamente; a
pesar de lavarlo
con frecuencia, cada
vez que lo
desdoblaba sentía inmediatamente ese olor, y esto duró diez y
nueve meses. He aquí un pasmoso ejemplo de la persistencia de una sustancia
que, sin embargo, debe de ser muy volátil; en efecto, a menudo
me ha ocurrido,
al pasar a
media milla de
distancia de una
manada de ciervos,
sentir, traído por
el viento, un
aire pestífero a
causa del olor
del macho. Creo que este olores más penetrante en la
época en que son perfectas las astas del macho, es decir, cuando
están desprovistas de la piel
peluda que las
cubre durante algún
tiempo.
Cuando el ciervo exhala
este olor, claro
es que no
se puede comer
su carne, pero
los gauchos afirman
que se la
puede quitar todo mal gusto
enterrándola en tierra
húmeda y dejándola
permanecer allí algún
tiempo. He leído
no sé dónde
que los habitantes
de las islas
situadas al norte
de Escocia tratan
de la misma
manera, antes de
comerla, la tan detestable carne de las aves que se
alimentan de pescado.
El orden
de los roedores
cuenta aquí con especies numerosas;
me proporcioné ocho especies de
ratones4.
.
.
El
roedor más grande que hay en el mundo, el Hidrochoerus capybara (cerdo de agua),
es muy común en este
país. En Montevideo
maté uno que pesaba
98 libras; desde la punta del hocico hasta la cola medía tres pies y dos
pulgadas de longitud; su circunferencia era
de tres pies
y ocho pulgadas.
Estos grandes roedores
frecuentan algunas veces
las islas en
la desembocadura del
Plata, donde el
agua es completamente salada;
pero abundan mucho
más en las
márgenes de los
ríos y de
los lagos
de agua dulce. Cerca de Maldonado suelen vivir tres o cuatro juntos. Durante el
día están tendidos entre
las plantas acuáticas
o van tranquilamente a
pacer la hierba
de la llanura5
Vistos
desde cierta distancia, su paso y su color les hace parecerse a los cerdos; pero
cuando están sentados, vigilando con atención todo lo que pasa, vue’el aspecto
de sus congéneres los cavias y los conejos. La gran longitud de su maxilar le da
una apariencia cómica cuando se les ve de frente o de perfil. En Maldonado son
casi mansos; andando con precaución, pude acercarme a una distancia de tres
metros a cuatro de estos animales. Puede explicarse esta casi domesticidad por
el hecho de que el jaguar ha
desaparecido por completo
de este país
desde hace algunos
años, y el
gaucho no piensa
que ese animal
sea digno de
ser cazado. Conforme
iba acercándome a los cuatro
individuos, de los
cuales acabo de
hablar, dejaban oír
el ruido que
les caracteriza, una especie de
gruñido sordo y
abrupto; no puede
decirse que sea
un sonido, sino
más bien una expulsión brusca del aire que tienen en
los pulmones; no conozco sino un solo ruido análogo a
ese gruñido, y
es el primer
ladrido ronco de un perro
grande. Después de habernos
mirado mutuamente por espacio de algunos minutos, pues me examinaban ellos con tanta
atención como podía
yo examinarlos, tiráronse
todos al agua
con el mayor ímpetu,
dejando oír su gruñido. Después de zambullirse durante algún tiempo volvieron a
la superficie, pero sin sacar más que la parte superior de la cabeza. Cuando la
hembra va a nado dícese
que sus hijuelos
se sientan en
el lomo de
la madre.
Fácilmente se
podría matar en
gran número a
estos animales, pero
su piel vale
poco y su
carne no es
muy buena.
Abundan en las islas del río Paraná y sirven por lo común de presa al jaguar.
El tucutuco
(Ctenomys brasiliensis) es
un curioso animalito
que puede describirse en
pocas palabras: un
roedor que tiene
las costumbres del
topo. Muy numeroso en algunas
partes del país, no por eso deja de ser difícil adquirirlo; pues nunca sale, según
creo, de debajo del suelo. Deja en
el extremo exterior
de su agujero
un montoncito de
tierra, lo mismo
que hace el
topo; sólo que
ese montón es
más pequeño.
Estos
animales minan tan completamente espacios grandísimos, que al pasar por encima de
sus galerías los caballos, se hunden a menudo hasta los corvejones. Hasta
cierto punto, los tucutucos parecen
vivir en sociedad;
el hombre que
me dio mis
ejemplares había cogido
seis de un
golpe, y me
dijo que era cosa
harto común el
coger a muchos
juntos.
No
se mueven durante la noche; se alimentan principalmente con las raíces de las
plantas,y para encontrarlas
hacen galerías inmensas.
En todas partes se conoce a este animal, por un ruido muy particular que
hace debajo del suelo. La persona que por vez primera oye este
ruido se queda
muy sorprendida: no
es fácil decir
de dónde viene
y es imposible suponer quién lo causa. Ese ruido
consiste en un gruñido nasal corto pero no muy
fuerte, repetido rápidamente
cuatro veces en
el mismo tono6 ; se
ha dado a
este animal el
nombre de tucutuco, para imitar
el sonido que
produce. Allí donde abunda este
animal puede oírsele en todos los instantes del día, y a menudo exactamente
debajo del sitio donde estamos. En un
aposento los tucutucos
se mueven despacio
y con pesadez,
lo cual parece
depender de la
acción de sus
patas traseras; les
es imposible saltar a
la más pequeña
altura vertical, por
carecer de cierto
ligamento la articulación
del muslo. No tratan de escaparse; cuando están encolerizados o se
asustan, dejan oír el tucutuco.
Conservé algunos vivos
y la mayor
parte se domesticaron
perfectamente desde el
primer día, sin
tratar de huir
ni de morder;
otros siguieron siendo
ariscos un poco más tiempo.
El hombre
que me los
había proporcionado me
afirmó que se
encuentran gran número de ellos ciegos. Un ejemplar que
conservé en espíritu de vino, hallábase en ese estado; Mr.
Reed piensa que
su ceguera proviene
de una inflamación
de la membrana
nisctitante. Estando vivo el animal, puse un dedo a media pulgada de su
cabeza y no lo vio; sin embargo,
se dirigía por
la estancia casi
tan bien como
los otros. Dadas las costumbres estrictamente
subterráneas del tucutuco, la ceguera, aun siendo tan común no puede ser para
él una grave desventaja; sin embargo, parece extraño que un animal, sea cual
fuere, tenga un órgano sujeto a alterarse con tanta frecuencia. Lamarck hubiera
sacado mucho partido
de este hecho,
si lo hubiese
conocido cuando discutía
(probablemente con más verdad de la que por lo común se encuentra en él)
la ceguera adquirida gradualmente
por el Aspalax7 , un roedor que vive
debajo de tierra,
y por el Proteus,
un reptil que
vive en oscuras
cavernas llenas de
agua; en estos
dos últimos animales,
el ojo está
casi en estado
rudimentario y cubierto
por una membrana aponeurósica y por piel. En el topo
común, el ojo es extraordinariamente pequeño, pero perfecto; muchos
anatómicos, sin embargo,
dudan de que
esté unido al
verdadero nervio óptico;
ciertamente la visión
del topo debe
de ser imperfecta,
aunque probablemente le
sea útil cuando
sale de su
agujero. En el
tucutuco (que, según
creo, nunca sale
a la superficie)
el ojo es
bastante grande, pero
casi nunca sirve
para nada, puesto que puede alterarse sin que esto
parezca causar el menor perjuicio al animal; sin duda ninguna,
Lamarck hubiera sostenido
que el tucutuco
está pasando hoy al estado
del aspalax y del proteo.
Molothrus niger
Hállanse numerosas
especies de aves
en las verdeantes
llanuras que rodean
a Maldonado. Hay
allí varias especies
de una familia
que por su
conformación y sus
hábitos se aproxima mucho a nuestro estornino; una de esas especies
(Molothrus niger) tiene unas costumbres
muy notables. Con
frecuencia puede verse
a muchos de sus
individuos posados en los lomos
de un caballo
o de una
vaca; cuando se
encaraman sobre un seto,
limpiándose las plumas al sol, intentan algunas veces cantar o más bien silbar.
El
sonido que emiten
es singularísimo: se
asemeja al ruido
que haría el
aire saliendo por
un pequeño orificio
debajo del agua,
pero con fuerza
suficiente para producir
un sonido agudo.
Según Azara, este
ave deposita sus
huevos en los
nidos de otras,
como hace el
cuco. Los campesinos
me han dicho
varias veces que
hay ciertamente un
ave que tiene
esta costumbre; mi
ayudante, persona muy
cuidadosa, encontró un nido del
gorrión de este país (Zonotrichia matutina), nido que contenía un huevo mayor
que los otros,
de color y
forma diferentes también.
Hay otra especie de Molothus en la América del Norte (Molothrus pecoris) que tiene esa misma costumbre del cuco y que desde todos los puntos de vista se asemeja mucho a la especie del Plata, hasta en el insignificante detalle de posarse en el lomo de las reses; sólo difiere de ella en ser un poco más pequeña, y en que su plumaje y sus huevos tienen un tinte algo diferente. Esta semejanza chocante de conformación y de costumbres en especies representativas que habitan en los dos extremos de un gran continente, tiene siempre sumo interés, aunque se encuentra con frecuencia.
Hay otra especie de Molothus en la América del Norte (Molothrus pecoris) que tiene esa misma costumbre del cuco y que desde todos los puntos de vista se asemeja mucho a la especie del Plata, hasta en el insignificante detalle de posarse en el lomo de las reses; sólo difiere de ella en ser un poco más pequeña, y en que su plumaje y sus huevos tienen un tinte algo diferente. Esta semejanza chocante de conformación y de costumbres en especies representativas que habitan en los dos extremos de un gran continente, tiene siempre sumo interés, aunque se encuentra con frecuencia.
Mr.
Swainson ha advertido con mucha razón8 que, excepto el Molothrus pecoris (al cual
conviene añadir el
Molothrus niger), los
cucos son las
únicas aves que
realmente pueden llamarse
parásitas, es decir «que
se adhieren, digámoslo
así, a otro
animal vivo, animal cuyo calor hace desarrollarse a su cría, que
alimenta a sus hijuelos y la muerte
del cual causaría la
de éstos». Es
muy de notar
que algunas especies
del cuco y
del molotro, aunque
no todas, hayan
adoptado esta extraña
costumbre de propagación
parásita, cuando difieren casi todas sus otras costumbres. El molotro es un ave esencialmente
sociable, como nuestro
estornino, y vive
en llanuras abiertas
sin tratar de esconderse o
de ocultarse; por el contrario
(como todo el
mundo lo sabe),
el cuco es tímido en extremo, no
frecuenta sino los matorrales más retirados y se alimenta de frutos
y de orugas.
Estos dos géneros tienen también una conformación muy diferente. Se
han propuesto muchas
teorías, llegándose a
invocar hasta la
frenología, para explicar el origen de ese tan curioso instinto que
induce al cuco a poner sus huevos en
los nidos de
otras aves. Creo que sólo las observaciones de M. Prévost9 han dado alguna luz respecto a este problema. La
hembra del cuco
pone lo menos
cinco o seis
huevos; según la
mayor parte de
los observadores; y,
según M. Prévost,
tiene que ayuntarse
con el macho
cada vez que
ha puesto uno
o dos huevos.
Pues bien, si la
hembra se viese
obligada a incubar
sus propios huevos,
tendría que incubarlos
todos juntos, y
por consiguiente, los
de las primeras
puestas quedarían abandonados
tanto tiempo que se
pudrirían, o tendría
que ir incubando
cada huevo por
separado, inmediatamente después de ponerlo; y como el cuco permanece en
nuestro país mucho menos tiempo que
ninguna otra ave
emigrante, la hembra
no dispondría del
necesario para ir incubando uno
tras otro todos sus huevos durante su permanencia. El hecho de que el cuco se
ayunta varias veces y la hembra pone los huevos con intervalos, parece explicar
que los deposite en los nidos de otras aves y los abandone a los cuidados de
sus padres postizos. Estoy tanto más dispuesto a aceptar esta explicación,
cuanto que, como pronto se verá,
he llegado de
una manera independiente a
adoptar las mismas
conclusiones respecto a
los avestruces de
la América meridional,
cuyas hembras son parásitas
unas de otras,
si así puede
decirse; en efecto,
cada hembra deposita
varios huevos en los nidos de
otras hembras, y el macho se encarga de todos los cuidados de la incubación,
como los padres postizos respecto al cuco.
El
número, la falta de energía y las asquerosas costumbres de las aves de rapiña
de la América del Sur, que se alimentan de animales muertos, hacen de ellas
unos seres en extremo curiosos
para quien sólo
conoce bien las aves de
la Europa septentrional.
Pueden comprenderse
en esta lista
cuatro especies de
caracaras o Polyvorus, el
buitre, el gallinazo
y el cóndor.
La conformación de
las caracaras las
hace colocar en
el número de las águilas; veremos
sin son dignas de tan alta alcurnia. Sus costumbres las hacen asemejarse mucho
a nuestros cuervos, a nuestras picazas, a nuestras cornejas, que se alimentan
de carnes muertas;
tribu de aves
muy difundida en
todo el resto
del mundo, pero
que no existe
en la América
del Sur.
Comencemos por el Polyvorus brasiliensis.
Comencemos por el Polyvorus brasiliensis.
Esta ave
es muy común
y habita en
una superficie geográfica
muy extensa; está en extremo
difundida por las ll anuras herbosas del Plata, donde recibe el nombre de
carrancha, y se
encuentra también bastante
a menudo en
los llanos estériles de la Patagonia. En el desierto que
separa el río Negro del Colorado están en gran número en el camino de las caravanas
para devorar los cadáveres de los infelices animales a quienes la sed y la
fatiga han hecho morir en el camino. Aunque muy común en estos países secos y
abiertos, así como en las costas áridas del Pacífico, habita también en
los impenetrables bosques
tan húmedos de
la Patagonia occidental
y de la
Tierra de Fuego.
Las carranchas, así
como los chimangos,
están siempre presentes
en gran número
en las «estancias»,
así como en
los mataderos. Así
que muere un
animal en la
llanura comienzan a comérselo los
gallinazos; luego vienen
las dos especies
de Polyvorus, que no
dejan absolutamente más
que los huesos.
Aunque estas aves
se encuentran juntas
en la misma
presa, distan mucho
de ser amigas.
Mientras que la
carrancha está tranquilamente encaramada
sobre una rama
de árbol o
descansa en el
suelo, el chimango
continúa a menudo
volando durante largo
tiempo de acá
para allá.
Esta
última no se apura y se limita a bajar la cabeza. Aunque las carranchas se
reunen con frecuencia en
gran número, no
viven en sociedad,
puesto que en
los lugares desiertos se las ve a
menudo solas o cuando más en parejas.
.
.
Calandria
Otra especie,
próxima aliada de
ésta (Mimus patagónica, de
D'Orbigny), que habita en las inmensas llanuras desiertas de la Patagonia, es
mucho más salvaje,
y tiene un tono
de voz un
poco diferente. Paréceme
curioso mencionar (lo cual prueba la importancia de las más ligeras
diferencias entre las costumbres) que, habiendo visto esta segunda especie, y
no juzgándola sino desde este punto
de vista, creí
que era diferente
de la especie
habitante en las
cercanías de Maldonado.
Habiendo adquirido luego un ejemplar, y comparado ambas especies sin
gran esmero, pareciéronme tan absolutamente semejantes que cambié de opinión.
Pues bien, Mr. Gould sostiene que son dos especies distintas, conclusión que
concuerda con la leve diferencia de hábitos que Mr. Gould no conocía, sin
embargo.
.
.
No citaré
más que otras
dos aves muy
comunes y muy
nobles por sus
costumbres. Puede considerarse
al Saurophagus sulphuratus
como el tipo
de la gran
tribu americana de
los papamoscas. Por su conformación se asemeja mucho al
verdadero alcotán, pero
por sus costumbres
puede comparársele a
muchas aves. Le he observado con frecuencia estando yo de
caza en el campo, cerniéndose ya encima de un sitio, ya sobre otro sitio. Cuando
está suspenso así en el
aire, a cierta
distancia se le
puede tomar fácilmente
por uno de
los miembros de
la familia de
las aves de
rapiña; pero se
deja caer con
mucha menos fuerza
y rapidez que
el halcón. Otras veces, el saurófago frecuenta
las cercanías del
agua; Permanece allí
quieto como un Martín pescador, y pesca los pececillos
que cometen la imprudencia de acercarse demasiado a la orilla. A
menudo se guardan
estas aves enjauladas
o en los
corrales de las
granjas; en este
caso, se les
cortan las alas.
Se domestican muy
pronto, y es
muy divertido observar sus
maneras cómicas, las cuales se parecen mucho a las de la urraca común, según me han
dicho. Cuando vuelan, avanzan por
medio de una serie de ondulaciones, porque el peso de su cabeza y de su pico es
demasiado grande, si con el de su cuerpo se compara. Por la noche, el saurófago
se encarama sobre un matorral, casi siempre
al borde del
camino; y repite
continuamente, sin modificarlo
nunca, un grito
agudo y bastante agradable, que se parece un poco a palabras
articuladas. Los españoles creen reconocer éstas: «bien te veo», y por eso le
han dado este nombre.
.
.
Dícese
que las carranchas son muy astutas y que roban gran número de huevos.
De acuerdo
con los chimangos,
intentan arrancar las
costras que se
forman en las
heridas de los
caballos y las
mulas han podido
hacerse en los
lomos. Por un lado el pobre
animal con las
orejas colgando y
encorvado er espinazo,
por otro lado
el ave amenazadora
echando miradas de
gula a esta
presa asquerosa: todo
ello forma un
cuadro, descrito por
el capitán Head
con su ingenio
y su exactitud
habituales. Estas falsas águilas rarísimas veces atacan a un
cuadrúpedo o a un ave vivos.
Quien
ha tenido ocasión de pasar
la noche tumbado
entre su manta
en las desoladas
llanuras de la
Patagonia, cuando por la mañana abre los ojos y se ve rodeado a
distancia por esas aves que le vigilan
inmediatamente comprende las costumbres de buitre de esos comedores
de carnaza; por
supuesto, este es
uno de los caracteres de
aquellos países que no se
olvida con facilidad
y que reconoce
todo el que
los ha recorrido.
Si un grupo
de hombres va
de caza, juntamente
con caballos y
con perros; muchas
de esas aves
les acompañan toda la jornada. En
cuanto la carrancha se ha hartado, su buche desnudo se proyecta adelante;
entonces (como siempre, por otra parte) está inactiva, pesada, floja; su vuelo
perezoso y lento
se parece al
de la grulla
inglesa; rara vez se cierne
en los aires;
sin embargo, dos
veces vi a una de ellas
cerniéndose a gran
altura; entonces parecía
moverse en el
aire con mucha
facilidad. En vez
de saltar corre,
pero no con
tanta rapidez como algunas de sus congéneres. A veces, aunque muy pocas,
deja oír la carrancha un grito; ese grito, fuerte, muy penetrante y
singularísimo, puede compararse al
sonido de la g
gutural española seguido
por una doble
rr; cuando prorrumpe
en ese grito eleva la cabeza cada vez más, hasta
que, a la postre y abierto el pico cuan grande es, el
vértice de la
cabeza casi toca
a la parte
inferior de su
dorso. Este hecho
se ha negado;
pero he podido
observar frecuentemente a
esas aves con
la cabeza tan
echada hacia atrás, que casi
forman un círculo. Apoyándome en la elevada autoridad de Azara puedo añadir a
estas observaciones: que la carrancha se alimenta de gusanos, moluscos
acuáticos, limacos, saltamontes
y ranas; que
mata a los
corderillos arrancándoles el
cordón umbilical; y
que persigue al
gallinazo con tanto
encarnizamiento, que este
último se ve
obligado a expeler
la carnaza tragada
por él recientemente. Azara
afirma que a menudo se reúnen
cinco o seis carranchas para dar caza a grandes aves y aun a las garzas reales.
Todos estos hechos prueban que este ave es muy variable en sus gustos y que
está dotada de una gran espontaneidad.
El
Polyvorus chimango es mucho más pequeño que la especie precedente. Es un
ave verdaderamente omnívora;
come de todo,
hasta pan; y
me han asegurado
que devasta los
campos de patatas
en Chiloé, arrancando
los tubérculos que
acaban de plantarse.
Entre todas las
aves que comen
carne muerta, suele
ser la última
que abandona el
cadáver de un
animal; muy a
menudo hasta la
he visto en
el interior del
costillaje de un caballo o de una vaca, como un pájaro dentro de una
jaula.
El
Polyvorus Novae Zelandiae es
otra especie muy
común en las
islas Falkland. Estas aves se parecen casi en todo a las
carranchas. Se alimentan de cadáveres y
de animales marinos; en los peñones de Ramírez hasta tienen que pedir al mar
todo su alimento. En extremo atrevidas, frecuentan las cercanías de las casas
para apoderarse de todo cuanto se arroje desde ellas. Así que un cazador mata a
un animal, se juntan alrededor suyo en gran número para precipitarse sobre
cuanto el hombre pueda abandonar y esperan con paciencia durante horas si es
preciso. Cuando están
ahitos, hínchaseles el
implume buche, lo cual
les da un
aspecto repulsivo.
Suelen atacar
a las aves
heridas: habiendo llegado
a descansar en
la costa un
Mórfex herido, inmediatamente fue
rodeado por varias de esas aves, las cuales acabaron de
matarlo a picotazos. El Beagle sólo visitó en verano las islas Falkland; pero
los oficiales del buque Aventure, que pasaron un invierno en estas islas, me
han citado muchos ejemplos extraordinarios de la audacia y de la rapacidad de
estas aves.
Una
vez atacaron a un perro que dormía a los pies de uno de los
oficiales; otra vez,
estando de caza,
hubo que disputarlas
unos gansos que
acababan de ser
muertos. Dícese que
reunidas en bandadas
(y en esto
se parecen a
las carranchas), se colocan junto
al boquete de una gazapera y se arrojan sobre el conejo en cuanto sale.
Cuando el barco
estaba en el
puerto iban constantemente a
visitarlo y era
menester una vigilancia de todos los instantes para impedir que
destrozasen los pedazos de cuero que había en
las jarcias y
llevarse los cuartos
de carne o
la caza colgados
a popa. Estas aves son muy
curiosas, y también sólo por eso muy desagradables: recogen todo cuanto
pueda haber en el suelo;
transportaron a una
milla de distancia
un gran sombrero de hule y lleváronse también un par
de bolas muy pesadas, de las que sirven para la caza de reses mayores. Durante
una excursión, Mister Usborne tuvo una pérdida muy sensible,
puesto que le
robaron una brujulita
de Kater, metida
en un estuche
de tafilete rojo,
y jamás pudo
recobrarla. Se pelean mucho y
tienen terribles accesos de cólera, durante los cuales arrancan la hierba a
picotazos. No puede
decirse que vivan
verdaderamente en sociedad; no se ciernen en las alturas y su vuelo es
pesado y torpe; corren con mucha
rapidez, y su
paso se asemeja
bastante al de
los faisanes. Son muy
estrepitosos, dan varios
gritos agudos; uno
de esos gritos
se parece al
de la grulla
inglesa, por lo
cual les han
dado este nombre
los pescadores de
focas. Circunstancia curiosa:
cuando arrojan un
grito echan atrás
la cabeza, igual
que la carrancha.
Construyen los nidos en costas escarpadas, pero sólo en los islotes
pequeños próximos a la costa y nunca en tierra firme o en las dos islas
principales: extraña precaución para un ave tan poco asustadiza y tan atrevida.
Los marinos dicen que la carne cocida de estas aves es muy blanda y constituye
un manjar excelente; pero se necesita sumo valor para tragar un solo bocado de
ella.
.
.
.
Sólo
nos falta hablar del buitre (Vultur Aurea) y del gallinazo. Encuéntrase el
primero en todas las comarcas moderadamente húmedas desde el cabo de Hornos
hasta la América del Norte. Al contrario
que el Polyvorus
brariliensit y el
chimango, ha penetrado en las islas Falkland.
El
buitre es un ave solitaria, que a lo sumo se encuentra por parejas. Puede reconocerse inmediatamente hasta a gran
distancia por su elegante vuelo y por la altura a que se cierne. Sabido es que
sólo se alimenta de carnaza. En la costa
occidental de la
Patagonia, en medio
de los islotes
con vegetación y
en la costa
tan profundamente recortada, se nutre nada más que con lo que el mar
arroja a la costa y con las focas muertas. Donde estas últimas se reúnen sobre
los peñascos, de seguro se encuentran buitres. El gallinazo (Cathartes atratus)
no habita en las mismas regiones que
la última especie
y nunca se
encuentra al sur
del 41 de latitud. Según Azara,
pretende una tradición que no había de estas aves
junto a Montevideo
en tiempo de
la conquista, y
que sólo han
ido a esos
parajes detrás de los habitantes.
En la actualidad
habitan en gran
número en el
valle del Colorado,
sito a 300
millas al sur
de Montevideo.
Parece probable
que esta nueva
inmigración ha ocurrido
desde el tiempo
de Azara.
El gallinazo suele preferir un clima húmedo, o más bien las cercanías del agua dulce; por eso abunda en extremo en el Brasil y en el Plata y nunca se le encuentra en las llanuras áridas y desiertas de la Patagonia septentrional, excepto a lo largo de algunos ríos. Estas aves frecuentan las Pampas hasta las Cordilleras, pero ni una sola he visto en Chile; en el Perú se las respeta, por considerarlas como los verdaderos barrenderos de las calles. Ciertamente puede decirse que esta clase de buitres viven en sociedad, pues parecen complacerse en su mutua compañía y no sólo se reúnen para arrojarse contra una presa común. En un día bueno pueden observarse a menudo bandadas enteras cerniéndose a grandes alturas, describiendo cada ave las más graciosas evoluciones. Estas evoluciones no pueden ser para ellas más que un ejercicio, o tal vez se relacionen con sus enlaces matrimoniales.
El gallinazo suele preferir un clima húmedo, o más bien las cercanías del agua dulce; por eso abunda en extremo en el Brasil y en el Plata y nunca se le encuentra en las llanuras áridas y desiertas de la Patagonia septentrional, excepto a lo largo de algunos ríos. Estas aves frecuentan las Pampas hasta las Cordilleras, pero ni una sola he visto en Chile; en el Perú se las respeta, por considerarlas como los verdaderos barrenderos de las calles. Ciertamente puede decirse que esta clase de buitres viven en sociedad, pues parecen complacerse en su mutua compañía y no sólo se reúnen para arrojarse contra una presa común. En un día bueno pueden observarse a menudo bandadas enteras cerniéndose a grandes alturas, describiendo cada ave las más graciosas evoluciones. Estas evoluciones no pueden ser para ellas más que un ejercicio, o tal vez se relacionen con sus enlaces matrimoniales.
He citado
todas las aves
que se alimentan
de carnaza, excepto
el cóndor; quizá
sea preferible
dejar lo que
tengo que decir
de él hasta que
visitemos un país
más en relación
con sus costumbres que las llanuras del Plata.
Tubos vitrificados y silíceos que forma el rayo cuando penetra en la
arena.
Los
cerrillos de arena de Maldonado, no estando sujetos por vegetales de ninguna
especie, cambian continuamente de posición.
Por esta causa,
los tubos habían
sido proyectados sobre
la superficie; y
numerosos fragmentos, desparramados
en derredor de
ellos, probaban que
antes estuvieron enterrados
a mayor profundidad.
Había cuatro que penetraban verticalmente en la arena en este sitio;
ahondando con las manos, pude seguir uno de ellos hasta una profundidad de dos
pies; añadiendo algunos fragmentos
que con toda
evidencia habían pertenecido
al mismo tubo,
alcancé una longitud total de cinco pies y tres pulgadas.
El diámetro de este tubo era de igual calibre en todas
partes, lo cual
nos autoriza para
suponer que en su origen
tenía una longitud
mucho mayor. Pero,
en último término,
estas dimensiones son
muy pequeñas si
se comparan con
las de los
tubos de Drigg,
uno de los
cuales se encontró
hasta una longitud de 30 pies.
La
superficie interior de estos tubos está completamente vitrificada, reluciente y
pulida. Examinado al
microscopio un pequeño
fragmento, se asemeja
a un trozo
de metal
sometido a la acción del soplete: tan grande es el número de burbujas de aire o
de vapor que contiene. La arena es en este punto silícea del todo o en gran
parte; pero en algunos sitios del tubo presenta un color negro, y la superficie
reluciente tiene un brillo absolutamente metálico. El
espesor de las
paredes del tubo
varía entre 1/13 y 1/20
de pulgada, subiendo
a veces hasta
el de 1/
10 de pulgada.
En el exterior,
los granos de
arena están redondeados
y un poco
vitrificados, pero no
he podido advertir
ningún signo de
cristalización. Como ya
se indicó en
las Geological Transactions,
los tubos suelen estar
comprimidos y tienen
profundas ranuras longitudinales, lo
cual hace que
parezcan en absoluto un tallo vegetal arrugado, o mejor aún la corteza
de un olmo o de un alcornoque. Tienen unas dos pulgadas de circunferencia; pero
en algunos fragmentos cilíndricos donde
no existen ranuras,
la circunferencia llega
hasta a cuatro
pulgadas.
Estas ranuras
provienen evidentemente de
la compresión ejercida
por la arena
circundante sobre el tubo,
mientras éste se
hallaba aún blando,
a consecuencia de
los efectos
del calor intenso. A juzgar por los fragmentos no comprimidos, la chispa debía
tener un
diámetro (si así
puede decirse) de
1/4 pulgada. Los señores Hachette y Beudant 11 , en París, consiguieron hacer tubos11
análogos desde todos los puntos de
vista a estas fulguritas, haciendo pasar descargas eléctricas extremadamente
intensas a través de vidrio en
polvo impalpable; cuando
añadían sal al
vidrio para aumentar
su fusibilidad, los
tubos tenían dimensiones
mucho mayores. No consiguieron obtener tubos
haciendo pasar la
chispa a través
del feldespato o
cuarzo pulverizados. Un tubo
obtenido en vidrio
pulverizado tenía cerca
de una pulgada
de longitud (exactamente
982/1.000) y un diámetro interior de 19 milésimas de pulgada. Cuando al
mismo tiempo se advierte que se empleó la batería más fuerte existente en París
y que se hizo uso de sustancias tan fácilmente
fusibles como el
vidrio para llegar
a formar tubos
tan pequeños, ¡qué asombro se
experimenta al pensar en la fuerza de
una descarga eléctrica que en varios
puntos arenosos pudo
formar cilindros que en un
caso tenían por
lo menos 30
pies de longitud
y un diámetro
interior de 1
1/2 pulgada en
los sitios no
comprimidos, con una sustancia tan extraordinariamente refractaria como
el cuarzo!
Los
tubos, como ya lo he hecho notar, penetran en la arena en una dirección casi
vertical. Sin embargo, uno de ellos, menos regular que los otros, se desviaba
de la línea recta; el mayor codo formaba un ángulo de 330.
De
ese mismo tubo, separadas entre sí un pie, partían dos ramas pequeñas, una con
la punta vuelta hacia arriba y la otra hacia abajo. Este hecho es tanto más
notable, cuanto que el fluido eléctrico debió de volverse atrás, formando con
la línea principal de dirección un ángulo agudo de 260
Aparte
de estos cuatro tubos, que conservaban su posición en planos verticales, y que
pude seguir por debajo de la superficie, encontré encima del suelo otros varios
grupos de fragmentos
pertenecientes, con seguridad,
a tubos que
debían de haberse
formado allí cerca.
Todos
estaban en la cima plana de un montecillo
de arena movediza, de unos 60 metros por 20, situado en medio de otros méganos
arenosos más altos, a una distancia como de media milla
de una cadena
de colinas de
400 ó 500
pies de altura.
Lo que me
parece más notable aquí, como en
Drigg y como en el caso observado por el señor Ribbentrop en Alemania,
es el número
de tubos encontrados
en un espacio
tan restringido.
En Drigg observáronse tres en un espacio de 15
metros cuadrados; en Alemania se halló el mismo número. En el caso que acabo de
describir, había, ciertamente, más de cuatro en un terreno de 60 metros por 20. Pues bien, como no parece probable que
descargas separadas produzcan
esos tubos, debemos
creer que la
chispa se divide
en ramas separadas un poco antes de penetrar en el
suelo.
Por otra parte, las cercanías del río de la Plata parecen singularmente sujetas a los fenómenos eléctricos. En 1793 12 estalló sobre Buenos Aires una de las tempestades quizá más terribles de que guarda recuerdo la Historia12 ; cayeron rayos en 37 puntos de la ciudad y quedaron muertas 19 personas.
Con arreglo
a los hechos
que he podido
entresacar de muchas narraciones de viajes, me inclino a creer que las
tempestades son muy comunes junto
a la desembocadura
de los grandes
ríos. ¿Consistirá en que la
mezcla de inmensas
cantidades de agua
dulce y de agua salada
perturbe el equilibrio
eléctrico? Durante nuestras
visitas accidentales en
esta parte de
la América del
Sur, también oímos decir que habían caído rayos sobre un buque, dos
iglesias y una casa.
Poco tiempo
después vi una de esas
iglesias y la
casa que pertenecía
a Mr. Hood, cónsul general de Inglaterra en
Montevideo. Algunos de los efectos del
rayo habían sido curiosísimos; el papel estaba en negrecido en una anchura como
de un pie a cada lado de los alambres de hierro de las campanillas. Dichos
alambres se fundieron; y aunque
aquel aposento tenía
quince pies de
alto, al caer
fundidos glóbulos de
metal sobre las sillas y los
muebles, los atravesaron con muchos agujeritos. Parte de la pared se hizo
trizas, como si dentro de la casa hubiese hecho explosión una mina cargada de
pólvora; y los restos de esa pared fueron proyectados con tanta fuerza, que se
metieron en la pared opuesta de la estancia. El marco dorado de un espejo quedó
negro todo él; relatilizose sin duda
el dorado, puesto
que un frasco
colocado encima de
la chimenea junto
al espejo estaba
revestido de brillantes
partículas metálicas que
se adherían al
vidrio tan por completo como si hubiera sido esmaltado.
-------------
1
HEARNE: Journey, pág. 383.
2
MACLAREN: artículo AMERICA, Enciclopedia
Británica.
3
Azara dice: «Creo que la cantidad anual
de lluvias es en todas estas comarcas más cuantiosa que en España».
Tomo
I, pág. 36.
4
En junio hallé 27 especies de ratones en la América del sur, donde aún se
conocen 13 más, según las obras de Aza
ra
y de otros autores. Mister Waterhouse ha descrito y dado nombre, en las
reuniones de la Sociedad Zoológica, a las especies que traje. Aprovecho esta
ocasión para mostrar mi agradecimiento a Mr. Waterhouse y a los demás sabios miembros
de esta Sociedad por la benévola ayuda que se han dignado concederme en todas
ocasiones.
5
En el estómago y en el duodeno de un Capybara que abrí, encontré una grandísima
cantidad de un líquido amarillento, en el cual apenas podía distinguirse ni una
sola fibra. Mr. Owen me participa que una parte de su esófago es de tan poco
calibre, que por él no podría pasar ninguna cosa más gruesa que una pluma de
cuervo. Los anchos dientes y las fuertes mandíbulas de este animal son
ciertamente a propósito para reducir a papilla las plantas acuáticas de las
cuales se alimenta.
6
En las márgenes del río Negro, en la Patagonia septentrional, hay un animal que
tiene las mismas costumbres.
Probablemente
es de una especie afín, pero no la he visto nunca. El ruido que hace este
animal difiere del de la especie de Maldonado; no repite su llamada sino dos
veces en lugar de tres o cuatro, y es más distinta y sonora.
Cuando se
oye a cierta
distancia se asemeja
tanto al ruido
que se haría
cortando un arbolito
con un hacha,
que algunas veces me puse a dudar
si no sería ésta la causa del ruido que oía.
7 Philo oph. Zoolog.,
tomo I, pág. 242
8 Magazine of Zoology
and Botany, tomo 1, pág. 217.
9 Memoire au devant
1'Académie des Sciences, à Parir. L'Institut, 1834, pág. 418.
10 Geolog. Trans., tomo II, pág. 528. El Dr. Prietsley
descubrió en las Philosoph. Tran . algunos tubos silíceos
imperfectos y una
piedra de cuarzo
fundido encontrados en
el suelo, debajo
de un árbol,
donde un hombre había sido muerto por el rayo.(1790,
pág. 294)
11
Annales de chimie et de physique, tomo XXXVII, pág. 319.
12 AZARA: Viaje, tomo 1, pág. 36.
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