La escritorra surrealista que
desafió las
norrmas literarias
Fue una poeta uruguaya que también se aventuró con la prosa erótica y la novela.
La primera creación literaria de Marosa fue ella misma. Cierta vez comentó que tenía que actuar de Marosa.
Desde su primer libro se firmó con el
nombre que la inmortalizaría sin nunca revelar el suyo verdadero: María Rosa, que fuera también el nombre de su abuela.
Sus padres fueron Pedro Giorgio y Clementina Médici y eran descendiente de inmigrantes italianos y vascos .
Por parte de su padre sabemos que Doménico di Giorgio su abuelo, vino de Italia con su hijo Pedro, de diecisiete años.
(Su esposa, Marianna Grossi, había fallecido).
Pedro di Giorgio, acompañado por su padre, porque era un adolescente, desembarcó en el
puerto de Salto. Fue un largo viaje Toscana-Génova-Marsella-Buenos Aires-Salto,
durante cuarenta largos días marinos.
La primera muchacha con la que cambió unas palabras fue con Clementina
Médici y después de varios años se reencontraron y se casaron.
Pedro di Giorgio se estableció en Salto y su padre se volvió a Italia.
Pedro fue agricultor, experto en plantaciones de árboles.
A sus manos se le deben los árboles de la Estación Arapey.
Por parte de su madre sabemos que Eugenio Médicis se casó con Rosa Arreseigor, de sangre vasca.
Prosperó en su actividad comercial y se construyó un edificio cercano al puerto, en la hoy esquina de Albisu y Brasil y una casa-quinta en Apolón y San Martín donde iría sus últimos años junto a su hijas Clementina y Josefina su melliza, e Ida.
La chacra tendría
dimensiones y habitantes que Don Eugenio nunca pudo soñar.
Josefina tendría dos hijos, Rubén Darío, que falleció muy joven, y Hebe Iris (Poupeé), con la que Morosa compartió los años de infancia, y que se iría a vivir a Santa Fe
Ida, que contrajo enlace con Carlos D. Zunini, y sería la madre de Carlos Celiar e Ilse Nevia.
Clementina, la madre de Morosa se casó con Pedro di Giorgio.
Cuando Pedro se casó con Clementina Médici, el padre de ella le entregó una chacra para trabajar. La chacra de Apolón y San Martín.
Vivió su infancia rodeada del amor de su familia integrada por sus abuelos y sus padres.
Tuvo una relación muy intima y cariñosa con su madre y esto se ve claramente reflejado en su obra y por tanto en su visión de mundo.Para ella las cosas pasaban y las miraba en profundidad, con una atención
extrema y dolorosa.
Cuenta que un día en
el jardín, de pronto, se emparentó con la magnolia. Como ella echó unos ojos
grandes, blancos, negros, nerviosos, fijos.
Recuerda tener miedo, que algo
estuviera en las sombras, acechando, sobre todo de noche porque la casa estaba
siempre abierta y estaba rodeada de una arboleda de noche impenetrable...Y las
sombras de los mayores que aunque fuesen
protectores, infundían un poco de miedo
también.
Comenzó sus estudios primarios en una escuela que también estaba rodeada de flores.
La escuela quedaba lejos. Marosa asiste con pasión desvelada y con devoción por su maestra, a pesar de
que ya desde los cuatro años, sabía leer y dibujar sus primeras letras.
Tenía cinco años y su mamá la llevó de la mano a la escuela número 13. Ella recuerdo claramente el sol de oro, un tulipán
en el mismo color, que a los pocos días llevó a la maestra. Pero lo que más se
le grabó, fue sui madre, de sacón granate, dialogando con la maestra. Y
un humo tornasolado que veló y alzó para siempre todo.
A la Escuela Nº 13, Agraria, (frente a la entonces quinta de Guglielmone) asistió junto a Nidia, que ingresó a la escuela con cuatro años.
Según recuerda las maestras eran muy buenas, y ella era una niña correctísima. Le gustaba mucho ir a la escuela. Una vez que debió faltar, mandó a su mamá a que mirara por los ventanales de la escuela lo que estaban enseñando, para no perder eso. En el liceo fue igual.
En 5º y 6º años, Marosa y Nidia asistieron a la Escuela Urbana Nº 8 de Salto.
El padre las
llevaba muchas veces en sulky a la escuela. Sin duda este recuerdo se convirtió
en esta vivencia casi en estado puro.
Lectora incansable, con su hermana Nidia, leían a Constancio Vigil, cuyos cuentos protagonizados por animales les producían un gran encanto También a Calleja, inquietante por la actividad de brujas y hadas.
Cuenta que leyó Alicia en el país de las maravillas de adulta, habiendo publicado
ya muchos libros. De ella dice "Siempre me conectan a Carroll y su Alicia, como si hubiese
algún vínculo. Alicia es inefable, no encuentro calificativo que le venga bien.
La conocí desde solo una lectura, y es un esplendor escondido que no debo
volver a visitar. La niña que atraviesa mi trabajo, la que lo protagoniza bajo
diferentes nombres, o con el propio, es Marosa, es mi alma andando y andando
como sin fin, encandilada. "
Leía y caminaba de un modo
casi obsesivo, pero también distraído, pero también atento, a lo largo de
duraznos, ciruelas, almendros, rosales, morenas, vides, olivares. Iba y venía.
A la vuelta de las caminatas,
en su casa, la esperaban revistas extranjeras. Eran publicaciones finas,
algunas en italiano, a las que su abuelo Eugenio Médicis estaba suscripto.
Esa literatura y ese otro idioma fueron determinantes en la formación de Marosa. Siempre se sintió italiana y sudamericana, a la vez. El lugar donde transcurrieron sus primeros trece años, parecía un trasplante de Toscana. Todos habían venido de allá y se conocían. Eran vecinos allá y hablaban, claro está, en italiano y fundaron las maravillosas quintas de naranjas, las quintas negras y de oro.
Apenas pasado el umbral de la adolescencia, ella siente que Dios le quitó todo lo bueno. Su contacto con la ciudad no era lo mismo que el bosque, a pesar de espejos y sus flores. Se vio rodeada de mucha gente ella que era un espíritu solitario.
Mientras cursó primer año, la familia
todavía vivía en la chacra. Marosa iba al liceo en el ómnibus que pasaba al
mediodía y volvía de tardecita, cuando cerraban los comercios. Tenía que hacer
tiempo después del liceo para volver”.
Cuando Marosa asistió el
segundo año, ya la familia se había mudado al centro de la ciudad de Salto.
Las casas en las que vivieron
en la ciudad de Salto serían, por su orden: en calle Silvestre Blanco entre
Delgado y Zorrilla; en calle 19 de abril, a la altura de la Plaza de Deportes,
y la tercera en 8 de Octubre 457, ap. 4.
Cuando debió abandonar el mundo idílico de la chacra para seguir estudiando, coincidió con la pérdida real de las propiedades de la familia, una decadencia económica que se había iniciado con la enfermedad del abuelo, una parálisis.
La chacra había significado un patrimonio importante, con árboles frutales de todo tipo, viñedos y elaboración de dulces, conservas y vinos. Ella recuerda con añoranza “Las cosas más insólitas venía la gente de la ciudad a buscar a casa. La abuela no supo manejar los negocios y a mi padre no le gustaba hacerlo. Cuando el abuelo vendió, se hizo lechería y se cortaron las plantaciones.”
Marosa conservó un muy buen recuerdo de sus profesores y de sus compañeros de clase. Completó los estudios de bachillerato como todas las niñas del mundo.
En ocasión de los cien años del liceo al que concurrió Marosa se editó en 1973 un álbum “Instituto Politécnico Osimani y Llerena”, con la dirección de Aníbal Barrios Pintos.
Marosa colaboró con un texto que da cuenta de su ingreso al liceo, que más que una crónica es verdaderamente un poema.
Primer día en el liceo
Un día, no sé cuál, porque se lo llevaron las flores.
Yo, todavía, vivía adentro de
la rosa natal; por el aire transitaban las azucenas y la miel. Y las hermosas
moscas moradas que nacen adentro de los alelíes.
No sé cómo llegué al Instituto
Politécnico Osimani y Llerena. Yo era una pequeña niña con un ramo de rosas en
la mano, o de naranjas salvajes, invisibles, pero evidentes. Ya, la misma
extraña, con el mismo miedo y la misma seguridad de las estrellas. ¿Qué me
habrían dicho? Tal vez, “álgebra”, por primera vez, y yo creí que era el nombre
de otra azucena con muchas vueltas de pétalos; “Prehistoria y Oriente”. Caras
de piedra mirando el cielo y lapislázuli en el Valle de las Reinas.
Lo que recuerdo bien fue el
regreso. Al bajar del coche rojo, empecé a pasar jardines y más jardines con
nombres conocidos. A lo lejos, el sol caía, deslumbrante y triste, porque algo
había cambiado y no se sabía qué. Sin embargo, las vecinas eran las mismas, las
de siempre, cortaban las violetas para el té de antes y después de la cena; así
lo exigía el ceremonial. Vi las alteas con su olor a lluvia y a altea, las
salvias con su mantón de miel, y el saúco negro de las pesadillas. Mis
familiares me estarían aguardando con gran inquietud, porque algo, ya, había
cambiado y no se sabía qué.
Todos los gatos de la casa
salieron a esperarme; eran cien o solo uno; eran cien. Amarillos, blancos,
negros, amarillos. Se apostaron a los dos costados del camino. Las miradas
escrutadoras y fijas.
Tanto Mora como su hermana fueron excelentes estudiantes, pero a ninguna de las dos le atrajo el estudio de una carrera universitaria.
Marosa llegó a asistir unos meses a la Facultad de Derecho. Pero prontamente descubrió que no se pueden forzar los caminos y que el suyo estaba signado por la vocación de construir mundos con palabras.
Nunca tendría el más mínimo arrepentimiento por el
abandono de los estudios curriculares.
Me acuerdo de los repollos acresponados, blancos -rosas
nieves de la tierra, de los huertos-, de marmolina, de la
porcelana más leve, los repollos con los niños dentro.
Y las altas acelgas azules.
Y el tomate, riñón de rubíes.
Y las cebollas envueltas en papel de seda, papel de fumar,
como bombas de azúcar, de sal, de alcohol.
Los espárragos gnomos, torrecillas del país de los gnomos.
Me acuerdo de las papas, a las que siempre plantábamos en
el medio un tulipán.
Y las víboras de largas alas anaranjadas.
Y el humo del tabaco de las luciérnagas, que fuman sin reposo.
Me acuerdo de la eternidad.
De "Historial de las violetas" 1965
Druida (1959)
Historial de las violetas (1965)
Magnolia (1968)
La guerra de los huertos (1971)
Está en llamas el jardín natal (1975)
Al fallecer su padre, en 1978, se trasladó a Montevideo donde se radicó y vivió, solitaria y solidaria, escribiendo un libro tras otro.
Clavel y tenebrario (1979)
La liebre de marzo (1981)
En 1982 ganó el premio de la Sociedad de petrarca con su libro "La flor de Laura".
Otras obras publicadas fueron:
Mesa de esmeralda (1985)
Los papeles Salvajes (recopilación de sus poemas), Primer tomo (1989)
La falena (1989)
Membrillo de Lusana (1989)
Los papeles Salvajes (recopilación de sus poemas), Segundo tomo (1991)
Misales (1993), relatos eróticos
Camino de las pedrerías (1997), relatos eróticos
Reina Amelia (1999), B. Aires, Adriana Hidalgo, novela
La enfermedad que la llevaría a la muerte, después de años de tratamiento, silencioso y secreto, le fue diagnosticada en 1993. Cáncer en los huesos.
Nunca tuvo postura contraria a la ciencia y fue una respetuosa de sus médicos.
Apenas en dos poemas de La flor de lis, se hace referencia a la enfermedad. El primero es La flor de lis 8, que trata de un examen ginecológico que da cuenta de difíciles situaciones derivadas de la descompensación general.
El segundo es La flor de lis 117, que integra los días difíciles con su mundo
mágico:
En los últimos tiempos ella ya no salía estando ya sin poder moverse de su casa de la calle Colonia y alguna más en la casa de Nidia.
La letra de Marosa, como consecuencia de una caída que le había dejado muy mal su mano derecha, era muy mala. Y ella se daba cuenta.
En un reportaje, a la pregunta “Cómo te gustaría morir”, había contestado: "Transformándome en una Mariposa ondeante sobre el jardín natal y en la diminuta cabeza, la fantasía, mis familiares, mis animales y plantas, Dios. "
El 17 de agosto de 2004, a las 9: 45 de la mañana, murió Marosa en la casa de Nidia. “A consecuencia de Insuficiencia venti-respiratoria”, reza el certificado de defunción firmado por el Dr. Ignacio Larrañaga. No fue necesaria la internación para aplacar dolores intolerables. Se fue apagando con una tranquilidad completa.
...Bajó una mariposa a un lugar oscuro; al parecer, de
hermosos colores; no se distinguía bien. La niña más chica
creyó que era una muñeca rarísima y la pidió; los otros
niños dijeron: -Bajo las alas hay un hombre.
Yo dije: -Sí, su cuerpo parece un hombrecito.
Pero, ellos aclararon que era un hombre de tamaño natural.
Me arrodillé y vi. Era verdad lo que decían los niños. ¿Cómo
cabía un hombre de tamaño normal bajo las alitas?
Llamamos a un vecino. Trajo una pinza. Sacó las alas. Y un
hombre alto se irguió y se marchó.
Y esto que parece casi increíble, luego fue pintado
prodigiosamente en una caja.
De "La liebre de marzo" 1981
Este melón es una rosa,
este perfuma como una rosa,
adentro debe tener un ángel
con el corazón y la cintura siempre en llamas.
Este es un santo,
vuelve de oro y de perfume
todo lo que toca;
posee todas las virtudes, ningún defecto,
Yo le rezo,
después lo voy a festejar en un poema.
ahora, sólo digo lo que él es:
un relámpago,
un perfume,
el hijo varón de las rosas.
De "Magnolia", 1965.
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