A la edad de 5 años se trasladó junto a su padre Serafín García Minuano y su madre Sofía Correa, a la localidad olimareña de Vergara, donde recibe instrucción escolar. Esta es la única educación formal que recibe, adquiriendo el resto de su formación cultural de forma autodidacta.
Por breve tiempo se desempeña como periodista local y se interesa también por la música. Trabajó como bibliotecario del club social de Vergara lo que le posibilitó un directo contacto con los libros de diferentes autores que marcaron una influencia en su vida literaria, Leónidas Andreiev, Máximo Gorki, Henri Barbusse, Romaní Rolland y varios clásicos españoles.
Hacia 1925 se radica en la ciudad de Treinta y Tres, e ingresa a la institución policial, oficiando de telefonista encargado del Archivo de la Jefatura de esa localidad.
En 1940 pide el retiro del cuerpo policial y se radica en Montevideo.
Además de su obra poética el autor también explora la narrativa, aventurándose en la producción de cuentos, fábulas, ensayos y crónicas. Incluso pueden encontrarse algunas páginas humorísticas publicadas bajo el seudónimo de "Simplicio Bobadilla".
En carne viva (1937)
Tierra amarga (1938)
Burbujas (1940)
Barro y Sol (1941)
Asfalto (1944)
Raíz y ala (1949)
Romance de Dionisio Díaz (1949)
Las Aventuras de Juan el Zorro (1950)
Agua Mansa (1952)
Flechillas (1957)
Los partes de Don Menchaca (1957)
El Totoral (Recuerdos de mi infancia) (1966)
Piquín y Chispita (1968)
Leyendas y supersticiones (1968)
Blanquita (Nuevos relatos de "El Totoral") (1969)
La vuelta del camino (1970)
Estampas uruguayas (1971)
En el año 1974 fue nominado para ocupar un lugar en la Academia Nacional de Letras, cargo que aceptaría en el año 1983.
En 40 años de actividad literaria, triunfa en numerosos concursos nacionales entre los que se cuentan, cinco premios en el Concurso Anual del Ministerio de Instrucción Publica, el Gran Premio Municipal de Literatura José Enrique Rodó otorgado por la Intendencia Municipal de Montevideo y el de la Trienal de Literatura del Ministerio de Educación y Cultura entre los años 1981 y 1983, y tres premios de carácter particular.
Su trayectoria en literatura nativa, lo condujo a brindar numerosas conferencias en Uruguay y en países de la región como Brasil, Argentina y Paraguay.
El escenario principal del Festival a orillas del Olimar “Maestro Ruben Lena” lleva el nombre del gran poeta y escritor nacido en Vergara -Treinta y Tres
Serafín J. García
Yo sé qu'en el pago me tienen idea
porque a los que mandan no les cabresteo;
porque dispreciando las güeyas ajenas
sé abrirme caminos pa dir ande quiero.
Porque no me han visto lamber la coyunda
ni andar hocicando p'hacerme de un peso,
y saben de sobra que soy duro'e boca
y no me asujeta ni un freno mulero.
Porque cuando tengo que cantar verdades,
las canto derecho nomás, a lo macho,
aunq'esas verdades amuestren bicheras
ande naide creiba que hubiera gusanos.
Porque al copetudo de riñón cubierto
-pa quien n'usa leyes ningún comisario-
lo trato lo mesmo que al que sólo tiene
chiripá de bolsa pa taparse'l rabo.
Porque no m'enyenan con cuatro mentiras
los maracanases que vienen del pueblo
a elogiar divisas ya desmerecidas
y'hacernos promesas que nunca cumplieron.
Porque cuando truje mi china pal rancho
me olvidé que hay jueces p'hacer casamientos,
y que nada vale la mujer más güena
si su hombre por eya no ha pagao derecho.
Porque a mis gurises los he criao infieles
aunqu'el cura grite qu'irán al infierno,
y digo ande cuadre que pa nada sirven
los que sólo viven pirichando el cielo.
Porque aunque no tengo ni en qué cáirme muerto
soy más rico qu'esos que agrandan sus campos
pagando en sancochos de tumba reseca
al pobre pión, qu'echa los bofes cinchando.
¡Por eso en el pago me tienen idea!
¡Porqu'entre los ceibos estorba un quebracho!
¡Porque a tuitos eyos les han puesto marca
y tienen envidia de verme orejano!
¿Y a mí qué m'importa? ¡Soy chúcaro y libre!
¡No sigo a caudiyos ni en leyes me atraco!
¡Y voy por los rumbos clariados de mi antojo
y a naides preciso pa ser mi baquiano!
Serafín J. García
De "Tacuruses"
EN BUSCA DE AVENTURAS
Un caluroso día de verano,
mientras sus padres dormían la siesta sobre el fragante colchón de pasto seco,
en la más honda y fresca galería de su casa subterránea, Piquín se encaminó sigiloso
hacia la superficie, ávido por echar un vistazo al desconocido mundo de allá
arriba.
Era la primera vez que
desobedecía las órdenes paternas, 'y al hacerlo experimentaba una confusa
mezcla de vergüenza y miedo. Pero su curiosidad pudo más que sus escrúpulos y
lo indujo a seguir adelante, a pesar de la inusitada violencia con que le latía
dentro del pecho el corazón.
Apenas se asomó al exterior
quedó maravillado. El mundo era mucho más grande y bello de lo que había supuesto.
Todo lo que alcanzaban a ver sus asombrados ojos le parecía magnífico: el
inmenso y radiante cielo azul; el río anchuroso y de plateadas aguas cuya
corriente rumoreaba a lo lejos; el ágil vuelo de las golondrinas que se
perseguían alegremente en el aire, cual si estuvieran jugando a la manchita; la
ondulada extensión del campo verde, salpicado por graciosas florecillas de vistosos
colores; y el buen sol ' que derramaba sobre todas las cosas su franca mirada
de oro.
Absorto ante el espectáculo
insospechado, ni siquiera advirtió Piquín que alguien se aproximaba a él,
deslizándose ágilmente sobre los pastos. Y por eso se asustó muchísimo cuando una
voz retozona y jovial le susurró al oído:
-Buenas tardes, simpático
Tucutuco. iQué estás haciendo ahí, tan quietecito ?
Se volvió con rapidez y azoro
y vio junto a sí una hermosa Lagartija, cuyo vestido verde resplandecía al ser
tocado por los rayos del sol, y cuyos vivaces ojillos lo contemplaban con expresión
amistosa.
-Y o no me llamo Tucutuco sino
Piquín -fue lo único que acertó a responder, aunque tranquilizado ya ante la
actitud amable y pacífica de su interlocutora.
La Lagartija no pudo menos que
soltar una carcajada al oir aquella ingenua respuesta.
-Te llamarás como dices,
amiguito; pero ello no impide que seas un verdadero tucutuco. Como no dejo yo
de ser una lagartija, aunque me llame Chispita.
-¿Chispita has dicho? ¡Qué
nombre tan bonito!
-El tuyo también lo es. Y tú
me gustas mucho, Piquín, pues tienes cara de bueno. ¿Qué te parece si nos
hacemos compañeros y nos marchamos juntos por ahí, a ver un poco del mundo?
-i De ese precioso mundo
verde, con techo azul, que se extiende alrededor de nosotros!
-Naturalmente. i De cuál otro
había de ser! -le respondió Chispita, riéndose otra vez de su ignorancia.
Piquín pensó rápidamente
muchas cosas. Pensó que su padre se pondría furioso al enterarse de que él
había partido sin permiso; que su madre lloraría desconsoladamente por su
ausencia; que acaso en esos remotos y misteriosos sitios que ansiaba descubrir
no hubiese ni una sola hierbecilla tierna con qué alimentarse; y que
seguramente, cuando llegara la noche, echaría de menos el blando colchón en que
dormía, apretujado contra sus hermanitos, y el calor agradable de allá abajo.
Pero volvió a contemplar el cielo azul, las raudas golondrinas, el inmenso
campo verde salpicado de flores -bibíes y macachines, cardos y borrajas- que
relucían al sol, y todos sus temores desaparecieron para dar paso a un
entusiasmo incontenible.
-¿Tú sabes trabajar, Chispita?
¿Tienes algún oficio? –le preguntó no obstante a la Lagartija. ·
-i Algún oficio, dices ¡Qué
curioso eres, Piquín! ¿Y para qué deseas saber si tengo oficio?
--Porque puede ocurrir que,
andando por ahí, lejos de nuestros padres, tengamos necesidad de ganarnos el
sustento con nuestro propio trabajo alguna vez, ~no te parece~
-¡Ah, sí! Por lo visto has
nacido previsor, ¿eh? Pues, para que lo sepas, soy ilusionista. Sé cambiar de
color en un instante. Mira. .
Y uniendo la acción a la palabra,
deslizóse zigzagueando Chispita hacia un pequeño matorral de pajas secas que
había por allí cerca. De inmediato su hermoso traje verde se convirtió en
amarillo.
Piquín la contemplaba boquiabierto
de asombro.
·-¿No te ha bastado esta
demostración? ¿Quieres que te haga otra? -le interrogó
Chispita, que evidentemente se
sentía orgullosa de su hazaña.
Sin aguardar respuesta, pasó
del matorral de pajas a otro de grisáceas plantas de marcela, situado un poco más
lejos. Y, ante la mirada atónita de Piquín, el flamante vestido amarillo, se hizo
gris.
-¡Eres maravillosa Chispita!
-exclamó estupefacto el pequeño Tucutuco-.
-¿Quién te concedió la grada
de poder cambiar de color con sólo proponértelo?- ¿Acaso fue algún hada o algún
mago?
-No seas tan curioso. Se trata
de un secreto de familia que me está prohibido revelar -dijo la Lagartija con
aire de misterio-. ¿Y tú qué sabes hacer?
-Casitas subterráneas.
Es el oficio de todos los míos.
-¡Magnífico! Así tendremos
refugio cuando llueva o cuando haga mucho frío.
-¿No te parece?
-Claro que sí. Las puedo construir
en un instante.
-Eres admirable, Piquín. Pero
vayámonos pronto, pues ardo en deseos de ver las maravillas que, según me ha
contado mi viejo tío el Lagarto, existen en el mundo.
Piquín pensó de nuevo en sus
padres, que sin duda continuarían durmiendo allá en el fondo de la oscura
galería, y en sus pequeños hermanos, que acaso anduvieran buscándolo por todos
los rincones, y tuvo pena de ellos.
Quiso decirle a Chispita que
lo esperase un instante, que iba a bajar hasta su habitació y que volvía en seguida;
pero ya la impaciente Lagartija lo había tomado de un brazo y lo arrastraba
consigo por el campo, entonando una canción que él no tardó en aprender y
acompañar, pues eran muy pegadizos y fáciles sus versos y su música:
A cantar me enseñó el viento
y los juncos a danzar,
el arroyo a estar contento
y el camino a caminar.
Así, alegres y optimistas,
iniciaron Piquín y Chispita su peregrinaje por aquel desconocido y misterioso
mundo que tanto anhelaban ver, y donde les ocurrieron diversas aventuras que
una tras otra habremos de ir narrando.
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