TRES CUENTOS CORTOS DEL OTOÑO
Por qué algunos árboles no pierden sus hojas
Se trata de una historia infantil muy entretenida a
través de la cual los niños podrán saldar algunas de sus dudas acerca del
otoño. El cuento comienza con el inicio del otoño, cuando el frío empieza a
calar los huesos mientras los pájaros parten hacia destinos más cálidos.
Todos,
menos un pobre pajarito que tenía un ala rota. El pajarillo pensaba que si no
encontraba pronto un lugar donde refugiarse, moriría de frío. Miró alrededor y
divisó a lo lejos algunos árboles que le prestarían cobijo seguro. Saltando y
aleteando como mejor pudo, llegó hasta los árboles y se paró justo enfrente de
un gran roble que parecía lo suficientemente fuerte como para cobijarlo, así le
pidió permiso para refugiarse entre sus ramas hasta que volviera a llegar el
buen tiempo. Sin embargo, el roble le negó su ayuda diciéndole que si le dejaba
cobijarse allí, terminaría picoteando sus bellotas. El pájaro vio otro árbol precioso
de hojas plateadas, un álamo, y pensó que le daría refugio. Llegó hasta él y le
contó su problema pero el álamo también le echó diciéndole que le iba a manchar
sus bonitas hojas y su blanco tronco. Muy cerca había un sauce pero este, al
igual que los demás, lo rechazó argumentando que no trataba con desconocidos.
El
pajarito empezó a saltar como podía con su ala rota sin rumbo fijo hasta que un
abeto le vio y le preguntó que le pasaba, el pobre le contó su desgracia y el
abeto le ofreció sus ramas para que se resguardara del frío. El pino, que
estaba cerca del abeto, también se ofreció para protegerlo del viento ya que
sus ramas eran más grandes y fuertes, mientras que el enebro le ofreció sus
bayas para que no muriera de hambre. El pájaro se preparó un lugar bien
abrigado en la rama más grande del abeto y, protegido por el pino y alimentado
por el enebro, se dispuso a pasar el invierno. Fue una temporada muy feliz
pero, una noche el viento comenzó a soplar muy fuerte arrastrando a su paso las
hojas de los árboles. Todos se asustaron pero, antes de que el viento llegara a
estos árboles, el Rey de los Vientos lo frenó y le pidió que no desnudara a
quienes habían ayudado al pajarillo. El viento los dejó en paz y así fue como
desde entonces el abeto, el pino y el enebro conservan sus hojas durante todo
el otoño y el invierno.
Las tres hojas de otoño
Se trata de un cuento infantil muy divertido que
narra el viaje de tres hojas durante el otoño. Todo comienza cuando llega la
época otoñal y las hojas abandonan el árbol que les dio vida, para quedar a
merced del viento.
Las hojas se sentían muy felices de ser libres y de bailar
cada vez que el viento soplaba. Volando descubrieron parajes bucólicos
maravillosos que ni siquiera podían imaginar. A mitad del camino algo llamó su
atención: notaron que ya no eran verdes como una vez sino que estaban tomando
un color ocre y rojizo, igual que las hojas que estaban debajo de otros
árboles. Intrigadas por aquel cambio, le preguntaron al viento pero este no
supo contestar, entonces se dirigieron a la lluvia pero tampoco obtuvieron
respuesta. A lo largo de su camino le preguntaron a todos aquellos con quienes
se encontraban, pero no encontraron una explicación satisfactoria.
Así,
pasaron los días, hasta que encontraron a Don Otoño, que descansaba en una
rama, y decidieron preguntar una vez más. “Díganos señor Otoño ¿por
qué cambió nuestro color cuando nos desprendimos del árbol?” El
señor Otoño, con voz ronca y serena les explicó: “Cuando yo llego,
conmigo han de llegar la lluvia que moja el árbol y el viento que ha de
soplar. Por eso, amigas mías, no os debéis preocupar. Transcurridos unos meses
todo esto pasará, vendrán otras hermanas y de nuevo al señor árbol de verde se
cubrirá”. Las hojas comprendieron todo lo que estaba sucediendo, agradecieron
al señor Otoño y continuaron felices su viaje hasta el suelo.
La zorra y las uvas
Esta historia hará reflexionar a los niños sobre el
otoño, pero también sobre el orgullo y la arrogancia.
El cuento comienza en
otoño, cuando el frío inicia y los animales apenas salen de sus madrigueras
para buscar comida. Este problema también lo tenía una zorra, que vivía en una
madriguera del bosque y que solo podía conseguir algunos ratones para
alimentarse. La zorra hubiese preferido comerse una buena gallina, pero hacía
tiempo que el guardián del gallinero era un perro muy fiero, por lo que era
mejor contentarse con lo que el bosque ofrecía: ratones, ranas y algún lirón.
Sin embargo, una mañana la zorra se despertó con un enorme deseo de comer algo
refrescante. Pensó que un racimo de uvas no le vendría mal, por lo que se
dirigió hacia los racimos de uvas que podían ver a lo lejos.
Encontró
muchos racimos, pero estaban muy altos. Así que la zorra empezó a saltar para
intentar alcanzarlos. Saltó una, dos, tres veces… pero no consiguió alcanzar
los racimos. La zorra no se desanimó, cogió impulso y volvió a saltar, pero no
había forma. Cada vez las uvas parecían más altas. Jadeando y cansada por el
esfuerzo, la zorra se convenció de que era inútil seguir intentándolo.
Sin
embargo, cuando estaba a punto de renunciar, se percató de que un pajarillo la
había estado observando desde una alta rama. Pensó que había hecho el ridículo,
la gran depredadora del bosque no había conseguido alcanzar las uvas. Sin
embargo, encontró una salida airosa: “Me han dicho que estaban maduras, pero
veo que aún están verdes. No serán un manjar digno de mi exquisito paladar”. Y
se fue, segura de haber salido dignamente de la situación, mientras el
pajarillo reía para sus adentros.
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