La Voz de la Soledad
En 1887, había nacido María y, al año siguiente, Romeo. Sin embargo, estos años venturosos pronto terminaron.
Hacia 1890, Alfonso había empezado a padecer de una honda melancolía y poco a poco fue descuidando su trabajo en la fábrica. Sombrío y huraño, empezó a beber con mayor frecuencia.
En esos años se ausentaba durante días enteros del hogar y se internaba en la selva con la excusa de ir a cazar o de buscar unas minas de plata. Paulina, preocupada por el estado anímico de su marido, había consultado con el médico, quien le recomendó un viaje con la familia a la tierra natal; opinaba que el clima de San Juan, que cambia de un momento a otro a temperaturas extremas, había afectado la salud de Alfonso.
De esta forma, en 1890, los Storni se habían embarcado para regresar a Suiza, donde permanecerían seis años. Es entonces cuando Alfonsina llega al mundo, ya con un ambiente familiar poco brillante.
El negocio de Alfonso y Paulina llega a la ruina por y en agosto de 1900 deciden mudarse al puerto de Rosario (Santa Fe), en busca de nuevas oportunidades. Allí alquilan una modesta casa, oscura y con paredes enmohecidas.
Alfonso abre, cerca de la estación de Sunchales, un café que, sin embargo, para marzo del 1901, debe subastar por falta de recursos. La situación económica de Alfonso es tan desesperada e inestable que Alfonsina con 10 años debe abandonar sus estudios en abril de ese mismo año.
Para mantener a la familia, Paulina abre una escuela particular en la casa donde habitan y logra reunir a cincuenta alumnos.
En julio de 1902, Alfonso, quien todavía sufre ataques depresivos, intenta una vez más llevar a cabo otra aventura comercial. Abre un negocio en la calle Mendoza al que llamará Café Suizo, pero este proyecto tan sólo durará tres meses. Deprimido y vencido, Alfonso se encierra por completo en sí mismo y se deja arrastrar por una profunda melancolía. La familia se muda a una casa aún más pequeña y oscura.
En ese ambiente de inestabilidad familiar, Alfonsina recurre a una táctica infantil para suplir las carencias afectivas y evadir la triste realidad: perfecciona el arte de mentir y así lo cuenta: «A los ocho, nueve y diez años miento desaforadamente: crímenes, incendios, robos, que no aparecen jamás en las noticias policiales. Soy una bomba cargada de noticias espeluznantes; vivo corrida por mis propios embustes, alquitranada en ellos; meto a mi familia en líos... Trabo y destrabo; el aire se hace irrespirable; la propia exuberancia de mis mentiras me salva. En la raya de los catorce años abandono».
A partir de 1903, Paulina se vio obligada a tomar las riendas de la familia; primero se empleó en una fábrica de cigarrillos y, más adelante, como dependienta en varias tiendas.
Finalmente decide realizar labores de costura por encargo, una de las actividades a las que las mujeres de la época solían recurrir para ganarse la vida de forma honrada.
María y Alfonsina ayudan a su madre en esta tarea que les proporciona dinero solo para sobrevivir; suelen trabajar más de doce horas y a menudo cosen hasta entrada la madrugada.
Cuando en 1905 María se case con un comerciante, Alfonsina deberá esforzarse el doble para ayudar a Paulina a cumplir con todos los encargos. Más adelante Alfonsina describirá esos años de arduo trabajo:
«Te enrojeció los ojos la costura, /...
/ Corva la espalda, firme la paciencia, /
El pan escaso en mala pieza oscura»
(«A una premiada»).
En este entorno de pobreza, Alfonsina escribe su primer poema: «A los doce años escribo mi primer verso. Es de noche; mis familiares ausentes. Hablo en él de cementerios, de mi muerte. Lo doblo cuidadosamente y lo dejo debajo del velador, para que mi madre lo lea antes de acostarse. El resultado es esencialmente doloroso; a la mañana siguiente, tras una contestación mía levantisca, unos coscorrones frenéticos pretenden enseñarme que la vida es dulce. Desde entonces los bolsillos de mis delantales, los corpiños de mis enaguas, están llenos de papeluchos borroneados que se me van muriendo como migas de pan».
En el mes de agosto de 1906, muere Alfonso Storni. Alfonsina tiene catorce años y decide que quiere trabajar fuera de casa: se emplea como aprendiz en una fábrica de gorras.
Pronto se convierte en una de las empleadas más populares gracias a su humor chispeante. Allí se solidariza con la situación de la clase obrera y empieza a participar en movimientos que reclaman transformaciones laborales y sociales.
En el año 1907, obtiene el papel de San Juan Evangelista en una obra de teatro presentada por la compañía de Manuel Cordero durante la Semana Santa. Paulina también participa en la misma obra con el papel de María Magdalena.
A partir de entonces, madre e hija actúan de manera esporádica en varias representaciones modestas de pequeñas compañías teatrales.
En marzo de 1908, Alfonsina, quien esta a punto de cumplir dieciséis años, es seleccionada como actriz por la compañía del actor español José Tallaví. Así, participa en una gira que la lleva durante cinco meses por varios puntos del país donde representan obras como Espectros, de Henrik Ibsen; La loca de la casa, de Benito Pérez Galdós; Los muertos, de Florencio Sánchez y El místico, de Santiago Rusiñol.
Sin embargo, Alfonsina pronto comenzó a sentirse incómoda y nerviosa y así lo axpresaba: «... casi una niña y pareciendo ya una mujer, la vida se me hizo insoportable. Aquel ambiente me ahogaba. Torcí rumbos». Se dice que cuando la compañía actuaba en Mendoza, en la sede de la Sociedad Italiana, el representante de esta asociación comenzó a acecharla obsesivamente. Cuando Talleví se enteró de la situación salió en la defensa de la muchacha e incluso se dio la intervención del juez de menores.
Así, aunque la situación cesó, Alfonsina ya no se sentía dueña de su intimidad
y tuvo que cambiar el compañerismo por la soledad de una habitación de hotel.
Estas y otras razones, pesaron lo suficiente para que Alfonsina dejara el teatro. Sin embargo, allí aprendió muchos de los secretos de la actuación que años después ella pondrá en práctica cuando le otorguen una cátedra en el Teatro Infantil Labardén.
En agosto de ese mismo año, Alfonsina regresa a la casa de su madre, que en ese momento reside en el pequeño pueblo santafecino de Bustinza, junto a su segundo esposo, Juan Perelli.
En el año 1909 Alfonsina se marcha a Coronda para estudiar en la Escuela Normal Mixta de Maestros Rurales. Allí alquila una habitación —que comparte con otras dos muchachas— en la casa de la señora Mercedes Gervasoni de Venturini, esposa del comisario del pueblo y hermana de la directora de la escuela.
Para pagar sus estudios y los gastos cotidianos, Alfonsina trabaja como celadora en la misma escuela recibiendo una paga de cuarenta pesos mensuales. Pero el dinero apenas le alcanza: el hospedaje completo le cuesta treinta pesos y debe estirar los diez pesos restantes a lo largo del mes. Son muchas las proezas que realiza para arreglárselas: es durante estos años cuando empieza a robar formularios de telegramas para escribir sus poemas.
Durante el primer año de estudios, Alfonsina destaca como magnífica alumna. Sus maestros pronto descubren en ella cualidades de escritora. Pero también sobresale en otros aspectos; por ejemplo, en la fiesta de fin de curso del primer año escolar, Alfonsina actúa como protagonista en la pieza de teatro Conspiradores incautos, del doctor Zenón Rodríguez. Más adelante, cuando se realizan diversas actividades en Coronda con motivo de la celebración del Centenario (1910), el boletín escolar publicará una crónica informando que la alumna maestra Alfonsina Storni, cantó una romanza «con voz dulce y sentimental».
En 1910, en el segundo año escolar, Alfonsina se las ingenia para solucionar su falta de recursos: los fines de semana viaja a Rosario para cantar en un tabladillo dedicado al género cabaretero. Cuando en Coronda se enteran que actúa como corista, sufre una humillación pública durante un acto escolar. Este incidente puso a prueba por primera vez su capacidad de soportar los juicios adversos de los demás.
Al llegar a casa de la señora Mercedes, Alfonsina se encierra en su habitación y no se la escucha salir durante varias horas. A la hora de la cena, cuando Mercedes llama varias veces a la puerta para que baje a comer, Alfonsina no responde. Decide entrar a su habitación pero se encuentra con su cama vacía y una nota que dice: «Después de lo ocurrido, no tengo ánimo para seguir viviendo. Alfonsina». Todos se alarman y salen a buscarla a las barracas del río Paraná.
Allí la encuentran, gritan su nombre y corren a hacia ella. Pero Alfonsina, con voz serena y un rostro entero y digno, les dice: «No pasar más cuidado. Continuaré viviendo. Reaccioné».
A finales de ese año recibe su diploma de maestra rural.
A mediados de febrero de 1911, se instala en el puerto de Rosario y trabaja como maestra en la Escuela Elemental N.º 65.
Publica sus primeros poemas en las revistas locales Mundo rosarino y Monos y monadas. Allí establece una relación estrecha con el padre de su hijo, Carlos Arguimbau, un hombre casado, de apellido conocido en el medio social rosarino, mucho mayor que ella (veinticuatro años) y seguramente de personalidad interesante ya que sus biógrafos insinúan que era culto y que tenía «cierta importancia» política.
Al parecer, se habían conocido años atrás, cuando Alfonsina residía en Rosario, con su madre, una de las obras de teatro que representó la compañía de José Tallaví había sido una pieza escrita por Arguimbau, El primer idilio; y el impulsor de la creación de la escuela en la que estudió Alfonsina en Coronda, fue precisamente el diputado Arguimbau.
Alfonsina se involucra en diversas actividades y comienza a frecuentar los nacientes círculos intelectuales de la ciudad, donde se reúnen escritores y políticos. A estas reuniones asiste junto a Arguimbau. Allí también conoce al poeta y abogado santafecino Juan Julián Lastra, que más adelante la pondrá en contacto con escritores de Buenos Aires y se convertirá en su primera amistad literaria.
A finales de ese año, cuando descubre que está embarazada, decide marchase a Buenos Aires y asumir su condición de madre soltera.
En enero de 1912 se traslada a Buenos Aires, embarazada, sola, con poco dinero y una maleta que contiene sus versos y algunos ejemplares de Rubén Darío.
Se hospeda en una humilde pensión hasta que el 21 de abril nace su hijo, Alejandro Alfonso Storni. Más tarde, madre e hijo se mudan a una vivienda que comparten con un matrimonio. Para subsistir y mantener a su hijo trabaja como cajera en una farmacia y luego en la tienda A la ciudad de México. En algunas ocasiones, también realiza labores de modista.
Ese año se publica su primera colaboración en Fray Mocho: «De la vida»; también comienza a colaborar en la revista Caras y Caretas.
En el año 1913 es contratada como «corresponsal psicológico» en la firma Freixas Hermanos, una empresa importadora de aceite de oliva. Allí trabaja en las oficinas de la planta alta del edificio, ubicadas en la calle Bartolomé Mitre 1411.
Las funciones que desempeñaba son las que hoy en día llamaríamos de publicidad y marketing. No sólo debía redactar propagandas («cartas psicológicas») dirigidas a los comerciantes minoristas, sino que también determinar los tipos de mercados consumidores que existían en el país para elaborar estrategias de publicidad. Sin embargo, no le resultaba un empleo agradable, incluso le disgustaba. Pero Alfonsina trabajaba con esfuerzo y cumplía estrictamente con sus responsabilidades.
Más adelante, ella describirá este ambiente de trabajo, donde se gestará precisamente su primer libro: «[...]estoy encerrada en una oficina; me acuna una canción de teclas; las mamparas de madera se levantan como diques más allá de mi cabeza; barras de hielo refrigeran el aire a mis espaldas; el sol pasa por el techo pero no puedo verlo; bocanadas de asfalto caliente entran por los vanos y la campanilla del tranvía llama distante. Clavada en mi sillón, al lado de un horrible aparato para imprimir discos, dictando órdenes y correspondencia a la mecanógrafa, escribo mi primer libro de versos, un pésimo libro de versos. ¡Dios te libre, amigo mío, de La inquietud del rosal! Pero lo escribí para no morir».
Ese año establece amistad con Carolina Muzzilli, dirigente socialista y una de las mujeres más apreciadas en el mundo intelectual bonaerense de la época; sus inteligentes estudios sobre la situación de las mujeres y los niños obreros y su comprometida lucha social, lograron ganarse el respeto de muchos intelectuales. No es de extrañar que Alfonsina y Carolina establecieran una estrecha amistad: compartían una profunda conciencia de la situación de su clase social y se sentían identificadas.
La noche del 1 de noviembre de 1913, Alfonsina visitó por primera vez la casa del escritor socialista Manuel Ugarte, ubicada en la calle Pozos 47. Ugarte la había invitado a su residencia por medio de una carta enviada el día anterior. Eran tiempos difíciles para Ugarte pues sufría el rechazo de sus compañeros del Partido Socialista.
Cuando la joven Alfonsina, de tan sólo veintiún años, lo visita esa noche, puede intuir que algo malo sucede. Al parecer, por esos días Ugarte había discutido fuertemente con el presidente del Partido Socialista, Juan B. Justo. Ugarte ya sabía, de una forma u otra, lo que en efecto sucedió: días después, el 10 de noviembre, Ugarte fue expulsado del partido y salió de su sede diciendo: «Nunca nadie podrá expulsar el socialismo de mi corazón».
Alfonsina, como muchos jóvenes, era una fiel admiradora de la labor de Ugarte —quien en ese momento tiene treinta y ocho años—, y tuvo, esa noche, la sensibilidad de entrever la situación en que este se encontraba. Al día siguiente, Alfonsina le escribe una carta solidaria en la que, además, se adivina su propia madurez: Ayer salí de su casa con una impresión de tristeza. La injusticia de su caso, la serenidad suya y la leve ironía que pude observar en Ud. han contribuido a ello... Por desgracia mía, no sé, ni quiero nunca dominar mis impulsos y por eso quiero decirle hoy, más sinceramente que ayer, que vibro con Ud. Perdóneme, ayer no lo conocía más que a través de sus libros. Yo sé que mis frases le merecerán una sonrisa protectora, pero no me importa. Su talento tiene el derecho de sonreír. Lo que puedo asegurarle es que no hay en mí ni sentimiento de ocasión ni lirismo de mujer. Mi alma en estos momentos no tiene sexo.
Lo saluda atentamente.
Alfonsina Storni
Desde entonces, iniciaron una estrecha amistad y los unirá la noble confianza y fresca camaradería de dos buenos colegas.
El 4 de octubre de 1914, bajo los auspicios del periódico dirigido por Carolina, Tribuna femenina, Alfonsina recitó por primera vez sus versos en el cine-teatro Radium Nº 6, en la calle Rivadavia, durante un festival.
En marzo de 1916 se publica su primer libro de poesía, La inquietud del rosal, con prólogo de Juan Julián Lastra.
La recepción del libro por parte de la crítica no tuvo gran repercusión pero en algunos críticos causó indignación: en esos años no era nada común que una mujer se atreviera a expresar sus deseos, menos aún abierta y públicamente; eso era algo que se debía silenciar, ocultar, reprimir. Tampoco fue bien visto que exhibiera su condición de madre soltera sin complejos, como lo hace en su poema «La loba».
La misma Alfonsina, en un testimonio publicado alrededor de septiembre en la revista El Hogar, hace referencia a la represión social que recibía la mujer cuando expresaba sus inquietudes y cómo esta era instada a serenarse cuando se pasaba de los límites.
Un comentario más positivo apareció en el número 83 de la revista Nosotros. La reseña era de media página y estaba firmada por Nicolás Coronado, quién juzgaba al libro como una promesa y como el resultado de un alma sensible y emotiva. Aunque señaló sus fallas, también las disculpó al referirse a la inexperiencia de su autora: «En definitiva... es el libro de un poeta joven y que no ha logrado todavía la integridad de sus cualidades, pero que en lo futuro ha de darnos más de una valiosa producción literaria».
Alfonsina también sufrió su primera decepción literaria: Leopoldo Lugones, «el poeta nacional», no le contestó ni una de las cartas que ella le envió, ni accedió a dedicarle un comentario. A partir de entonces, la relación entre ambos fue complicada y muchos aseguran que se debió, en parte, a que el poeta era receloso de posibles rivales, mucho más si se trataba de una mujer.
El 9 de mayo de 1916, asiste a su primera comida de escritores, en compañía de su amiga Carolina Muzzilli. Esta comida estuvo organizada por la revista Nosotros con motivo de la publicación del libro de Manuel Gálvez, El mal metafísico. La comida se celebró en el restaurante Génova, ubicado en la calle Corrientes esquina con Montevideo, y entre los asistentes estaban: Alberto Gerchunoff, autor de Los gauchos judíos (1909); José Ingenieros, psiquiatra socialista y de profundas ideas filosóficas, quien llegará a convertirse en uno de los mejores amigos de Alfonsina; Roberto F. Giusti y Alfredo A. Bianchi, fundadores de Nosotros; y el librero Balder Moen.
Por medio del grupo en torno a la revista Nosotros, Alfonsina conocerá también a Horacio Quiroga, con quien no sólo compartirá una cercana amistad sino también una relación sentimental. A partir de esta primera comida, Alfonsina se convertirá en la primera mujer miembro de los cenáculos literarios de Buenos Aires.
A mediados de ese año, pierde su empleo en Freixas Hermanos; sin embargo, empieza a colaborar con varias revistas: El Hogar, Mundo Argentino y Atlántida.
Por esta época, su extenso poema Canto a los niños —dividido en «En la cuna», «La risa de los niños», «Los niños rubios», «Los niños pálidos», «Los niños muertos» y «Exhortación»— fue seleccionado como ganador del concurso literario convocado por el Consejo Nacional de Mujeres. Alfonsina había participado con el seudónimo de Piéridas, es decir, «las musas». Durante la 9.ª Fiesta del Libro, organizada por la Biblioteca del Consejo Nacional de Mujeres y celebrada el 30 de noviembre de 1916 en el Teatro Coliseo, se le otorgó el primer premio de $ 655, 555, donados por el Jockey Club. Puesto que en ese momento Alfonsina carecía de un empleo estable, este premio parecía caerle del cielo. Canto a los niños fue publicado en La Nota en diciembre de 1916.
Otro de los poemas de esta época es «Por los niños que han muerto», un verdadero anatema a las atrocidades de la Primera Guerra Mundial. Las noticias de horror y barbarie que llegaron a Argentina desde Europa, conmovieron profundamente a Alfonsina.
El poema apareció por única vez en el periódico La Acción, perteneciente al Partido Socialista, el 6 de mayo de 1916.
A finales de 1916, Carolina morirá de tuberculosis.
El 12 de junio de 1917, el periódico La Idea organiza, en el teatro Minerva del barrio de Flores, el primer homenaje público a Alfonsina. Ese mismo mes vuelve a la docencia como maestra del colegio Marcos Paz, fundado por la Asociación Protectora de Hijos de Policías y Bomberos.
En abril de 1918 aparece su segundo libro, El dulce daño. Alfonsina todavía se ajusta al «poema de amor» que en esos años prevalece en la escritura femenina, pero también inventa una temática que arrastra una ironía mordaz. Precisamente una de las innovaciones de este libro consiste en que su autora juega con lugares comunes y tópicos femeninos.
En varios poemas, Alfonsina expresa sus frustraciones con estos estereotipos. «Tú me quieres blanca» fue uno de los poemas de El dulce daño que más acogida tuvo entre las jóvenes y pronto se convirtió en el favorito de las recitadoras. Incluso, hasta el día de hoy, es uno de sus poemas más citados. En él, Alfonsina hace eco de la célebre redondilla de Sor Juana Inés de la Cruz, «Hombres necios, que acusáis...», en la que se cuestionan las pretensiones de pureza y virginidad de los hombres con respecto a las mujeres.
También continúa escribiendo prosa. En la revista Hebe publica Cinco cartas.
Entre enero y febrero de 1919, sale a luz su tercer poemario, Irremediablemente, y se hace cargo de la sección «Feminidades» (después «Vida femenina») en La Nota.
Publica en Hebe una novela corta de tintes melodramáticos titulada Una golondrina, que forma parte de la serie Cinco cartas.
A partir de 1919, se vuelven más frecuentes las invitaciones para recitar sus poemas y disertar sobre diversos temas literarios; suele hacerlo en locales socialistas, modestas salas de teatro y bibliotecas de barrio. Eran muchas las mujeres que acudían a escucharla, la mayoría de extracción popular o de clase media; se sentían identificadas con estos poemas escritos en un lenguaje casi cotidiano, aunque de temas viscerales y fuertes, que se les quedaban grabados fácilmente en la memoria.
En enero viaja a Montevideo a dictar una conferencia en la universidad sobre Delmira Agustini y a leer poemas de Delfina Bunge de Gálvez, que Alfonsina había traducido del francés al castellano.
En noviembre se publica Languidez, que recibe el Primer Premio Municipal y el Segundo Premio Nacional de Literatura.
Asimismo, comienza a escribir una columna en La Nación bajo el seudónimo de Tao Lao donde, con ironía, esboza una tipología de las actitudes nocivas que adoptaban las mujeres de la época. Desde este espacio, las instó a que demostraran sus aptitudes como seres pensantes y a que rompieran los tópicos que durante siglos han recaído sobre ellas. En varios artículos de estos años Alfonsina se refiere con preocupación a la situación de la mujer y enuncia sus creencias feministas.
El 9 de noviembre finalmente se le concede la ciudadanía argentina; en el acto de concesión actúan de testigos sus amigos Emilio Centurión y Julio Noé. Hay que recordar que, en el caso de las mujeres, la tarjeta de ciudadanía representaba solo un documento simbólico: todavía carecían de derechos civiles y políticos.
Alfonso Depascale traduce al italiano una selección de su poesía y la reúne en un libro titulado Poesie scelte di Alfonsina Storni. Primi saggi de traduzione della grande poetessa argentina.
En abril de 1921 empieza a trabajar en la Escuela de Niños Débiles del Parque Chacabuco.
También participa con intensidad en las reuniones literarias del grupo Anaconda, celebradas en el estudio del acuarelista Emilio Centurión.
Con tantas actividades, Alfonsina comienza a sentirse cansada, deprimida y nerviosa; así, se inician sus reposos anuales en Los Cocos (Córdoba) y Mar del Plata.
En diciembre de 1921, en la revista Cosmópolis de Madrid, Jorge Luis Borges publica un artículo titulado «La lírica argentina contemporánea», en el que se refiere con desdén a la poesía de Alfonsina. Borges, quien por entonces abraza con fervor la nueva estética vanguardista, no tiene afinidad con el estilo de Alfonsina, quien en ese momento todavía imita formalmente el modernismo con retoques del tardo-romanticismo.
Esta aversión por parte de la generación de escritores jóvenes, afectará a Alfonsina.
En el año 1922 comienza a impartir clases en el Teatro Infantil Labardén.
En 1923 se crea para ella una cátedra de declamación en la Escuela Normal de Lenguas Vivas.
Para entonces Alfonsina es una escritora popular, reconocida y leída por un público cada vez más numeroso.
En el año 1924 su éxito literario se concreta cuando es publicada en España en la editorial Cervantes de Barcelona, dentro de su colección «Las mejores poesías de los mejores poetas» edita una antología que recibe una amplia difusión y es comentada por la crítica hispánica muy favorablemente.
Asimismo, el filólogo jesuita, Julio Cejador y Franca, la incluye en el tomo XIII de su Historia de la Lengua y Literatura Castellana, publicada en Madrid, en la que no solo comenta las obras de los autores seleccionados, sino que también agrega textos autobiográficos. También es ampliamente conocida en Chile, Uruguay, México y otros países hispanoamericanos.
En el año 1926 comienza a dar clases de arte escénico en el Conservatorio Nacional de Música y Declamación y por las noches imparte clases de castellano y aritmética en la Escuela de Adultos Bolívar. Se une al grupo de La Peña —liderado por el pintor Benito Quinquela Martín— que celebra sus eventos artísticos en el mítico café Tortoni, donde suelen reunirse reconocidos intelectuales, escritores y artistas. Por esta época establece una estrecha amistad con la poeta chilena Gabriela Mistral.
En septiembre, publica Poemas de amor, su primer libro de prosa poética y que ha sido prácticamente marginado por la crítica y el público. Los temas de este eran los mismos que había venido tratando en sus anteriores poemarios —enamoramiento, decepción— aunque carecen de la fuerza del verso.
El libro relata las etapas de un romance, desde que se inicia hasta que se acaba y tiene, por lo tanto, dos protagonistas: la narradora y el hombre amado. Este libro breve e íntimo fue reeditado en tres ocasiones y fue traducido al francés por Max Daireaux.
Antes de este libro, Alfonsina ya había publicado en La Nota, en 1919, otros poemas en prosa: «Poemas breves» y «Poemas». El estilo de algunos de estos, recuerdan a relatos folclóricos y tradicionales ya que adquieren un tono de leyenda.
Sin embargo, en abril, había aparecido en La Nación su relato «Cuca en seis episodios», donde ya se advierten sus búsquedas estilísticas y sus coqueteos con la vanguardia.
Entre 1926 y 1928 se empiezan a realizar los primeros esfuerzos por crear la Sociedad Argentina de Escritores, siguiendo el ejemplo de la que en 1907 había fundado Roberto Payró.
El 10 de marzo de 1927 se estrena en el teatro Cervantes su primera obra de teatro, El amo del mundo, que solo se mantiene en cartel tres días; la crítica despedazó la técnica de esta pieza teatral y no comprendió su temática feminista, algo que la afectó personalmente. Por ese tiempo, escribe su segunda obra dramática, La debilidad de mister Dougall, pieza que nunca se representará y se mantendrá inédita hasta el año 2002.
El 8 de noviembre de 1928 la Sociedad se inaugura oficialmente con la primera asamblea ordinaria, en la que se dan a conocer los miembros de la junta directiva: Leopoldo Lugones, presidente; Horacio Quiroga, vice-presidente; Samuel Glusberg, secretario; Manuel Gálvez, tesorero; y entre los vocales: Jorge Luis Borges, Enrique Banchs, Roberto Giusti, Carlos Alberto Leumann, etc. No obstante, en una carta sin fecha y con membrete de la Sociedad Argentina de Escritores, Alfonsina le informa a Roberto Giusti que la próxima reunión se realizará en su casa (al pie de la carta indica su dirección: Córdoba 807). Lo cierto es que desde octubre de 1925 Alfonsina había sido la primera impulsora de la Asociación. Así lo demuestra un comentario publicado en la revista Nosotros: «El animoso entusiasmo de una mujer, la ilustre poetisa Alfonsina Storni, ha logrado convertir en realidad, a través de mil dificultades, la vieja aspiración de agrupar los escritores argentinos en una sociedad que los ampare y defienda». El primer acercamiento se había llevado a cabo el 13 de octubre de ese año, en el estudio del doctor Carlos Ibarguren, al que fueron convocados Quiroga, Bianchi, Fernández Moreno, entre otros, para constituir una comisión provisoria encargada de redactar los estatutos. Alfonsina había sido elegida secretaria de dicha comisión provisoria.
En los primeros meses de 1927, la Sociedad Argentina de Escritores instaló su sede de la calle Florida 259, aunque muchas veces también se reunieron en la casa de Alfonsina. A pesar de la participación activa de Alfonsina, son poco claras las razones por las que fue apartada de cargos directivos.
A principios del año 1930, junto a su amiga Blanca de la Vega, viaja a Europa: España, Francia y Suiza. Allí conoce de cerca la literatura de vanguardia de la Generación del 27 (Alberti, Lorca, Guillén...). Publica sus impresiones de viaje en La Nación: «Diario de navegación» (16 de febrero).
Ese año escribe una serie de instantáneas que titula Kodak, donde es aún más evidente su acercamiento a la vanguardia. Por ejemplo, en «Auto» hace alusión a un símbolo de la modernidad —el auto— para expresar un estado anímico. No obstante, en su caso no se tratará de una renovación formal externa, sino de un camino personal, una vanguardia particular a partir de sus propias experiencias y no de escuelas o idearios estéticos. Para entonces, el movimiento vanguardista inaugurado por Jorge Luis Borges en Buenos Aires a principios de los años veinte, ya se encontraba en declive.
En el año 1932 Alfonsina publica Dos farsas pirotécnicas, que incluyen Cimbellina en 1900 y pico... y Polixena y la cocinerita. En estas dos farsas toma prestados temas de Shakespeare y de Eurípides pero los recrea y adapta a su tiempo; es decir, se sirve de lo clásico para trazar cuadros satíricos de las costumbres de la época. Polixena y la cocinerita fue puesta en escena de la mano de la actriz y recitadora Berta Singerman, actuación que fue elogiada por la crítica y muy bien recibida por el público. Pero Cimbellina en 1900 y pico... nunca fue representada —no encontró un elenco o un director dispuesto a hacerlo—, aunque la pieza escrita si tuvo buena recepción de la crítica. En general, ambas piezas fueron consideradas valiosas y en abril del mismo año se elige Dos farsas pirotécnicas como el mejor libro del mes.
Alfonsina también escribió piezas de teatro infantil, un total de seis. Entre ellas, la más famosa es Blanco... negro... blanco... inspirada en «El pierrot negro» de Leopoldo Lugones, incluido en el Lunario sentimental. La verdad es que está construida casi enteramente sobre el esquema de la versión de Lugones, aunque en forma de verso, con la gracia de las piezas infantiles, y acompañada de pasajes musicales. Ella se defenderá diciendo que los motivos clásicos de la literatura no le pertenecen a nadie y agregará: «No le he pedido permiso a Lugones porque ignoro si él le pidió antes permiso a otro... Esta obra en verso es para teatro de niños y la destino a mis alumnos del teatro infantil que son los únicos que creen en mí como autor teatral. Ellos son los únicos, repito, que se adelantan a pedirme que les lea el acto que no he terminado y que, al salir del recreo, se van repitiendo en voz alta la estrofa que se les ha quedado bailando en el oído».
Las otras piezas para niños son Pedro y Pedrito; Jorge y su conciencia, Un sueño en el camino (mimodrama), Los degolladores de estatuas y El Dios de los pájaros. En El Dios de los pájaros se trata el tema de la libertad a través de la historia de unos niños que enjaulan a pájaros. En Jorge y su conciencia, un niño que va tarde a la escuela debe pegar por sí mismo un botón de su camisa; una pieza en la que claramente Alfonsina intenta liberar a sus alumnos de los prejuicios culturales sobre las labores domésticas. Alfonsina también dirigió la puesta en escena de algunas de estas piezas infantiles, las cuales eran interpretadas por sus alumnos del Teatro Infantil Labardén en plazas, parques, asilos.
A principios de 1932, realiza su segundo viaje a Europa junto a su hijo Alejandro. Por esta época comienza a frecuentar las reuniones del grupo Signo en el Hotel Castelar.
En el año 1933 conoce a Federico García Lorca.
En noviembre de 1934 publica Mundo de siete pozos, libro que marca su liberación del llamado «poema de amor». En este, adopta una forma más experimental y menos anecdótica; el verso es irregular, suelto, caprichoso, sin rima, pero desde adentro responde a un ritmo personal. En definitiva, un libro más «objetivo» y menos autobiográfico donde Alfonsina simboliza, cincela emociones, estiliza su universo sensorial. A partir de aquí, su escritura poética se encaminará hacia rumbos cada vez más vanguardistas.
El 20 de mayo de 1935 es operada de un tumor maligno y pierde su seno derecho; se apodera de ella una terrible desazón que se evidencia en episodios biográficos: deja de frecuentar a sus amigos, se encierra en sí misma.
En febrero de 1936 publica en Crítica «Film marplatense», una mezcla de crónica y prosa poética: «No he venido a descubrir Mar del Plata. [...] El ambiente no da para más; la multitud, ya en la playa, ya en la ruleta, ya en la rambla, escamotea continuamente sus perfiles; el mar cambia a cada momento de pellejo y posturas; la ola traga a su víctima y huye a digerirla en sus húmedos subterráneos, sin que nadie la vea. Así, de rápido, el ojo del cronista».
En enero de 1937, realiza un viaje al sur de Argentina y Chile que la distrae de sus preocupaciones: sabe que el cáncer que padece avanza. Publica en La Nación, con el título de «Carné de ventanilla», sus impresiones de viaje. Al regresar, en febrero, sufre el golpe del suicidio de Horacio Quiroga.
Gabriela Mistral Alfonsina Storni y Juana de IbarbourouEl 27 de enero de 1938 pronuncia en Montevideo su conferencia «Entre un par de maletas a medio abrir y la manecilla del reloj», en un encuentro público en el que también participan Gabriela Mistral y Juana de Ibarbourou. La afectan los suicidios de Eglé Quiroga (hija de Horacio) y de su enemigo literario, Leopoldo Lugones.
En agosto publica su Antología poética (Espasa-Calpe) y en septiembre aparece su último libro Mascarilla y trébol, de claros rasgos vanguardistas y de tono testamentario.
Para principios de octubre, el dolor era tal que dependía de la morfina para apaciguarlo. Los médicos le habían dado seis meses de vida. De esta forma, decide adelantarse a su destino. El 18 de octubre viaja a Mar del Plata y desde allí envía a La Nación su poema de despedida, «Voy a dormir».
VOY A DORMIR
Dientes de flores, cofia de rocío,
manos de hierbas, tú, nodriza fina,
tenme prestas las sábanas terrosas
y el edredón de musgos escardados.
Voy a dormir, nodriza mía,acuéstame.
Ponme una lámpara a la cabecera;
una constelación, la que te guste;
todas son buenas, bájala un poquito.
Déjame sola: oyes romper los brotes...
te acuna un pie celeste desde arriba
y un pájaro te traza unos compases
para que olvides... Gracias... Ah, un encargo:
si él llama nuevamente por teléfono
le dices que no insista, que he salido.
La madrugada del 25 de octubre se arroja al mar desde el espigón de la playa de La Perla. Su cadáver es rescatado horas más tarde y enviado a Buenos Aires para ser velado en el Club Argentino de Mujeres.
En el entierro, su amigo Manuel Ugarte le dedica conmovedoras palabras. Sus restos son depositados en la bóveda de la familia de su amiga Salvadora Onrubia de Botana, en la Recoleta, donde permanecerán hasta el 22 de septiembre de 1963, fecha en que serán trasladados al cementerio de La Chacarita y guardados en el recinto reservado para tumbas de personalidades, en un mausoleo esculpido por el artista Julio César Vergotini.
Poco antes de morir, Alfonsina se había animado a representar Cimbellina en 1900 y pico... para ser interpretada por sus alumnos de arte escénico del Conservatorio de Música y Declamación. Pero justo cuando estaba en los ensayos, tuvo que dejarlo; empezaba a sentirse muy mal. Blanca de la Vega, su amiga, la reemplazará como directora y finalmente la pondrán a escena en diciembre de ese año, dos meses después de su muerte. Los intérpretes, todos alumnos suyos, la homenajearán de esta forma.
Alfonsina Storni fue una poetisa argentina nacida en 1892.I
Su suicidio inspiró la canción «Alfonsina y el mar», de Ariel Ramírez y Félix Luna, que ha sido interpretada por innumerables músicos de lengua española, destacándose la versión de Mercedes Sosa y la versión de Chabuca Granda.
El grupo de música celta Bad Haggis también grabó una canción titulada «Templo de agua», inspirada en el suicidio y compuesta e interpretada en colaboración con el panameño Rubén Blades.95 También los compositores argentinos Saúl Cosentino y Juan María Solare han musicalizado diversos poemas suyos. Desde 1996, la actriz Amelia Bence la interpreta en obras llevadas a cabo en diversos teatros latinoamericanos, intercalando poesía y música. Ella fue alumna de Storni en el Teatro Infantil Lavardén durante la década de 1920.96
FUENTES:
https://cvc.cervantes.es/
https://www.buscabiografias.com/
https://www.biografiasyvidas.com/
https://es.wikipedia.org/wiki
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