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Juceca nació en Montevideo el 6 de mayo de 1932.
Su padre fue un albañil anarquista, analfabeto, que aprendió a leer cuando llegó a Montevideo. Se convirtió en un incansable lector y le transmitió a su hijo la pasión por la lectura.
Su abuelo materno, oriundo de Tenerife, lo introdujo en el mundo de los libretos teatrales.
De niño fue muy fantasioso y siempre le gustó escribir e inventar historias. Se crió leyendo entre otros autores a Javier De Viana, Paco Espínola, Morosoli, Julio César Da Rosa y "Los miserables" de Víctor Hugo.
Publicó su primer trabajo alrededor de 1958 en "El Auto Uruguayo", revista del Centro de Protección de Choferes, mientras se desempeñaba como taximetrista.
Un tiempo más tarde, El Espectador lo convocó a producir los libretos para dos programas radiales «Por el ojo de la cerradura», protagonizado por Enrique Guarnero, y «Libretando reflexiones», interpretados por Alberto Candeau.
Don Verídico - El Tallarín
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En 1972, diez años después, la editorial Arca publicó el primero de sus libros: "Los cuentos de Don Verídico" y que ha sido editado durante más de treinta años por diversas editoriales de nuestro medio y del extranjero.
En el ámbito periodístico Juceca escribió para diversos medios de prensa de las dos orillas del Plata; colaboró en Marcha, Misiadura, Guambia y en diversos diarios de Montevideo; en Buenos Aires participó en la revista literaria Crisis, dirigida por Eduardo Galeano, y en Siete Días, Folklore y El Porteño.
Se destacó además como dramaturgo; fue autor de piezas teatrales tales como "La última velada", "El contrabajo rosado", "Están deliberando" y "Socorro Don Verídico".
En 2003, poco antes de morir, participó como coguionista y actor en la película "El viaje hacia el mar", dirigido por Guillermo Casanova. En este filme, basado en la novela de Juan José Morosoli, interpretó el papel del personaje Siete y tres diez.
Julio César Castro (Juceca) falleció el 11 de setiembre de 2003, en Montevideo.
PUBLICACIONES DE JULIO CÉSAR CASTRO (JUCECA)
• La vuelta de Don Verídico", Editorial Arca, 1977.
• Entretanto cuento, (30 aniversario de Don Verídico: cuentos inéditos),
• Don Verídico, Editorial Arca 1994.
• Don Verídico: Antología, Ediciones de la Banda Oriental, 1995.
• Los cuentos de Don Verídico, Archivo General de la Nación, Centro de Difusión del Libro,
• Don Verídico se la cuenta, Editorial de la Flor, 1975.
• Más cuentos de Don Verídico, Editorial Neo Gráfica, 1982.
• Don Verídico: Recopilación, Editorial Imaginador, 1996.
• Nadie entiende nada
• Hay Barullo en el Resorte, 2005, obra póstuma con cuentos inéditos.
• Fofeto Fulero
CUENTOS DE L VIEJO VERÍDICO
La sordera del perro
Batifondo Remilgo supo tener
un perro que se quedó sordo al ver a un sapo fumando y que le hacía guiñadas y
le movía la cola.
- Perdón, pero el sapo no
tiene cola.
Por eso fue que el perro se
impresionó tanto. Que según un forastero que andaba por El Resorte, el batracio
croa porque es natural de Croacia, cosa que lo diferencia de la gallina que
cuando hace caca se dice que cacarea. Cuando Batifondo llevó el perro al
boliche, le dijeron que mejor hubiera llevado al sapo, que el sapo sirve pa
jugar al sapo y es mucho más divertido que jugar al perro, y mucho peor si el
perro es sordo, porque usté le explica cómo es el juego y el otro como quien no
oye llover. Batifondo Remilgo contó todito lo que le pasaba con el perro, y
dijo que así no era vida porque no tenía con quien conversar, y que cuando un
hombre carece de un perro que lo escuche corre peligro de ir y casarse. Y que
muchas veces el hombre se casa y después igualmente tiene que conseguir perro
porque la mujer no lo comprende, y el perro tampoco pero no discute. Se
comentaba el caso, y va el tape Olmedo y lo quiso probar la sordera del perro
que estaba distraído mirando pa fuera, y le hizo sonar los dedos como hacen los
andaluces cuando bailan, que con el chasquido no hay perro que no se de vuelta
pa mirar. Y el perro ni mosqueo. Pa probarlo de nuevo, el tape le chistó.
- Chicho, chicho -le dijo-,
chicho, chiiichooo, perro abombau -le agregó medio calentito de verlo tan
desatento. Rosadito Verdoso estuvo a punto de reventarle un par de higos por el
lomo, pero la Duvija lo miró con ojos de San Francisco de Asís, y se aguantó. El
tema se discutió media damajuana de tinto, y quien más quien menos opinó lo
suyo. Azulejo Verdoso, el inventor, dijo que pa él lo mejor pa la sordera era
sopletear. El pardo Santiago dijo que pa él, clavau que se había dormido de
costado y que en un descuido el dueño le había tirado la yerba del mate en una
oreja y se la tenía tupida, y que lo mejor era sacudirlo golpiando suave contra
un poste. La Duvija opinó que capaz que no era sordo, y que capaz que se hacía
pa no tener que dir a buscar cosas ni salir a ladrar por cualquier ruidito de
morondanga Pero el tape Olmedo dio la solución cuando dijo, dice:
- Si quedó sordo de un susto,
lo mejor es darle otro.
Ahí Rosadito Verdoso agarró al
gato que estaba dormido y se lo tiró al perro por la cabeza. Se llevaron un
susto los dos, que después el perro escuchaba todo clarito, y el barcino se
pasó una temporada sordo, como si fuera de yeso.
El trombón
Asunto serio pa la música,
Frentolín Fermento, el casau con Fermentina Frentín, que se conocieron una
mañana temprano que ella salió a ver la puesta de sol y él le dijo que era
preferible que esperara a la tardecita. Ella le salió conque de tardecita el
padre no la dejaba salir, porque era la hora en que el viejo tocaba el trombón
y ella le tenía que sostener la partitura. Que ahí Frentolín le dijo que lo
mejor era que se la colgara de una piola, la partitura, y saliera a ver la
puesta de sol, pero ella le dijo que el padre se negaba porque el viento se la
movía, la partitura, y le erraba a la nota, y no hay cosa pior que trombón con
mala nota.
Fue cuando Frentolín resolvió
aprender música, cosa de hacerle una visita al viejo y, como bobeando, meterse
en la familia, casarse con la muchacha, y después taparle el trombón con
cemento armado.
Como el piano es poco
manuable, y trompetas no le gustaban porque nunca quiso ser soplón, agarró pal
lau de la guitarra, que es cómoda de llevar a la espalda, como la carabina si
le ordenan sable en mano.
El asunto lo conversó en el
boliche El resorte, y la Duvija se emocionó, porque siempre soñó con un
guitarrero y cantor que le llevara la serenata en noche de luna, con bichitos
de luz haciendo guiñadas y ranitas acompañando a coro desde la laguna.
Mientras se emocionaba y se
acordaba de un forastero que tocaba la concertina, que a ella le encantó cuando
agarraba aire y se le reflotaban los cachetes y la miraba como gato a la
fiambrera, mientras recordaba que le dedicó "Allá en el rancho
grande" y se fue sin decir adiós, el tape Olmedo le opinó a Frentolín
Fermento:
- Pa mi - le dijo -, si usté
quiere acompañar a ese viejo que toca el trombón, no lo tapa con guitarrita así
nomás. Lo que necesita - le dijo, es de la elétrica, que usté va y la enchufa y
le revienta los tímpanos al más sordo y si no sabe tocar ni se nota porque
aturde como el trueno, porque el trueno tiene eso, que cuando suena bruto
asusta.
Frentolín consiguió guitarra,
pero pa enchufarla era un lío porque El Resorte carecía de eletricidá. Así que
Azulejo Verdoso salió a buscar un alargue. Cinco leguas de cable, pal alargue,
porque no había enchufe más cerca. Y van y le hacen un puente a las cuerdas, y
enchufan. Nadie se animó a tocarla, pero daba gusto ver aquella guitarra con
las cuerdas al rojo.
Esa misma noche hicieron unas
mollejas y morcillas pa acompañar el vinito, y lo invitaron al viejo del
trombón. Encantado el viejo, dejó que Frentolín se casara con la hija, porque
lo deslumbró con la parrilla elétrica.
El legado de Julio César
Castro, conocido como Juceca, perdura en la memoria colectiva de los uruguayos
principalmente por su inconfundible humor absurdo, su maestría como narrador y
su creación más emblemática: Don Verídico.
Este personaje, junto a la
pulpería ficticia El Resorte y una galería de figuras entrañables como el Tape
Olmedo, Rosadito Verdoso y la Duvija, se transformó en parte del folclore
nacional, mezclando el humor con profundas reflexiones filosóficas y una mirada
compasiva hacia la vida rural y popular de Uruguay.
Juceca supo captar la esencia
del habla y la idiosincrasia criolla, construyendo un universo literario y
teatral donde lo absurdo y lo poético se entrelazan.
Su estilo, marcado por un ritmo
pausado y una voz a veces susurrante, a veces enérgica, lo hizo único y
querido, tanto en Uruguay como en Argentina, donde también dejó huella como
guionista y dramaturgo.
Además de su obra literaria y
teatral, Juceca se destacó por su compromiso social y político, siempre del
lado de los más humildes y participando activamente en causas populares.
Su influencia trasciende
generaciones: sus cuentos siguen siendo publicados y adaptados al teatro, y su
personaje Don Verídico continúa vivo en la cultura popular y en la memoria
afectiva de quienes disfrutaron de su arte.
Don Verídico contribuyó a la
construcción de una identidad literaria uruguaya que dialoga con la tradición
popular y el humor crítico, reflejando las tensiones sociales y políticas del
país en un lenguaje accesible y profundamente humano.
Sus cuentos son considerados
piezas fundamentales dentro de la narrativa uruguaya contemporánea,
destacándose por el uso de un lenguaje coloquial y un punto de vista único que
mezcla lo surrealista con lo filosófico.
Juceca no solo popularizó un
estilo narrativo propio, sino que también influyó en otros ámbitos culturales,
siendo adaptado al teatro y difundido en medios radiales y televisivos, lo que
amplió su alcance y consolidó su presencia en la cultura popular.
Su impacto se extiende también
a la música y otras expresiones artísticas que, en conjunto, forman parte de la
memoria cultural nacional
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