COMPOSITOR, PIANISTA Y ESCRITOR URUGUAYA
Felisberto Hernández nació en Montevideo, el 20 de octubre de 1902 y murió el 13 de enero de 1964.
Fue un compositor, pianista y escritor uruguayo, caracterizado por sus obras, en un principio catalogadas como literatura fantástica, basadas, principalmente, en una reflexión sobre sí mismo.
Comenzó a publicar a los 23 años, aunque en vida sus obras nunca alcanzaron una repercusión masiva. Tras la última etapa como músico itinerante, abandonó la carrera de pianista dedicándose exclusivamente a la literatura.
Fue un compositor, pianista y escritor uruguayo, caracterizado por sus obras, en un principio catalogadas como literatura fantástica, basadas, principalmente, en una reflexión sobre sí mismo.
Comenzó a publicar a los 23 años, aunque en vida sus obras nunca alcanzaron una repercusión masiva. Tras la última etapa como músico itinerante, abandonó la carrera de pianista dedicándose exclusivamente a la literatura.
Se diferencian tres etapas en su producción literaria: desde 1925 a
1941 publica en diarios e impresiones realizadas por imprentas del
interior del país, como el “Libro sin tapas” (porque no tenía tapas);
desde 1941 a 1946, define su estilo humorístico y fantástico en dos
extensas narraciones; desde 1947 a 1960, muestra una mirada extravagante
en libros como “Nadie encendía las lámparas” y “La casa inundada”.
Familia Hernández-Silva, 1907- De izq a der Felisberto, Juana "Calita" su madre, Ismael y Deolinda sus hermanos y Prudencio su padre
Sus
padres, fueron, Prudencio Hernández González (1878-1940) y Juana Hortensia Silva
(1884-1971), se habían casado en 1900.
El padre, era de origen canario, se
dedicó al gremio de la construcción. La madre, apodada Calita,
trabajó como criada para su tía Deolinda Arecha de Martínez, y ésa es la
razón por la cual cambió su nombre, llamándose en lo sucesivo Juanita Martínez.
No hay duda de que recurren en la obra del narrador ambas mujeres.
Felisberto fue el primero de los cuatro hijos del matrimonio Hernández-Silva, Felisberto
viene al mundo en Montevideo, en una casa construida en el
barrio de Atahualpa. Ya desde esa fecha inaugural, el pequeño experimenta un
equívoco de la identidad, cuando erróneamente es apuntado en el registro civil
como Feliciano Félix Verti.
El
7 de diciembre de 1905 nace la hermana
del escritor, Deolinda Hernández.
Ismael, su hermano menor, nace el 1 de diciembre de 1906.
Un año después, 1908, coincidiendo con el
fallecimiento de su abuelo Ignacio, el pequeño Felisberto se comienza su escolaridad.
Ese miamo año de
1908 tras escuchar a Bernardo de los Campos, un pianista ciego, de Las Piedras decidió
su vocación musical.
El
14 de julio de 1911 nace Mirta, su hermana menor. A ese
acontecimiento se suma otro de carácter decisivo, y es que el niño Felisberto
comienza a estudiar piano con la profesora francesa Celina
Moulié, literariamente retratada en El caballo perdido.
En
el año 1914 fue matriculado como alumno en la Escuela Artigas de Enseñanza
Primaria, recibe clases de excelente profesores donde se destaca José Pedro
Bellán. Al tiempo que asiste a las aulas del citado centro con el propósito de
completar sus estudios preuniversitarios, Felisberto pasa a formar parte de una
asociación juvenil de boy-scouts, las Vanguardias de la Patria, entre cuyas
actividades figura un extenso programa de excursiones a través de Uruguay y de
los países cercanos.
En el año 1915 entra
en la vida de Felisberto Hernández un personaje crucial, Clemente Colling,
luego inmortalizado en las páginas de En
los tiempos de Clemente Colling.
Este profesor de piano enseñó al muchacho
composición y armonía, además de otras materias quizá más durables y de más
difícil catalogación.
En
el año 1817 viajó a Mendoza, Argentina, junto a sus compañeros de las
Vanguardias de la Patria. Años después, al recordar estas andanzas, el
escritor recordará todo ese anecdotario adolescente en las páginas de Tierras de la
memoria: «Con esa misma institución de niños —similar a los boy-scouts de
Inglaterra— había ido a Chile cruzando a pie la provincia de Mendoza y la
cordillera de los Andes. Era en la época que estudiábamos historia y sabíamos
cuándo sería el centenario de la batalla de Chacabuco ganada por San Martín.
Para esa fecha habíamos sido invitados todos los scouts de América y se haría
una gran concentración en los campos de Chacabuco. Íbamos cuatro uruguayos: tres
muchachos y el jefe, un hombre que luchó desesperadamente por conservar esa
institución y que la llamó Vanguardia de la Patria».
En el año 1918, debido a dificultades económicas, a los 16 años comenzó a dar clases
particulares de piano y a ilustrar musicalmente películas, trabajando de
pianista en varias salas de cine mudo. Prosigue con apasionamiento los estudios musicales, esa fascinación por el
piano resta tiempo a las disciplinas universitarias, paulatinamente abandonadas
por el escritor. Pasaba
catorce horas diarias en la práctica del piano, un instrumento que ya
definía su modo de vida. Una habitación de la casa familiar, situada en la calle
Minas 1816, se convirtió en improvisado conservatorio, y ahí es donde recibía a
los alumnos que solicitaban sus clases particulares.
En
el año 1919 su búsqueda musical se convirtió en obsesión, Felisberto
advirtió que un descanso era necesario, y con semejante propósito viajó hasta
Maldonado, para pasar un tiempo en la casa de su tía abuela Deolinda. Estas vacaciones le dieron la oportunidad de conocer a dos
personas decisivas en su porvenir. Así, tiene un primer contacto con Venus
González Olaza, quien será su futuro editor y empresario; y también se acerca a
María Isabel Guerra, una maestra de cuyo encanto se enamora. Por desgracia, la
familia Guerra no confía en la personalidad de Felisberto, y ese recelo
enfatiza aún más el romance entre el pianista y su amada. Para disimular su relación, los novios se reúnen cada semana con la disculpa de unas clases de
piano que María Isabel debe recibir. Bajo esta apariencia, va creciendo un
vínculo sentimental .
En el año
1920 todo lo aprendido con el profesor francés, Clemente Colling, le sirvieron para impartir clases de piano en el interior del país y en
su Conservatorio de la calle Minas en Montevideo.
Esas clases de piano le proporcionaron a Felisberto la destreza
necesaria en disciplinas como la armonía y la composición. Como corresponde a
su prolongado apego como dicípulo, el joven pianista descubrió en Colling esos
detalles que distinguen a un practicante de un maestro: el matiz valioso,
ejemplar, que aporta personalidad, fuerza y colorido a cada interpretación.
En el año 1922 su
carrera como pianista cobró un nuevo impulso cuando Felisberto Hernández
empieza a dar recitales. En su repertorio, como un detalle significativo de
futuras creaciones, se incorporaron piezas enteramente ideadas por el joven
concertista. Se relaciona con el filósofo
Carlos Vaz Ferreira, cuyas enseñanzas han de serle muy útiles en su trayectoria
intelectual.
En 1924 la
compañía de Clemente Colling abarca toda la cotidianeidad del joven pianista.
No obstante, la unión entre ambos dista mucho de ser agradable para otros
miembros de la familia Hernández, que en un principio aceptaron al maestro como
nuevo inquilino de su hogar. Dispuesto a ofrecer los peores rasgos de su
carácter, Colling es un hombre ajeno a los protocolos de la convivencia, ignora
el aseo, y ello acaba por espantar a varios amigos de Felisberto, incapaces de
soportar a semejante personaje. Incluso la madre de éste decide marcharse de la
casa, desplazada por un invitado tan atípico y fastidioso.
Felisberto con su esposa Maria Isabel Guerra y su primer hija, Mabel. Maldonado, 1926
En el año 1925 toma
clases de piano con Guillermo Kolischer.
Este mismo año contrae
matrimonio con María Isabel Guerra. El hogar de ambos no estará lejos del de
Carlos Vaz Ferreira, confirmando un vínculo alrededor del cual se sucederán
nuevos episodios. De hecho, Felisberto protagonizará habitualmente las sesiones
musicales organizadas por el filósofo. En el terreno literario, cabe destacar
la edición de Fulano de tal, costeada por un amigo del autor, José Rodríguez
Riet. El volumen es una miscelánea de escritos dispersos, y su formato,
llamativamente reducido, es de ocho por once centímetros.
En
1926 nació su primera hija, Mabel Hernández Guerra, pero el ajetreo
profesional de Felisberto le impidió conocerla hasta cuatro meses después de su
nacimiento. Esta circunstancia coincidió en el tiempo con dos hechos de grave
alcance sentimental para el músico, quien conoce la muerte de Clemente Colling
por las mismas fechas en que comienza su distanciamiento con su esposa.
En el año 1927 estrenó
dos de sus primeras composiciones al mismo tiempo en que dió su primer concierto
en Montevideo. El escenario de dicho estreno fue el Teatro Albéniz.
Entre sus obras se destacaron, Canción de Cuna, Primavera, Negros, Marcha Fúnebre, Crepúsculo.
En 1928, en la Casa del Arte, en Montevideo, Felisberto llevó a cabo un
segundo recital pianístico. Su buena ejecución mereció los elogios de la crítica
local y presagió un porvenir sonriente para el joven concertista.
En el año 1929 su
amigo Carlos Rocha recurrió a la imprenta La Palabra para publicar el Libro sin
tapas, cuya recepción quedó resumida por las siguientes palabras de Vaz
Ferreira: «Tal vez no haya en el mundo diez personas a las que les resulte
interesante y yo me considero una de las diez».
Homenajeado
por sus amigos, Felisberto Hernández disfrutó del agasajo que le dedicaron, entre
otros, José Pedro Bellán, Leandro Castellanos Balparda, Manuel de Castro y el
matrimonio formado por Esther y Alfredo Cáceres. Precisamente fueron los Cáceres
quienes hospedaron en su casa al músico y escritor, recién llegado tras una gira
de conciertos por el departamento de Rocha.
En 1930 publicó su tercer libro, La cara de Ana.
En
el año 1931 la
separación de Felisberto y de su esposa es definitiva. No obstante, dedica a
María Isabel Guerra la primera edición de La envenenada, su cuarto libro.
Como
había sucedido con anteriores títulos, esta nueva entrega no alcanza
repercusión literaria más allá del amable círculo que viene festejando los
talentos del escritor, enfrentado ahora a uno de los episodios más dramáticos
de este periodo, pues María Isabel mantiene la custodia de la pequeña Mabel.
Padre e hija no volverán a reencontrarse hasta veintitrés años más tarde,
cuando ella contraiga matrimonio.
En
1932 se
une profesionalmente a Yamandú Rodríguez para llevar a cabo diversas giras
poético-musicales.
En
1933 Yamandú Rodríguez y Felisberto Hernández presentaron su espectáculo en el
Teatro París, de Buenos Aires. La buena experiencia sirvió al músico para
plantear otras giras similares, aunque esta vez se hace acompañar por Venus
González Olaza, buen amigo y encargado de gestionar los contratos de Felisberto
hasta 1936.
En
el año 1934 la asociación entre Venus González y Felisberto rinde aceptables
resultados. A lo largo de estas giras, el pianista se da a conocer en numerosos
lugares, aunque siempre procura retornar a Montevideo, donde protagoniza varios
conciertos.
Filisberto Hernández y Amalia Nieto
En
el año 1935 una vez completado el trámite de su divorcio, Felisberto Hernández conoce
a la pintora Amalia Nieto, de quien se enamora durante un homenaje que le
dedican en el Ateneo montevideano. Entre los asistentes a dicho acto, destacan
Esther de Cáceres, el pintor Torres García y el crítico Alberto Zum Felde.
En 1937
contrajo matrimonio con Amalia Nieto. Pese a que las ganancias de Felisberto no
se producen regularmente, el apoyo de la familia Nieto armoniza su situación
familiar.
El
8 de marzo de 1938 nació su segunda hija, Ana María Hernández Nieto. A tan feliz
noticia se sumó el anuncio de una nueva gira del pianista por Argentina.
En el año 1939 Felisberto
Hernández ofreció en Buenos Aires un concierto en cuyo programa figuraron obras de
Igor Stravinsky. Apoyando el esfuerzo de su marido, Amalia Nieto diseñó el
cartel donde se anunciaba el recital, celebrado en el Teatro del Pueblo. Los
críticos que escuchan su ejecución elogiaron el virtuosismo del pianista.
El
23 de febrero de 1940 murió su padre. Felisberto recibió esta noticia
mientras completaba la gira de conciertos que había iniciado en la provincia de
Buenos Aires. Cuando regresó a Uruguay, debió enfrentarse a nuevos conflictos
matrimoniales. Su vida itinerante y la escasez económica preocupan a Amalia.
Las circunstancias demandan una solución financiera, y Felisberto se ve movido
a fundar una librería, El Burrito Blanco, cuyas puertas se abren en el garaje
de la casa de los Nieto.
Ayudado
por su mujer, el pianista atiende el negocio, pero parece más preocupado por
estructurar un sistema taquigráfico de su invención. Al final, ese desinterés hará
fracasar todo el proyecto.
Por la misma época en
que se dedica a escribir Primera casa, protagoniza una anécdota que recoge
Norah Giraldi en su monografía Felisberto Hernández: Del creador al hombre
(Montevideo, 1975). Su amigo, el doctor Alfredo Cáceres lo recibe en el
pabellón psiquiátrico del hospital donde ejerce su labor. Entre los pacientes
de Cáceres, hay una que despierta el interés del escritor. Se trata de una
joven que padece hidropesía y que vive permanentemente acostada en la
trastienda del negocio familiar. El detalle que fascina a Felisberto es la
habitación donde habita la enferma: una sala pequeña y claustrofóbica,
iluminada con luz eléctrica, carente de ventanas y con las paredes pintadas de
color verde. Cuando sale del lugar junto a Cáceres, el narrador le comenta: «A
esta mujer le hace falta una ventana. Voy a escribir un cuento». Dos días
después, concluye el relato titulado «El balcón».
En
el año 1941 viaja a Treinta y Tres con frecuencia, y allí se hospeda en el
hogar de su hermano Ismael. Es en ese lugar donde comienza la redacción de Por
los tiempos de Clemente Colling.
En
el año 1942 gracias al apoyo económico de varios amigos del autor, la editorial
González Panizza publicó Por los tiempos de Clemente Colling.
Entre quienes decidieron costear la tirada figuran Alfredo Cáceres y Luis Gil
Salguero. Un premio del Ministerio de Instrucción Pública subraya el acierto de
la entrega, cuya buena acogida resulta muy favorable para la carrera literaria
de Felisberto Hernández. Otro episodio de interés, relacionado con el libro en
cuestión, vinculó al escritor con el poeta franco-uruguayo Jules Supervielle,
quien respondió al envío de un ejemplar con una carta muy elogiosa que inaugura
la amistad entre ambos intelectuales.
En
el terreno personal, cabe pensar que el afortunado recibimiento de Por
los tiempos de Clemente Colling tiene un efecto balsámico. Y es que,
por estos días, la vida familiar del escritor es calamitosa. Las dificultades
económicas le han forzado a poner en venta su piano, y esta circunstancia tiene
mucho que ver con su abandono de la carrera musical y, aún más si cabe, con su
separación de Amalia Nieto. Todo ello desvaloriza en grado sumo la vida social
de Hernández, quien se deja llevar por la amargura y el resquemor. Confirmando
ese extravío vital, no es extraño verlo deambular por las tabernas, donde se
dedica a revisar febrilmente sus manuscritos. Por estas fechas habita junto a
su madre en una mísera pensión.
Paulina Medeiros
En el año 1943 el noviazgo con Paulina Medeiros, iniciado
el año anterior, lo vuelve a la vida. Gracias al apoyo de ella y gracias
asimismo al interés de la familia Supervielle, Felisberto puede dedicarse
enteramente a la literatura. No obstante, persisten los síntomas que enrarecen
la psicología del escritor, alterada por actitudes neuróticas de difícil
catalogación.A pesar de tales molestias, la publicación de El caballo perdido anima
su carrera literaria, cada vez más firme. Los elogios a esta nueva creación
culminan con la entrega de un premio en el Salón Municipal de Montevideo.
A
partir de este año —y hasta 1956—, desempeña tareas burocráticas en el
departamento de Control de Radio de la Asociación Uruguaya de Autores.
En
el año 1944 diversas publicaciones, entre las que figuran las revistas Papeles
de Buenos Aires y Contrapunto, así como el diario El Plata, recogen en sus
páginas la colaboración literaria de Felisberto Hernández, que incluye notables
fragmentos de Tierras de la memoria.
A
través de los micrófonos de Radio Oriente tiene la oportunidad de leer varios
de sus textos. Otra emisora, Radio Águila, le homenajea en la audición
Escritores de América, durante la cual interpreta varias de sus piezas
originales al piano y lee párrafos escogidos de su obra.
En
el año 1945 el relato «El balcón» aparece publicado en la prensa argentina. Por
la misma época, Jules Supervielle pondera su talento en el salón de los Amigos
del Arte.
En
1946 recibe una beca del gobierno de Francia que le permite viajar a París en
octubre de este año. Su alojamiento en la capital francesa será el Hotel
Rollin, en la Place de la Sorbonne.
En
el año 1947 mientras en Buenos Aires aparece la edición de Nadie encendía las lámparas,
su autor prolonga una aventura francesa llena de acontecimientos favorables.
Así,
el 17 de diciembre Jules Supervielle lo presenta en el PEN Club de París; y
Susana Soca, que edita en esa ciudad La Licorne, familiariza a Felisberto con
el entorno literario parisino. Asimismo, es Soca quien acompaña al escritor
uruguayo hasta Londres, donde él tiene la oportunidad de dar una conferencia.
En
el año 1963 aparecieron los primeros síntomas de una enfermedad que él atribuye
a la obesidad. En un principio, no creyó que su vida estuviera amenazada por
ese mal que, poco a poco, fue fatigando su cuerpo. Sin embargo, la realidad fue
otra. A fines de año, el doctor Pablo Purriel, del Hospital de Clínicas, le
diagnosticó una leucemia en fase terminal. Pese a estar aquejado por tan grave
dolencia, aún tuvo la oportunidad de publicar la segunda edición de El
caballo perdido.
Las
transfusiones de plasma no consiguieron detener la leucemia. Aceptando lo
irreversible del proceso, el 3 de enero de 1964 los médicos del Hospital de
Clínicas le permitieron ocupar una habitación en el hogar de su hermana Ronga. Los
nuevos chequeos a que se sometió, se agrava su estado de salud. Al descender el
porcentaje de plaquetas en su torrente sanguíneo, la coagulación intravascular fue
coloreando de púrpura la superficie de su piel, y ello aumentó su inquietud.
Finalmente, debió ponerse de nuevo bajo un estrecho cuidado médico.
Murió
durante la madrugada del 13 de enero de 1964. Su cuerpo, muy maltrecho y abotargado
por la enfermedad, era tan grueso que se hacía difícil su manejo. No cupo por
la puerta y finalmente debieron pasarlo a través de la ventana. Como si en ello
se revelara una última desdicha, los empleados del Cementerio del Norte de
Montevideo también se ven forzados a dejar en tierra el cadáver, mientras
procuran ensanchar la sepultura que ha de acogerlo en su definitivo reposo.
FUENTES
http://cvc.cervantes.es
https://es.wikipedia.org
http://cvc.cervantes.es
https://es.wikipedia.org
http://www.viajeauruguay.com/
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