La Inmortal Hazaña de
Dionisio Díaz
en el Arroyo del Oro
Dionisio Díaz nació
el Pueblo El Oro, Treinta y Tres, el 8 de mayo de 1920 .
Fue un niño uruguayo, conocido por protagonizar uno de los
hechos heroicos más notorios de la tradición oral del país y convertirse en el
segundo héroe civil de Uruguay después de Atilio Pelossi.
El abuelo de Dionisio, Juan Díaz, era un carrero venido a
menos, que nació en Montevideo en 1855, luego vivió en Carreta Quemada en el
departamento de Florida donde hacía fletes en carretas.
Juan Díaz era hombre de confianza de comerciantes y barraqueros.
Sus viajes desde Florida hacia Montevideo, lo mantuvieron en las últimas
décadas del siglo en un permanente deambular por los arduos caminos del Sur. La
lucha por su trabajo en los difíciles tiempos que le tocó vivir, lo
endurecieron. Lo hicieron más rudo, más callado, más hombre.”
El oficio que se estaba extinguiendo en ese entonces por la
llegada del tren y otros medios de transporte.
Su vida en el trabajo duro lo volvió un hombre rudo y
callado.
En ese andar permanente, Juan Díaz conoció a María Rosa, en
las proximidades de San José, la abuela de Dionisio, una italiana que había
venido al país con su esposo José Facio.
Al fallecer su esposo María Rosa quedó viuda con cuatro
hijos.
Una de estas hijas sería madre prematuramente de un niño que
llamaron Eduardo.
María Luisa Díaz, hija de Juan Díaz y María Rosa Dionisio,
nació alrededor de 1900.
En el año 1902 la familia se mudó a un campito de 80
cuadras cercano al pueblo El Oro, que había adquirido.
“El Pueblo del Oro, tenía “30 o 40 ranchos de mala muerte.
Eran de policías, peones de estancia, trabajadores rurales. Era un pueblo de muy
poca importancia.
Habría entre 200 y 300 habitantes. La vida era completamente
tranquila. Era gente buena y de trabajo. Los hombres pasaban su tiempo
trabajando en las chacras y las estancias de la zona.
Tenían teléfono con Treinta y Tres y Vergara, teléfono
policial.
Había diligencias y autos y camiones que hacían el tramo de
Treinta y Tres a Vergara. Más cerca quedaba Vergara, unos 25 kilómetros y a Treinta
y Tres unos 38.
En auto se demoraba por lo menos dos horas a Treinta y Tres
y a Vergara algo menos.
La escuela estaba casi en el mismo lugar que ahora, un
poquito más hacia el pueblo, donde está el plantío de fresnos.
La Comisaría estaba exactamente donde hoy está el monolito.
La familia estaba compuesta de su esposa María Rosa, cuatro hijos de ésta de un matrimonio anterior, ya adultos, y dos niños muy chicos: Eduardo nieto de María Rosa y que Juan crió como hijo, y María Luisa.
A la muerte de María Rosa, ya los cuatro hijos de su esposa
habían abandonado el rancherío: los dos mayores heredaron el trabajo de
carrero, el menor de los varones, Marcelo, arrendó un campito cercano y
trabajaba por su cuenta y
Felicia, la madre de Eduardo y María Luisa, se había casado
con Quintín Núñez y formado su propio hogar.
Siendo apenas una jovencita, María Luisa queda
sorpresivamente embarazada, y el 8 de mayo de 1920 da a luz a su primogénito
Dionisio
El mismo Juan Díaz ya se había “hecho a la idea de un
nieto”
Por eso no llamó la atención que sin pérdida de tiempo
fuera hasta el pueblo por el camino de los Vergara, a buscar a doña Laurentina,
la curandera del pueblo y la que se encargaba de los partos que se daban en la
zona.
Doña Laurentina era además, hermana de Quintín, el padre de
aquella criatura que iba a nacer en los ranchos que hacía 18 años habían
levantado los Díaz en la costa de El Oro.
Cuando la tarde daba paso a la noche, un llanto infantil
iluminó, por primera vez, aquellos negros ranchos de Juan Díaz.
Un varón rubio, de hermosos y tiernos ojos azules, se
convirtió desde ese momento en el orgullo y felicidad de la familia.
Había nacido Dionisio, el Pequeño Dionisio, “el niño rubio
de ojos color cielo”, “cachorro de tigre” , “el Niño Héroe”.
Juan Díaz, su abuelo, presenta a Dionisio en Vergara días
después con indisimulable alegría, al decir posterior de los testigos del
momento.
De acuerdo a la partida de nacimiento de Dionisio era hijo
natural de María.
No se sabe
con certeza quién fue el padre de Dionisio. El libro de los maestros Pinho y
Rivero, habla con claridad de Quintín Núñez, el marido de la madre de María
Luisa
Serafín J García, quien conoció a los protagonistas, se
refiere a un contrabandista "de bien ganada fama de valiente"; y
Pedro de Santillana, el primer investigador periodístico de los hechos no se
atreve a señalar a nadie.
El primer regalo que recibió Dionisio fue una cunita hecha
con madera de sauce labrada por su tío Eduardo.
Alrededor de esa cuna giró durante varios años la felicidad
de aquel hogar.
Desde el día que dio sus primeros pasos, fue el compañero inseparable
de su abuelo y su tío. Con ellos comenzó a conocer la vida, a interpretar el
paisaje, conocer los animales, a ver más allá de lo que los ojos perciben…
Pasan los
años, la vida rural prosigue con su monotonía y continuidad, y mientras tanto
Dionisio crece alegrando el rancherío.
Con ellos permanece Eduardo Fasciolo, que en realidad era
el hijo político de Juan Díaz , era bastante habilidoso para la carpintería no
así para los trabajos de campo ya que le
faltaba una pierna que había sido amputada luego de ser picado por una víbora
de la cruz en la garganta del pie y
como en esos años (1912) las conducciones eran muy lentas,
le hicieron una ligadura que se pasó de
tiempo.
Eduardo era un gran hombre. Morocho, bajo, de bigotes. A
pesar de su renguera era elegante. María
Luisa, le acomodaba la ropa. Cuando iba a salir, una sola manchita que le viera
a la ropa, no se la ponía. Era un buen mozo. Era inteligente.
Eduardo sabía leer muy poco, salió de segundo, trabajaba
con el abuelo. Hacía trabajos, como ser caballetes de recado y otras cosas de
madera.
El carácter de Juan se había agriado con los años, a medida
que había visto desaparecer su oficio, su viudez y por llevar una vida de
sacrificio y pobreza en la zona rural profunda.
Hay coincidencia en los testimonios en que siempre se trató
de un hombre callado y de carácter introvertido.
Los viejos vecinos de la costa de “El Oro” recuerdan y
repiten todavía, conmovidos, infinidad de anécdotas que ponen de manifiesto la
tierna delicadeza y la finísima sensibilidad de aquel niño.
Cierta vez, según
tales recuerdos, su abuelo encontró un nido de halcón con sus pichones, aun
emplumes, que de inmediato resolvió matar. Dionisio le suplicó que no lo
hiciera. “Son muy dañinos estos bichos –arguyó el viejo - Comen cuanto pajarito indefenso encuentran
al alcance de sus garras”.
-“Pero vuelan tan lindo!....-dijo el niño. Además, ellos no
tienen la culpa de ser así.¿usted no come también las pobres ovejitas, que
ningún mal le han hecho?”.
Y Juan Díaz, turbado y confundido ante la imprevista ocurrencia
de su nieto, no se atrevió a matar a los halconcillos.
Otra vez el viejo
empuño el hacha para cortar un laurel que había en el centro del patio. El
niño, al darse cuenta de sus intenciones, se le puso adelante y le aferró las
piernas con ambas manos. “No, abuelito, por favor, ¡que está lleno de
pimpollos!”. “¿Qué importa? Es muy grande y estorba en este lugar. Si siquiera
sirviese para algo”….”Pues da flores, y sirve para que los pájaros vengan todos
los días a cantar en sus ramas. ¿Le parece poco?”
También en aquella oportunidad accedió el abuelo al pedido
de Dionisio. El laurel se salvó de la amenaza del hacha. Y muchos años después
de la tragedia, cuando entre las ruinas de los ranchos abandonados mostraban
sus troncos secos y carcomidos los demás árboles del patio, sólo él continuaba sobreviviendo
allí. Y el alegre y perenne verdor de sus follajes -que no había logrado
marchitar el tiempo- era como un simbólico testimonio de la gloria del niño,
también inmarcesible.
Otra anécdota es contada por Luis Ramos su padrastro
Él había traído del campo una mulita viva. “Es para ti
Dionisio ¿Te gusta? Tenia dos hijitos pero no les pude cazar porque se metieron
en la cueva” . El niño no vaciló un instante. Alzó en brazos el azorado
animalillo, le pidió a Luis que lo condujera al sitio donde estaba la cueva de
que hablara, y una vez allí depositó la mulita al borde del agujero, sonriendo
feliz al verla desaparecer dentro de él, sana y salva.
Así era Dionisio Díaz, el niño gaucho todo amor y ternura,
cuyo efímero paso por la tierra habría de dejar una indeleble estela, iluminada
por el fulgor más puro de la gloria.
Tiempo después, María Luisa inicia amores con un vecino de
la zona, Luis Ramos, de quien queda embarazada y tiene a su hija Marina, el 19
de febrero de 1928.
Luis Ramos era una persona de muy mala fama en el pago por
tratarse un contrabandista y de un hombre muy apegado a todo lo que era el
poder en ese momento.
Juan Díaz no veía con buenos ojos la unión de su hija con
Luis Ramos, hijo del Zurdo Ramos, su vecino y rival.
La relación entre Luis Ramos y Juan Díaz estuvo marcada por
una profunda enemistad que influyó directamente en la tragedia familiar que
vivió Dionisio Díaz.
Juan Díaz, abuelo de
Dionisio, despreciaba abiertamente a Luis Ramos, quien era el padre de Marina,
hermana de Dionisio, y además hijo del “Zurdo” Ramos, un antiguo y rencilloso
enemigo de Juan Díaz. Esta rivalidad entre ambas familias, que se remontaba a
generaciones, generó un ambiente de tensión constante.
Juan Díaz veía a Luis Ramos no solo como un enemigo
heredado por su padre, sino también como un rival en la "jefatura" de
la casa.
Ramos se fue a vivir con María Luisa en casa de Juan, y
empezó a trabajar allí, casi contra su voluntad, lo que generó en él un
resentimiento muy grande.
Además, Juan Díaz consideraba a Marina, hija de María Luisa
y Luis Ramos, como heredera de la sangre de su enemigo, lo que profundizaba aún
más el conflicto.
Esta amarga enemistad más el hecho que querían llevarse a
los niños a un lugar más cerca del pueblo sería la clave para entender los
hechos trágicos que ocurrirían.
Luis Ramos no estaba
presente esa noche, lo que ha generado especulaciones, pero está comprobado que
no estuvo involucrado directamente en la tragedia.
La historia trágica de Dionisio, empieza exactamente nueve
años después del nacimiento de Dionisio, durante su cumpleaños el 8 de mayo de
1929.
Por ese entonces Dionisio según Luis Ramos “Era rubio. Un hermoso niño. Delgadito.
Alegre. Rubio y de ojos azules. Muy blanco de cutis. Con los cachetes
rosaditos. Pasaba el día jugando.
Le enseñó a caminar a Marina. Tenía unos animalitos que le
había dado el tío y padrino Eduardo. También unas vaquitas. Le gustaba mucho el
campo. Nunca había ido a la escuela. Eduardo y él eran verdaderos amigos”.
Ese día Dionisio recibe por parte de su tío y padrino un caballo
de madera que hoy está expuesto en el museo de 33.
La noche del 9 de mayo, al otro día del festejo de los
nueve años de Dionisio, María luisa y los niños iban a dormir en el mismo
dormitorio del abuelo en el suelo porque el abuelo se estaba sintiendo mal.
Los ranchos de Juan Díaz eran dos, dispuestos en forma de
cuadro, separados por un parral. Unos tres o cuatro metros,” era la distancia
entre uno y otro.
Normalmente en uno de esos ranchos de terrón y paja,
dormían el Abuelo Juan y el tío Eduardo. En el otro, María Dionisio y Marina.
Ese día, cuando comenzó a llegar la noche, el abuelo le
pidió a María que se acostara en su cuarto porque no se sentía bien y deseaba
que le hiciera algún té.
María no dudó un instante y dispuso todo para que Eduardo
se quedara en el que era su cuarto. Ella con la ayuda de Dionisio llevó su
colchón de dos plazas y lo tendió en el suelo. por eso cuando llegó la noche y
como lo había pedido el abuelo Juan, en un rancho se acostó el tío Eduardo. En
el otro, el Abuelo. María y los niños se acostaron en el suelo para cuidarlo
De repente a eso de las nueve de la noche Juan Díaz con una mezcla de alcohol soledad y bronca atacó a
la madre de Dionisio mientras estaba acostada. El ataque fue sorpresivo ya que
no hubo ninguna discusión o altercado previo.
La apuñaló varias veces Dionisio, intentando cubrirla,
recibió un corte en el brazo derecho, uno en la ingle y otro en el abdomen.
Llamando a gritos a su tío Eduardo al ver caer a su madre
muerta, tomó a su hermanita, y huyó buscando cobijo en el otro rancho mientras
su tío va a enfrentar a su abuelo.
Aterrado Dionisio con Marina en sus brazos se oculta haciendo
lo imposible para que no llore ni haga ruidos.
Eduardo era rengo. Apenas siendo un niño, le había mordido
una víbora y se le debió amputar un pie, y a pesar que él utilizaba uno que él
mismo se había hecho de ceibo, utilizaba una muleta para movilizarse.
Fasciolo se
traba en lucha con el atacante bajo un parral que separaba los dos ranchos
principales del caserío, siendo gravemente herido. Se arrastra con sus últimas
fuerzas hasta el rancho donde se cobijaba Dionisio con su hermanita, y ahí
fallece, dejando a Dionisio y Marina solos e indefensos en medio de la oscura
noche.
Los pasaron
fácilmente 8 horas encerrados en la oscuridad, con frio, miedo, inseguridad,
hambre e incertidumbre.
Las horas no pasaban. Hasta que sintió los pájaros. Era un
niño del campo, sabía que cuando los pájaros que andaban en
el patio se callaban, era porque alguien andaba por allí.
Estaba amaneciendo
A la
madrugada, apenas asomaban las primeras luces del día que le permitieron
armarse de valor para enfrentar el campo abierto y cuidarse del posible
atacante, Dionisio opta por dirigirse hasta la seguridad del poblado donde
encontraría quien le brindara ayuda.
Tras haberse "cortado una grasita" que asomaba de
su vientre (verificado por los médicos que lo atendieron después), el niño se
envuelve unos trapos sostener la herida, abriga a su hermanita y con su
hermanita Marina en brazos,
Cuando amaneció, miró una y otra vez. No sabe cuantas veces.
Hasta que estuvo seguro de que el abuelo no estaba. No sabe la hora, pero al
poco rato de aclarar. Abrió la puerta ya con la niña en brazos y con el atadito
de ropa. Se dio cuenta que Eduardo estaba muerto. No se animó ir hasta el otro
cuarto donde estaba su madre muerta.
Miró solo el camino que a dos o tres metros, entre los yuyos
altos, se abría por la chacra. Pasó el alambrado y se metió allí. Y corrió y
corrió hasta donde pudo. Sin mirar para atrás.
Hacía mucho frío: la helada se había levantado con viento, de
los testigos. Dionisio vestía una camisita de percal y pantalones cortos. Nada
más. Sólo se había preocupado por la ropa de Marina. La de él, no importada.
Caminó derecho y en dos cañadas se detuvo porque sentía
mucha sed..
Sentó a su hermanita en el suelo, con cuidado para que no
llorara, y se acostaba a tomar agua para luego levantarla en brazos. Siempre
cuidando que el abuelo no se le apareciera en el camino
Sin detenerse recorrió la legua y pico hasta El Oro, a
campo abierto y atravesando alambrados, cañadas y cerros y bañados, para
arribar cerca del mediodía a la comisaría donde informa de lo sucedido, no sin
antes dejar a su hermanita en la casa de Lalo y Adelaida González, que
era amigo de la familia, había sido policía y ahora era el alcalde, para
ser cuidada.
Lalo González le dijo si quería que lo llevara en brazos y
el gurí dijo: “No señor, ahora ya dejé la niña”. “No don Lalo, ahora voy
mejor.”
Dionisio marchó solito para la Comisaría.
Moribundo. Recreación de la película Dionisio Díaz
Una vez en
la comisaría, lo acostaron en una cama y llamaron a una vecina, pariente del
padre, Clementina Núñez le pidieron que quedara allí cuidándolo. Estaba fajado. Le dolía
porque estaba con los intestinos de afuera. No se podía apretar. Estaba malo.
No se quejaba. Lo único que expresaba era rabia porque le habían matado la madre
y al tío Eduardo.
Dionisio murió el 11 de mayo alrededor de las 10 la mañana
mientras era llevado a la ciudad de Treinta y Tres , ya a la vista de la ciudad,
en las inmediaciones del molino de Perinetti, muere Dionisio de peritonitis, es
decir que hubo todo un proceso infeccioso a causa de sus heridas, según cuenta
la leyenda, sin derramar una sola lágrima.
La policía se
dirigió al lugar de los hechos, allí
encuentran a la madre en la pieza que usaba Juan Díaz a modo de dormitorio con
una herida en el corazón otro corte en la espalda y dos más las manos.
En otra pieza a pocos metros estaba Eduardo con seis
heridas profundas en la espalda y otra en el brazo izquierdo. En el patio había
señales de lucha .
Los vecinos la policía y hasta el propio juez organizaban patrullas para encontrar a Juan
Díaz .
Todos veían a su perro que se paseaba alrededor de una
laguna el 6 de septiembre siguiente casi cuatro meses
después del incidente el cuerpo de juan díaz apareció flotando en las aguas de
esa misma laguna, a pocas cuadras de su casa, sin haberse aclarado nunca en
forma concreta la causa de su fallecimiento.
Marina Ramos, hermana de Dionisio, creció formó su familia
y se convirtió en una de las pocas personas vivas en Uruguay en tener una estatua
que la representa.
Ella cuenta que de niña pensaba que las personas que la
criaban eran su papá y su mamá . Ella les decía papá y mamá y como nunca se
habló nada de que su madre y su hermano
y su tío habían muerto, desconocía su historia.
El vínculo familiar
real con esa familia era que a la que le decía mamá en realidad era su abuela.
Marina cuenta que cuando era chica se preguntaba de porque toda la gente la quería conocer.
Eso le daba vergüenza y se escondía poque pensaba que tenía
un defecto, que era distinta de los demás.
Se enteró recién
cuando entró a la escuela , tenía nueve años cuando se primero los compañeros y
luego la maestra le contaron la historia de mi familia.
Entonces cuando volvió a casa de la escuela les preguntóa
su familia y le dijeron que no se hablaba nada de eso y no se preguntaba nada
ni nada.
Tuvo relación con su padre luego de casada. Antes la
familia que la crió no lo querían.
En abril de 2023, Marina, nonagenaria (de más de 90 años),
fue homenajeada en el Festival del Olimar “Maestro Rubén Lena” por su
trayectoria y por mantener viva la memoria heroica de su hermano Dionisio,
quien la salvó cuando ella tenía apenas 15 meses.
Hoy tiene 97 años sigue en su misión de mantener viva la
memoria de su hermano.
Mural
pintado en la escuela rural n.º 41 Dionisio Díaz, situada en Picada de Quirino,
en el departamento de Tacuarembó.
La Escuela Rural N.º 41
Dionisio Díaz está ubicada en Picada de Quirino, departamento de Tacuarembó,
Uruguay. Su dirección postal es Ruta 26, kilómetro 279, sin número específico.
Geográficamente, se encuentra aproximadamente en la latitud 31° 50' 52"
sur. Esta escuela forma parte de la red de escuelas rurales públicas del país y
lleva el nombre en homenaje a Dionisio Díaz, figura emblemática de la región.
La escuela está registrada oficialmente con el código 46309012 y es reconocida en documentos oficiales y leyes uruguayas, como la Ley N° 16.439 de 1993, que designa con el nombre "Dionisio Díaz" a varias escuelas rurales, incluyendo esta ubicada en Picada de Quirino.
En efecto, “El Pequeño Héroe del Arroyo del Oro”, de Pedro
de Santillana, fue el relato que dio origen a la leyenda de Dionisio Díaz, que
se alimentó después con películas de cine, libros, poemas, monumentos, obras de
teatro y enseñanzas en las escuelas de todo el país.
En 1947 se publicó el largo Romance de Dionisio Díaz, del
poeta Serafín J. García, que concluye en rimas famosas:
En 1954 se inauguró en el Parque Colón de Treinta y Tres el
monumento en granito a Dionisio Díaz, obra del escultor José Belloni,
financiada con el aporte de los niños de todas las escuelas públicas y privadas
del país. Al pie del monumento, que representa al niño cargando a su hermana,
se inscribió la leyenda “Dionisio Díaz el héroe de Arroyo del Oro, ejemplo
infantil de sacrificio de amor y de heroísmo”. (Esta obra posteriormente fue
trasladada a un nuevo emplazamiento ubicado al ingreso a la ciudad de Treinta y
Tres).
En 1979 se publicó El Pequeño Dionisio, un muy documentado
trabajo de los maestros Ariel Pinho Boasso y Sebastián Rivero Amaro, consultado
para esta nota.
Al cumplirse el 8 de mayo de 2020 los 100 años de su
nacimiento, el profesor Omar Mesa Prado organizó en Treinta y Tres un encuentro
de peregrinación y homenaje que quedó trunco por la aparición inesperada del
Covid-19. El encuentro, sin embargo, se realizó posteriormente.
https://www.raicesuruguay.com/raices/Dionisio_diaz.pdf
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