martes, 26 de agosto de 2025

26 DE AGOSTO DE 1743 NACIÓ ANTOINE LAVOISIER

El Programa Escolar de Educación Inicial y Primaria recomienda a Lavoisier como objeto de estudio y dice en las Pág 85 - Lavoisier, pág- 207y 366- El principio de la conservación de la masa. Ley de Lavoisier. -Química 6º año.
Espero que este material les sea de utilidad.

EL PADRE DE LA QUÍMICA



Lavoisier y el nacimiento de la química moderna: de la cualidad a la cantidad

 

Antoine-Laurent de Lavoisier ocupa un lugar central en la historia de la ciencia porque convirtió una práctica empírica, fragmentaria y cargada de vocabulario alquímico en una disciplina cuantitativa con principios, métodos e idiomas compartidos.

Su obra no fue solo un conjunto de descubrimientos puntuales —la ley de conservación de la masa, la teoría de la combustión, la composición del agua—, sino un rediseño integral del modo de hacer química: un nuevo método experimental, un nuevo lenguaje y una nueva manera de pensar la materia.

Por eso se le llama con justicia el “padre de la química moderna”.

 

Antes de Lavoisier: la herencia alquímica y el caos terminológico

 

Hasta mediados del siglo XVIII, la “química” estaba atravesada por prácticas artesanales y teorías heterogéneas.

Los metales “se calcinaban”, los aceites “se rectificaban”, los ácidos se extraían de “vitriolos” y “caparros”, y el fuego se invocaba como agente explicativo supremo.

Dominaba la teoría del flogisto: una sustancia sutil, indetectable, que supuestamente abandonaba los cuerpos al arder o calcinarlos.

A esto se sumaba un barullo lingüístico: un mismo compuesto podía recibir nombres distintos en ciudades vecinas, y el mismo nombre podía designar sustancias diferentes.

 Faltaba un principio unificador y, sobre todo, faltaba un método que obligara a las hipótesis a pasar por el tamiz de la medición precisa.

 

La revolución del método: cerrar el sistema, pesar todo

 

El gesto metodológico decisivo de Lavoisier fue introducir la balanza como árbitro de la verdad química.

Diseñó y encargó instrumentos de gran precisión, ideó montajes en recipientes cerrados y convirtió el control de masa en criterio de validez.

La consigna —implícita en su práctica y explícita en sus textos— fue simple y poderosa: en toda reacción, lo que entra debe igualar, en masa, a lo que sale.

 

Sus experimentos de combustión ilustran el cambio de paradigma.

Al quemar azufre o fósforo en un recipiente sellado, observó que el residuo sólido ganaba masa y que, al mismo tiempo, el aire del interior disminuía en volumen y perdía la capacidad de sostener nuevas combustiones.

En la calcinación de los metales, el óxido resultante pesaba más que el metal inicial: la ganancia no venía de un “principio ígneo” que escapaba, sino de algo del aire que se incorporaba al metal.

La balanza desmentía al flogisto.

 

Lavoisier cristalizó este programa en la ley de conservación de la masa: en un sistema cerrado, la masa total de los reactivos es igual a la masa total de los productos.

Otros pensadores habían intuido ideas afines, pero Lavoisier le dio estatus de regla operativa, la aplicó de modo sistemático y la convirtió en norma de diseño experimental.

A partir de entonces, pesar dejó de ser un trámite para convertirse en el fundamento de la explicación química.

 

Oxígeno, combustión y la caída del flogisto

 

En 1774, Joseph Priestley calentó óxido rojo de mercurio (HgO) y obtuvo un “aire” que alimentaba fuertemente la combustión; Carl Wilhelm Scheele había logrado algo similar poco antes. Lavoisier repitió y reinterpretó esos resultados dentro de su marco cuantitativo.

Concluyó que ese “aire” era un componente específico de la atmósfera, responsable tanto de la combustión como de la respiración y de la calcinación metálica.

Lo bautizó oxígeno y reescribió la combustión como combinación química del combustible con este gas.

La combustión dejó de ser “liberación de flogisto” para ser una reacción de combinación.

 

Este cambio semántico arrastró consigo un cambio ontológico y metodológico: si combustión y calcinación son combinaciones, entonces deben obedecer al balance de masas.

El laboratorio de Lavoisier se convirtió en un teatro de reacciones cerradas, balances y gases medidos, en el que la teoría se formulaba en el lenguaje del “tanto entra, tanto sale”.

 

El agua como compuesto y el fin de los cuatro elementos

 

Otro golpe al pensamiento heredado vino con el desenmascaramiento del agua. Henry Cavendish mostró que al quemar hidrógeno en oxígeno se forma agua; Lavoisier integró ese resultado en su marco general, repitió y refinó los experimentos, y bautizó al hidrógeno como “formador de agua”.

 Así, el agua —considerada por siglos un elemento— pasó a ser un compuesto de hidrógeno y oxígeno.

Se derrumbaba, de paso, la antigua tetrada de “tierra-agua-aire-fuego”, reemplazada por un inventario abierto de sustancias elementales definido no por tradición, sino por análisis experimental.

 

Calor, respiración y cuantificación de lo inasible

 

La ambición cuantitativa de Lavoisier alcanzó incluso al calor y a la respiración.

En colaboración con Pierre-Simon Laplace, construyó un calorímetro de hielo con el que midió calores de reacción y comparó la combustión de carbón con la respiración de animales, proponiendo que esta última es una suerte de combustión lenta.

Aunque su teoría del calórico (un fluido imponderable del calor) no sobrevivió, la técnica de medir energías y balances térmicos dejó una huella duradera y abrió camino a la termodinámica y a la bioquímica cuantitativa.

 

Un nuevo idioma para una nueva ciencia:

la nomenclatura química

 

La revolución cuantitativa de Lavoisier necesitaba un lenguaje a su altura. Con Claude-Louis Berthollet, Antoine-François de Fourcroy y Louis-Bernard Guyton de Morveau, elaboró la Méthode de nomenclature chimique (1787). El proyecto perseguía tres metas:

 

Transparencia lógica:

los nombres debían reflejar composición y función. Así nacieron “óxidos”, “sulfatos”, “nitratos”, “sulfitos”, con sufijos que distinguían estados de oxidación (-oso/-ico) y con raíces que señalaban el elemento predominante.

 

Universalidad práctica:

reemplazar términos locales y alquímicos —“vitriolo de Marte”, “caparrosa”, “flores de azufre”— por un vocabulario que cualquier químico pudiera entender y extender.

 

Productividad:

un sistema generativo que facilitara nombrar nuevas sustancias sin apelar a metáforas o tradiciones gremiales.

 

La nomenclatura tuvo errores coherentes con su contexto —la idea de que el oxígeno era constituyente universal de los ácidos, por ejemplo—, pero su arquitectura morfológica sobrevivió y, con ajustes, es la base del idioma químico moderno y de su enseñanza.

 

El Tratado elemental:

pedagogía de una revolución

 

El Traité élémentaire de chimie (1789) condensó la revolución lavoisieriana en un texto pedagógico y programático.

Allí definió elemento no como sustancia “simple por naturaleza”, sino como aquello que, en el estado del arte, no puede descomponerse: una definición operativa, abierta a revisión, que blindaba a la química contra dogmas.

Listó sustancias “elementales” (incluyó algunas hoy descartadas, como la luz y el calórico) y explicó la química como arte de analizar y sintetizar con instrumentos y medidas precisas.

El libro no solo transmitía resultados: enseñaba a pensar, a nombrar y a medir.

 

Instituciones, instrumentos y trabajo colectivo

 

Lavoisier fue también un arquitecto institucional. Financió equipamiento, estandarizó aparatos (balanzas, eudiómetros, recipientes de vidrio), y trabajó dentro de la Académie des Sciences para establecer prácticas comunes. Su laboratorio —al que su esposa, Marie-Anne Pierrette Paulze, aportó traducciones, ilustraciones y registros experimentales de una claridad excepcional— fue escuela de técnicos y científicos.

La química, gracias a ese entramado de instrumentos, protocolos y documentos, se volvió reproductible y comunicable, condiciones de posibilidad de cualquier ciencia madura.

 

Limitaciones y legado:

por qué, pese a sus errores, sigue siendo “padre”

 

Como toda revolución, la de Lavoisier no fue perfecta. Aceptó la hipótesis del calórico y sobrestimó el papel del oxígeno en la acidez; subestimó, en un inicio, algunos hallazgos de sus contemporáneos. Y, sin embargo, estas grietas no opacan su legado por tres razones:

 

Estableció un criterio universal (conservación de la masa) que hoy rige desde la química de banco hasta la ingeniería de procesos y la geoquímica.

 

Creó un método:

recipientes cerrados, medición precisa, control de variables, publicación clara. Ese método es transferible y fecundo más allá de los casos que lo originaron.

 

Forjó un idioma común que hizo de la química un proyecto cooperativo, acumulativo y enseñable.

 

La posteridad también le recuerda por su trágico final —ejecutado en 1794 durante el Terror revolucionario—, pero su obra no murió con él: quedó incrustada en la forma misma en que los químicos piensan, miden y hablan.

 

Conclusión: de la balanza al lenguaje, la química como ciencia

 

Lavoisier transformó la química al sustituir narrativas cualitativas por explicaciones cuantitativas y al dotarla de un lenguaje sistemático. La ley de conservación de la masa convirtió a la balanza en el juez de las reacciones; la teoría de la combustión y la composición del agua derribaron marcos conceptuales centenarios; la nomenclatura unificó la práctica bajo un código productivo.

Más que un descubridor aislado, fue un ingeniero de métodos y un legislador del idioma.

Si hoy la química es una ciencia capaz de predecir, diseñar y enseñar con rigor, es en gran medida porque Lavoisier estableció sus reglas fundamentales: mide con precisión, nombra con claridad y deja que la masa —no la metáfora— decida.

 

fuentes

 

Brock, W. H. (1992). The Fontana History of Chemistry. London: Fontana Press.

 

Crosland, M. P. (1971). Historical Studies in the Language of Chemistry. Cambridge: Harvard University Press.

 

Holmes, F. L. (1985). Lavoisier and the Chemistry of Life: An Exploration of Scientific Creativity. Madison: University of Wisconsin Press.

 

Lavoisier, A.-L. (1789). Traité élémentaire de chimie. Paris: Chez Cuchet.

 

Lavoisier, A.-L., Guyton de Morveau, L.-B., Berthollet, C.-L., & Fourcroy, A.-F. (1787). Méthode de nomenclature chimique. Paris: Cuchet.

 

McKie, D. (1952). Antoine Lavoisier: Scientist, Economist, Social Reformer. London: Constable.

 

Partington, J. R. (1962). A History of Chemistry. Vol. III. London: Macmillan.

 

Poirier, J.-P. (1993). Lavoisier: Chemist, Biologist, Economist. Philadelphia: University of Pennsylvania Press.


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