jueves, 29 de junio de 2023

 

TRADICIONES URUGUAYAS

¿SABÍAS POR QUÉ CADA 29 SE PREPARAN ÑOQUIS Y SE COLOCA DINERO DEBAJO DEL PLATO?



La costumbre de comer ñoquis cada 29 de mes y poner una moneda debajo del plato se dice que se originó en la región del noreste de Italia de Veneto.

. Según cuenta la leyenda, cuando el joven y mártir San Pantaleón pasó sus días predicando y curando enfermos en esa localidad, un día 29 tocó a la puerta de una familia de pescadores que lo invitó a comer y le puso en la mesa un plato de ñoquis .

Como forma de agradecimiento en ese acto de amabilidad y solidaridad, en un año no muy bueno para la pesca, el santo les pronosticó una notable mejoría en la actividad en los próximos meses.
Otra versión de la leyenda cuenta que, después de que San Pantaleón comió los ñoquis, dejó una moneda debajo del plato como agradecimiento. Desde entonces, se ha convertido en una tradición poner dinero debajo del plato al comer ñoquis el día 29

Por tanto la costumbre de poner dinero debajo del plato simboliza el deseo de nuevas dádivas y atraer suerte y prosperidad al comensal

. Esta tradición se ha mantenido en países como Uruguay, Argentina, Paraguay y Chile, que fueron destinos de una gran inmigración italiana a finales del siglo XIX y principios del siglo XX

En Uruguay ese día se celebra de diversas maneras.
Muchos restaurantes ofrecen ñoquis como plato principal en el menú del día 29, y algunos incluso tienen promociones especiales para la ocasión.

En las casas, las familias suelen cocinar ñoquis el día 29, y es común que se reúnan para compartir la comida.
Como parte de la tradición, se coloca dinero debajo del plato de cada comensal para atraer la prosperidad y la buena suerte.

En algunas regiones, se acostumbra a comer los ñoquis con salsa de tomate, queso rallado y albahaca fresca. Otros los consumen con manteca y queso, y otros acompañados con diferentes salsas.

En Uruguay, la tradición se ha extendido tanto que incluso se ha declarado el día nacional del ñoqui que por supuesto es el 29 de cada mes para los que disfrutan de degustar este exquisito plato.

martes, 27 de junio de 2023

 27 DE JUNIO

Día Internacional de las Personas

 Sordociegas




El 27 de junio, se ha declarado como el Día Internacional de la Sordoceguera, ello es según la "Declaración de las Necesidades Básicas de las Personas Sordociegas", realizada en Estocolmo, Suecia, en el año 1989.


Hellen Keller,

Se hizo en homenaje al natalicio de Hellen Keller, la primera persona sorda y ciega en graduarse en una universidad.

Hellen Keller representa un modelo de persona sordociega exitosa,

El 27 de junio se celebra el Día Internacional de las Personas Sordociegas, con el objetivo de visibilizar a las personas que en todo el mundo presentan esta discapacidad física y sensibilizar al resto de la población para que brinden su ayuda y de esta manera colaborar para que tengan mayor autonomía y mejoren su calidad de vida.

 

sordoceguera


La sordoceguera es una discapacidad que sufre un porcentaje bajo de la población mundial, que consiste en una condición que afecta de forma severa tanto la visión como la audición de quienes la padecen y que por lo general limita de forma considerable sus vidas.

Puede deberse a múltiples causas, pero una de las principales es el llamado Síndrome de Usher. El nombre de síndrome de Usher viene del cirujano ocular británico que primero describió la enfermedad en 1914. Es un trastorno raro, heredado que causa sordera y pérdida gradual de la visión. También puede afectar al equilibrio.

 

Declaración de las necesidades básicas de las personas sordociegas

 Entre las necesidades básicas que las personas sordociegas tienen derecho a recibir y de esta forma mejorar su calidad de vida destacan:

*Tienen el derecho de desarrollar todas sus potencialidades como cualquier otro ser humano.

*Son personas que requieren de atención especializada en educación, salud y en el campo laboral.

*Es esencial la enseñanza del lenguaje oral para que las personas sordociegas tengan una o varias herramientas efectivas para la buena comunicación con el mundo que les rodea.

*Las personas sordociegas deben tener la posibilidad de contar con la ayuda de un buen intérprete, lo cual facilitaría la vida de estas personas.

*Cuando las personas sordociegas alcanzan una edad madura, deben tener el privilegio de poder disfrutar de un alojamiento digno y con una asistencia supervisada.

*Tienen el derecho de poder tener una vida social activa, así como a distintas actividades recreativas en su tiempo de ocio.

*Famosos personajes sordociegos en la historia que debes conocer

*La discapacidad de cualquier naturaleza no debe ser un impedimento para que las personas vivan y alcancen sus sueños.

 

cinco casos interesantes de hombres y mujeres que han marcado un antes y un después ante la adversidad y que han sido unos verdaderos ejemplos de vida.

 


Laura Bridgman

Fue la primera mujer sordociega en la historia que pudo leer y escribir. No tuvo tanta fama como la reconocida Helen Keller, pero que desde muy joven mostró una inteligencia sobrenatural.

 


Donald Gibson

Famoso escultor nacido en Nueva Zelanda contrajo la enfermedad de Usher, que lo dejó ciego, pero desde su nacimiento padecía de sordera.



 

Marie Heurtin

Su historia fue llevada a la pantalla grande y obtuvo un éxito rotundo de taquilla. Nació totalmente ciega y sorda en su país natal, Francia. Con los años pudo escribir y leer en francés a través de un lenguaje de signos.

 


Alan Constable

Es un reconocido artista australiano que desde muy pequeño estuvo dotado de una gran genialidad y a pesar de su discapacidad auditiva y visual, fue capaz de diseñar réplicas de cámaras de fotografías. Hoy goza de prestigio en su país, donde expone sus propias obras de cerámica.


Mireia Mendoza:

Nació completamente sorda y cuando cumplió diez años perdió la vista. Lo que nunca le ha faltado a esta mallorquina es su pasión por el mundo de la moda, que ha sabido ajustar como un guante a sus necesidades comunicativas. Ha creado un proyecto inclusivo en redes sociales en el que cuenta cómo es ‘desfilar por la vida’ con sordoceguera. 


¿Cómo celebrar el Día Internacional de las Personas Sordociegas?


El Día Internacional de las Personas Sordociegas es una fecha realmente significativa donde se visibilizan a miles de personas que en el mundo padecen de esta y limitante condición, pero que, a pesar de ello, representan un gran ejemplo de determinación y coraje para enfrentar las adversidades.

FRASES DE HELLEN KELLER








Para saber más de Hellen Keller haz click aquí
http://arindabo.blogspot.com/2021/06/helen-keller-la-mujer-que-no-acepto-su.html


FUENTES

https://www.diainternacionalde.com/

https://ditecuruguay.org/

https://www.servimedia.es/

http://www.clevelandclinic.org/

https://signdna.org/

https://es.wikipedia.org/

https://www.pinterest.com/


sábado, 24 de junio de 2023

 

LA IMAGEN DE JUAN ANTONIO LAVALLEJA


 JEFE DE LOS TREINTA Y TRES ORIENTALES

A TRAVÉS DE LA POESÍA



ROMANCE PARA EL GENERAL LAVALLEJA


Nació para andar de bronce

 por la gloria y por la vida.

Los cerros le modelaron

cuarteador de rebeldías,

y él se trajo a la "sidera"

toda la rabia mestiza

que el sol encendió en los valles

y las quebradas de Minas.

 

Mano de alzarse en visera

 para medir lejanías,

halló grata la cintura

de la fama, en la medida

del puño de un sable corvo

con hoja de luna niña.

 

Desprendido de las cumbres

 en rauda piedra que grita

la palabra con que el trueno

rebota en las serranías,

se proyectó historia adentro

 sobre las cruces ariscas

que silban largas "clineras"

en el viento de las cifras . . .

Retumaron los bordones

de las vihuelas patricias

al pasar sus tacuarales

 por madrugadas rosillas,

cuando el Tiempo andaba lejos

de la Patria todavía . . .

 

Prisionera de los godos

estaba su novia india!

En un cinturón de piedras,

el coraje de Castilla

rugiendo por huecos bronces

desvelados, la tenía;

 pero el león teme al trueno;

y el trueno siempre crecía   

reventando en las murallas 

con bermellones de lidia!     

 

Latido de tierra y potros!      

Polvareda sostenida  

con tiempo y sol a la espalda,      

y un mar de lunas oblicuas 

guadañando cerrazones     

de leyendas enemigas!       

 

Es fama que, por las noches,       

cuando las sombras crecían,       

lagrimeaban los fogones     

la pena de la cautiva . . .      

 

Tierra estrellada del Sitio . . .        

Lugar donde se tendían      

los patriotas cimarrones      

a lamerse las heridas. . .      

 

Entonces, junto a los muros,

una guitarra suicida    

despertaba los "alerta!!. . ." 

por las troneras altísimas,   

para crecer una urdimbre    

musical, desconocida,

que se aferraba a las grietas        

como una hiedra de ira!       

 

Y brotaban las mortales      

rosas de las carabinas!       

Y los súbitos colores  

de la pólvora, tenían  

la silueta de un centauro     

de nueva cepa bravía

que guitarreaba un trabuco 

de coplas enrojecidas!

 

Era el campeón que los cerros    

enviaban a la cautiva!

La promesa de una raza

corajuda, repetida

por las puntas de las cargas;       

 por los filos de las brisas;

y era el canto a flor de labios;

y era el grito a flor de risas;

y era el sombrero en la nuca,

 y el orgullo con que brillan

las pinchudas nazarenas

en trazos de acometida!

 

Se llamaba Juan Antonio;

Juan Antonio es todavía!

Juan Antonio de los potros,

 de las lanzas,

de las vinchas,

del color de los arroyos,

de los pastos que tiritan,

de los llanos mugidores,

del trigal en las colinas!

 

Juan Antonio Lavalleja!

Rumbo de la gauchería,

dueño de la luna niña,

 flor de mi raza estrellera!

Metal heroico de Minas!!

 

Osiris Rodríguez Castillos en “Poemas y Canciones

 Orientales” (1962)

 





Romance de Juan Antonio

Te nombro y siento en la boca
genuino gusto de patria
Te evoco y en tu figura
se corporiza mi raza.
Te canto y musicalizan
mi voz aquellas guitarras
De los viejos payadores
que iban trenzando tu fama ,
con los tientos primitivos
De cielos y cifras gauchas.

Por tu nombre y tu imagen
resumen plena la estampa
del oriental que su tierra
ganó a sangre y a tacuara.
porque eres el arquetipo
del hombre que expresa su alma
sólo cuando vive libre
como el viento de las pampas

Juan Antonio, Juan Antonio,
cuentan que cuando arengabas
a los gauchos orientales
al iniciar una carga,
se alzaba un palmo tu cuerpo
sobre tu talla menguada,
y tu bronca voz crecía
como un viento de borrasca
para henchir los corazones
de fe, denuedo y confianza.

Juan Antonio, savia heroica
de una estirpe indomeñada ,
cristalizador del sueño
que en Artigas alentara:
para expresar tu grandeza
ninguna palabra alcanza,
ni hay lauros con que pagarte
lo que te debe la patria.

Serafín J García 



 SIN NOMBRARTE
 
De qué tala habrás nacido
De qué coronilla el molde
De qué estrella tu apellido,
Que fue tan alto tu nombre?.

De qué toro retacón
Habrás copiado tu porte
De qué potro escarceador
Sacaste libre el galope?

En cuál rincón de la sierra;
En la fruta de qué molle
Maduraste el aguijón
Para clavárselo al Norte?

De qué teros los clarines
Que agudizaron sus toques
Para tallar el granito
Donde afirmaste tu bronce?

En cuál de los cerros altos
Trepaste los horizontes
Para aprenderte los rumbos
Que abrió la aurora del “Once”?

De qué creciente la luna
Que te creciste esa noche,
Formando de cuarta luna
Tu corvo sable de Prócer?

Qué lluvia llenó tu cauce
Para tenderte en desborde
E inundar de libertad
Los Treinta y Tres corazones?

De qué ceibo, de qué cielo;
De qué espumas tus aprontes
Para formar tricolor
La devoción de tus hombres?

De dónde la fe rotunda
Que en Florida, cual resorte,
Izó las viejas cadenas
Para romperlas de un golpe!

De dónde la voz aquella
Que resonó por los montes
Cuando todo Sarandí
Se estremeció con tu orden?

De qué tala habrás nacido
De qué coronilla el molde?
Por Minuano y Oriental
No hace falta que te invoque,
Y el que te quiera nombrar,
Que se descubra ¡¡y te nombre!!
 
Santos Inzaurralde Rodrigo



A LAVALLEJA

 ¡Bien estás en el bronce, león minuano.
Con tu gesto de heroica rebeldía!
¡Si parece que cargas todavia.
"Carabina a la espalda y sable en mano"!
!Bien estás en el bronce! mas el llano
No es digno pedestal de tu osadía:
¡Tu trono debe ser la Serranía
Que vió flotar tu poncho veterano!
...............................................

Yo soñé con banderas tricolores

evocando en mis sierras, la bendita

visión de tus centauros redentores,

y desde entonces, tengo la infinita,

celsitud de dos cumbres mis amores,

¡ mi fe en Verdun, mi patria en Arequita ! ! ! ..


 
Olegario María Núñez
(Presbítero)

viernes, 23 de junio de 2023

RICHARD DAVID BACH



Richard David Bach nació el 23 de junio de 1936 en los Estados Unidos, en Oak Park, Illinois. 

 Su primer libro fue "Ajeno a la tierra", seguido de "Biplano" en 1966 y "Nada es azar", tres años más tarde; pero fue en 1970 que Bach logról éxito gracias a "Juan Salvador Gaviota": la historia de una gaviota que vuela no sólo por la comida, sino sobre todo por su amor al vuelo. El trabajo que fue publicado por Macmillan Publishers después de que varios otros editores hubieran rechazado el manuscrito y que también incluía fotos de gaviotas en vuelo, realizadas por Russell Munson, muy pronto se convirtió en un éxito editorial (aunque es una historia muy corta, con menos de 10 mil palabras): rompiendo records de ventas que se mantenían intactos desde "Lo que el viento se llevó" (sólo en 1972, "Juan Salvador Gaviota" vendió un millón de copias).




Juan Salvador Gaviota Amanecía, y el nuevo sol pintaba de oro las ondas de un mar tranquilo.

Chapoteaba un pesquero a un kilometro de la costa cuando, de pronto, rasgó el aire la voz llamando a la Bandada de la Comida y una multitud de mil gaviotas se aglomeró para regatear y luchar por cada pizca de comida.

Comenzaba otro día de ajetreos.

 Pero alejado y solitario, más allá de barcas y playas, está practicando Juan Salvador Gaviota.

 A treinta metros de altura, bajó sus pies palmeados, alzó su pico, y se esforzó por mantener en sus alas esa dolorosa y difícil posición requerida para lograr un vuelo pausado.

Aminoró su velocidad hasta que el viento no fue mas que un susurro en su cara, hasta que el océano pareció detenerse allá abajo.

Entornó los ojos en feroz concentración, contuvo el aliento, forzó aquella torsión un...  sólo...  centímetro...  más...  Encrespáronse sus plumas, se atascó y cayó.

Las gaviotas, como es bien sabido, nunca se atascan, nunca se detienen. Detenerse en medio del vuelo es para ellas vergüenza, y es deshonor.

Pero Juan Salvador Gaviota, sin avergonzarse, y al extender otra vez sus alas en aquella temblorosa y ardua torsión - parando, parando, y atascándose de nuevo-, no era un pájaro cualquiera.

La mayoría de las gaviotas no se molesta en aprender sino las normas de vuelo más elementales: como ir y volver entre playa y comida.

Para la mayoría de las gaviotas, no es volar lo que importa, sino comer.

Para esta gaviota, sin embargo, no era comer lo que le importaba, sino volar.


Más que nada en el mundo, Juan Salvador Gaviota amaba volar.

 Este modo de pensar, descubrió, no es la manera con que uno se hace popular entre los demás pájaros.

Hasta sus padres se desilusionaron al ver a Juan pasarse días enteros, solo, haciendo cientos de planeos a baja altura, experimentando.

No comprendía por qué, por ejemplo, cuando volaba sobre el agua a alturas inferiores a la mitad de la envergadura de sus alas, podía quedarse en el aire más tiempo, con menos esfuerzo; y sus planeos no terminaban con el normal chapuzón al tocar sus patas en el mar, sino que dejaba tras de sí una estela plana y larga al rozar la superficie con sus patas plegadas en aerodinámico gesto contra su cuerpo.

Pero fue al empezar sus aterrizajes de patas recogidas -que luego revisaba paso a paso sobre la playa- que sus padres se desanimaron aún más.

-¿Por qué, Juan, por qué? -preguntaba su madre-.

 ¿Por qué te resulta tan difícil ser como el resto de la Bandada, Juan? ¿Por qué no dejas los vuelos rasantes a los pelícanos y a los albatros? ¿Por qué no comes?

¡Hijo, ya no eres más que hueso y plumas! -No me importa ser hueso y plumas, mamá.

Sólo pretendo saber qué puedo hacer en el aire y qué no. Nada más.

Sólo deseo saberlo.

-Mira, Juan -dijo su padre, con cierta ternura-. El invierno está cerca.

Habrá  pocos  arcos, y  los  peces  de  superficie  se  habrán  ido  a  las profundidades. 


Si quieres estudiar, estudia sobre la comida y cómo conseguirla.

Esto de volar es muy bonito, pero no puedes comerte un planeo, ¿sabes? No olvides que la razón de volar es comer.

Juan asintió obedientemente.

Durante los días sucesivos, intentó comportarse como las demás gaviotas; lo intentó de verdad, trinando y batiéndose con la Bandada cerca del muelle y los pesqueros, lanzándose sobre un pedazo de pan y algún pez.

 Pero no le dio resultado.

 Es todo inútil, pensó, y deliberadamente dejó caer una anchoa duramente disputada a una vieja y hambrienta gaviota que le perseguía.

Podría estar empleando todo este tiempo en aprender a volar.

¡Hay tanto que aprender! No pasó mucho tiempo sin que Juan Salvador Gaviota saliera solo de nuevo hacia alta mar, hambriento, feliz, aprendiendo.

El tema fue la velocidad, y en una semana de prácticas había aprendido más acerca de la velocidad que la más veloz de las gaviotas.

A una altura de trescientos metros, aleteando con todas sus fuerzas, se metió en un abrupto y flameante picado hacia las olas, y aprendió por qué las gaviotas no hacen abruptos y flameantes picados.

En sólo seis segundos volo a cien kilómetros por hora, velocidad a la cual el ala levantada empieza a ceder.

Una vez tras otra le sucedió lo mismo.

 A pesar de todo su cuidado, trabajando al máximo de su habilidad, perdía el control a alta velocidad.

Subía a trescientos metros.

Primero con todas sus fuerzas hacia arriba, luego inclinándose, hasta lograr un picado vertical.

Entonces, cada vez que trataba de mantener alzada al máximo su ala izquierda, giraba violentamente hacia ese lado, y al tratar de levantar su derecha para equilibrarse, entraba, como un rayo, en una descontrolada barrena.

Tenía que ser mucho más cuidadoso al levantar esa ala.

Diez veces lo intentó, y las diez veces, al pasar a más de cien kilómetros por hora, terminó en un montón de plumas descontroladas, estrellándose contra el agua.

Empapado, pensó al fin que la clave debia ser mantener las alas quietas a alta velocidad; aletear, se dijo, hasta setenta por hora, y entonces dejar las alas quietas.

Lo intentó otra vez a setecientos metros de altura, descendiendo en vertical, el pico hacia abajo y las alas completamente extendidas y estables desde el momento en que pasó los setenta kilómetros por hora.


Necesitó un esfuerzo tremendo, pero lo consiguió.

En diez segundos, volaba como una centella sobrepasando los ciento treinta kilómetros por hora.

¡Juan había conseguido una marca mundial de velocidad para gaviotas! Pero el triunfo duró poco.

En el instante en que empezó a salir del picado, en el instante en que cambió el angulo de sus alas, se precipitó en el mismo terrible e incontrolado desastre de antes y, a ciento treinta kilómetros por hora, el desenlace fue como un dinamitazo.

Juan Gaviota se desintegró y fue a estrellarse contra un mar duro como un ladrillo.

Cuando recobró el sentido, era ya pasado el anochecer, y se halló a la luz de la Luna y flotando en el océano.

 Sus alas desgreñadas parecían lingotes de plomo, pero el fracaso le pesaba aún más sobre la espalda.

Débilmente deseó que el peso fuera suficiente para arrastrarle al fondo, y así terminar con todo.

A medida que se hundía, una voz hueca y extraña resonó en su interior. No hay forma de evitarlo.

Soy gaviota.

 Soy limitado por la naturaleza.

 Si estuviese destinado a aprender tanto sobre volar, tendría por cerebro cartas de navegación.

Si estuviese destinado a volar a alta velocidad, tendría las alas cortas de un halcón, y comería ratones en lugar de peces.

Mi padre tenía razón.

 Tengo que olvidar estas tonterías.

Tengo que volar a casa, a la Bandada, y estar contento de ser como soy: una pobre y limitada gaviota.

La voz se fue desvaneciendo y Juan se sometió.


Durante la noche, el lugar para una gaviota es la playa y, desde ese momento, se prometió ser una gaviota normal.

 Así todo el mundo se sentiría más feliz.

 Cansado se elevó de las oscuras aguas y voló hacia tierra, agradecido de lo que había aprendido sobre cómo volar a baja altura con el menor esfuerzo.

-Pero no -pensó-.

 Ya he terminado con esta manera de ser, he terminado con todo lo que he aprendido.

Soy una gaviota como cualquier otra gaviota, y volaré como tal.

 Asi es que ascendió dolorosamente a treinta metros y aleteó con más fuerza luchando por llegar a la orilla.

Se encontró mejor por su decisión de ser como otro cualquiera de la Bandada. Ahora no habría nada que le atara a la fuerza que le impulsaba a aprender, no habría más desafíos ni más fracasos.

 Y le resultó grato dejar ya de pensar, y volar, en la oscuridad, hacia las luces de la playa.

¡La oscuridad!, exclamó, alarmada, la hueca voz.

 ¡Las gaviotas nunca vuelan en la oscuridad! Juan no estaba alerta para escuchar.

Es grato, pensó.

 La Luna y las luces centelleando en el agua, trazando luminosos senderos en la oscuridad, y todo tan pacífico y sereno... ¡Desciende! ¡Las gaviotas nunca vuelan en la oscuridad! ¡Si hubieras nacido para volar en la oscuridad, tendrías los ojos de buho! ¡Tendrías por cerebro cartas de navegación! ¡Tendrias las alas cortas de un halcón! Allí, en la noche, a treinta metros de altura, Juan Salvador Gaviota parpadeó.

Sus dolores, sus resoluciones, se esfumaron.

¡Alas cortas! ¡Las alas cortas de un halcón! ¡Esta es la solución! ¡Qué necio he sido! ¡No necesito más que un ala muy pequeñita, no necesito más que doblar la parte mayor de mis alas y volar sólo con los extremos! ¡Alas cortas! Subió a setecientos metros sobre el negro mar, y sin pensar por un momento en el fracaso o en la muerte, pegó fuertemente las antealas a su cuerpo, dejó solamente los afilados extremos asomados como dagas al viento, y cayó en picado vertical.

 El viento le azotó la cabeza con un bramido monstruoso.

 Cien kilómetros por hora, ciento treinta, ciento ochenta y aún más rápido.

La tensión de las alas a doscientos kilómetros por hora no era ahora tan grande como antes a cien, y con un mínimo movimiento de los extremos de las alas aflojó gradualmente el picado y salió disparado sobre las olas, como una gris bala de cañón bajo la Luna.

 Entornó sus ojos contra el viento hasta transformarlos en dos pequeñas rayas, y se regocijó.

¡A doscientos kilómetros por hora! ¡Y bajo control! ¿Si pico desde mil metros en lugar de quinientos, a cuánto llegaré... ? Olvidó sus resoluciones de hace un momento, arrebatadas por ese gran viento.

Sin embargo, no se sentía culpable al romper las promesas que había hecho consigo mismo.

Tales promesas existen solamente para las gaviotas que aceptan lo corriente. Uno que ha palpado la perfección en su aprendizaje no necesita esa clase de promesas.

 Al amanecer, Juan Gaviota estaba practicando de nuevo.

Desde dos mil metros los pesqueros eran puntos sobre el agua plana y azul, la Bandada de la Comida una débil nube de insignificantes motitas en circulación.

Estaba vivo, y temblaba ligeramente de gozo, orgulloso de que su miedo estuviera bajo control.

Entonces, sin ceremonias, encogió sus antealas, extendió los cortos y angulosos extremos, y se precipitó directamente hacia el mar.

Al pasar los dos mil metros, logró la velocidad máxima, el viento era una sólida y palpitante pared sonora contra la cual no podía avanzar con más rapidez.

Ahora volaba recto hacia abajo a trescientos viente kilómetros por hora.

 Tragó saliva, comprendiendo que se haría trizas si sus alas llegaban a desdoblarse a esa velocidad, y se despedazaría en un millón de partículas de gaviota.

Pero la velocidad era poder, y la velocidad era gozo, y la velocidad era pura belleza.

 Empezó su salida del picado a trescientos metros, los extremos de las alas batidos y borrosos en ese gigantesco viento, y justamente en su camino, el barco y la multitud de gaviotas se desenfocaban y crecían con la rapidez de una cometa.

No pudo parar; no sabía aún ni cómo girar a esa velocidad. Una colisión sería la muerte instantánea.

Así es que cerró los ojos.

Sucedió  entonces  que  esa  mañana,  justo  después  del amanecer,  Juan Salvador Gaviota se disparó directamente en medio de la Bandada de la Comida marcando trescientos dieciocho kilómetros por hora, los ojos cerrados y en medio de un rugido de viento y plumas.

La Gaviota de la Providencia le sonrió por esta vez, y nadie resultó muerto. Cuando al fin apuntó su pico hacia el cielo azul, aun zumbaba a doscientos cuarenta kilómetros por hora.

Al reducir a treinta y extender sus alas otra vez, el pesquero era una miga en el mar, mil metros más abajo.

Sólo pensó en el triunfo,¡La velocidad maxima! ¡Una gaviota a trescientos veinte kilómetros por hora! Era un descubrimiento, el momento más grande y singular en la historia de la Bandada, y en ese momento una nueva época se abrió para Juan Salvador Gaviota.

Voló hasta su solitaria área de practicas, y doblando sus alas para un picado desde tres mil metros, se puso a trabajar en seguida para descubrir la forma de girar.

Se dio cuenta de que al mover una sola pluma del extremo de su ala una fracción de centímetro, causaba una curva suave y extensa a tremenda velocidad.

Antes de haberlo aprendido, sin embargo, vio que cuando movía más de una pluma a esa velocidad, giraba como una bala de rifle...  y así fue Juan la primera gaviota de este mundo en realizar acrobacias aéreas.

No perdió tiempo ese día en charlar con las otras gaviotas, sino que siguió volando hasta después de la puesta del Sol.

Descubrió el rizo, el balance lento, el balance en punta, la barrena invertida, el medio rizo invertido.

 Cuando Juan volvió a la Bandada ya en la playa, era totalmente de noche. Estaba mareado y rendido.

No obstante, y no sin satisfacción, hizo un rizo para aterrizar y un tonel rápido justo antes de tocar tierra.

Cuando sepan, pensó, lo del Descubrimiento, se pondrán locos de alegría.

¡Cuánto mayor sentido tiene ahora la vida! ¡En lugar de nuestro lento y pesado ir y venir a los pesqueros, hay una razán para vivir! Podremos alzarnos sobre nuestra ignorancia, podremos descubrirnos como criaturas de perfección, inteligencia y habilidad.

¡Podremos ser libres! ¡Podremos aprender a volar! Los años venideros susurraban y resplandecían de promesas.

Las gaviotas se hallaban reunidas en Sesión de Consejo cuando Juan tomó tierra, y parecía que habían estado así reunidas durante algún tiempo.

Estaban, efectivamente, esperando.




-¡Juan Salvador Gaviota! ¡Ponte al Centro! -Las palabras de la Gaviota Mayor sonaron con la voz solemne propia de las altas ceremonias.

Ponerse en el Centro sólo significaba gran vergüenza o gran honor.

Situarse en el Centro por Honor, era la forma en que se señalaba a los jefes más destacados entre las gaviotas.

¡Por supuesto, pensó, la Bandada de la Comida...   esta mañana vieron el Descubrimiento! Pero yo no quiero honores.

No tengo ningún deseo de ser líder.

 Sólo quiero compartir lo que he encontrado, y mostrar esos nuevos horizontes que nos están esperando.

Y dio un paso al frente.

-Juan Salvador Gaviota -dijo el Mayor-.¡Ponte al Centro para tu Vergüenza ante la mirada de tus semejantes! Sintió como si le hubieran golpeado con un madero.

Sus rodillas empezaron a temblar, sus plumas se combaron, y le zumbaron los oídos.

¿Al Centro para deshonrarme? ¡Imposible! ¡El Descubrimiento! ¡No entienden!

 ¡Están equivocados! ¡Están equivocados! -...  por su irresponsabilidad temeraria -entonó la voz solemne-, al violar la dignidad y la tradición de la Familia de las Gaviotas... Ser centrado por deshonor significaba que le expulsarían de la sociedad de las gaviotas, desterrado a una vida solitaria en los Lejanos Acantilados.

-...  algún día, Juan Salvador Gaviota, aprenderás que la irresponsabilidad se paga.

La vida es lo desconocido y lo irreconocible, salvo que hemos nacido para comer y vivir el mayor tiempo posible.

Una gaviota nunca replica al Consejo de la Bandada, pero la voz de Juan se hizo oir: -¿Irresponsabilidad? ¡Hermanos míos! -gritó-.

¿Quién es más responsable que una gaviota que ha encontrado y que persigue un significado, un fin más alto para la vida? ¡Durante mil años hemos escarbado tras las cabezas de los peces, pero ahora tenemos una razón para vivir; para aprender, para descubrir; para ser libres! Dadme una oportunidad, dejadme que os muestre lo que he encontrado...  La Bandada parecía de piedra.

-Se ha roto la Hermandad -entonaron juntas las gaviotas, y todas de acuerdo cerraron solemnemente sus oídos y le dieron la espalda.

Juan Salvador Gaviota pasó el resto de sus días solo, pero voló mucho más allá de los Lejanos Acantilados.

Su único pesar no era su soledad, sino que las otras gaviotas se negasen a creer en la gloria que les esperaba al volar; que se negasen a abrir sus ojos y a ver.

Aprendía más cada día.

 Aprendió que un picado aerodinámico a alta velocidad podía ayudarle a encontrar aquel pez raro y sabroso que habitaba a tres metros bajo la superficie del océano: ya no le hicieron falta pesqueros ni pan duro para sobrevivir.

Aprendió a dormir en el aire fijando una ruta durante la noche a través del viento de la costa, atravesando ciento cincuenta kilómetros de sol a sol.

Con el mismo control interior, voló a través de espesas nieblas marinas y subió sobre ellas hasta cielos claros y deslumbradores...   mientras las otras gaviotas yacían en tierra, sin ver más que niebla y lluvia.

Aprendió a cabalgar los altos vientos tierra adentro, para regalarse allí con los más sabrosos insectos.

 Lo que antes había esperado conseguir para toda la Bandada, lo obtuvo ahora para si mismo; aprendió a volar y no se arrepintió del precio que había pagado.

Juan Gaviota descubrió que el aburrimiento y el miedo y la ira, son las razones por las que la vida de una gaviota es tan corta, y al desaparecer aquellas de su pensamiento, tuvo por cierto una vida larga y buena.

Vinieron entonces al anochecer, y encontraron a Juan planeando, pacífico y solitario en su querido cielo.

Las dos gaviotas que aparecieron juto a sus alas eran puras como luz de estrellas, y su resplandor era suave y amistoso en el alto cielo nocturno.

 Pero lo más hermoso de todo era la habilidad con la que volaban; los extremos de sus alas avanzando a un preciso y constante centímetro de las suyas.

Sin decir palabra, Juan les puso a prueba, prueba que ninguna gaviota había superado jamás.

Torció sus alas, y redujo su velocidad a un sólo kilómetro por hora, casi parándose.

Aquellas dos radiantes aves redujeron también la suya, en formación cerrada. Sabían lo que era volar lento.

Dobló sus alas, giró y cayó en picado a doscientos kilómetros por hora.

 Se dejaron caer con él, precipitándose hacia abajo en formación impecable. Por fin, Juan voló con igual velocidad hacia arriba en un giro lento y vertical. Giraron con él, sonriendo.

Recuperó el vuelo horizontal y se quedó callado un tiempo antes de decir: -Muy bien.



¿Quiénes sois? -Somos de tu Bandada, Juan. Somos tus hermanos.

-Las palabras fueron firmes y serenas -.

 Hemos venido a llevarte más arriba, a llevarte a casa.

 -¡Casa no tengo! Bandada tampoco tengo. Soy un Exilado.

Y ahora volamos a la vanguardia del Viento de la Gran Montana.

 Unos cientos de metros más, y no podré levantar más este viejo cuerpo.

 -Sí que puedes, Juan. Porque has aprendido.

Una etapa ha terminado, y ha llegado la hora de que empiece otra.

Tal como le había iluminado toda su vida, también ahora el entendimiento iluminó ese instante de la existencia de Juan Gaviota.

Tenían razón.

El era capaz de volar más alto, y ya era hora de irse a casa.

 Echó una larga y última mirada al cielo, a esa magnífica tierra de plata donde tanto había aprendido.

-Estoy listo -dijo al fin.

Y Juan Salvador Gaviota se elevó con las dos radiantes gaviotas para desaparecer en un perfecto y oscuro cielo.

Juan Salvador Gaviota: un relato Segunda Parte Primera parte De modo que esto es el cielo, pensó, y tuvo que sonreírse.

No era muy respetuoso analizar el cielo justo en el momento en que uno está a punto de entrar en él.

Al venir de la Tierra por encima de las nubes y en formación cerrada con las dos resplandecientes gaviotas, vió que su propio cuerpo se hacía tan resplandeciente como el de ellas.

En verdad, allí estaba el mismo y joven Juan Gaviota, el que siempre había existido detrás de sus ojos dorados, pero la forma exterior había cambiado.

Su cuerpo sentía como gaviota, pero ya volaba mucho mejor que con el antiguo.

¡Vaya, pero si con la mitad del esfuerzo, pensó, obtengo el doble de velocidad, el doble de rendimiento que en mis mejores dias en la Tierra! Brillaban sus plumas, ahora de un blanco resplandeciente, y sus alas eran lisas y perfectas como láminas de plata pulida.

Empezó, gozoso, a familiarizarse con ellas, a imprimir potencia en nuevas alas.

 A trescientos cincuenta kilómetros por hora le pareció que estaba logrando su máxima velocidad en vuelo horizontal.

 A cuatrocientos diez pensó que estaba volando al tope de su capacidad, y se sintió ligeramente desilusionado.

Había un límite a lo que podía hacer con su nuevo cuerpo, y aunque iba mucho más rápido que en su antigua marca de vuelo horizontal, era sin embargo un límite que le costaría mucho esfuerzo mejorar.

En el cielo, pensó, no debería haber limitaciones.

 De pronto se separaron las nubes y sus compañeros gritaron: -Feliz aterrizaje, Juan -y desaparecieron sin dejar rastro.

Volaba encima de un mar, hacia un mellado litoral.

 


Una que otra gaviota se afanaba en los remolinos entre los acantilados. Lejos, hacia el Norte, en el horizonte mismo, volaban unas cuantas mas. Nuevos horizontes, nuevos pensamientos, nuevas preguntas.

¿Por qué tan pocas gaviotas? ¡El paraíso debería estar lleno de gaviotas! ¿Y por qué estoy tan cansado de pronto? Era de suponer que las gaviotas en el cielo no deberían cansarse, ni dormir.

¿Dónde había oído eso? El recuerdo de su vida en la Tierra se le estaba haciendo borroso.

La Tierra había sido un lugar donde había aprendido mucho, por supuesto, pero los detalles se le hacían ya nebulosos; recordaba algo de la lucha por la comida, y de haber sido un Exilado.

La docena de gaviotas que estaba cerca de la playa vino a saludarle sin que ni una dijera una palabra.

Sólo sintió que se le daba la bienvenida y que esta era su casa.

 Había sido un gran día para él, un día cuyo amanecer ya no recordaba.

Giró para aterrizar en la playa, batiendo sus alas hasta pararse un instante en el aire, y luego descendió ligeramente sobre la arena.

Las otras gaviotas aterrizaron también, pero ninguna movió ni una pluma. Volaron contra el viento, extendidas sus brillantes alas, y luego, sin que supiera él cómo, cambiaron la curvatura de sus plumas hasta detenerse en el mismo instante en que sus pies tocaron tierra.

Había sido una hermosa muestra de control, pero Juan estaba ahora demasiado cansado para intentarlo.

De pie, allí en la playa, sin que aún se hubiera pronunciado ni una sola palabra, se durmió.

Durante los próximos días vio Juan que había aquí tanto que aprender sobre el vuelo como en la vida que había dejado.

Pero con una diferencia.

 Aquí había gaviotas que pensaban como él.

 Ya que para cada una de ellas lo más importante de sus vidas era alcanzar y palpar la perfección de lo que más amaban hacer: volar.

Eran pájaros magníficos, todos ellos, y pasaban hora tras hora cada día ejercitándose en volar, ensayando aeronáutica avanzada.

Durante largo tiempo Juan se olvidó del mundo de donde había venido, ese lugar donde la Bandada vivía con los ojos bien cerrados al gozo de volar, empleando sus alas como medios para encontrar y luchar por la comida.

Pero de cuando en cuando, sólo por un momento, lo recordaba.

Se acordó de ello una mañana cuando estaba con su instructor mientras descansaba en la playa después de una sesión de toneles con ala plegada.

-¿Dónde   están   los   demás,   Rafael?   -preguntó en   silencio,   ya   bien acostumbrado a la cómoda telepatía que estas gaviotas empleaban en lugar de graznidos y trinos-.

¿Por qué no hay más de nosotros aquí? De donde vengo había...  -...  miles y miles de gaviotas.

Lo sé.

 -Rafael movió su cabeza afirmativamente-.

 La única respuesta que puedo dar, Juan, es que tú eres una gaviota en un millón.

La mayoría de nosotros progresamos con mucha lentitud.

 Pasamos de un mundo a otro casi exactamente igual, olvidando en seguida de donde habíamos venido, sin preocuparnos hacia donde íbamos, viviendo solo el momento presente.

¿Tienes idea de cuántas vidas debimos cruzar antes de que lográramos la primera idea de que hay mas en la vida que comer, luchar o alcanzar poder en la Bandada? ¡Mil vidas, Juan, diez mil! Y luego cien vidas más hasta que empezamos a aprender que hay algo llamado perfección, y otras cien para comprender que la meta de la vida es encontrar esa perfección y reflejarla.

La misma norma se aplica ahora a nosotros, por supuesto: elegimos nuestro mundo venidero mediante lo que hemos aprendido de éste.

No aprendas nada, y el próximo será igual que éste, con las mismas limitaciones y pesos de plomo que superar.



Extendió sus alas y volvió su cara al viento.

 -Pero tú, Juan -dijo-, aprendiste tanto de una vez que no has tenido que pasar por mil vidas para llegar a esta.

En un momento estaban otra vez en el aire, practicando.

 Era difícil mantener la formación cuando giraban para volar en posición invertida, puesto que entonces Juan tenía que ordenar inversamente su pensamiento, cambiando la curvatura, y cambiándola en exacta armonía con la de su instructor.

-Intentemos de nuevo -decía Rafael una y otra vez-: Intentemos de nuevo.

 -Y por fin-: Bien.

 -Y entonces empezaron a practicar los rizos exteriores.

 Una noche, las gaviotas que no estaban practicando vuelos nocturnos se quedaron de pie sobre la arena, pensando.

Juan echó mano de todo su coraje y se acercó a la Gaviota Mayor, de quien, se decía, iba pronto a trasladarse más allá de este mundo.

-Chiang...  -dijo, un poco nervioso. La vieja gaviota le miró tiernamente.

-¿Si, hijo mío? En lugar de perder la fuerza con la edad, el Mayor la había aumentado; podía volar más y mejor que cualquier gaviota de la Bandada, y había aprendido habilidades que las otras sólo empezaban a conocer.

-Chiang, este mundo no es el verdadero cielo, ¿verdad? El Mayor sonrió a la luz de la Luna.

-Veo que sigues aprendiendo, Juan -dijo.

 -Bueno, ¿qué pasará ahora? ¿A dónde iremos? ¿Es que no hay un lugar que sea como el cielo? -No, Juan, no hay tal lugar.

El cielo no es un lugar, ni un tiempo. El cielo consiste en ser perfecto.

-Se quedó callado un momento-.

 Eres muy rápido para volar, ¿verdad? -Me...  me encanta la velocidad -dijo Juan, sorprendido, pero orgulloso de que el Mayor se hubiese dado cuenta.

-Empezarás a palpar el cielo, Juan, en el momento en que palpes la perfecta velocidad.

Y esto no es volar a mil kilómetros por hora, ni a un millón, ni a la velocidad de la luz.

Porque cualquier número es ya un límite, y la perfección no tiene límites. La perfecta velocidad, hijo mío, es estar alli.

Sin aviso, y en un abrir y cerrar de ojos, Chiang desapareció y apareció al borde del agua, veinte metros más allá.

Entonces desapareció de nuevo y volvió en una milésima de segundo, junto al hombro de Juan.

-Es bastante divertido -dijo. Juan estaba maravillado.

Se olvidó de preguntar por el cielo.

-¿Cómo lo haces? ¿Qué se siente al hacerlo? ¿A qué distancia puedes llegar?

-Puedes ir al lugar y al tiempo que desees -dijo el Mayor-.

 Yo he ido donde y cuando he querido.

 -Miró hacia el mar-. Es extraño.

Las gaviotas que desprecian la perfección por el gusto de viajar, no llegan a ninguna parte, y lo hacen lentamente.

Las que se olvidan de viajar por alcanzar la perfección, llegan a todas partes, y al instante.

Recuerda, Juan, el cielo no es un lugar ni un tiempo, porque el lugar y el tiempo poco significan.

 El cielo es... -¿Me puedes enseñar a volar asi? -Juan Gaviota temblaba ante la conquista de otro desafío.

-Por supuesto, si es que quieres aprender.

 -Quiero.

 ¿Cuándo podemos empezar? -Podríamos empezar ahora, si lo deseas.

 -Quiero aprender a volar de esa manera -dijo Juan, y una luz extraña brilló en sus ojos-.

Dime qué hay que hacer.

 Chiang habló con lentitud, observando a la joven gaviota muy cuidadosamente.

 -Para volar tan rápido como el pensamiento y a cualquier sitio que exista -dijo-, debes empezar por saber que ya has llegado... El secreto, según Chiang, consistía en que Juan dejase de verse a sí mismo como prisionero de un cuerpo limitado, con una envergadura de ciento cuatro centímetros y un rendimiento susceptible de programación.

 El secreto era saber que su verdadera naturaleza vivía, con la perfección de un número no escrito, simultáneamente en cualquier lugar del espacio y del tiempo.

Juan se dedicó a ello con ferocidad, día tras día, desde el amanecer hasta después de la medianoche.

Y a pesar de todo su esfuerzo no logró moverse ni un milímetro del sitio donde se encontraba.

-¡Olvídate de la fe! -le decía Chiang una y otra vez-.

 Tú no necesitaste fe para volar, lo que necesitaste fue comprender lo que era el vuelo.

Esto es exactamente lo mismo.

 Ahora intentalo otra vez... Así un día, Juan, de pie en la playa, cerrado los ojos, concentrado, como un relámpago comprendió de pronto lo que Chiang habíale estado diciendo.

-¡Pero si es verdad! ¡Soy una gaviota perfecta y sin limitaciones! -Y se estremeció de alegría.

-¡Bien! -dijo Chiang, y hubo un tono de triunfo en su voz.

Juan abrió sus ojos.

Quedó solo con el Mayor en una playa completamente distinta; los árboles llegaban hasta el borde mismo del agua, dos soles gemelos y amarillos giraban en lo alto.

-Por fin has captado la idea -dijo Chiang-, pero tu control necesita algo mas de trabajo...  Juan se quedó pasmado.

-¿Dónde estamos? En absoluto impresionado por el extraño paraje, el Mayor ignoró la pregunta.

-Es obvio que estamos en un planeta que tiene un cielo verde y una estrella doble por sol.

Juan lanzó un grito de alegría, el primer sonido que haba pronunciado desde que dejara la Tierra: -¡RESULTO! -Bueno, claro que resultó, Juan.

Siempre resulta cuando se sabe lo que se hace.

 Y  ahora,  volviendo  al  tema  de  tu  control...     Cuando  volvieron,  había anochecido.

Las otras gaviotas, miraron a Juan con reverencia en sus ojos dorados, porque le habían visto desaparecer de donde había estado plantado por tanto tiempo.

Aguantó sus felicitaciones durante menos de un minuto.

 -Soy nuevo aqui. Acabo de empezar.

Soy yo quien debe aprender de vosotros.

 -Me pregunto si eso es cierto, Juan -dijo Rafael, de pie cerca de él-.

 En diez mil años no he visto una gaviota con menos miedo de aprender que tú.

 -La Bandada se quedó en silencio, y Juan hizo un gesto de turbación.

-Si quieres, podemos empezar a trabajar con el tiempo -dijo Chiang-, hasta que logres volar por el pasado y el futuro.

Y entonces, estarás preparado para empezar lo más difícil, lo más colosal, lo más divertido de todo.

Estarás preparado para subir y comprender el significado de la bondad y el amor.

Pasó un mes, o algo que pareció un mes, y Juan aprendía con tremenda rapidez.

 Siempre había sido veloz para aprender lo que la experiencia normal tenía para enseñarle, y ahora, como alumno especial del Mayor en Persona, asimiló las nuevas ideas como si hubiera sido una supercomputadora de plumas.

Pero al fin llegó el día en que Chiang desapareció.

 Había estado hablando calladamente con todos ellos, exhortándoles a que nunca dejaran de aprender y de practicar y de esforzarse por comprender más acerca del perfecto e invisible principio de toda vida.

Entonces, mientras hablaba, sus plumas se hicieron más y más resplandecientes hasta que al fin brillaron de tal manera que ninguna gaviota pudo mirarle.

-Juan -dijo, y estas fueron las últimas palabras que pronunció-, sigue trabajando en el amor.

Cuando pudieron ver otra vez, Chiang había desaparecido.

 Con el pasar de los días, Juan se sorprendió pensando una y otra vez en la Tierra de la que había venido.

 Si hubiese sabido allí una décima, una centésima parte de lo que ahora sabía,¡cuanto más significado habría tenido entonces la vida! Quedóse allí en la arena y empezó a preguntarse si habría una gaviota allá abajo que estuviese esforzándose por romper sus limitaciones, por entender el significado del vuelo más allá de una manera de trasladarse para conseguir algunas migajas caídas de un bote.

Quizás hasta hubiera un Exilado por haber dicho la verdad ante la Bandada.

 Y mientras más practicaba Juan sus lecciones de bondad, y mientras más trabajaba para conocer la naturaleza del amor, más deseaba volver a la Tierra.

Porque, a pesar de su pasado solitario, Juan Gaviota había nacido para ser instructor, y su manera de demostrar el amor era compartir algo de la verdad que había visto, con alguna gaviota que estuviese pidiendo sólo una oportunidad de ver la verdad por sí misma.

Rafael, adepto ahora a los vuelos a la velocidad del pensamiento y a ayudar a que los otros aprendieran, dudaba.

-Juan, fuiste Exilado una vez.

¿Por qué piensas ahora que alguna gaviota de tu pasado va a escucharte ahora? Ya sabes el refran, y es verdad: Gaviota que ve lejos, vuela alto.

Esas gaviotas de donde has venido se lo pasan en tierra, graznando y luchando entre ellas.

Están a mil kilómetros del cielo.

 ¡Y tú dices que quieres mostrarles el cielo desde donde están paradas! ¡Juan, ni siquiera pueden ver los extremos de sus propias alas! Quédate aquí.

Ayuda a las gaviotas novicias de aqui, que están bastante avanzadas como para comprender lo que tienes que decirles.

Se quedó callado un momento, y luego dijo: -¿Qué habría pasado si Chiang hubiese vuelto a sus antiguos mundos? ¿Dónde estarías tú ahora? El último punto era el decisivo, y Rafael tenía razón.

Gaviota que ve lejos, vuelta alto.

 Juan se quedó y trabajó con los novicios que iban llegando, todos muy listos y rápidos en sus deberes.

Pero volvióle el viejo recuerdo, y no podía dejar de pensar en que a lo mejor había una o dos gaviotas allá en la Tierra que también podrían aprender.

¡Cuánto más habría sabido ahora si Chiang le hubiese ayudado cuando era un Exilado! -Rafa, tengo que volver -dijo por fin-.

 Tus alumnos van bien.

 Te podrán incluso ayudar con los nuevos. Rafael suspiró, pero prefirió no discutir.

-Creo que te echaré de menos, Juan -fue todo lo que le dijo.

 -¡Rafa, qué vergüenza! -dijo Juan reprochándole-.

 ¡No seas necio! ¿Qué intentamos practicar todos los días? ¡Si nuestra amistad depende de cosas como el espacio y el tiempo, entonces, cuando por fin superemos el espacio y el tiempo, habremos destruido nuestra propia hermandad! Pero supera el espacio, y nos quedará sólo un Aqui.

Supera el tiempo, y nos quedará sólo un Ahora .Y entre el Aquí y el Ahora, ¿no crees que podremos volver a vernos un par de veces? Rafael Gaviota tuvo que soltar una carcajada.

-Estás hecho un pájaro loco -dijo tiernamente-.

 Si hay alguien que pueda mostrarle a uno en la Tierra cómo ver a mil millas de distancia, ése será Juan Salvador Gaviota.

-Quedóse mirando la arena-: Adiós, Juan, amigo mío.

 -Adiós, Rafa.

 Nos volveremos a ver.

 -Y con esto, Juan evocó en su pensamiento la imagen de las grandes bandadas de gaviotas en la orilla de otros tiempos, y supo, con experimentada facilidad, que ya no era sólo hueso y plumas, sino una perfecta idea de libertad y vuelo, sin limitación alguna.

Pedro Pablo Gaviota era aún bastante joven, pero ya sabía que no había pájaro peor tratado por una Bandada, o con tanta injusticia.

-Me da lo mismo lo que digan -pensó furioso, y su vista se nubló mientras volaba hacia los Lejanos Acantilados-.

¡Volar es tanto más importante que un simple aletear de aqui para allá! ¡Eso lo puede hacer hasta un...   hasta un mosquito!

¡Sólo un pequeño viraje en tonel alrededor de la Gaviota Mayor, nada más que por diversión, y ya soy un Exilado!

 ¿Son ciegos acaso? ¿Es que no pueden ver? ¿Es que no pueden imaginar la gloria que alcanzarían si realmente aprendiéramos a volar? Me da lo mismo lo que piensen.

 ¡Yo les mostraré lo que es volar! No seré más que un puro Bandido, si eso es lo que quieren.

Pero haré que se arrepientan...  La voz surgió dentro de su cabeza, y aunque era muy suave, le asustó tanto que se equivocó y dio una voltereta en el aire.

-No seas tan duro con ellos, Pedro Gaviota.

 Al expulsarte, las otras gaviotas solamente se han hecho daño a sí mismas, y un día se darán cuenta de ello; y un día verán lo que tú ves.

Perdónales y ayúdales a comprender.

 A un centímetro del extremo de su ala derecha volaba la gaviota más resplandeciente de todo el mundo, planeando sin esfuerzo alguno, sin mover una pluma, a casi la máxima velocidad de Pedro.

El caos reino por un momento dentro del joven pájaro.

 -¿Qué está pasando? ¿Estoy loco? ¿Estoy muerto? ¿Qué es esto? Baja y tranquila continuó la voz dentro de su pensamiento, exigiendo una contestación:

-Pedro Pablo Gaviota, ¿quieres volar? -¡SI, QUIERO VOLAR! -Pedro Pablo Gaviota, ¿tanto quieres volar que perdonarás a la Bandada, y aprenderás, y volverás a ella un día y trabajarás para ayudarles a comprender? No había manera de mentirle a este magnífico y hábil ser, por orgulloso o herido que Pedro Pablo Gaviota se sintiera.

-Sí, quiero -dijo suavemente.

 -Entonces, Pedro -le dijo aquella criatura resplandeciente, y la voz fue muy tierna-, empecemos con el Vuelo Horizontal...  Juan Salvador Gaviota: un relato Tercera Parte Segunda parte Juan giraba lentamente sobre los Lejanos Acantilados; observaba.

Este rudo y joven Pedro Gaviota era un alumno de vuelo casi perfecto.

 Era fuerte, y ligero, y rápido en el aire, pero mucho más importante, ¡tenía un devastador deseo de aprender a volar! Aquí venia ahora, una forma borrosa y gris que salía de su picado con un rugido, pasando como un bólido a su instructor, a doscientos veinte kilómetros por hora.

Abruptamente se metió en otra pirueta con un balance de dieciséis puntos, vertical y lento, contando los puntos en voz alta.... ocho...   nueve... diez...   ves -Juan-se-me-está-terminando-la-velocidad -del-aire... once... Quiero-paradas-perfectas -y agudas -como-las-tuyas... doce... ... pero-¡caramba!-no-puedo-llegar... trece... a-estos -últimos- puntos... sin... cator...¡aaakk... ! La torsión de la cola le salió a Pedro mucho peor a causa de su ira y furia al fracasar.

Se fue de espaldas, volteó, se cerró salvajemente en una barrena invertida, y por fin se recuperó, jadeando, a treinta metros bajo el nivel en que se hallaba su instructor.

-¡Pierdes tu tiempo conmigo, Juan! ¡Soy demasiado tonto! ¡Soy demasiado estúpido! Intento e intento, ¡pero nunca lo lograré! Juan Gaviota lo miró desde arriba y asintió.


-Seguro que nunca lo conseguirás mientras hagas ese encabritamiento tan brusco.

Pedro, ¡has perdido sesenta kilómetros por hora en la entrada! ¡Tienes que ser suave! Firme, pero suave, ¿te acuerdas? Bajó al nivel de la joven gaviota.

-Intentémoslo juntos ahora, en formación. Y concéntrate en ese encabritamiento. Es una entrada suave, fácil.

Al cabo de tres meses, Juan tenía otros seis aprendices, todos Exilados, pero curiosos por esta nueva visión del vuelo por el puro gozo de volar.

Sin embargo, les resultaba más fácil dedicarse al logro de altos rendimientos que a comprender la razón oculta de ello.

-Cada uno de nosotros es en verdad una idea de la Gran Gaviota, una idea ilimitada de la libertad -diría Juan por las tardes, en la playa -, y el vuelo de alta precisión es un paso hacia la expresión de nuestra verdadera naturaleza.

Tenemos que rechazar todo lo que nos limite.

 Esta es la causa de todas estas prácticas a alta y baja velocidad, de estas acrobacias...  ...  y sus alumnos se dormirían, rendidos después de un día de volar.

Les gustaba practicar porque era rápido y excitante y les satisfacía esa hambre por aprender que crecía con cada lección.

Pero ni uno de ellos, ni siquiera Pedro Pablo Gaviota, había llegado a creer que el vuelo de las ideas podía ser tan real como el vuelo del viento y las plumas.

-Tu  cuerpo  entero,  de  extremo  a  extremo  del  ala  -diría Juan  en  otras ocasiones-, no es más que tu propio pensamiento, en una forma que puedes ver.

 Rompe las cadenas de tu pensamiento, y romperás también las cadenas de tu cuerpo.

-Pero dijéralo como lo dijera, siempre sonaba como una agradable ficción, y ellos necesitaban más que nada dormir.

Había pasado un mes tan sólo cuando Juan dijo que había llegado la hora de volver a la Bandada.

-¡No estamos preparados! -dijo Enrique Calvino Gaviota-.

 ¡Ni seremos bienvenidos! ¡Somos Exilados! No podemos meternos donde no seremos bienvenidos, ¿verdad? -Somos libres de ir donde queramos y de ser lo que somos -contestó Juan, y se elevó de la arena y giró hacia el Este, hacia el país de la Bandada.

Hubo una breve angustia entre sus alumnos, puesto que es Ley de la Bandada que un Exilado nunca retorne, y no se había violado la Ley ni una sola vez en diez mil años.

La Ley decía quédate, Juan decía partid; y ya volaba a un kilómetro mar adentro.

Si seguían allí esperando, él encararía por si solo a la hostil Bandada.

 -Bueno, no tenemos por qué obedecer la Ley si no formamos parte de la Bandada, ¿verdad? -dijo Pedro, algo turbado-.

 Además, si hay una pelea, es allá donde se nos necesita.

 Y así ocurrió que, aquella mañana, aparecieron desde el Oeste ocho de ellos en formación de doble-diamante, casi tocándose los extremos de las alas.

Sobrevolaron la Playa del Consejo de la Bandada a doscientos cinco kilómetros por hora, Juan a la cabeza, Pedro volando con suavidad a su ala derecha, Enrique Calvino luchando valientemente a su izquierda.

Entonces la formación entera giró lentamente hacia la derecha, como si fuese un solo pájaro...   de horizontal...   a...   invertido...   a...   horizontal, con el viento rugiendo sobre sus cuerpos.

Los graznidos y trinos de la cotidiana vida de la Bandada se cortaron como si la formación hubiese sido un gigantesco cuchillo, y ocho mil ojos de gaviota les observaron, sin un solo parpadeo.

 Uno tras otro, cada uno de los ocho pájaros ascendió agudamente hasta completar un rizo y luego realizó un amplio giro que terminó en un estático aterrizaje sobre la arena.

Entonces, como si este tipo de cosas ocurriera todos los días, Juan Gaviota dio comienzo a su crítica de vuelo.

-Para comenzar -dijo, con un sonrisa seca-, llegasteis todos un poco tarde al momento de juntaros...  Un relámpago atravesó a la Bandada.

¡Esos pájaros son Exilados! ¡Y han vuelto! ¡Y eso...  eso no puede ser! Las predicciones de Pedro acerca de un combate se desvanecieron ante la confusión de la Bandada.

-Bueno, de acuerdo: son Exilados -dijeron algunos de los jóvenes -, pero, oye, ¿Dónde aprendieron a volar así? Pasó casi una hora antes de que la Palabra del  Mayor lograra repartirse por la Bandada: Ignoradlos.

 Quien hable a un Exilado será también un Exilado. Quien mire a un Exilado viola la Ley de la Bandada.

Espaldas y espaldas de grises plumas rodearon desde ese momento a Juan, quien no dio muestras de darse por aludido.

Organizó sus sesiones de prácticas exactamente encima de la Playa del Consejo, y, por primera vez, forzó a sus alumnos hasta el límite de sus habilidades.

 -¡Martín Gaviota -gritó en pleno vuelo-, dices conocer el vuelo lento! Pruébalo primero y alardea después! ¡VUELA! Y de esta manera, nuestro callado y pequeño Martín Alonso Gaviota, paralizado al verse el blanco de los disparos de su instructor, se sorpendió a sí mismo al convertirse en un mago del vuelo lento.

En la más ligera brisa, llegó a curvar sus plumas hasta elevarse sin el menor aleteo, desde la arena hasta las nubes y abajo otra vez.

Lo mismo le ocurrió a Carlos Rolando Gaviota, quien voló sobre el Gran Viento de la Montana a ocho mil doscientos metros de altura y volvió, maravillado y feliz y azul de frío, y decidido a llegar aún más alto al otro día.

Pedro Gaviota, que amaba como nadie las acrobacias, logró superar su caída "en hoja muerta", de dieciséis puntos, y al día siguiente, con sus plumas refulgentes de soleada blancura, llegó a su culminación ejecutando un tonel triple que fue observado por más de un ojo furtivo.

A toda hora Juan es taba allí junto a sus alumnos, enseñando, sugiriendo, presionando, guiando.

Voló con ellos contra noche y nube y tormenta, por el puro gozo de volar, mientras la Bandada se apelotonaba miserablemente en tierra.

Terminado el vuelo, los alumnos descansaban en la playa y llegado el momento escuchaban de cerca a Juan.

Tenía él ciertas ideas locas que no llegaban a entender, pero también las tenía buenas y comprensibles.

 Poco a poco, por la noche, se formó otro círculo alrededor de los alumnos; un círculo de curiosos que escuchaban allí, en la oscuridad, hora tras hora, sin deseo de ver ni de ser vistos, y que desaparecían antes del amanecer.

Un mes después del Retorno, la primera gaviota de la Bandada cruzó la línea y pidió que se le enseñara a volar.

Al preguntar, Terrence Lowell Gaviota se convirtió en un pájaro condenado, marcado por el Exilio y octavo alumno de Juan.

La próxima noche vino de la Bandada Esteban Lorenzo Gaviota, vacilante por la arena, arrastrando su ala izquierda hasta desplomarse a los pies de Juan.

-Ayúdame -dijo apenas, hablando como los que van a morir-.

 Más que nada en el mundo, quiero volar...  -Ven entonces -dijo Juan-. Subamos, dejemos atras la tierra y empecemos.

-No me entiendes. Mi ala.

No puedo mover mi ala.

 -Esteban Gaviota, tienes la libertad de ser tú mismo, tu verdadero ser, aquí y ahora, y no hay nada que te lo pueda impedir.

Es la Ley de la Gran Gaviota, la Ley que Es.

 -¿Estás diciendo que puedo volar? -Digo que eres libre.

 Y sin más, Esteban Lorenzo Gaviota extendió sus alas, sin el menor esfuerzo, y se alzó hacia la oscura noche.

Su grito, al tope de sus fuerzas y desde doscientos metros de altura, sacó a la Bandada de su sueño: -¡Puedo volar! ¡Escuchen! ¡PUEDO VOLAR! Al amanecer había cerca de mil pájaros en torno al círculo de alumnos, mirando con curiosidad a Esteban.

No les importaba si eran o no vistos, y escuchaban, tratando de comprender a Juan Gaviota.

 Habló de cosas muy sencillas: que está bien que una gaviota vuele; que la libertad es la misma escencia de su ser; que todo aquello que le impida esa libertad debe ser eliminado, fuera ritual o superstición o limitación en cualquier forma.

-Eliminado -dijo una voz en la multitud-, ¿aunque sea Ley de la Bandada? -La única Ley verdadera es aquella que conduce a la libertad -dijo Juan-.

No hay otra.

-¿Cómo quieres que volemos como vuelas tú? -intervino otra voz-. Tú eres especial y dotado y divino, superior a cualquier pájaro.

-¡Mirad a Pedro, a Terrence, a Carlos Rolando, a Maria Antonio! ¿Son también ellos especiales y dotados y divinos? No más que vosotros, no más que yo.

La única diferencia, realmente la única, es que ellos han empezado a comprender lo que de verdad son y han empezado a ponerlo en práctica.

Sus alumnos, salvo Pedro, se revolvían intranquilos.

 No se habían dado cuenta de que era eso lo que habían estado haciendo.

 Día a día aumentaba la muchedumbre que venía a preguntar, a idolatrar, a despreciar.

-Dicen en la Bandada que si no eres el Hijo de la misma Gran Gaviota -le contó Pedro a Juan, una mañana después de las prácticas de Velocidad Avanzada-, entonces lo que ocurre contigo es que estás mil años por delante de tu tiempo.

Juan suspiró.

 Este es el precio de ser mal comprendido, pensó. Te llaman diablo o te llaman dios.

-¿Qué piensas tú, Pedro? ¿Nos hemos anticipado a nuestro tiempo? Un largo silencio.

-Bueno, esta manera de volar siempre ha estado al alcance de quien quisiera aprender a descubrirla; y esto nada tiene que ver con el tiempo.

A lo mejor nos hemos anticipado a la moda; a la manera de volar de la mayoría de las gaviotas.

-Eso ya es algo -dijo Juan, girando para planear invertidamente por un rato. Eso es algo mejor que aquello de anticiparnos a nuestro tiempo.

Ocurrió justo una semana más tarde.

 Pedro se hallaba explicando los principios del vuelo a alta velocidad a una clase de nuevos alumnos.

Acababa de salir de su picado desde cuatro mil metros -una verdadera estela gris disparada a pocos centímetros de la playa-, cuando un pajarito en su primer vuelo planeó justamente en su camino, llamando a su madre.

En una décima de segundo, y para evitar al joven, Pedro Pablo Gaviota giró violentamente a la izquierda, y a mas de trescientos kilómetros por hora fue a estrellarse contra una roca de sólido granito.

Fue para él como si la roca hubiese sido una dura y gigantesca puerta hacia otros mundos.

Una avalancha de miedo y de espanto y de tinieblas se le echó encima junto con el golpe, y luego se sintió flotar en un cielo extraño, extraño, olvidando, recordando, olvidando; temeroso y triste y arrepentido; terriblemente arrepentido.

 La voz le llegó como en aquel primer día en que había conocido a Juan Salvador Gaviota.

-El problema, Pedro, consiste en que debemos intentar la superación de nuestras limitaciones en orden, y con paciencia.

No intentamos cruzar a través de rocas hasta algo más tarde en el programa.

 -¡Juan! -También conocido como el Hijo de la Gran Gaviota -dijo su instructor, secamente.

-¿Qué haces aquí? ¡Esa roca! ¿No he...   no me había...   muerto? -Bueno, Pedro, ya está bien.

Piensa.

Si me estás viendo ahora, es obvio que no has muerto, ¿verdad? Lo que sí lograste hacer fue cambiar tu nivel de conciencia de manera algo brusca.

Ahora te toca escoger.

 Puedes quedarte aquí y aprender en este nivel -que para que te enteres, es bastante más alto que el que dejaste-, o puedes volver y seguir trabajando con la Bandada.

Los Mayores estaban deseando que ocurriera algún desastre y se han sorprendido de lo bien que les has complacido.

-¡Por supuesto que quiero volver a la Bandada.

 Estoy apenas empezando con el nuevo grupo! -Muy bien, Pedro.

 ¿Te acuerdas de lo que decíamos acerca de que el cuerpo de uno no es más que el pensamiento puro... ? Pedro sacudió la cabeza, extendió sus alas, abrió sus ojos, y se halló al pie de la roca y en el centro de toda la Bandada allí reunida.



De la multitud surgió un gran clamor de graznidos y chillidos cuando empezó a moverse.

-¡Vive! ¡El que había muerto, vive! -¡Le tocó con un extremo del ala! ¡Lo resucitó! ¡El Hijo de la Gran Gaviota! -¡No! ¡El lo niega! ¡Es un diablo! ¡DIABLO! ¡Ha venido a aniquilar a la Bandada! Había cuatro mil gaviotas en la multitud, asustadas por lo que había sucedido, y el grito de ¡DIABLO! cruzó entre ellas como viento en una tempestad oceánica.

Brillantes los ojos, aguzados los picos, avanzaron para destruir.

-Pedro, ¿te parecer mejor si nos marchásemos? -preguntó Juan.

 -Bueno, yo no pondría inconvenientes si...   Al instante se hallaron a un kilómetro de distancia, y los relampagueantes picos de la turba se cerraron en el vacío.

-¿Por qué será -se preguntó Juan perplejo- que no hay nada más difícil en el mundo que convencer a un pájaro de que es libre, y de que lo puede probar por sí mismo si sólo se pasara un rato practicando? ¿Por qué será tan difícil? Pedro aún parpadeaba por el cambio de escenario.

-¿Qué hiciste ahora? ¿Cómo llegamos hasta aquí? -Dijiste que querías alejarte de la turba, ¿no? -¡Si! pero, ¿Cómo has... ? 

-Como todo, Pedro. Práctica.

A la mañana siguiente, la Bandada había olvidado su demencia, pero no Pedro.

 -Juan, ¿te acuerdas de lo que dijiste hace mucho tiempo acerca de amar lo suficiente a la Bandada como para volver a ella y ayudarla a aprender? -Claro.

-No comprendo cómo te las arreglas para amar a una turba de pájaros que acaba de intentar matarte.

-Vamos, Pedro, ¡no es eso lo que tú amas! Por cierto que no se debe amar el odio y el mal.

Tienes que practicar y llegar a ver a la verdadera gaviota, ver el bien que hay en cada una, y ayudarlas a que lo vean en sí mismas.

Eso es lo que quiero decir por amar.

 Es divertido, cuando le aprendes el truco.

 Recuerdo, por ejemplo, a cierto orgulloso pájaro, un tal Pedro Pablo Gaviota. Exilado  reciente,  listo  para  luchar  hasta  la  muerte  contra  la  Bandada, empezaba ya a construirse su propio y amargo infierno en los Lejanos Acantilados.

 Sin embargo, aquí lo tenemos ahora, construyendo su propio cielo, y guiando a toda la Bandada en la misma dirección.

Pedro se volvió hacia su instructor, y por un momento surgió miedo en sus ojos.

-¿Yo guiando? ¿Qué quieres decir: yo guiando? Tú eres el instructor aquí.

 ¡Tú  no  puedes  marcharte!  -¿Ah,  no?  ¿No  piensas  que  hay  acaso  otras

 Bandadas, otros Pedros, que necesitan más a un instructor que ésta, que ya va camino de la luz? -¿Yo? Juan, soy una simple gaviota, y tú eres...  -... el único Hijo de la Gran Gaviota, ¿supongo? -Juan suspiró y miró hacia el mar-.

Ya no me necesitas.

 Lo que necesitas es seguir encontrándote a tí mismo, un poco más cada día; a ese verdadero e ilimitado Pedro Gaviota.

El es tu instructor.

 Tienes que comprenderle, y ponerlo en práctica.

 Un momento mas tarde el cuerpo de Juan trepidó en el aire, resplandeciente, y empezó a hacerse transparente.

-No dejes que se corran rumores tontos sobre mí, o que me hagan un dios.

 ¿De acuerdo, Pedro? Soy gaviota.

 Y quizá me encante volar...  -¡JUAN! -Pobre Pedro. No creas lo que tus ojos te dicen.

Sólo muestran limitaciones.

 Mira con tu entendimiento, descubre lo que ya sabes, y hallarás la manera de volar.

El resplandor se apagó.

 Y Juan Gaviota se desvaneció en el aire.

 Después de un tiempo, Pedro Gaviota se obligó a remontar el espacio y se enfrentó con un nuevo grupo de estudiantes, ansiosos de empezar su primera lección.

-Para comenzar -dijo pesadamente-, tenéis que comprender que una gaviota es una idea ilimitada de la libertad, una imagen de la Gran Gaviota, y todo vuestro cuerpo, de extremo a extremo del ala, no es más que vuestro propio pensamiento.

Los jóvenes lo miraron con extrañeza.

 ¡Vaya, hombre!, pensaron, eso no suena a una norma para hacer un rizo... Pedro suspiró y empezó otra vez: -Hum...   ah...   muy bien -dijo, y les miró críticamente-.

Empecemos con el vuelo horizontal.

 -Y al decirlo, comprendió de pronto que, en verdad, su amigo no había sido más divino que el mismo Pe dro.

¿No hay límites, Juan? pensó.

 Bueno, ¡llegará entonces el día en que me apareceré en tu playa, y te enseñaré un par de cosas acerca del vuelo! Y aunque intentó parecer adecuadamente severo ante sus alumnos, Pedro Gaviota les vió de pronto tal y como eran realmente, sólo por un momento, y más que gustarle, amó aquello que vió.

¿No hay límites, Juan?, pensó, y sonrió.

 Su carrera hacia el aprendizaje había empezado...

 

 Fin