EL PRIMER VIAJE A LAS INDIAS (RELACIÓN COMPENDIADA POR FRAY BARTOLOMÉ
  DE LAS CASAS) 
Extraído de  www.elhistoriador.com.ar 
 Cristóbal Colón 
  
En el año 1490, el Real
Consejo se expide sobre la expedición propuesta por Colón. Teniendo en
cuenta, probablemente, datos más acertados que los del marino genovés en cuanto
a las dimensiones reales de la Tierra, determinó que sería imposible que una
expedición lograra llegar a las Indias, dado que el océano tendría un
tamaño mucho mayor que el que Colón preveía; de no existir el continente americano,
sin dudas, la comisión habría tenido razón.  
Pero la reina Isabel la
Católica, de fuerte personalidad y gran don de mando, solicitó al Real Consejo que reviera su
dictamen, probablemente influenciada por los éxitos portugueses y su deseo de
competir con ellos en el tráfico oceánico. El consejo se expidió en diciembre
de 1491, autorizando la expedición de Colón. En abril de 1492, se firman las
Capitulaciones, donde se especifica el modo en que se formará la expedición
de Colón  
Diario
  de a bordo de Cristóbal Colón  
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Este es
  el primer viaje y las derrotas y camino que hizo el Almirante don Cristóbal
  Colón cuando descubrió las Indias, puesto sumariamente, sin el prólogo que
  hizo a los Reyes, que va a la letra y comienza de esta manera:  
In Nomine Domini Nostri Jesu
  Christi. 
Porque,
  cristianísimos y muy altos y muy excelentes y muy poderosos Príncipes, Rey y
  Reina de las Españas y de las islas de la mar, Nuestros Señores, este
  presente año de 1492, después de Vuestras Altezas haber dado fin a la guerra
  de los moros que reinaban en Europa y haber acabado la guerra en la muy
  grande ciudad de Granada, adonde este presente año a dos días del mes de
  enero por fuerza de armas vi poner las banderas reales de Vuestras Altezas en
  las torres de la Alhambra, que es la fortaleza de la dicha ciudad y vi salir
  al rey moro a las puertas de la ciudad y besar las reales manos de Vuestras
  Altezas y del Príncipe mi Señor, y luego en aquel presente mes, por la
  información que yo había dado a Vuestras Altezas de las tierras de India y de
  un Príncipe llamado Gran Can (que quiere decir en nuestro romance Rey de los
  Reyes), como muchas veces él y sus antecesores habían enviado a Roma a pedir
  doctores en nuestra santa fe porque le enseñasen en ella, y que nunca el
  Santo Padre le había proveído y se perdían tantos pueblos creyendo en
  idolatrías o recibiendo en sí sectas de perdición, Vuestras Altezas, como
  católicos cristianos y Príncipes amadores de la santa fe cristiana y
  acrecentadores de ella, y enemigos de la secta de Mahoma y de todas idolatrías
  y herejías, pensaron de enviarme a mí, Cristóbal Colón, a las dichas partidas
  de India para ver a los dichos príncipes, y los pueblos y tierras y la
  disposición de ellas y de todo, y la manera que se pudiera tener para la
  conversión de ellas a nuestra santa fe; y ordenaron que yo no fuese por
  tierra al Oriente, por donde se acostumbra de andar, salvo por el camino de
  Occidente, por donde hasta hoy no sabemos por cierta fe que haya pasado
  nadie. Así que, después de haber echado fuera todos los judíos de vuestros
  reinos y señoríos en el mismo mes de enero mandaron Vuestras Altezas a mí que
  con armada suficiente me fuese a las dichas partidas de India; y para ello me
  hicieron grandes mercedes y me ennoblecieron que dende en adelante yo me
  llamase Don, y fuese Almirante Mayor de la Mar Océana y Virrey y Gobernador
  perpetuo de todas las islas y tierra firme que yo descubriese y ganase, y de
  aquí en adelante se descubriesen y ganasen en la Mar Océana, y así me
  sucediese mi hijo mayor, y así de grado en grado para siempre jamás. Y partí
  yo de la ciudad de Granada a doce días del mes de mayo del mismo año de 1492,
  en sábado. Vine a la villa de Palos, que es puerto de mar, adonde armé yo
  tres navíos muy aptos para semejante hecho, y partí del dicho puerto muy
  abastecido de muy muchos mantenimientos y de mucha gente de la mar, a tres
  días del mes de agosto del dicho año, en un viernes, antes de la salida del
  sol con media hora, y llevé el camino de las islas de Canaria de Vuestras
  Altezas, que son en la dicha Mar Océana, para de allí tomar mi derrota y
  navegar tanto que yo llegase a las Indias, y dar la embajada de Vuestras
  Altezas a aquellos Príncipes y cumplir lo que así me habían mandado; y para
  esto pensé de escribir todo este viaje muy puntualmente de día en día todo lo
  que hiciese y viese y pasase, como adelante se vera. También, Señores
  Príncipes, allende de escribir cada noche lo que el día pasare, y el día lo
  que la noche navegare, tengo propósito de hacer carta nueva de navegar, en la
  cual situaré toda la mar y tierras del Mar Océano en sus propios lugares,
  debajo su viento, y más, componer un libro, y poner todo por el semejante por
  pintura, por latitud del equinoccial y longitud del Occidente; y sobre todo
  cumple mucho que yo olvide el sueño y tiente mucho el navegar, porque así
  cumple, las cuales serán gran trabajo. 
3 carabelas y una nao 
Viernes, 3 de agosto 1492 
Partimos
  viernes tres días de agosto de 1492 de la barra de Saltés, a las ocho horas.
  Anduvimos con fuerte virazón hasta el poner del sol hacia el Sur sesenta
  millas, que son quince leguas; después al Sudoeste y al Sur cuarta del
  Sudoeste, que era el camino para las Canarias. 
Sábado, 4 de agosto 
Anduvieron
  al Sudoeste cuarta del Sur. 
Domingo, 5 de agosto 
Anduvieron
  su vía entre día y noche más de cuarenta leguas. 
Lunes, 6 de agosto 
Saltó o
  desencajóse el gobernario a la carabela Pinta, donde iba Martín Alonso
  Pinzón, a lo que se creyó y sospechó por industria de un Gómez Rascón y
  Cristóbal Quintero, cuya era la carabela, porque le pesaba ir en aquel viaje;
  y dice el Almirante que antes de que partiese habían hallado en ciertos
  reveses y grisquetas como dicen, a los dichos. Viose allí el Almirante en
  gran turbación por no poder ayudar a la dicha carabela sin su peligro, y dice
  que alguna pena perdía con saber que Martín Alonso Pinzón era persona
  esforzada y de buen ingenio. En fin, anduvieron entre día y noche veintinueve
  leguas. 
Martes, 7 de agosto 
Tornóse
  a saltar el gobernalle a la Pinta, y adobáronlo y anduvieron en demanda de la
  isla del Lanzarote, que es una de las islas de Canarias, y anduvieron entre
  día y noche veinticinco leguas. 
Miércoles, 8 de agosto 
Hubo
  entre los pilotos de las tres carabelas opiniones diversas dónde estaban, y
  el Almirante salió más verdadero; y quisiera ir a Gran Canaria por dejar la carabela
  Pinta, porque iba mal acondicionada del gobernario y hacía agua, y quisiera
  tomar allí otra si la hallara. No pudieron tomarla aquel día. 
 Durante la navegación se desencajó el timón de la 
Pinta. Llegaron a la isla de Gomera  donde 
arreglaron el desperfecto (mural de azulejos de la Plaza España en Sevilla) 
Jueves, 9 de agosto 12 
Hasta
  el domingo en la noche no pudo el Almirante tomar la Gomera, y Martín Alonso
  quedóse en aquella costa de Gran Canaria por mandado del Almirante, porque no
  podía navegar. Después tornó el Almirante a Canaria, y adobaron muy bien la
  Pinta con mucho trabajo y diligencias del Almirante, de Martín Alonso y de
  los demás; y al cabo vinieron a la Gomera. Vieron salir gran fuego de la
  sierra de la isla de Tenerife, que es muy alta en gran manera. Hicieron la
  Pinta redonda, porque era latina ; tornó a la Gomera domingo a dos de
  septiembre con la Pinta adobada. 
Dice el
  Almirante que juraban muchos hombres honrados españoles que en la Gomera
  estaban con doña Inés Peraza, madre de Guillén Peraza, que después fue el
  primer Conde de la Gomera, que eran vecinos de la isla de Hierro, que cada
  año veían tierra al Oeste de las Canarias, que es al Poniente; y otros de la
  Gomera afirmaban otro tanto con juramento. Dice aquí el Almirante que se
  acuerda que estando en Portugal el año 1484 vino uno de la isla de Madera al
  Rey a le pedir una carabela para ir a esta tierra que veía, la cual juraba
  que cada año la veía y siempre de una manera. Y también dice que se acuerda
  que lo mismo decían en las islas de los Azores y todos éstos en una derrota y
  en una manera de señal y en una grandeza.Tomada, pues, agua y leña y carnes y
  lo demás que tenían los hombres que dejó en la Gomera el Almirante cuando fue
  a la isla de Canaria a adobar la carabela Pinta, finalmente se hizo a la vela
  de la dicha isla de la Gomera con sus tres carabelas jueves a seis días de
  septiembre. 
Jueves, 6 de septiembre 
Partió
  aquel día por la mañana del puerto de la Gomera y tomó la vuelta para ir a su
  viaje. Y supo el Almirante de una carabela que venía de la isla del Hierro
  que andaban por allí tres carabelas de Portugal para lo tomar: debía ser la
  envidia que el Rey tenía por haberse ido a Castilla. Y anduvo todo aquel día
  y noche en calma, y a la mañana se halló entre la Gomera y Tenerife. 
Viernes,
  7 de septiembre 
Todo el
  viernes y el sábado, hasta tres horas de noche, estuvo en calma. 
Sábado, 8 de septiembre 
Tres
  horas de noche sábado comenzó a ventear Nordeste, y tomó su vía y camino al
  Oeste.Tuvo mucha mar por proa que le estorbaba el camino; y andaría aquel día
  nueve leguas con su noche. 
Domingo, 9 de septiembre 
Anduvo
  aquel día diecinueve leguas, y acordó contar menos de las que andaba, porque
  si el viaje fuese luengo no se espantase y desmayase la gente. En la noche
  anduvo ciento veinte millas; a diez millas por hora, que son treinta leguas.
  Los marineros gobernaban mal, decayendo sobre la cuarta del Nordeste, y aun a
  la media partida: sobre lo cual les riñó el Almirante muchas veces. 
Lunes, 10 de septiembre 
En
  aquel día con su noche anduvo sesenta leguas, a diez millas por hora 21, que
  son dos leguas y media; pero no contaba sino cuarenta y ocho leguas, porque
  no se asombrase la gente si el viaje fuese largo. 
Martes, 11 de septiembre 
Aquel
  día navegaron a su vía, que era el Oeste, y anduvieron veinte leguas y más, y
  vieron un gran trozo de mástil de nao, de ciento y veinte toneles, y no lo
  pudieron tomar. La noche anduvieron cerca de veinte leguas, y contó no más de
  dieciséis por la causa dicha. 
Miércoles, 12 de septiembre 
Aquel
  día, yendo su vía, anduvieron en noche y día treinta y tres leguas, contando
  menos por la dicha causa. 
Jueves, 13 de septiembre 
Aquel
  día con su noche, yendo a su vía, que era al Oeste, anduvieron treinta y tres
  leguas, y contaba tres o cuatro menos. Las corrientes le eran contrarias. En
  este día, al comienzo de la noche, las agujas noroesteaban, y a la mañana
  noroesteaban algún tanto. 
Viernes, 14 de septiembre 
Navegaron
  aquel día su camino al Oeste con su noche y anduvieron veinte leguas; contó
  alguna menos. Aquí dijeron los de la carabela Niña que había visto un garjao
  y un rabo de junco; y estas aves nunca se apartan de tierra, cuando más,
  veinticinco leguas. 
Sábado, 15 de septiembre 
Navegó
  aquel día con su noche veintisiete leguas su camino al Oeste y algunas más. Y
  en esta noche al principio de ella vieron caer del cielo un maravilloso ramo
  de fuego en la mar, lejos de ellos cuatro o cinco leguas 
Domingo,
  16 de septiembre 
Navegó
  aquel día y la noche a su camino al Oeste. Andarían treinta y nueve leguas,
  pero no contó sino treinta y seis. Tuvo aquel día algunos nublados, lloviznó.
  Dice aquí el Almirante que hoy y siempre de allí adelante hallaron aires
  temperantísimos, que era placer grande el gusto de las mañanas, que no
  faltaba sino oír ruiseñores. Dice él: «y era el tiempo como por abril en el
  Andalucía». Aquí comenzaron a ver muchas manadas de hierba muy verde que poco
  había, según le parecía, que se había desapegado de tierra, por lo cual todos
  juzgaban que estaban cerca de alguna isla; pero no de tierra firme, según el
  Almirante, que dice: «porque la tierra firme hago más adelante». 
Lunes,
  17 de septiembre 
Navegó
  a su camino al Oeste, y andarían en día y noche cincuenta leguas y más. No
  asentó sino cuarenta y siete. Ayudábales la corriente. Vieron mucha hierba y
  muy a menudo, y era hierba de peñas, y venía la hierba de hacia Poniente.
  Juzgaban estar cerca de tierra. 
Tomaron
  los pilotos el Norte marcándolo, y hallaron que las agujas noroesteaban una
  gran cuarta, y temían los marineros y estaban penados y no decían de qué.
  Conociólo el Almirante; mandó que tornasen a marcar el Norte en amaneciendo,
  y hallaron que estaban buenas las agujas. La causa fue porque la estrella que
  parece hace movimiento, y no las agujas. En amaneciendo, aquel lunes, vieron
  muchas más hierbas y que parecían hierbas de ríos, en las cuales hallaron un
  cangrejo vivo, el cual guardó el Almirante. Y dice que aquellas fueron
  señales ciertas de tierra, porque no se hallan ochenta leguas de tierra. El
  agua de la mar hallaban menos salada desde que salieron de las Canarias; los
  aires siempre más suaves. Iban muy alegres todos y los navíos quien más podía
  andar andaba por ver primero tierra. Vieron muchas toninas, y los de la Niña
  mataron una. Dice aquí el Almirante que aquellas señales eran del Poniente,
  «donde espero en aquel alto Dios, en cuyas manos están todas las victorias,
  que muy presto nos dará tierra». En aquella mañana dice que vio un ave blanca
  que se llama rabo de junco que no suele dormir en la mar. 
 La Pinta 
Martes,
  18 de septiembre 
Navegó
  aquel día con su noche, y andarían más de cincuenta y cinco leguas, pero no
  asentó sino cuarenta y ocho. Llevaba todos estos días mar muy bonanza, como
  en el río de Sevilla. Este día Martín Alonso, con la Pinta, que era gran
  velera, no esperó, porque dijo al Almirante desde su carabela que había visto
  gran multitud de aves ir hacia el Poniente, y que aquella noche esperaba ver tierra
  y por eso andaba tanto. Apareció a la parte del Norte una gran cerrazón, que
  es señal de estar sobre la tierra. 
Miércoles,
  19 de septiembre 
Navegó
  su camino, y entre día y noche andarían veinticinco leguas, porque tuvieron
  calma. Escribió veintidós. Este día a las diez horas, vino a la nao un
  alcatraz, y a la tarde vieron otro, que no suele apartarse veinte leguas de
  tierra. Vinieron unos llovizneros sin viento, lo que es señal cierta de
  tierra. No quiso detenerse barloventeando el Almirante para averiguar si
  había tierra; más de que tuvo por cierto que a la banda del Norte y del Sur
  había algunas islas, como la verdad lo estaban, y él iba por medio de ellas.
  Porque su voluntad era de seguir adelante hasta las Indias, «y el tiempo es
  bueno, porque placiendo a Dios a la vuelta se vería todo»; éstas son sus
  palabras... Aquí descubrieron sus puntos los pilotos: el de la Niña se
  hallaba de las Canarias a cuatrocientas cuarenta leguas; el de la Pinta, a
  cuatrocientas veinte; el de la donde iba el Almirante, a cuatrocientas
  justas. 
Jueves,
  20 de septiembre 
Navegó
  este día al Oeste cuarta del Noroeste y a la media partida, porque se mudaron
  muchos vientos con la calma que había. Andarían hasta siete u ocho leguas.
  Vinieron a la nao dos alcatraces y después otro, que fue señal de estar cerca
  de tierra; y vieron mucha hierba, aunque el día pasado no habían visto de
  ella. Tomaron un pájaro, con la mano, que era como un garjao; era pájaro de
  río y no de mar: los pies tenía como gaviota. Vinieron al navío, en amaneciendo,
  dos o tres pajaritos de tierra cantando, y después, antes del sol salido,
  desaparecieron. Después vino un alcatraz: venía del Oesnoroeste; iba al
  Sudeste, que era señal que dejaba la tierra al Oesnoroeste, porque estas aves
  duermen en tierra y por la mañana van a la mar a buscar su vida, y no se
  alejan veinte leguas. 
 Alcatraz atlántico 
© SEO/BirdLife-Ramón Elósegui 
Viernes,
  21 de septiembre 
Aquel
  día fue todo lo más calma y después algún viento. Andarían entre día y noche,
  de ello a la vía y de ello no, hasta trece leguas. En amaneciendo, hallaron tanta
  hierba que parecía ser la mar cuajada de ella, y venía del Oeste. Vieron un
  alcatraz. La mar muy llana como un río y los aires los mejores del mundo.
  Vieron una ballena, que es señal de que estaban cerca de tierra, porque
  siempre andan cerca 
Sábado,
  22 de septiembre 
Navegó
  al Oesnoroeste más o menos, acostándose a una y otra parte. Andarían treinta
  leguas. No veían casi hierba. Vieron unas pardelas y otra ave. Dice aquí el
  Almirante: «Mucho me fue necesario este viento contrario, porque mi gente
  andaban muy estimulados, que pensaban que no ventaban estos mares vientos
  para volver a España. Por un pedazo de día no hubo hierba; después, muy
  espesa. 
Domingo,
  23 de septiembre 
Navegó
  al Noroeste y a las veces a la cuarta del Norte y a las veces a su camino,
  que era el Oeste; y andaría hasta veintidós leguas. Vieron una tórtola, y un
  alcatraz y otro pajarito de río y otras aves blancas. Las hierbas eran
  muchas, y hallaban cangrejos en ellas. Y como la mar estuviese mansa y llana,
  murmuraba la gente diciendo: que pues por allí no había mar grande, que nunca
  ventaría para volver a España; pero después alzóse mucho la mar y sin viento,
  que los asombraba, por lo cual dice aquí el Almirante: "Así que muy
  necesario me fue la mar alta, que no pareció salvo el tiempo de los judíos
  cuando salieron de Egipto contra Moisén, que los sacaba de cautiverio." 
 Pardela 
Lunes,
  24 de septiembre 
Navegó
  a su camino al Oeste día y noche, y andarían catorce leguas y media. Contó
  doce. Vino al navío un alcatraz y vieron muchas pardelas. 
 Martín Alonso Pinzón  
Martes, 25 de septiembre 
Este
  día hubo mucha calma, y después ventó; y fueron su camino al Oeste hasta la
  noche. Iba hablando el Almirante con Martín Alonso Pinzón, capitán de la otra
  carabela Pinta, sobre una carta que le había enviado tres días hacía a la
  carabela, donde según parece tenía pintadas el Almirante ciertas islas por
  aquella mar. Y decía Martín Alonso que estaban en aquella comarca, y decía el
  Almirante que así le parecía a él; pero puesto que no hubiesen dado con
  ellas, lo debían de haber causado las corrientes que siempre habían echado
  los navíos al Nordeste, y que no habían andado tanto como los pilotos decían.
  Y, estando en esto, dijo el Almirante que le enviase la carta dicha. Y,
  enviada con alguna cuerda, comenzó el Almirante a cartear en ella con su
  piloto y marineros. Al sol puesto, subió el Martín Alonso en la popa de su
  navío, y con mucha alegría llamó al Almirante, pidiéndole albricias que veía
  tierra. Y cuando se lo oyó decir con afirmación, el Almirante dice que se
  echó a dar gracias a Nuestro Señor de rodillas, y el Martín Alonso decía
  Gloria in excelsis Deo con su gente. Lo mismo hizo la gente del Almirante; y
  los de la Niña subiéronse todos sobre el mástil y en la jarcia, y todos
  afirmaron que era tierra. Y al Almirante así pareció y que habría a ella
  veinticinco leguas. Estuvieron hasta la noche afirmando todos ser tierra.
  Mandó el Almirante dejar su camino, que era el Oeste, y que fuesen todos al
  Sudoeste, adonde había parecido la tierra. Habrían andado aquel día al Oeste
  cuatro leguas y media, y en la noche al Sudoeste diecisiete leguas, que son
  veintiuna, puesto que decía a la gente trece leguas porque siempre fingía a
  la gente que hacía poco camino porque no les pareciese largo; por manera que
  escribió por dos caminos aquel viaje, el menor fue el fingido, y el mayor el
  verdadero. Anduvo la mar muy llana, por lo cual se echaron a nadar muchos
  marineros. Vieron muchos dorados y otros peces. 
Miércoles,
  26 de septiembre 
Navegó
  a su camino al Oeste hasta después de medio día. De allí fueron al Sudoeste
  hasta conocer que lo que decían que había sido tierra no lo era, sino cielo.
  Anduvieron día y noche treinta y una leguas, y contó a la gente veinticuatro.
  La mar era como un río, los aires dulces y suavísimos. 
Navegó a
  su vía al Oeste. Anduvo entre día y noche veinticuatro leguas; contó a la
  gente veinte leguas. Vinieron muchos dorados; mataron uno. Vieron un rabo de
  junco. 
Viernes,
  28 de septiembre 
Navegó
  a su camino al Oeste, anduvieron día y noche con calma catorce leguas;
  contaron trece. Hallaron poca hierba; tomaron dos peces dorados, y en los
  otros navíos más. 
Sábado,
  29 de septiembre 
Navegó
  a su camino al Oeste. Anduvieron veinticuatro leguas; contó a la gente
  veintiuna. Por calmas que tuvieron, anduvieron entre día y noche poco. Vieron
  un ave que se llamaba rabihorcado, que hace vomitar a los alcatraces lo que
  comen para comerlo ella, y no se mantiene de otra cosa. Es ave de la mar,
  pero no posa en la mar ni se aparta de tierra veinte leguas. Hay de éstas
  muchas en las islas de Cabo Verde. Después vinieron dos alcatraces. Los aires
  eran muy dulces y sabrosos, que dice que no faltaba sino oir al ruiseñor, y
  la mar llana como un río. Parecieron después en tres veces tres alcatraces y
  un horcado. Vieron mucha hierba. 
Domingo,
  30 de septiembre 
Navegó
  su camino al Oeste. Anduvo entre día y noche, por las calmas, catorce leguas;
  contó once. Vinieron al navío cuatro rabos de junco, que es gran señal de
  tierra, porque tantas aves de una naturaleza juntas es señal que no andan
  desmandadas ni perdidas. Viéronse cuatro alcatraces en dos veces. Hierba,
  mucha. Nota: Que las estrellas que se llaman las Guardas, cuando anochece,
  están junto al brazo de la parte del Poniente, y cuando amanece están en la
  línea debajo del brazo al Nordeste, que parece que en toda la noche no andan
  salvo tres líneas, que son nueve horas, y esto cada noche: esto dice aquí el
  Almirante. También en anocheciendo las agujas noroestean una cuarta, y en
  amaneciendo están con la estrella justo; por lo cual parece que la estrella
  hace movimiento como las otras estrellas, y las agujas piden siempre la
  verdad. 
Lunes,
  1 de octubre 
Navegó
  su camino al Oeste. Anduvieron veinticinco leguas; contó a la gente veinte
  leguas. Tuvieron grande aguacero. El piloto del Almirante tenía hoy, en
  amaneciendo, que habían andado desde la isla de Hierro hasta aquí quinientas
  sesenta y ocho leguas al Oeste. La cuenta menor que el Almirante mostraba a
  la gente eran quinientas ochenta y cuatro leguas; pero la verdadera que el
  Almirante juzgaba y guardaba eran setecientas siete. 
Navegó
  su camino al Oeste noche y día treinta y nueve leguas, contó a la gente obra
  de treinta leguas. La mar, llana y buena siempre. «A Dios muchas gracias sean
  dadas», dijo aquí el Almirante. Hierba venía del Este al Oeste, por el
  contrario de lo que solía: parecieron muchos peces; matóse uno. Vieron un ave
  blanca que parecía gaviota. 
Miércoles,
  3 de octubre 
Navegó
  su vía ordinaria. Anduvieron cuarenta y siete leguas; contó a la gente
  cuarenta leguas. Aparecieron pardelas, hierba mucha, alguna muy vieja y otra
  muy fresca, y traía como fruta; y no vieron aves algunas. Creía el Almirante
  que le quedaban atrás las islas que traía pintadas en su carta. Dice aquí el
  Almirante que no se quiso detener barloventeando la semana pasada y estos
  días que había tantas señales de tierra, aunque tenía noticia de ciertas
  islas en aquella comarca, por no se detener, pues su fin era pasar a las Indias;
  y si se detuviera, dice él, que no fuera buen seso. 
Rabihorcado  
Jueves,
  4 de octubre 
Navegó
  a su camino al Oeste. Anduvieron entre día y noche sesenta y tres leguas;
  contó a la gente cuarenta y seis leguas. Vinieron al navío más de cuarenta
  pardelas juntos y dos alcatraces, y al uno dio una pedrada un mozo de la
  carabela. Vino a la nao un rabihorcado y una blanca como gaviota. 
Pez golondrinas  
Viernes,
  5 de octubre 
Navegó
  a su camino. Andarían once millas por hora. Por la noche y día andarían
  cincuenta y siete leguas, porque aflojó la noche algo el viento; contó a su
  gente cuarenta y cinco. La mar en bonanza y llana. «A Dios -dice- muchas
  gracias sean dadas.» El aire muy dulce y templado, hierba ninguna, aves
  pardelas muchas, peces golondrinas volaron en la nao muchos. 
Sábado,
  6 de octubre 
Navegó
  su camino al Oeste o Güeste, que es lo mismo. Anduvieron cuarenta leguas
  entre día y noche; contó a la gente treinta y tres leguas. Esta noche dijo
  Martín Alonso que sería bien navegar a la cuarta del Oeste, a la parte del
  Sudoeste; y al Almirante pareció que no decía esto Martín Alonso por la isla
  de Cipango, y el Almirante veía que si la erraban que no pudieran tan presto
  tomar tierra y que era mejor una vez ir a la tierra firme y después a las
  islas. 
Domingo,
  7 de octubre 
Navegó
  a su camino al Oeste; anduvieron doce millas por hora dos horas, y después
  ocho millas por hora; y andaría hasta una hora de sol veintitrés leguas.
  Contó a la gente dieciocho. En este día, al levantar el sol, la carabela
  Niña, que iba delante por ser velera, y andaban quien más podía por ver
  primero tierra, por gozar de la merced que los Reyes a quien primero la viese
  habían prometido, levantó una bandera en el topo del mástil y tiró una
  lombarda por señal que veían tierra, porque así lo había ordenado el
  Almirante. Tenía también ordenado que al salir del sol y al ponerse se
  juntasen todos los navíos con él, porque estos dos tiempos son más propios
  para que los humores den más lugar a ver más lejos. Como en la tarde no
  viesen tierra, la que pensaban los de la carabela Niña que habían visto, y
  porque pasaban gran multitud de aves de la parte del Norte al Sudoeste (por
  lo cual era de creer que se iban a dormir a tierra o huían quizá del
  invierno, que en las tierras de donde venían debía de querer venir, porque
  sabía el Almirante que las más de las islas que tienen los portugueses por
  las aves las descubrieron), por esto el Almirante acordó dejar el camino del
  Oeste y poner la proa hacia Oessudoeste, con determinación de andar dos días
  por aquella vía. Esto comenzó antes una hora del sol puesto. Andarían en toda
  la noche obra de cinco leguas, y veintitrés del día. Fueron por todas
  veintiocho leguas noche y día. 
Lunes,
  8 de octubre 
Navegó
  al Oessudoeste y andarían entre día y noche once leguas y media o doce, y a
  ratos parece que anduvieron en la noche quince millas por hora, si no está
  mentirosa la letra. Tuvieron la mar como el río de Sevilla; gracias a Dios,
  dice el Almirante. Los aires muy dulces como en abril en Sevilla, que es
  placer estar a ellos: tan olorosos son. Pareció la hierba muy fresca; muchos
  pajaritos del campo, y tomaron uno que iba huyendo al Sudoeste, grajaos y
  ánades y un alcatraz. 
Martes,
  9 de octubre 
Navegó
  al Sudoeste. Anduvo cinco leguas; mudóse el viento y corrió al Oeste cuarta
  al Noroeste, y anduvo cuatro leguas. Después con todas once leguas de día y a
  la noche veinte leguas y media. Contó a la gente diecisiete leguas. Toda la
  noche oyeron pasar pájaros. 
Miércoles,
  10 de octubre 
Navegó
  al Oessudoeste. Anduvieron a diez millas por hora y a ratos doce y algún rato
  a siete, y entre día y noche cincuenta y nueve leguas. Contó a la gente
  cuarenta y cuatro leguas no más. Aquí la gente ya no lo podía sufrir:
  quejábase del largo viaje. Pero el Almirante los esforzó lo mejor que pudo,
  dándoles buena esperanza de los provechos que podrían haber. Y añadía que por
  demás era quejarse, pues que él había venido a las Indias, y que así lo había
  de proseguir hasta hallarlas con la ayuda de Nuestro Señor. 
Rodrigo de Triana 
Jueves,
  11 y 12 de octubre 
Navegó
  al Oessudoeste. Tuvieron mucha mar y más que en todo el viaje habían tenido.
  Vieron pardelas y un junco verde junto a la nao. Vieron los de la carabela
  Pinta una caña y un palo y tomaron otro palillo labrado a lo que parecía con
  hierro, y un pedazo de caña y otra hierba que nace en tierra, y una tablilla.
  Los de la carabela Niña también vieron otras señales de tierra y un palillo
  cargado de escaramujos. Con estas señales respiraron y alegráronse todos.
  Anduvieron en este día, hasta puesto el sol, veintisiete leguas. 
Después
  del sol puesto, navegó a su primer camino, al Oeste; andarían doce millas
  cada hora y hasta dos horas después de media noche andarían noventa millas,
  que son veintidós leguas y media. Y porque la carabela Pinta era más velera e
  iba delante del Almirante, halló tierra e hizo las señas que el Almirante
  había mandado. Esta tierra vio primero un marinero que se decía Rodrigo de
  Triana; puesto que el Almirante, a las diez de la noche, estando en el
  castillo de popa, vio lumbre, aunque fue cosa tan cerrada que no quiso
  afirmar que fuese tierra; pero llamó a Pero Gutiérrez, repostero de estrados
  del Rey, y díjole que parecía lumbre, que mirase él, y así lo hizo y viola;
  díjole también a Rodrigo Sánchez de Segovia, que el Rey y la Reina enviaban
  en el armada por veedor, el cual no vio nada porque no estaba en lugar do la
  pudiese ver. Después de que el Almirante lo dijo, se vio una vez o dos, y era
  como una candelilla de cera que se alzaba y levantaba, lo cual a pocos
  pareciera ser indicio de tierra. Pero el Almirante tuvo por cierto estar
  junto a la tierra. Por lo cual, cuando dijeron la Salve, que la acostumbraban
  decir y cantar a su manera todos los marineros y se hallan todos, rogó y
  amonestólos el Almirante que hiciesen buena guarda al castillo de proa, y
  mirasen bien por la tierra, y que al que le dijese primero que veía tierra le
  daría luego un jubón de seda, sin las otras mercedes que los Reyes habían
  prometido, que eran diez mil maravedís de juro a quien primero la viese. A
  las dos horas después de media noche pareció la tierra de la cual estarían
  dos leguas Amañaron todas las velas, y quedaron con el treo, que es la vela
  grande sin bonetas, y pusiéronse a la corda, temporizando hasta el día
  viernes, que llegaron a una islita de los Lucayos, que se llamaba en lengua
  de indios Guanahaní. Luego vinieron gente desnuda, y el Almirante salió a
  tierra en la barca armada, y Martín Alonso Pinzón y Vicente Yáñez, su
  hermano, que era capitán de la Niña. Sacó el Almirante la bandera real y los
  capitanes con dos banderas de la Cruz Verde, que llevaba el Almirante en
  todos los navíos por seña, con una F y una Y: encima de cada letra su corona,
  una de un cabo de la cruz y otra de otro. Puestos en tierra vieron árboles
  muy verdes y aguas muchas y frutas de diversas maneras. El Almirante llamó a
  los dos capitanes y a los demás que saltaron en tierra, y a Rodrigo de
  Escobedo, escribano de toda el armada, y a Rodrigo Sánchez de Segovia, y dijo
  que le diesen por fe y testimonio cómo él por ante todos tomaba, como de
  hecho tomó, posesión de la dicha isla por el Rey y por la Reina sus señores,
  haciendo las protestaciones que se requerían, como más largo se contiene en
  los testimonios que allí se hicieron por escrito. Luego se ajuntó allí mucha
  gente de la isla. Esto que se sigue son palabras formales del Almirante, en
  su libro de su primera navegación y descubrimiento de estas Indias. «Yo -dice
  él-, porque nos tuviesen mucha amistad, porque conocí que era gente que mejor
  se libraría y convertiría a nuestra Santa Fe con amor que no por fuerza, les
  di a algunos de ellos unos bonetes colorados y unas cuentas de vidrio que se
  ponían al pescuezo, y otras cosas muchas de poco valor, con que hubieron
  mucho placer y quedaron tanto nuestros que era maravilla. Los cuales después
  venían a las barcas de los navíos adonde nos estábamos, nadando, y nos traían
  papagayos e hilo de algodón en ovillos y azagayas y otras cosas muchas, y nos
  las trocaban por otras cosas que nos les dábamos, como cuentecillas de vidrio
  y cascabeles. En fin, todo tomaban y daban de aquello que tenían de buena
  voluntad. Mas me pareció que era gente muy pobre de todo. Ellos andan todos
  desnudos como su madre los parió, y también las mujeres, aunque no vi más de
  una harto moza. Y todos los que yo vi eran todos mancebos, que ninguno vi de
  edad de más de treinta años: muy bien hechos, de muy hermosos cuerpos y muy
  buenas caras: los cabellos gruesos casi como sedas de cola de caballo, y
  cortos: los cabellos traen por encima de las cejas, salvo unos pocos detrás
  que traen largos, que jamás cortan. De ellos se pintan de prieto, y ellos son
  de la color de los canarios ni negros ni blancos, y de ellos se pintan de
  blanco, y de ellos de colorado, y de ellos de lo que hallan, y de ellos se
  pintan las caras, y de ellos todo el cuerpo, y de ellos solos los ojos, y de
  ellos sólo el nariz. Ellos no traen armas ni las conocen, porque les mostré
  espadas y las tomaban por el filo y se cortaban con ignorancia. No tienen
  algún hierro: sus azagayas son unas varas sin hierro, y algunas de ellas
  tienen al cabo un diente de pez, y otras de otras cosas. Ellos todos a una
  mano Son de buena estatura de grandeza y buenos gestos, bien hechos. Yo vi
  algunos que tenían señales de heridas en sus cuerpos, y les hice señas qué
  era aquello, y ellos me mostraron cómo allí venían gente de otras islas que
  estaban cerca y les querían tomar y se defendían. Y yo creí y creo que aquí
  vienen de tierra firme a tomarlos por cautivos. Ellos deben ser buenos
  servidores y de buen ingenio, que veo que muy presto dicen todo lo que les
  decía, y creo que ligeramente se harían cristianos; que me pareció que
  ninguna secta tenían. Yo, placiendo a Nuestro Señor, llevaré de aquí al
  tiempo de mi partida seis a Vuestras Altezas para que aprendan a hablar.
  Ninguna bestia de ninguna manera vi, salvo papagayos, en esta isla.» Todas
  son palabras del Almirante. 
Sábado,
  13 de octubre 
« Luego
  que amaneció vinieron a la playa muchos de estos hombres, todos mancebos,
  como dicho tengo, y todos de buena estatura, gente muy hermosa: los cabellos
  no crespos, salvo corredios y gruesos, como sedas de caballo, y todos de la
  frente y cabeza muy ancha más que otra generación que hasta aquí haya visto,
  y los ojos muy hermosos y no pequeños, y ellos ninguno prieto, salvo de la
  color de los canarios, ni se debe esperar otra cosa, pues está Este Oeste con
  la isla de Hierro, en Canaria, bajo una línea. Las piernas muy derechas,
  todos a una mano, y no barriga, salvo muy bien hecha. Ellos vinieron a la nao
  con almadías, que son hechas del pie de un árbol, como un barco luengo, y
  todo de un pedazo, y labrado muy a maravilla, según la tierra, y grandes, en
  que en algunas venían cuarenta o cuarenta y cinco hombres, y otras más
  pequeñas, hasta haber de ellas en que venía un solo hombre. Remaban con una
  pala como de hornero, y anda a maravilla; y si se le trastorna, luego se
  echan todos a nadar y la enderezan y vacían con calabazas que traen ellos.
  Traían ovillos de algodón hilado y papagayos y azagayas y otras cositas que
  sería tedio de escribir, y todo daban por cualquier cosa que se los diese. Y
  yo estaba atento y trabajaba de saber si había oro, y vi que algunos de ellos
  traían un pedazuelo colgado en un agujero que tienen a la nariz, y por señas
  pude entender que yendo al Sur o volviendo la isla por el Sur, que estaba
  allí un rey que tenía grandes vasos de ello, y tenía muy mucho. Trabajé que
  fuesen allá, y después vi que no entendían en la ida. Determiné de aguardar
  hasta mañana en la tarde y después partir para el Sudeste, que según muchos
  de ellos me enseñaron decían que había tierra al Sur y al Sudoeste y al
  Noroeste, y que éstas del Noroeste les venían a combatir muchas veces, y así
  ir al Sudoeste a buscar el oro y piedras preciosas. Esta isla es bien grande
  y muy llana y de árboles muy verdes y muchas aguas y una laguna en medio muy
  grande, sin ninguna montaña, y toda ella verde, que es placer de mirarla; y
  esta gente harto mansa, y por la gana de haber de nuestras cosas, y temiendo
  que no se les ha de dar sin que den algo y no lo tienen, toman lo que pueden
  y se echan luego a nadar; que hasta los pedazos de las escudillas y de las
  tazas de vidrio rotas rescataban hasta que vi dar dieciséis ovillos de
  algodón por tres ceotís de Portugal, que es una blanca de Castilla, y en
  ellos habría más de una arroba de algodón hilado. Esto defendiera y no dejara
  tomar a nadie, salvo que yo lo mandara tomar todo para Vuestras Altezas si
  hubiera en cantidad. Aquí nace en esta isla, mas por el poco tiempo no pude
  dar así del todo fe. Y también aquí nace el oro que traen colgado a la nariz;
  más, por no perder tiempo quiero ir a ver si puedo topar a la isla de
  Cipango. Ahora, como fue noche, todos se fueron a tierra con sus almadías.» 
Domingo,
  14 de octubre 
«En
  amaneciendo mandé aderezar el batel de la nao y las barcas de las carabelas,
  y fui al luengo de la isla, en el camino del Nordeste, para ver la otra
  parte, que era de la otra parte, del Este que había, y también para ver las
  poblaciones, y vi luego dos o tres, y la gente que venían todos a la playa
  llamándonos y dando gracias a Dios. Los unos nos traían agua; otros, otras
  cosas de comer; otros, cuando veían que yo no curaba de ir a tierra, se
  echaban a la mar nadando y venían, y entendíamos que nos preguntaban si
  éramos venidos del cielo. Y vino uno viejo en el batel dentro, y otros a voces
  grandes llamaban todos, hombres y mujeres: «Venid a ver los hombres que
  vinieron del cielo; traedles de comer y de beber». Vinieron muchos y muchas
  mujeres, cada uno con algo, dando gracias a Dios, echándose al suelo, y
  levantaban las manos al cielo, y después nos llamaban que fuésemos a tierra.
  Mas yo temía de ver una grande restinga de piedras que cerca toda aquella
  isla alrededor, y entre medias queda hondo el puerto para cuantas naos hay en
  toda la Cristiandad, y la entrada de ello muy angosta. Es verdad que dentro
  de esta cinta hay algunas bajas, mas la mar no se mueve más que dentro en un
  pozo. Y para ver todo esto me moví esta mañana, porque supiese dar de todo
  relación a Vuestras Altezas y también adónde pudiera hacer fortaleza, y vi un
  pedazo de tierra que se hace como isla, aunque no lo es, en que había seis
  casas, el cual se pudiera atajar en dos días por isla; aunque yo no veo
  necesario, porque esta gente es muy simplice en armas, como verán Vuestras
  Altezas de siete que yo hice tomar para les llevar y aprender nuestra habla y
  volverlos, salvo que Vuestras Altezas cuando mandaren puédenlos todos llevar
  a Castilla o tenerlos en la misma isla cautivos, porque con cincuenta hombres
  los tendrán todos sojuzgados y les harán hacer todo lo que quisieren. Y
  después junto con la dicha isleta están huertas de árboles las más hermosas
  que yo vi, y tan verdes y con sus hojas como las de Castilla en el mes de
  abril y de mayo, y mucha agua. Yo miré todo aquel puerto y después me volví a
  la nao y di a la vela, y vi tantas islas que yo no sabía determinarme a cuál
  iría primero. Y aquellos hombres que yo tenía tomado me decían por señas que
  eran tantas y tantas que no había número, y nombraron por su nombre más de
  ciento. Por ende yo miré por la más grande, y a aquélla determiné andar, y
  así hago, y será lejos de ésta de San Salvador cinco leguas; y las otras de
  ellas más, de ellas menos. Todas son muy llanas, sin montañas y muy fértiles
  y todas pobladas, y se hacen la guerra la una a la otra, aunque éstos son muy
  símplices y muy lindos cuerpos de hombres.» 
Lunes,
  15 de octubre 
«Había
  temporejado esta noche con temor de no llegar a tierra a surgir antes de la
  mañana, y por no saber si la costa era limpia de bajas, y en amaneciendo
  cargar velas. Y como la isla fuese más lejos de cinco leguas, antes será
  siete, y la marea me detuvo, sería medio día cuando llegué a la dicha isla.Y
  hallé que aquella haz que es de la parte de la isla de San Salvador se corre
  Norte Sur y hay en ella cinco leguas, y la otra que yo seguí se corría este
  Oeste y hay en ella más de diez leguas. Y como de esta isla vi otra mayor al
  Oeste, cargué las velas por andar todo aquel día hasta la noche, porque aún
  no pudiera haber andado al cabo del Oeste, a la cual puse nombre la isla de
  Santa María de la Concepción. Y casi al poner del sol surgí acerca del dicho
  cabo por saber si había allí oro, porque estos que yo había hecho tomar en la
  isla de San Salvador me decían que ahí traían manillas de oro muy grandes a
  las piernas y a los brazos. Yo bien creí que todo lo que decían era burla
  para se huir. Con todo, mi voluntad era de no pasar por ninguna isla de que
  no tomase posesión, puesto que tomado de una se puede decir de todas. Y surgí
  y estuve hasta hoy martes, que en amaneciendo fui a tierra con las barcas
  armadas y salí; y ellos, que eran muchos así desnudos y de la misma condición
  de la otra isla de San Salvador, nos dejaron ir por la isla y nos daban lo
  que les pedía. Y porque el viento cargaba a la traviesa Sudeste no me quise
  detener y partí para la nao, y una almadía grande estaba a bordo de la
  carabela Niña; y uno de los hombres de la isla de San Salvador, que en ella
  era, se echó a la mar y se fue en ella; y la noche de antes a me dio echado
  al otro y fue atrás la almadía, la cual huyó que jamás fue barca que le
  pudiese alcanzar, puesto que le teníamos grande avante. Con todo, dio en
  tierra y dejaron la almadía; y algunos de los de mi compañía salieron en
  tierra tras ellos, y todos huyeron como gallinas, y la almadía que habían
  dejado la llevamos a bordo de la carabela Niña, adonde ya, de otro cabo,
  venía otra almadía pequeña con un hombre que venía a rescatar un ovillo de
  algodón; y se echaron algunos marineros a la mar, porque él no quería entrar
  en la carabela, y le tomaron. Y yo, que estaba en la popa de la nao, que vi
  todo, envié por él y le di un bonete colorado y unas cuentas de vidrio
  verdes, pequeñas, que le puse al brazo, y dos cascabeles que le puse a las
  orejas, y le mandé volver a su almadía, que también tenía en la barca, y le
  envié a tierra. Y di luego la vela para ir a la otra isla grande que yo veía
  al Oeste, y mandé largar también la otra almadía que traía la carabela Niña
  por popa. Y vi después en tierra, al tiempo de la llegada del otro a quien yo
  había dado las cosas susodichas y no le había querido tomar el ovillo de
  algodón, puesto que él me lo quería dar, y todos los otros se llegaron a él y
  tenía a gran maravilla y bien le pareció que éramos buena gente, y que el
  otro que se había huido nos había hecho algún daño y que por esto lo
  llevábamos. Y a esta razón usé esto con él, de le mandar alargar, y le di las
  dichas cosas porque nos tuviese en esta estima, porque otra vez cuando
  Vuestras Altezas aquí tornen a enviar no haga mala compañía; y todo lo que yo
  le di no valía cuatro maravedís. Y así partí, que serían las diez horas, con
  el viento Sudeste, y tocaba de Sur para pasar a esta otra isla, la cual es
  grandísima y adonde todos estos hombres que yo traigo de la de San Salvador
  hacen señas que hay muy mucho oro y que lo traen en los brazos en manillas y
  a las piernas y a las orejas y al nariz y al pescuezo. Y había de esta isla
  de Santa María a esta otra nueve leguas Este Oeste, y se corre toda esta
  parte de la isla Noroeste Sudeste. Y se parece que bien habría en esta costa
  más de veintiocho leguas en esta haz. Y es muy llana sin montaña ninguna, así
  como aquellas de San Salvador y de Santa María, y todas las playas sin
  roquedos, salvo que en todas hay algunas peñas cerca de tierra debajo del
  agua; por donde es menester abrir el ojo cuando se quiere surgir y no surgir
  mucho acerca de tierra, aunque las aguas son siempre muy claras y se ve el
  fondo. Y desviado de tierra dos tiros de lombarda, hay en todas estas islas
  tanto fondo que no se puede llegar a él. Son estas islas muy verdes y
  fértiles y de aires muy dulces, y puede haber muchas cosas que yo no sé,
  porque no me quiero detener por calar y andar muchas islas para hallar oro. Y
  pues éstas dan así estas señas, que lo traen a los brazos y a las piernas, y
  es oro porque les mostré algunos pedazos del que yo tengo, no puedo errar con
  la ayuda de Nuestro Señor que yo no le halle adonde nace. Y estando a medio
  golfo de estas dos islas es de saber de aquella de Santa Maria y de esta
  grande, a la cual pongo nombre la Fernandina hallé un hombre solo en una
  almadía que se pasaba de la isla de Santa María a la Fernandina, y traía un
  poco de su pan, que sería tanto como el puño, y una calabaza de agua y un
  pedazo de tierra bermeja hecha en polvo y después amasada, y unas hojas secas
  que debe ser cosa muy apreciada entre ellos porque ya me trajeron en San
  Salvador de ellas en presente, y traía un cestillo a su guisa en que tenía un
  ramalejo de cuentecillas de vidrio y dos blancas, por las cuales conocí que
  él venía de la isla de San Salvador y había pasado a aquella de Santa María y
  se pasaba a la Fernandina, el cual se llegó a la nao. Yo le hice entrar, que
  así lo demandaba él, y le hice poner su almadía en la nao y guardar todo lo
  que él traía; y le mandé dar de comer pan y miel y de beber. Y así le pasaré
  a la Fernandina y le daré todo lo suyo, porque dé buenas nuevas de nos para,
  a Nuestro Señor aplaciendo, cuando Vuestras Altezas envien acá, que aquellos
  que vinieren reciban honra y nos den de todo lo que hubiere.» 
Martes, 16 de octubre 
«Partí
  de las islas de Santa Maria de la Concepción, que sería ya cerca del medio
  día, para la isla Fernandina, la cual muestra ser grandísima al Oeste, y
  navegué todo aquel día con calmeria. No pude llegar a tiempo de poder ver el
  fondo para surgir en limpio, porque es en esto mucho de haber gran diligencia
  por no perder las anclas; y así temporicé toda esta noche hasta el día que
  vine a una población, adonde yo surgí y donde había venido aquel hombre que
  yo hallé ayer en aquella almadía a medio golfo, el cual había dado tantas
  buenas nuevas de nos que toda esta noche no faltaron almadías a bordo de la
  nao, que nos traían agua y de lo que tenían. Yo a cada uno le mandaba dar
  algo, es a saber, algunas cuentecillas, diez o doce de ellas de vidrio en un
  hilo, y algunas sonajas de latón de éstas que valen en Castilla un maravedí
  cada una, y algunas agujetas, de que todo tenían en grandísima excelencia, y
  también los mandaba dar, para que comiesen cuando venían en la nao, y miel de
  azúcar. Y después, a horas de tercia, envié al batel de la nao en tierra por
  agua, y ellos de muy buena gana le enseñaban a mi gente adónde estaba el
  agua, y ellos mismos traían los barriles llenos al batel y se holgaban mucho
  de nos hacer placer. Esta isla es grandísima y tengo determinado de la
  rodear, porque, según puedo entender, en ella o cerca de ella hay mina de
  oro. Esta isla está desviada de la de Santa María ocho leguas casi Este
  Oeste; y este cabo adonde yo vine y toda esta costa se corre Noroeste y
  Sursudeste, y vi bien veinte leguas de ella, mas ahí no acababa. Ahora
  escribiendo esto, di la vela con el viento Sur para pujar a rodear toda la
  isla, y trabajar hasta que halle Samaot, que es la isla o ciudad adonde es el
  oro, que así lo dicen todos estos que aquí vienen en la nao, y nos lo decían
  los de la isla de San Salvador y de Santa María. Esta gente es semejante a
  aquellas de las dichas islas, y una habla y unas costumbres, salvo que éstos
  ya me parecen algún tanto más doméstica gente y de trato y más sutiles,
  porque veo que han traído algodón aquí a la nao y otras cositas, que saben
  mejor refetar el pagamento que no hacían los otros. Y aun en esta isla vi
  paños de algodón hechos como mantillos, y la gente más dispuesta, y las
  mujeres traen por delante su cuerpo una cosita de algodón que escasamente les
  cobija su natura. Ella es isla muy verde y llana y fertilísima, y no pongo
  duda de que todo el año siembran panizo y cogen, y así todas otras cosas. Y
  vi muchos árboles muy disformes de los nuestros, y de ellos muchos que tenían
  los ramos de muchas maneras y todo en un pie, y un ramito es de una manera y
  otro de otra, y tan disforme que es la mayor maravilla del mundo cuánta es la
  diversidad de una manera a la otra; verbigracia, un ramo tenía las hojas a
  manera de cañas y otro de la manera de lentisco, y así en un solo árbol de
  cinco o seis de estas maneras, y todos tan diversos; ni éstos son injertados,
  porque se pueda decir que el injerto lo hace, antes son por los montes, ni
  cura de ellos esta gente. No les conozco secta ninguna, y creo que muy presto
  se tornarían cristianos, porque ellos son de muy buen entender. Aquí son los
  peces tan disformes de los nuestros que es maravilla. Hay algunos hechos como
  gallos, de las más finas colores del mundo, azules, amanlíos, colorados y de
  todas colores, y otros pintados de mil maneras; y las colores son tan finas
  que no hay hombre que no se maraville y no tome gran descanso a verlos.
  También hay ballenas. Bestias en tierra no vi ninguna de ninguna manera,
  salvo papagayos y lagartos. Un mozo me dijo que vio una grande culebra.
  Ovejas ni cabras ni otra ninguna bestia vi; aunque yo he estado aquí muy
  poco, que es medio día: mas si las hubiese no pudiera errar de ver alguna. El
  cerco de esta isla escribiré después que yo la hubiese rodeado.» 
Miércoles,
  17 de octubre 
«A
  mediodía partí de la población adonde yo estaba surgido y adonde tomé agua
  para ir a rodear esta isla Fernandina, y el viento era Sudoeste y Sur, y como
  mi voluntad fuese de seguir esta costa de esta isla adonde yo estaba al
  Sudeste, porque así se corre toda Nornoroeste y Sursudeste y quería llevar el
  dicho camino de Sur y Sudeste, porque aquella parte todos estos indios que
  traigo y otro de quien hube señas en esta parte del Sur a la isla a que ellos
  llaman Samoet, adonde es el oro, y Martín Alonso Pinzón, capitán de la
  carabela Pinta, en la cual yo mandé a tres de estos indios, vino a mi y me
  dijo que uno de ellos muy certificadamente le había dado a entender que por
  la parte del Nornoroeste muy más presto arrodearía la isla. Yo vi que el
  viento no me ayudaba por el camino que yo quería llevar, y era bueno por el
  otro. Di la vela al Nornoroeste, y cuando fui cerca del cabo de la isla, a
  dos leguas, hallé un muy maravilloso puerto con una boca, aunque dos bocas se
  le puede decir, porque tiene un isleo en medio y son ambas muy angostas y
  dentro muy ancho para cien navíos, si fuera hondo y limpio y hondo a la
  entrada. Parecióme razón de lo ver bien y sondear, y así surgí fuera de él y
  fui en él con todas las barcas de los navíos y vimos que no había fondo. Y
  porque pensé cuando yo le vi que era boca de algún río, había mandado llevar
  barriles para tomar agua, y en tierra hallé unos ocho o diez hombres que
  luego vinieron a nos y nos mostraron ahí cerca la población, adonde yo envié
  la gente por agua, una parte con armas, otros con barriles, y así la tomaron;
  y porque era lejuelos me detuve por espacio de dos horas. En este tiempo
  anduve así por aquellos árboles, que era la cosa más hermosa de ver que otra
  se haya visto, viendo tanta verdura en tanto grado como en el mes de mayo en
  el Andalucía, y los árboles todos están tan disformes de los nuestros como el
  día de la noche; y así las frutas y así las hierbas y las piedras y todas las
  cosas. Verdad es que algunos árboles eran de la naturaleza de otros que hay
  en Castilla: por ende había muy gran diferencia, y los otros árboles de otras
  maneras eran tantos que no hay persona que lo pueda decir ni asemejar a otros
  en Castilla. La gente toda era una con los otros ya dichos, de las mismas
  condiciones, y así desnudos y de la misma estatura, y daban de lo que tenían
  por cualquier cosa que les diesen; y aquí vi que unos mozos de los navíos les
  trocaron azagayas por unos pedazuelos de escudillas rotas y de vidrio. Y los
  otros que fueron por el agua me dijeron cómo habían estado en sus casas y que
  eran de adentro muy barridas y limpias, y sus camas y paramentos de cosas que
  son como redes de algodón; ellas, las casas, son todas a manera de alfaneques
  y muy altas y buenas chimeneas; mas no vi entre muchas poblaciones que yo vi
  que ninguna pasase de doce hasta quince casas. Aquí hallaron que las mujeres
  casadas traían bragas de algodón, las mozas no, sino salvo algunas que eran
  ya de edad de dieciocho años. Y ahí había perros mastines y branchetes, y ahí
  hallaron uno que había al nariz un pedazo de oro que sería como la mitad de
  un castellano, en el cual vieron letras. Reñí yo con ellos porque no se lo
  rescataron y dieron cuanto pedía, por ver qué era y cúya esta moneda era; y
  ellos me respondieron que nunca se lo osó rescatar. Después de tomada la agua
  volví a la nao, y di la vela y salí al Noroeste, tanto que yo descubrí toda
  aquella parte de la isla hasta la costa que se corre Este Oeste, y después
  todos estos indios tornaron a decir que esta isla era más pequeña que no la
  isla Samoet y que sería bien volver atrás por ser en ella más presto. El
  viento allí luego más calmo y comenzó a ventear Oesnoroeste, el cual era
  contrario para donde habíamos venido, y así tomé la vuelta y navegué toda
  esta noche pasada al Estesudeste, y cuándo al Este todo y cuándo al Sudeste;
  y esto para apartarme de la tierra, porque hacia muy gran cerrazón y el
  tiempo muy cargado; él era poco y no me dejó llegar a tierra a surgir. Así
  que esta noche llovió muy fuerte después de media noche hasta casi el día, y
  aún está nublado para llover, y nos, al cabo de la isla de la parte del
  Sudeste, adonde espero surgir hasta que aclarezca para ver las otras islas
  adonde tengo de ir. Y así todos estos días después que en estas Indias estoy
  ha llovido poco o mucho. Crean Vuestras Altezas que es esta tierra la mejor y
  más fértil y temperada y llana y buena que haya en el mundo.» 
Jueves,
  18 de octubre 
«Después
  que aclareció seguí el viento, y fui en derredor de la isla cuanto pude, y
  surgí al tiempo que ya no era de navegar; mas no fui en tierra, y en
  amaneciendo di la vela.» 
Viernes,
  19 de octubre 
«En
  amaneciendo levanté las anclas y envié la carabela Pinta al Este y Sudeste y
  la carabela Niña al Sursudeste, y yo con la nao fui al Sudeste, y dado orden
  que llevasen aquella vuelta hasta medio día, y después que ambas se mudasen
  las derrotas, y se recogieron para mí. Y luego, antes que andásemos tres
  horas, vimos una isla al Este sobre la cual descargamos. y llegamos a ella
  todos tres navíos antes de medio día a la punta del Norte, adonde hace un
  isleo y una restinga de piedra fuera de él al Norte y otro entre él y la isla
  grande; la cual nombraron estos hombres de San Salvador que yo traigo la isla
  Samoet, a la cual puse nombre de la Isabela. El viento era Norte, y quedaba
  el dicho isleo en derrota de la isla Fernandina, de adonde yo había partido
  Este Oeste; y se corría después la costa desde el isleo al Oeste y había en
  ella doce leguas hasta un cabo, al que yo llamé el Cabo Hermoso, que es de la
  parte del Oeste. Y así es hermoso, redondo y muy hondo, sin bajas fuera de
  él, y al comienzo de piedra y bajo y más adentro es playa de arena como casi
  la dicha costa es. Y ahí surgí esta noche viernes hasta la mañana. Esta costa
  toda y la parte de la isla que yo vi es toda casi playa, y la isla más
  hermosa cosa que yo vi; que si las otras son muy hermosas, ésta es más. Es de
  muchos árboles y muy verdes y muy grandes, y esta tierra es más alta que las
  otras islas halladas, y en ella algún altillo, no que se le pueda llamar
  montaña, mas cosa que hermosea lo otro, y parece de muchas aguas allá al
  medio de la isla. De esta parte al Nordeste hace una gran angla, y hay muchos
  arboledos y muy espesos y muy grandes. Yo quise ir a surgir en ella para
  salir a tierra y ver tanta hermosura; mas era el fondo bajo y no podía surgir
  salvo largo de tierra, y el viento era muy bueno para venir a este cabo
  adonde yo surgí ahora, al cual puse nombre Cabo Hermoso, porque así lo es. Y
  así no surgí en aquella angla, y aun porque vi este cabo de allá tan verde y
  tan hermoso, así como todas las otras cosas y tierras de estas islas que yo
  no sé adónde me vaya primero ni me sé cansar los ojos de ver tan hermosas
  verduras y tan diversas de las nuestras. Y aun creo que hay en ella muchas hierbas
  y muchos árboles que valen mucho en España para tinturas y medicinas de
  especiería, mas yo no los conozco, de que llevo grande pena. Y llegando yo
  aquí a este cabo vino el olor tan bueno y suave de flores o árboles de la
  tierra, que era la cosa más dulce del mundo. De mañana, antes que yo de aquí
  vaya iré en tierra a ver qué es. Aquí en el cabo no es la población salvo
  allá más adentro, donde dicen otros hombres que yo traigo que está el rey que
  trae mucho oro; y yo de mañana quiero ir tanto avante que halle la población
  y vea o haya lengua con este rey que, según éstos dan las señas, él señorea
  todas estas islas comarcanas y va vestido y trae sobre sí mucho oro; aunque
  yo no doy mucha fe a sus decires, así por no los entender yo bien como en
  conocer que ellos son tan pobres de oro que cualquiera poco que este rey
  traiga les parece a ellos mucho. Este al que yo digo Cabo Hermoso creo que es
  la isla apartada de Samoeto, y aun hay ya otras entremedias pequeñas. Yo no
  curo así de ver tanto por menudo 69, porque no lo podría hacer en cincuenta
  años, porque quiero ver y descubrir lo más que yo pudiere para volver a
  Vuestras Altezas, a Nuestro Señor aplaciendo, en abril. Verdad es que,
  hallando adonde haya oro o especiería en cantidad, me detendré hasta que yo haya
  de ello cuanto pudiere; y por esto no hago sino andar para ver de topar en
  ello.» 
Sábado,
  20 de octubre 
«Hoy,
  el sol salido, levanté las anclas de donde yo estaba con la nao surgido en
  esta isla de Samoeto al cabo del Sudoeste, al que yo puse nombre el Cabo de
  la Laguna, y a la isla la Isabela, para navegar al Nordeste y al Este de la
  parte Sudeste y Sur, adonde entendí de estos hombres que yo traigo que era la
  población y el rey de ella. Y hallé todo tan bajo el fondo que no pude entrar
  ni navegar a ello, y vi que siguiendo el camino del Sudoeste era muy gran
  rodeo, y por esto determiné de me volver por el camino que yo había traído
  del Nornordeste de la parte del Oeste, y rodear esta isla para... el viento
  me fue tan escaso que yo nunca pude haber la tierra al longo de la costa,
  salvo en la noche. Y, porque es peligro surgir en estas islas, salvo en el
  día que se vea con el ojo adónde se echa el anda, porque es todo manchas, una
  de limpio y otra de non, yo me puse a temporejar a la vela toda esta noche del
  domingo. Las carabelas surgieron porque se hallaron en tierra temprano y
  pensaron que a sus señas, que eran costumbradas de hacer, iría a surgir; mas
  no quise.» 
Linaloe  
Domingo,
  21 de octubre 
«A las
  diez horas llegué aquí a este cabo del isleo y surgí, y asimismo las
  carabelas. Y después de haber comido fui en tierra, adonde aquí no había otra
  población que una casa, en la cual no hallé a nadie, que creo con temor se
  habían huido, porque en ella estaban todos sus aderezos de casa. Yo no les
  dejé tocar nada, salvo que me salí con estos capitanes y gente a ver la isla;
  que si las otras ya vistas son muy hermosas y verdes y fértiles, ésta es
  mucho más y de grandes arboledos y muy verdes. Aquí es unas grandes lagunas,
  y sobre ellas y a la rueda es el arboledo en maravilla, y aquí y en toda la
  isla son todos verdes y las hierbas como en abril en el Andalucía; y el
  cantar de los pajaritos que parece que el hombre nunca se querría partir de
  aquí, y las manadas de los papagayos que oscurecen el sol; y aves y pajaritos
  de tantas maneras y tan diversas de las nuestras que es maravilla; y después
  hay árboles de mil maneras y todos de su manera fruto, y todos huelen que es
  maravilla, que yo estoy el más apenado del mundo de no conocerlos, porque soy
  bien cierto que todos son cosa de valía, y de ellos traigo la muestra y
  asimismo de las hierbas. Andando así en cerco de una de estas lagunas vi una
  sierpe la cual matamos y traigo el cuero a Vuestras Altezas. Ella como nos
  vio se echó en la laguna y nos la seguimos dentro, porque no era muy honda,
  hasta que con lanzas la matamos. Es de siete palmos de largo; creo que de
  estas semejantes hay aquí en esta laguna muchas. Aquí conocí del liñáloe, y
  mañana he determinado de hacer traer a la nao diez quintales, porque me dicen
  que vale mucho. También andando en busca de muy buena agua fuimos a una
  población aquí cerca, adonde estoy surto media legua; y la gente de ella,
  como nos sintieron, dieron todos a huir y dejaron las casas y escondieron su
  ropa y lo que tenían por el monte. Yo no dejé tomar nada ni la valía de un
  alfiler. Después se llegaron a nos unos hombres de ellos, y uno se llegó a
  quien yo di unos cascabeles y unas cuentecillas de vidrio y quedó muy
  contento y muy alegre, y por que la amistad creciese más y los requiriese algo,
  le hice pedir agua, y ellos, después que fui en la nao, vinieron luego a la
  playa con sus calabazas llenas y holgaron mucho de dárnosla. Y yo les mandé
  dar otro ramalejo de cuentecillas de vidrio y dijeron que de mañana vendrían
  acá. Yo quería henchir aquí toda la vasija de los navíos de agua; por ende,
  si el tiempo me da lugar, luego me partiré a rodear esta isla hasta que yo
  haya lengua con este rey y ver si puedo haber de él oro que oigo que trae, y
  después partir para otra isla grande mucho, que creo que debe ser Cipango,
  según las señas que me dan estos indios que yo traigo, a la cual ellos llaman
  Colba, en la cual dicen que hay naos y mareantes muchos y muy grandes, y de
  esta isla otra que llaman Bofío que también dicen que es muy grande. Y a las
  otras que son entremedio veré así de pasada, y según yo hallare recaudo de
  oro o especiería determinaré lo que he de hacer. Más todavía, tengo
  determinado de ir a la tierra firme y a la ciudad de Quisay y dar las cartas
  de Vuestras Altezas al Gran Can y pedir respuesta y venir con ella.» 
Lunes,
  22 de octubre 
«Toda
  esta noche y hoy estuve aquí aguardando si el rey de aquí u otras personas
  traerían oro u otra cosa de sustancia, y vinieron muchos de esta gente,
  semejantes a los otros de las otras islas, así desnudos y así pintados, de
  ellos de blanco, de ellos de colorado, de ellos de prieto y así de muchas
  maneras.Traían azagayas y algunos ovillos de algodón a rescatar, el cual
  trocaban aquí con algunos marineros por pedazos de vidrio, de tazas quebradas
  y por pedazos de escudillas de barro. Algunos de ellos traían algunos pedazos
  de oro colgados al nariz, el cual de buena gana daban por un cascabel de esos
  de pie de gavilano 76 y por cuentecillas de vidrio: mas es tan poco, que no
  es nada: que es verdad que cualquiera poca cosa que se les dé. Ellos también
  tenían a gran maravilla nuestra venida, y creían que éramos venidos del
  cielo. Tomamos agua para los navíos en una laguna que aquí está cerca del
  cabo del Isleo, que así nombré; y en la dicha laguna Martín Alonso Pinzón,
  capitán de la Pinta, mató otra sierpe tal como la otra de ayer de siete
  palmos, e hice tomar aquí del liñábe cuanto se halló.» 
Martes,
  23 de octubre 
«Quisiera
  hoy partir para la isla de Cuba, que creo que debe ser Cipango, según las
  señas que dan esta gente de la grandeza de ella y riqueza, y no me detendré
  más aquí ni...esta isla alrededor para ir a la población, como tenía
  determinado, para haber lengua con este rey o señor, que es por no me detener
  mucho, pues veo que aquí no hay mina de oro; y al rodear de estas islas ha
  menester muchas maneras de viento, y no vienta así como los hombres querrían.
  Y pues es de andar donde haya trato grande, digo que no es razón de se
  detener, salvo ir a camino y calar mucha tierra hasta topar en tierra muy provechosa,
  aunque mi entender es que ésta sea muy provechosa de especiería, mas que yo
  no la conozco que llevo la mayor pena del mundo, que veo mil maneras de
  árboles que tienen cada uno su manera de fruta y verde ahora como en España
  en el mes de mayo y junio y mil maneras de hierbas, eso mismo con flores, y
  de todo no se conoció salvo este liñáloe de que hoy mandé también traer a la
  nao mucho para llevar a Vuestras Altezas. Y no he dado ni doy la vela para
  Cuba porque no hay viento, salvo calma muerta, y llueve mucho. Y llovió ayer
  mucho sin hacer ningún frío; antes el día hace calor y las noches temperadas
  como en mayo en España en el Andalucía.» 
Miércoles,
  24 de octubre 
«Esta
  noche a media noche levanté las anclas de la isla Isabela del cabo del Isleo,
  que es de la parte del Norte, adonde yo estaba posado para ir a la isla de
  Cuba, adonde oí de esta gente que era muy grande y de gran trato y había en
  ella oro y especierías y naos grandes y mercaderes, y me mostró que al
  Oessudoeste iría a ella; y yo así lo tengo, porque creo que si es así, como
  por señas que me hicieron todos los indios de estas islas y aquellos que
  llevo yo en los navíos, porque por lengua no los entiendo, es la isla de
  Cipango, de que se cuentan cosas maravillosas, y en las esferas que yo vi y
  en las pinturas de mapamundos es ella en esta comarca. Y así navegué hasta el
  día al Oessudoeste, y amaneciendo calmó el viento y llovió, y así casi toda
  la noche. Y estuve así con poco viento hasta que pasaba de medio día y
  entonces tomó a ventear muy amoroso, y llevaba todas mis velas de la nao:
  maestra y dos bonetas y trinquete y cebadera y mesana y vela de gabia, y el
  batel por popa. Así anduve el camino hasta que anocheció; y entonces me
  quedaba el Cabo Verde de la isla Fernandina, el cual es de la parte del Sur a
  la parte de Oeste. Me quedaba al Noroeste, y hacía de mí a él siete leguas. Y
  porque ventaba ya recio y no sabía yo cuánto camino hubiese hasta la dicha
  isla de Cuba, y por no la ir a demandar de noche, porque todas estas islas
  son muy hondas a no hallar fondo todo en derredor salvo a tiro de dos
  lombardas, y esto es todo manchado un pedazo de roquedo y otro de arena, y
  por esto no se puede seguramente surgir salvo a vista de ojo, y por tanto
  acordé de amainar las velas todas, salvo el trinquete, y andar con él; y de a
  un rato crecía mucho el viento y hacía mucho camino de que dudaba, y era muy
  gran cerrazón y llovía. Mandé amainar el trinquete y no anduvimos esta noche
  dos leguas, etc.» 
Jueves,
  25 de octubre 
Navegó
  después del sol salido al Oessudoeste hasta las nueve horas. Andarían cinco
  leguas. Después mudó el camino al Oeste. Andaban ocho millas por hora hasta
  la una después de mediodía, y de allí hasta las tres y andarían cuarenta y
  cuatro millas. Entonces vieron tierra, y eran siete u ocho islas, en luengo
  todas de Norte a Sur; distaban de ellas cinco leguas, etcétera. 
Viernes,
  26 de octubre 
Estuvo
  de las dichas islas de la parte del Sur. Era todo bajo cinco o seis leguas;
  surgió por allí. Dijeron los indios que llevaba que había de ellas a Cuba
  andadura de día y medio con sus almadías, que son navetas de un madero adonde
  no llevan vela. Estas son las canoas. Partió de allí para Cuba, porque por
  las señas que los indios le daban de la grandeza y del oro y perlas de ella,
  pensaba que era ella, conviene a saber: Cipango. 
Sábado,
  27 de octubre 
Levantó
  las anclas salido el sol, de aquellas islas, que llamó las islas de Arena por
  el poco fondo que tenían de la parte del Sur hasta seis leguas. Anduvo ocho
  millas por hora hasta la una del día al Sursudoeste, y habrían andado
  cuarenta millas, y hasta la noche andarían veintiocho millas al mismo camino;
  y antes de noche vieron tierra. Estuvieron la noche al reparo con mucha
  lluvia que llovió. Anduvieron el sábado hasta el poner del sol diecisiete leguas
  al Sursudoeste. 
Domingo,
  28 de octubre 
Fue de
  allí en demanda de la isla de Cuba al Sursudoeste, a la tierra de ella más
  cercana, y entró en un río muy hermoso y muy sin peligro de bajas ni otros
  inconvenientes; y toda la costa
  que anduvo por allí era muy hondo y muy limpio hasta tierra: tenía la boca
  del río doce brazas, y es bien ancha para barloventear. Surgió dentro, dice
  que a tiro de lombarda. Dice el Almirante que nunca tan hermosa cosa vio,
  lleno de árboles, todo cercado el río, hermosos y verdes y diversos de los
  nuestros, con flores y con su fruto, cada uno de su manera. Aves muchas y
  pajaritos que cantaban muy dulcemente; había gran cantidad de palmas de otra
  manera que las de Guinea y de las nuestras, de una estatura mediana y los
  pies sin aquella camisa y las hojas muy grandes, con las cuales cobijan las
  casas; la tierra muy llana. Saltó el Almirante en la barca y fue a tierra, y
  llegó a dos casas que creyó ser de pescadores y que con temor se huyeron, en
  una de las cuales halló un perro que nunca ladró; y en ambas casas halló
  redes de hilo de palma y cordeles y anzuelo de cuerno y fisgas de hueso y
  otros aparejos de pescar y muchos fuegos dentro, y creyó que en cada una casa
  se juntan muchas personas. Mandó que no se tocase en cosa de todo ello, y así
  se hizo. La hierba era grande como en el Andalucía por abril y mayo. Halló
  verdolagas muchas y bledos. Tornóse a la barca y anduvo por el río arriba un
  buen rato, y dice que era gran placer ver aquellas verduras y arboledas, y de
  las aves que no podía dejarlas para se volver. Dice que es aquella isla la
  más hermosa que ojos hayan visto, llena de muy buenos puertos y ríos hondos,
  y la mar que parecía que nunca se debía de alzar porque la hierba de la playa
  llegaba hasta casi el agua, la cual no suele llegar donde la mar es brava.
  Hasta entonces no había experimentado en todas aquellas islas que la mar
  fuese brava. La isla dice que es llena de montañas muy hermosas, aunque no
  son muy grandes en longura, salvo altas, y toda la otra tierra es alta de la
  manera de Sicilia; llena es de muchas aguas, según pudo entender de los
  indios que consigo lleva, que tomó en la isla de Guanahaní, los cuales le
  dicen por señas que hay diez ríos grandes y que con sus canoas no la pueden
  cercar en veinte días. Cuando iba a tierra con los navíos salieron dos
  almadías o canoas, y como vieron que los marineros entraban en la barca y
  remaban para ir a ver el fondo del río para saber dónde habían de surgir,
  huyeron las canoas. Decían los indios que en aquella isla había minas de oro
  y perlas, y vio el Almirante lugar apto para ellas y almejas, que es señal de
  ellas, y entendía el Almirante que allí venían naos del Gran Can, y grandes,
  y que de allí a tierra firme había jornada de diez días Llamó el Almirante
  aquel río y puerto de San Salvador. 
Lunes,
  29 de octubre 
Alzó
  las anclas de aquel puerto y navegó al Poniente para ir dice que a la ciudad
  donde le parecía que le decían los indios que estaba aquel rey. Una punta de
  la isla le salía a noroeste seis leguas. Andada otra legua vio un río no de
  tan grande entrada, al cual puso nombre de río de la Luna; anduvo hasta hora
  de vísperas. Vio otro río más grande que los otros, y así se lo dijeron por
  señas los indios, y cerca de él vio buenas poblaciones de casas: llamó al río
  el río de Mares. Envió dos barcas a una población por haber lengua, y a una
  de ellas un indio de los que traía, porque ya los entendían algo y mostraban
  estar contentos con los cristianos, de los cuales todos los hombres y mujeres
  y criaturas huyeron, desamparando las casas con todo lo que tenían; y mandó
  el Almirante que no se tocase en cosa. Las casas dice que eran ya más
  hermosas que las que había visto, y creía que cuanto más se allegase a la
  tierra firme serían mejores. Eran hechas a manera de alfanaques, muy grandes,
  y parecían tiendas en real, sin concierto de calles, sino una acá y otra
  acullá y dentro muy barridas y limpias y sus aderezos muy compuestos. Todas
  son de ramas de palma muy hermosas. Hallaron muchas estatuas en figura de
  mujeres y muchas cabezas en manera de caratona muy bien labradas. No sé si
  esto tienen por hermosura o adoran en ellas. Había perros que jamás ladraron;
  había avecitas salvajes mansas por sus casas; había maravillosos aderezos de
  redes y anzuelos y artificios de pescar. No le tocaron en cosa de ello. Creyó
  que todos los de la costa debían de ser pescadores que llevan el pescado la
  tierra dentro, porque aquella isla es muy grande y tan hermosa que no se
  hartaba de decir bien de ella. Dice que halló árboles y frutas de muy
  maravilloso sabor; y dice que debe haber vacas en ella y otros ganados,
  porque vio cabezas en hueso que le parecieron de vaca. Aves y pajaritos y el
  cantar de los grillos en toda la noche con que se holgaban todos: los aires
  sabrosos y dulces de toda la noche, ni frío ni caliente. Mas por el camino de
  las otras islas a aquélla dice que hacía gran calor y allí no, salvo templado
  como en mayo; atribuye el calor de las otras islas por ser muy llanas y por
  el viento que traían hasta allí ser Levante y por eso cálido. El agua de
  aquellos ríos era salada a la boca: no supieron de dónde bebían los indios,
  aunque tenían en sus casas agua dulce. En este río podían los navíos voltejar
  para entrar y para salir, y tiene muy buenas señas o marcas: tiene siete u ocho
  brazas de fondo a la boca y dentro cinco. Toda aquella mar dice que le parece
  que debe ser siempre mansa como el río de Sevilla y el agua aparejada para
  criar perlas. Halló caracoles grandes, sin sabor, no como los de España.
  Señala la disposición del río y del puerto que arriba dijo y nombró San
  Salvador, que tiene sus montañas hermosas y altas como la Peña de los
  Enamorados, y una de ellas tiene encima otro montecillo a manera de una
  hermosa mezquita. Este otro río y puerto en que ahora estaba tiene de la
  parte del Sudeste dos montañas así redondas y de la parte del Oesnoroeste un
  hermoso cabo llano que sale fuera. 
Martes,
  30 de octubre 
Salió
  del río de Mares al Noroeste, y vio un cabo lleno de palmas y púsole Cabo de
  Palmas, después de haber andado quince leguas. Los indios que iban en la
  carabela Pinta dijeron que detrás de aquel cabo había un río y del río a Cuba
  había cuatro jornadas; y dijo el capitán de la Pinta que entendía que esta
  Cuba era ciudad y que aquella tierra era tierra firme muy grande que va mucho
  al Norte, y que el rey de aquella tierra tenía guerra con el Gran Can, al
  cual ellos llamaban Cami, y a su tierra o ciudad Faba, y otros muchos
  nombres. Determinó el Almirante de llegar a aquel río y enviar un presente al
  rey de la tierra y enviarle la carta de los reyes, y para ella tenía una
  marinero que había andado en Guinea en lo mismo, y ciertos indios de
  Guanahaní que querían ir con él, con que después los tornasen a su tierra. Al
  parecer del Almirante, distaba de la línea equinoccial cuarenta y dos grados
  hacia la banda del Norte no está corrupta la letra de donde trasladé esto, y
  dice que había de trabajar de ir al Gran Can, que pensaba que estaba allí, o
  en la ciudad de Catay, que es del Gran Can, que dice que es muy grande, según
  le fue dicho antes que partiese de España. Toda aquesta tierra dice ser baja
  y hermosa y honda la mar. 
Miércoles,
  31 de octubre 
Toda la
  noche martes anduvo barloventeando, y vio un río donde no pudo entrar por ser
  baja la entrada; y pensaron los indios que pudieran entrar los navíos como
  entraban sus canoas. Y, navegando adelante, halló un cabo que salía muy fuera
  y cercado de bajos, y vio una concha o bahía donde podían estar navíos
  pequeños, y no lo pudo encabalgar porque el viento se había tirado del todo
  al Norte y toda la costa se corría al Nornoroeste y Sudeste, y otro cabo que
  vio adelante le salía más afuera. Por esto y porque el cielo mostraba de
  ventar recio se hubo de tornar al río de Mares. 
Jueves,
  1 de noviembre 
En
  saliendo el sol envió el Almirante las barcas a tierra a las casas que allí
  estaban, y hallaron que era toda la gente huida, y desde a buen rato pareció
  un hombre y mandó el Almirante que lo dejasen asegurar, y volvieron las
  barcas. Y después de comer tomó a enviar a tierra uno de los indios que
  llevaba, el cual desde lejos le dio voces diciendo que no hubiesen miedo
  porque era buena gente y no hacían mal a nadie, ni eran del Gran Can, antes
  daban de lo suyo en muchas islas que habían estado; y echóse a nadar el indio
  y fue a tierra, y dos de los de allí lo tomaron de brazos y lleváronlo a una
  casa donde se informaron de él. Y como fueron ciertos que no se les había de
  hacer mal, se aseguraron y vinieron luego a los navíos más de dieciséis
  almadías o canoas con algodón hilado y otras cosillas suyas, de las cuales
  mandó el Almirante que no se tomase nada, porque supiesen que no buscaba el
  Almirante salvo oro, al que ellos llamaban nucay. Y así en todo el día
  anduvieron y vinieron de tierra a los navíos, y fueron de los cristianos a
  tierra muy seguramente. El Almirante no vio a alguno de ellos oro, pero dice
  el Almirante que vio a uno de ellos un pedazo de plata labrado colgado a la
  nariz, que tuvo por señal que en la tierra había plata. Dijeron por señas que
  antes de tres días vendrían muchos mercaderes de la tierra dentro a comprar
  de las cosas que allí llevan los cristianos y darían nuevas del rey de
  aquella tierra, el cual, según se pudo entender por las señas que daban, que
  estaba de allí cuatro jornadas, porque ellos habían enviado muchos por toda
  la tierra a le hacer saber del Almirante. «Esta gente -dice el Almirante- es
  de la misma calidad y costumbre de los otros hallados, sin ninguna secta que
  yo conozca, que hasta hoy aquestos que traigo no he visto hacer ninguno
  oración, antes dicen la Salve y el Ave María, con las manos al cielo como le
  muestran, y hacen la señal de la cruz. Toda la lengua también es una y todos
  amigos, y creo que sean todas estas islas y que tengan guerra con el Gran
  Can, a que ellos llaman Cavila y a la provincia Bafan. Y así andan también
  desnudos como los otros.» Esto dice el Almirante. El río dice que es muy
  hondo, y en la boca pueden llegar los navíos con el bordo hasta tierra; no
  llega el agua dulce a la boca con una legua, y es muy dulce. «Y es cierto
  -dice el Almirante- que ésta es la tierra firme y que estoy -dice él- ante
  Zaitón y Quinsay cien leguas poco más o poco menos lejos de lo uno y de lo
  otro, y bien se muestra por la mar que viene de otra suerte que hasta aquí no
  ha venido, y ayer que iba al Noroeste hallé que hacía frío.» 
Rodrigo de
  Jerez,  
Viernes,
  2 de noviembre 
Acordó
  el Almirante enviar dos hombres españoles: el uno se llamaba Rodrigo de
  Jerez, que vivía en Ayamonte, y el otro era un Luis de Torres, que había
  vivido con el Adelantado de Murcia y había sido judío, y sabía dice que
  hebraico y caldeo y aun algo arábigo; y con éstos envió dos indios, uno de
  los que consigo traía de Guanahaní y el otro de aquellas casas que en el río
  estaban poblados. Dióles sartas de cuentas paracomprar
  de comer si los faltase y seis días de término para que volviesen. Dióles
  muestras de especiería para ver si alguna de ellas topasen. Dióles
  instrucción de cómo habían de preguntar por el rey de aquella tierra y lo que
  le habían de hablar de parte de los Reyes de Castilla, cómo enviaban al
  Almirante para que les diese de su parte sus cartas y un presente y para
  saber de su estado y cobrar amistad con él y favorecerle en lo que hubiese de
  ellos menester, etc., y que supiesen de ciertas provincias y puertos y ríos
  de que el Almirante tenía noticia y cuánto distaban de allí, etc. Aquí tomó
  el Almirante el altura con un cuadrante esta noche, y halló que estaba 42
  grados de la línea equinoccial, y dice que por su cuenta halló que había
  andado desde la isla de Hierro mil y ciento y cuarenta y dos leguas, y
  todavía afirma que aquella es tierra firme. 
Sábado,
  3 de noviembre 
En la
  mañana entró en la barca el Almirante, y porque hace el río en la boca un
  gran lago, el cual hace un singularísimo puerto muy hondo y limpio de piedras,
  muy buena playa para poner navíos a monte y mucha leña, entró por el río
  arriba hasta llegar al agua dulce, que sería cerca de dos leguas, y subió en
  un montecillo por descubrir algo de la tierra, y no pudo ver nada por las
  grandes arboledas, las cuales eran muy frescas, odoríferas, por lo cual dicen
  no tener duda que no haya hierbas aromáticas. Dice que todo era tan hermoso
  lo que veía, que no podía cansar los ojos de ver tanta lindeza y los cantos
  de las aves y pajaritos. Vinieron en aquel día muchas almadías o canoas a los
  navíos a rescatar cosas de algodón hilado y redes en que dormían, que son
  hamacas. 
Domingo,
  4 de noviembre 
Luego,
  en amaneciendo, entró el Almirante en la barca, y salió a tierra a cazar de
  las aves que el día antes había visto. Después de vuelto, vino a él Martín
  Alonso Pinzón con dos 
pedazos
  de canela, y dijo que un portugués que tenía en su navío había visto a un
  indio que traía dos manojos de ella muy grandes, pero que no se la osó
  rescatar por la pena que el Almirante tenía puesta que nadie rescatase. Decía
  más: que aquel indio traía unas cosas bermejas como nueces. El contramaestre
  de la Pinta dijo que había hallado árboles de canela. Fue el Almirante luego
  allá y halló que no eran. Mostró el Almirante a unos indios de allí canela y
  pimienta -parece que de la que llevaba de Castilla para muestra- y
  conociéronla, dice que, y dijeron por señas que cerca de allí había mucho de
  aquello al camino del Sudeste. Mostróles oro y perlas, y respondieron ciertos
  viejos que en un lugar que llamaron Bohío había infinito y que lo traían al
  cuello y a las orejas y a los brazos y a las piernas, y también perlas.
  Entendió más: que decían que había naos grandes y mercaderías, y todo esto
  era al Sudeste. Entendió también que lejos de allí había hombres de un ojo y
  otros con hocicos de perros que comían los hombres y que en tomando uno lo
  degollaban y le bebían su sangre y le cortaban su natura. Determinó de volver
  a la nao el Almirante a esperar los dos hombres que había enviado para
  determinar de partirse a buscar aquellas tierras, si no trajesen aquéllos
  alguna buena nueva de lo que deseaban. Dice más el Almirante: «Esta gente es
  muy mansa y muy temerosa, desnuda como dicho tengo, sin armas y sin ley.
  Estas tierras son muy fértiles: ellos las tienen llenas de mames, que son
  como zanahorias, que tienen sabor de castañas, y tienen faxones y habas muy
  diversas de las nuestras y mucho algodón, el cual no siembran, y nacen por
  los montes árboles grandes, y creo que en todo tiempo lo hay para coger,
  porque vi los cogujos abiertos y otros que se abrían y flores todo en un
  árbol, y otras mil maneras de frutas que me no es posible escribir; y todo
  debe ser cosa provechosa.» Todo esto dice el Almirante. 
Lunes,
  5 de noviembre 
En
  amaneciendo mandó poner la nao a monte y los otros navíos, pero no todos
  juntos, sino que quedasen siempre dos en el lugar donde estaban, por la
  seguridad, aunque dice que aquella gente era muy segura y sin temor se
  pudieran poner todos los navíos juntos en monte. Estando así vino el contramaestre
  de la Niña a pedir albricias al Almirante porque había hallado almáciga, mas
  no traía la muestra porque se le había caído. Prometióselas el Almirante y
  envió a Rodrigo Sánchez y a Maestre Diego a los árboles y trajeron un poco de
  ella, la cual guardó para llevar a los Reyes y también del árbol; y dice que
  se conoció que era almáciga, aunque se ha de coger a sus tiempos, y que había
  en aquella comarca para sacar mil quintales cada año. Halló dice que allí
  mucho de aquel palo que le pareció liñáloe. Dice más, que aquel puerto de
  Mares es de los mejores del mundo y mejores aires y más mansa gente, y porque
  tiene un cabo de peña altillo se puede hacer una fortaleza, para que si
  aquello saliese rico y cosa grande estarían allí los mercaderes seguros de cualquiera
  otras nacienes. Y dice: «Nuestro Señor, en cuyas manos están todas las
  victorias, aderezca todo lo que fuere a su servicio.» Dice que dijo un indio
  por señas que el almáciga era buena para cuando les dolía el estómago. 
Martes,
  6 de noviembre 
Ayer en
  la noche, dice el Almirante, vinieron los dos hombres que había enviado a ver
  a la tierra dentro, y le dijeron cómo habían andado doce leguas que había
  hasta una población de cincuenta casas, donde dice que había mil vecinos,
  porque viven muchos en una casa. Estas casas son de manera de alfaneques
  grandísimos. Dijeron que los habían recibido con gran solemnidad, según su
  costumbre, y todos, así hombres como mujeres, los venían a ver, y
  aposentáronlos en las mejores casas; los cuales los tocaban y les besaban las
  manos y los pies, maravillándose y creyendo que venían del cielo, y así se lo
  daban a entender. Dábanles de comer de lo que tenían. Dijeron que en llegando
  los llevaron de brazos los más honrados del pueblo a la casa principal, y
  diéronles dos sillas en que se asentaron, y ellos todos se asentaron en el
  suelo en derredor de ellos. El indio que con ellos iba les notificó la manera
  de vivir de los cristianos y cómo eran buena gente. Después, saliéronse los
  hombres y entraron las mujeres, y sentáronse de la misma manera en derredor
  de ellos, besándoles las manos y los pies, atentándolos si eran de carne y de
  hueso como ellos. Rogábanles que se estuviesen allí con ellos al menos por
  cinco días. Mostraron la canela y pimienta y otras especias que el Almirante
  les había dado, y dijéronles por señas que mucha de ella había cerca de allí
  al Sudeste; pero que en allí no sabían si la había. Visto cómo no tenían
  recaudo de ciudades, se volvieron, y que si quisieran dar lugar a los que con
  ellos se querían venir, que más de quinientos hombres y mujeres vinieran con
  ellos, porque pensaban que se volvían al cielo. Vino empero, con ellos, un
  principal del pueblo y un su hijo y un hombre suyo. Habló con ellos el
  Almirante, hízoles mucha honra, señaló muchas tierras e islas que había en
  aquellas partes, pensó de traerlos a los Reyes, y dice que no supo qué se le
  antojó; parece que de miedo, y de noche oscuro quisose ir a tierra. Y el
  Almirante dice que porque tenía la nao en seco en tierra, no le queriendo
  enojar, le dejó ir, diciendo que en amaneciendo tornaría; el cual nunca tomó.
  Hallaron los dos cristianos por el camino mucha gente que atravesaba a sus
  pueblos, mujeres y hombres, con un tizón en la mano, hierbas para tomar sus
  sahumerios que acostumbra. No hallaron población por el camino de más de
  cinco casas, y todas les hacían el mismo acatamiento. Vieron muchas maneras
  de árboles e hierbas y flores odoríferas. Vieron aves de muchas maneras
  diversas de las de España, salvo perdices y ruiseñores que cantaban y ánsares,
  y de esto hay allí harto; bestias de cuatro pies no vieron, salvo perros que
  no ladraban La tierra muy fértil y muy labrada de aquellos mames y faxoes y
  habas muy diversas de las nuestras; eso mismo panizo y mucha cantidad de
  algodón cogido e hilado y obrado, y que en una sola casa habían visto más de
  quinientas arrobas y que se pudiera haber allí cada año cuatro mil quintales.
  Dice el Almirante que le parecía que no lo sembraban y que da fruto todo el
  año: es muy fino, tiene el capullo muy grande. Todo lo que aquella gente
  tenía dice que daba por muy vil precio, y que una gran espuerta de algodón
  daba por cabo de agujeta u otra cosa que se le dé. Son gente, dice el
  Almirante, muy sin mal ni guerra: desnudos todos, hombres y mujeres, como su
  madre los parió. Verdad es que las mujeres traen una cosa de algodón
  solamente tan grande que les cobija su natura y no más, y son ellas de muy
  buen acatamiento, ni muy negras, salvo menos que canarias. «Tengo por dicho,
  serenísimos Príncipes -dice el Almirante- que sabiendo la lengua dispuesta
  suya personas devotas religiosas, que luego todos se tornarían cristianos; y
  así espero en Nuestro Señor que Vuestras Altezas se determinarán a ello con
  mucha diligencia para tornar a la Iglesia tan grandes pueblos, y los convertirán,
  así como han destruido aquellos que no quisieron confesar el Padre y el Hijo
  y el Espíritu Santo; y después de sus días, que todos somos mortales, dejarán
  sus reinos en muy tranquilo estado y limpios de herejía y maldad, y serán
  bien recibidos delante del Eterno Criador, al cual plega de les dar larga
  vida y acrecentamiento grande de mayores reinos y señoríos y voluntad y
  disposición para acrecentar la santa religión cristiana, así como hasta aquí
  tienen hecho, amén. Hoy tiré la nao de monte y me despacho para partir el
  jueves en nombre de Dios e ir al Sudeste a buscar del oro y especierías y
  descubrir tierra.» Estas todas son palabras del Almirante, el cual pensó
  partir el jueves; pero porque le hizo el viento contrario no pudo partir
  hasta doce días de noviembre. 
Lunes,
  12 de noviembre 
Partió
  del puerto y río de Mares al rendir del cuarto de alba para ir a una isla que
  mucho afirmaban los indios que traía, que se llamaba Babeque, adonde, según
  dicen por señas, que la gente de ella coge el oro con candelas de noche en la
  playa, y después con martillo dice que hacían vergas de ello, y para ir a
  ella era menester poner la proa al Este cuarta del Sudeste. Después de haber
  andado ocho leguas por la costa delante, halló un río que parecía muy
  caudaloso y mayor que ninguno de los otros que había hallado. No se quiso
  detener ni entrar en algunos de ellos por dos respectos: el uno y principal
  porque el tiempo y viento era bueno para ir en demanda de la dicha isla de
  Babeque; el otro, porque si en él hubiera alguna populosa o famosa ciudad
  cerca de la mar se pareciera, y para ir por el río arriba era menester navíos
  pequeños, lo que no eran los que llevaban; y así se perdiera también mucho
  tiempo, y los semejantes ríos son cosa para descubrirse por sí. Toda aquella
  costa era poblada mayormente cerca del río, a quien puso por nombre el río
  del Sol. Dijo que el domingo antes, 11 de noviembre, le había parecido que
  fuera bien tomar algunas personas de las de aquel río para llevar a los Reyes
  porque aprendieran nuestra lengua, para saber lo que hay en la tierra y
  porque volviendo sean lenguas de los cristianos y tomen nuestras costumbres y
  las cosas de la Fe, «porque yo vi y conozco -dice el Almirante- que esta
  gente no tiene secta ninguna ni son idólatras, salvo muy mansos y sin saber
  qué sea mal ni matar a otros ni prender, y sin armas y tan temerosos que a
  una persona de los nuestros huyen ciento de ellos, aunque burlen con ellos, y
  crédulos y conocedores que hay Dios en el cielo, y firmes que nosotros
  habemos venido del cielo, y muy presto a cualquiera oración que nos les
  digamos que digan y hacen el señal de la cruz. Así que deben Vuestras Altezas
  determinarse a los hacer cristianos, que creo que si comienzan, en poco
  tiempo acabarán de los haber convertido a nuestra Santa Fe multidumbre de
  pueblos, y cobrando grandes señoríos y riqueza y todos sus pueblos de la
  España, porque sin duda es en estas tierras grandísimas sumas de oro, que no
  sin causa dicen estos indios que yo traigo, que hay en estas islas lugares adonde
  cavan el oro y lo traen al pescuezo, a las orejas y a los brazos y a las
  piernas, y son manillas muy gruesas, y también hay piedras y hay perlas
  preciosas e infinitas especierías; y en este río de Mares, de donde partí
  esta noche, sin duda hay grandísima cantidad de almáciga y mayor si mayor se
  quisiere hacer, porque los mismos árboles plantándolos prenden de ligero y
  hay muchos y muy grandes y tienen la hoja como lentisco y el fruto, salvo que
  es mayor, así los árboles como la hoja, como dice Plinio, y yo he visto en la
  isla de Xío, en el Archipiélago, y mandé sangrar muchos de estos árboles para
  ver si echarían resma para traer, y como haya siempre llovido el tiempo que
  yo he estado en el dicho río, no he podido haber de ella, salvo muy poquita
  que traigo a Vuestras Altezas, y también puede ser que conviene al tiempo que
  los árboles comienzan a salir del invierno y quieren echar la flor; y acá ya
  tienen el fruto casi maduro ahora. Y también aquí se habría grande suma de
  algodón y creo que se vendería muy bien acá sin le llevar a España, salvo a
  las grandes ciudades del Gran Can que se des cubrirán sin duda y otras muchas
  de otros señores que habrán en dicha servir a Vuestras Altezas, y adonde se
  les darán de otras cosas de España y de las tierras de Oriente, pues éstas
  son a nos en Poniente. Y aquí hay también infinito liñáloe, aunque no es cosa
  para hacer gran caudal, mas del almáciga es de entender bien, porque no la
  hay salvo en dicha isla de Xío, y creo que sacan de ello bien cincuenta mil
  ducados, si mal no me acuerdo. Y hay aquí, en la boca de dicho río, el mejor
  puerto que hasta hoy vi, limpio y ancho y hondo y buen lugar y asiento para
  hacer una villa y fuerte, y que cualesquier navíos se puedan llegar el bordo
  a los muros, y tierra muy temperada y alta y muy buenas aguas. Así que ayer
  vino a bordo de la nao una almadía con seis mancebos, y los cinco entraron en
  la nao; estos mandé detener y los traigo. Y después envié a una casa que es
  de la parte del río del Poniente, y trajeron siete cabezas de mujeres entre
  chicas y grandes y tres niños. Esto hice porque mejor se comportan los
  hombres en España habiendo mujeres de su tierra que sin ellas, porque ya
  otras muchas veces se acaeció traer los hombres de Guinea para que
  aprendiesen la lengua en Portugal, y después que volvían y pensaban de se
  aprovechar de ellos en su tierra por la buena compañía que les había hecho y
  dádivas que se les había dado, en llegando en tierra jamás parecían. Otros no
  lo hacían así. Así que, teniendo sus mujeres, tendrán ganas de negociar lo
  que se les encargare, y también estas mujeres mucho enseñarán a los nuestros
  su lengua, la cual es toda una en todas estas islas de India, y todos se
  entienden y todas las andan con sus almadías, lo que no han en Guinea, adonde
  es mil maneras de lenguas que la una no entiende la otra. Esta noche vino a
  bordo en una almadía el marido de una de estas mujeres y padre de tres hijos,
  un macho y dos hembras, y dijo que yo le dejase venir con ellos, y a mí me
  aplogó mucho, y quedan ahora todos consolados con el que deben todos ser
  parientes, y él es ya hombre de cuarenta y cinco años.» Todas estas palabras
  son formales del Almirante. Dice también arriba que hacía algún frío, y por
  esto que no le fuera buen consejo en invierno navegar al Norte para descubrir.
  Navegó este lunes, hasta el sol puesto, dieciocho leguas al Este cuarta del
  Sudeste hasta un cabo, al que puso por nombre el Cabo de Cuba. 
Martes,
  13 de noviembre 
Esta
  noche toda estuvo a la corda, como dicen los marineros, que es andar
  barloventeando y no andar nada, por ver un abra, que es una abertura de
  sierras como entre sierra y sierra, que le comenzó a ver al poner del sol,
  adonde se mostraban dos grandísimas montañas, y parecía que se apartaba la
  tierra de Cuba con aquella de Bohío, y esto decían los indios que consigo
  llevaban, por señas. Venido el día claro, dio las velas sobre la tierra y
  pasó una punta que le pareció anoche obra de dos leguas, y entró en un grande
  golfo, cinco leguas al Sursudoeste, y le quedaban otras cinco para llegar al
  cabo adonde, en medio de dos grandes montes, hacía un degollado, el cual no
  pudo determinar si era entrada de mar. Y porque deseaba ir a la isla que
  llamaban Babeque, adonde tenía nueva, según él entendía, que había mucho oro,
  la cual isla le salía al Este, como no vio alguna grande población para
  ponerse al rigor del viento que le crecía más que nunca hasta allí, acordó de
  hacerse a la mar y andar al Este con el viento que era Norte; y andaba ocho
  millas cada hora, y desde las diez del día que tomó aquella derrota hasta el
  poner del sol anduvo cincuenta y seis millas, que son catorce leguas al Este,
  desde el Cabo de Cuba. Y de la otra tierra del Bohío que le quedaba a
  sotaviento comenzando del cabo del sobredicho golfo, descubrió a su parecer
  ochenta millas, que son veinte leguas, y corriase toda aquella costa Essueste
  y Oesnoroeste. 
Miércoles,
  14 de noviembre 
Toda la
  noche de ayer anduvo al reparo y barloventeando (porque decía que no era
  razón de navegar entre aquellas islas de noche hasta que las hubiese
  descubierto), porque los indios que traía le dijeron ayer martes que habría
  tres jornadas desde el río de Mares hasta la isla de Babeque, que se debe
  entender jornadas de sus almadías, que pueden andar siete leguas, y el viento
  también le escaseaba, y habiendo de ir al Este no podía sino a la cuarta del
  Sudeste, y por otros inconvenientes que allí refiere se hubo de detener hasta
  la mañana. Al salir del sol determinó de ir a buscar puerto, porque de Norte
  se había mudado el viento al Nordeste, y si puerto no hallara fuérale
  necesario volver atrás a los puertos que dejaba en la isla de Cuba. Llegó a
  tierra habiendo andado aquella noche veinticuatro millas al Este cuarta del
  Sudeste. Anduvo al Sur... millas hasta tierra, adonde vio muchas entradas y
  muchas isletas y puertos, y porque el viento era mucho y la mar muy alterada
  no osó acometer a entrar; antes corrió por la costa al Noroeste cuarta del
  Oeste, mirando si había puerto, y vio que había muchos, pero no muy claros.
  Después de haber andado así sesenta y cuatro millas halló una entrada muy
  honda, ancha un cuarto de muía, y buen puerto y río, donde entró y puso la
  popa al Sursudoeste y después al Sur hasta llegar al Sudeste, todo de buena
  anchura y muy hondo, donde vio tantas islas que no las pudo contar todas, de
  buena grandeza y muy altas tierras llenas de diversos árboles de mil maneras
  e infinitas palmas. Maravillóse en gran manera al ver tantas islas y tan
  altas, y certifica a los Reyes que las montañas que desde anteayer ha visto
  por estas costas y las de estas islas que le parece que no las hay más altas
  en el mundo ni tan hermosas y claras, sin niebla ni nieve, y al pie de ellas
  grandísimo fondo; y dice que cree que estas islas son aquellas innumerables
  que en los mapamundos en fin de Oriente se ponen. Y dijo que creía que había
  grandísimas riquezas y piedras preciosas y especiería en ellas, y que duran
  muy mucho al Sur y se ensanchan a toda parte. Púsoles nombre la mar de
  Nuestra Señora, y al puerto que está cerca de la boca de la entrada de las
  dichas islas puso puerto del Príncipe, en el cual no entró, mas de verlo
  desde fuera hasta otra vuelta que dio el sábado de la semana venidera, como
  allí aparecerá. Dice tantas y tales cosas de la fertilidad y hermosura y
  altura de estas islas que hailó en este puerto, que dice a los Reyes que no
  se maravillen de encarecerías tanto, porque les certifica que cree que no
  dice la centésima parte: algunas de ellas que parecía que llegan al cielo y
  hechas como puntas de diamantes; otras que sobre su gran altura tienen encima
  como una mesa y al pie de ellas fondo grandísimo, que podrá llegar a ellas
  una grandísima carraca todas llenas de arboledas y sin peñas. 
Jueves,
  15 de noviembre 
Acordó
  de andarías estas islas con las barcas de los navíos, y dice maravillas de
  ellas y que halió almáciga e infinito liñáloe, y algunas de ellas eran
  labradas de las raíces de que hacen su pan los indios, y halló haber
  encendido fuego en algunos lugares. Agua dulce no vio; gente había alguna y
  huyeron. En todo lo que anduvo halló fondo de quince y dieciséis brazas, y
  todo basa, que quiere decir que el suelo de abajo es arena y no peñas, lo que
  mucho desean los marineros, porque las peñas cortan los cables de las anclas
  de las naos. 
Viernes,
  16 de noviembre 
Porque
  en todas las partes, islas y tierras donde entraba dejaba siempre puesta una
  cruz, entró en la barca y fue a la boca de aquellos puertos y en una punta de
  la tierra halló dos maderos muy grandes, uno más largo que el otro y el uno
  sobre el otro hechos una cruz, que dice que un carpintero no los pudiera
  poner más proporcionados; y, adorada aquella cruz, mandó hacer de los mismos
  maderos una muy grande y alta cruz. Halló cañas por aquella playa que no
  sabía dónde nacían, y creía que las traería algún río y las echaba a la
  playa, y tenía en esto razón. Fue a una caía dentro de la entrada del puerto
  de la parte del sudeste (caía es una entrada angosta que entra el agua del
  mar en la tierra): allí hacía un alto de piedra y peña como cabo y al pie de
  él era muy hondo, que la mayor carraca del mundo pudiera poner el bordo en
  tierra, y había un lugar o rincón donde podían estar seis navíos sin anclas
  como en una caía. Parecióle que se podía hacer allí una fortaleza a poca
  costa, si en algún tiempo en aquella mar de islas resultase algún rescate
  famoso. Volviéndose a la nao, halló los indios que consigo traía que pescaban
  caracoles muy grandes que en aquellas mares hay, e hizo entrar la gente allí
  y buscar si había nácaras, que son las ostras donde se crían las perlas, y
  hallaron muchas, pero no perlas, y atribuyó a que no debía de ser el tiempo
  de ellas; que creía él que era por mayo y junio. Hallaron los marineros un
  animal que parecía taso o taxo. Pescaron también con redes y hallaron un pez,
  entre otros muchos, que parecía un propio puerco, no como tonina, el cual
  dice que era todo concha muy tiesta y no tenía cosa blanda sino la cola y los
  ojos, y un agujero debajo de ella para expeler sus superfluidades. Mandólo
  salar para llevarlo que viesen los Reyes 
Sábado,
  17 de noviembre 
Entró
  en la barca por la mañana y fue a ver las islas que no había visto por la
  banda del Sudoeste. Vio muchas otras y muy fértiles y muy graciosas, y entre
  medio de ellas muy gran fondo: algunas de ellas dividían arroyos de agua
  dulce, y creía que aquella agua y arroyos salían de algunas fuentes que
  manaban en los altos de las sierras de las islas. De aquí yendo adelante,
  halló una ribera de agua muy hermosa y dulce, y salía muy fría por lo enjuto
  de ella: había un prado muy lindo y palmas muchas y altísimas más que las que
  había visto. Halló nueces grandes de las de India, creo que dice, y ratones
  grandes de los de India también y cangrejos grandísimos. Aves vio muchas y
  olor vehemente de almizque, y creyó que lo debía de haber allí. Este día, de
  seis mancebos que tomó en el río de Mares, que mandó que fuesen en la
  carabela Niña, se huyeron los dos más viejos. 
Domingo,
  18 de noviembre 
Salió
  en las barcas otra vez con mucha gente de los navíos y fue a poner la gran
  cruz que había mandado hacer de los dichos dos maderos a la boca de la
  entrada de dicho puerto del Príncipe, en un lugar vistoso y descubierto de
  árboles: ella muy alta y muy hermosa vista. Dice que la mar crece y descrece
  allí mucho más que en otro puerto de lo que por aquella tierra haya visto, y
  que no es más maravilla por las muchas islas, y que la marea es al revés de
  las nuestras, porque allí la luna al Sudoeste cuarta del Sur es bajamar en
  aquel puerto. No partió de aquí por ser domingo. 
Lunes,
  19 de noviembre 
Partió
  antes que el sol saliese y con calma; y después al medio día ventó algo el
  Este y navegó al Nornordeste. Al poner del sol le quedaba el puerto del
  Príncipe al Sursudoeste, y estaría de él siete leguas. Vio la isla de Babeque
  al Este justo, de la cual estaría sesenta millas. Navegó toda esta noche al
  Nordeste escaso, andaría sesenta millas y hasta las diez del día martes otras
  doce, que son por todas diez y ocho leguas, y al Nordeste cuarta del Norte. 
Martes,
  20 de noviembre 
Quedábanle
  el Babeque o las islas del Babeque al Essueste, de donde salía el viento que
  llevaba contrario. Y viendo que no se mudaba y la mar se alteraba, determinó
  de dar la vuelta al puerto del Príncipe, de donde había salido, que le
  quedaba veinticinco leguas. No quiso ir a la isleta que llamó Isabela, que le
  estaba doce leguas, que pudiera ir a surgir aquel día, por dos razones. La
  una porque vio dos islas al Sur: las quería ver; la otra porque los indios
  que traía, que había tomado en Guanahaní, que llamó San Salvador, que estaba
  a ocho leguas de aquella Isabela, no se le fuesen, de los cuales dice que
  tiene necesidad y por traerlos a Castilla, etc. Tenían dice que entendido que
  en hallando oro los había el Almirante de dejar tornar a su tierra. Llegó en
  paraje del puerto del Príncipe; pero no lo pudo tomar, porque era de noche y
  porque le decayeron las corrientes al Noroeste. Tomó a dar la vuelta y puso
  la proa al Nordeste con viento recio; amansó y mudóse el viento al tercero
  cuarto de la noche, puso la proa en el Este cuarta del Nordeste: el viento
  era Sursudeste y mudóse al alba de todo en Sur, y tocaba en el Sudeste.
  Salido el sol marcó el puerto del Príncipe, y quedábale al Sudoeste y casi a
  la cuarta del Oeste, y estaría de él a cuarenta y ocho millas, que son doce
  leguas. 
Miércoles,
  21 de noviembre 
Al sol
  salido navegó al Este con viento Sur; anduvo poco por la mar contraria. Hasta
  horas de vísperas hubo andado veinticuatro millas. Después se mudó el viento
  al Este y anduvo al Sur cuarta del Sudeste, y al poner del sol había andado
  doce millas. Allí se halló el Almirante en cuarenta y dos grados de la línea
  equinoccial a la parte del Norte, como en el puerto de Mares; pero aquí dice
  que tiene suspenso el cuadrante hasta llegar a tierra que lo adobe 118 Por manera
  que le parecía que no debía distar tanto, y tenía razón, porque no era
  posible como no estén estas islas sino en... 119 grados. Para creer que el
  cuadrante andaba bueno le movía ver dice que el Norte tan alto como en
  Castilla, y si esto es verdad mucho allegado y alto andaba con la Florida;
  pero ¿dónde están luego ahora estas islas que entre manos traía? Ayudaba a
  esto que hacia dice que gran calor; pero claro es que si estuviera en la
  costa de Florida que no hubiera calor sino frío. Y es también manifiesto que
  en cuarenta y dos grados en ninguna parte de la tierra se cree hacer calor, y
  si no fuese por alguna causa de per accidens, lo que hasta hoy no creo yo que
  se sabe. Por este calor que allí el Almirante dice que padecía, arguye que en
  estas Indias y por allí donde andaba debía de haber mucho oro. Este día se
  apartó Martín Alonso Pinzón con la carabela Pinta, sin obediencia y voluntad
  del Almirante, por codicia, dice que pensando que un indio que el Almirante
  había mandado poner en aquella carabela le había de dar mucho oro, y así se
  fue sin esperar, sin causa de mal tiempo, sino porque quiso. Y dice aquí el
  Almirante: «otras muchas me tiene hecho y dicho» 
Jueves,
  22 de noviembre 
Miércoles
  en la noche navegó al Sur cuarta del Sudeste con el viento Este, y era casi
  calma. Al tercer cuarto ventó Nornordeste. Todavía iba al Sur por ver aquella
  tierra que por allí le quedaba, y cuando salió el sol se halló tan lejos como
  el día pasado por las corrientes contrarias, y quedábale la tierra a cuarenta
  millas. Esta noche Martín Alonso siguió el camino del Este para ir a la isla
  de Babeque, donde dicen los indios que hay mucho oro, el cual iba a vista del
  Almirante, y habría hasta él dieciséis millas. Anduvo el Almirante toda la
  noche la vuelta de tierra e hizo tomar algunas de las velas y tener farol
  toda la noche, porque le pareció que venía hacia él, y la noche hizo muy
  clara y el vientecillo bueno para venir a él. 
Viernes,
  23 de noviembre 
Navegó
  el Almirante todo el día hacia la tierra, al Sur siempre, con poco viento, y
  la corriente nunca le dejó llegar a ella, antes estaba hoy tan lejos de ella
  al poner del sol como en la mañana. El viento era Esnordeste y razonable para
  ir al Sur, sino que era poco; y sobre este cabo encabalga otra tierra o cabo
  que va también al Este, a quien aquellos indios que llevaba llamaban Bohío,
  la cual decían que era muy grande y que había en ella gente que tenía un ojo
  en la frente, y otros que se llamaban caníbales, a quien mostraban tener gran
  miedo. Y desde que vieron que lleva este camino, dice que no podían hablar,
  porque los comían y que son gente muy armada. El Almirante dice que bien cree
  que había algo de ello, mas que, pues eran armados, serían gente de razón, y
  creía que habrían cautivado algunos y que porque no volvían dirían que los
  comían. Lo mismo creían de los cristianos y del Almirante al principio que
  algunos los vieron. 
Sábado,
  24 de noviembre 
Navegó
  aquella noche toda, y a la hora de tercia del día tomó la tierra sobre la
  isla Llana, en aquel mismo lugar donde había arribado la semana pasada cuando
  iba a la isla de Babeque. Al principio no osó llegar a la tierra, porque le
  parecía que aquella abra de sierras rompía la mar mucho en ella. Y en fin
  llegó a la mar de Nuestra Señora, donde había las muchas islas, y entró en el
  puerto que está junto a la boca de la entrada de las islas, y dice que si él
  antes supiera este puerto y no se ocupara en ver las islas de la mar de
  Nuestra Señora, no le fuera necesario volver atrás, aunque dice que lo da por
  bien empleado por haber visto las dichas islas. Así que llegando a tierra
  envió la barca y tentó el puerto y halló muy buena barra, honda de seis
  brazas hasta veinte y limpio, todo basa. Entró en él, poniendo la proa al
  Sudoeste y después volviendo al Oeste, quedando la isla Llana de la parte del
  Norte, la cual, con otra su vecina, hacen una laguna de mar en que cabrían
  todas las naos de España y podían estar seguras, sin amarras, de todos los
  vientos. Y esta entrada de la parte del Sudeste, que se entra poniendo la
  proa al Sursudoeste, tiene la salida al Oeste muy honda y muy ancha; así que
  se puede pasar entremedio de las dichas islas; y por conocimiento de ellas a
  quien viniese de la mar de la parte del Norte, que es su travesía de esta
  costa, están las dichas islas al pie de una grande montaña que es su longura
  de Este Oeste, y es harto luenga y más alta y luenga que ninguna de todas las
  otras que están en esta costa, adonde hay infinitas; y hace fuera una
  restinga al luengo de la dicha montaña como un banco que llega hasta la
  entrada. Todo esto de la parte del Sudeste, y también de la parte de la isla
  Llana hace otra restinga, aunque ésta es pequeña, y así entremedias de ambas
  hay grande anchura y fondo grande, como dicho es. Luego a la entrada, a la
  parte del Sudeste, dentro en el mismo puerto, vieron un río grande y muy
  hermoso y de más agua que hasta entonces habían visto, y que venía el agua
  dulce hasta la mar. A la entrada tiene un banco, mas después adentro es muy
  hondo de ocho y nueve brazas. Está todo lleno de palmas y de muchas arboledas
  como los otros. 
Domingo,
  25 de noviembre 
Antes
  del sol salido entró en la barca y fue a ver un cabo o punta de tierra al
  Sudeste de la isleta Llana, obra de una legua y media, porque le parecía que
  había de haber algún río bueno. Luego, a la entrada del cabo de la parte del
  Sudeste, andando dos tiros de ballesta, vio venir un grande arroyo de muy
  linda agua que descendía de una montaña abajo y hacía gran ruido. Fue al río
  y vio en él unas piedras relucir, con unas manchas en ellas de color de oro,
  y acordándose que en el río Tejo, al pie de él, junto a la mar, se halla oro,
  y parecióle que cierto debía tener oro, y mandó coger ciertas de aquellas
  piedras para llevar a los Reyes. Estando así dan voces los mozos grumetes,
  diciendo que veían pinales Miró por la sierra y viólos tan grandes y
  maravillosos que no podía encarecer su altura y derechura como husos gordos y
  delgados, donde conoció que se podían hacer navíos e infinita tablazón y
  mástiles para las mayores naos de España. Vio robles y madroños, y un buen
  río y aparejo para hacer sierras de agua. La tierra y los aires más templados
  que hasta allí, por la altura y hermosura de las sierras. Vio por la playa
  muchas otras piedras de color de hierro, y otras que decían algunos que eran
  Ininas de plata, todas las cuales trae el río. Allí cogió una entena y mástil
  para la mesana de la carabela Niña. Llegó a la boca del río y entró en una
  cala al pie de aquel cabo de la parte del Sudeste muy honda y grande, en que
  cabrían cien naos sin alguna amarra ni anclas; y el puerto, que los ojos otro
  tal nunca vieron. Las sierras altísimas, de las cuales descendían muchas
  aguas lindísimas; y todas las sierras llenas de pinos y por todo aquello
  diversísimas y hermosísimas florestas de árboles. Otros dos o tres ríos le
  quedaban atrás. Encarece todo esto en gran manera a los Reyes y muestra haber
  recibido de verlo, y mayormente los pinos, inestimable alegría y gozo, porque
  se podían hacer allí cuantos navíos desearen, trayendo los aderezos, si no
  fuere madera y pez, que allí se hará harta; y afirma no encarecerlo la
  centésima parte de lo que es, y que plugo a Nuestro Señor de le mostrar
  siempre una cosa mejor que otra, y siempre en lo que hasta aquí había
  descubierto iba de bien en mejor, así en las tierras y arboledas y hierbas y
  frutos y flores como en las gentes, y siempre de diversa manera, y así en un
  lugar como en otro, lo mismo en los puertos y en las aguas. Y finalmente dice
  que, cuando el que lo ve le es tanta la admiración, cuánto más será a quien lo
  oyere, y que nadie lo podrá creer si no lo viere. 
Lunes,
  26 de noviembre 
Al
  salir el sol levantó las anclas del puerto de Santa Catalina, adonde estaba
  dentro de la isla Llana, y navegó de luengo de la costa con poco viento
  Sudoeste al camino del Cabo del Pico, que era al Sudeste. Llegó al Cabo
  tarde, porque le calmó el viento, y, llegado, vio al Sudeste cuarta del Este
  otro cabo que estaría de él sesenta millas, y de allí vio otro cabo que
  estaría hacia el navío al Sudeste cuarta del Sur, y parecióle que estaría de
  él veinte millas, al cual puso nombre el Cabo de Campana, al cual no pudo
  llegar de día porque le tornó a calmar del todo el viento. Andaría en todo
  aquel día treinta y dos millas, que son ocho leguas; dentro de las cuales
  notó y marcó nueve puertos muy señalados, los cuales todos los marineros
  hacían maravillas, y cinco ríos grandes, porque iba siempre junto con tierra
  para verlo bien todo. Toda aquella tierra es montañas altísimas muy hermosas,
  y no secas ni de peñas sino todas andables y valles hermosísimos. Y así los
  valles como las montañas eran llenos de árboles altos y frescos, que es
  gloria mirarlos, y parecía que eran muchos pinales. Y también detrás del
  dicho Cabo del Pico, de la parte del Sudeste, están dos isletas que tendrán
  cada una en cerco dos leguas y dentro de ellas tres maravillosos puertos y
  dos grandes ríos. En toda esta costa no vio poblado ninguno desde la mar;
  podría ser haberlo, y hay señales de ello, porque donde quiera que saltaban
  en tierra hallaban señales de haber gente y fuegos muchos. Estimaba que la
  tierra que hoy vio de la parte Sudeste del Cabo de Campana era la isla que
  llamaban los indios Bohío: parécelo porque el dicho cabo está apartado de
  aquella tierra. Toda la gente que hasta hoy ha hallado dice que tiene grandísimo
  temor de los Caniba o Canima, y dicen que viven en esta isla de Bohío, la
  cual debe ser muy grande, según le parece y cree que van a tomar a aquellos a
  sus tierras y casas, como sean muy cobardes y no saber de armas. Y a esta
  causa le parecía que aquellos indios que traía no suelen poblarse a la costa
  de la mar, por ser vecinos a esta tierra, los cuales dice que después que le
  vieron tomar la vuelta de esta tierra no podían hablar temiendo que los
  habían de comer, y no les podía quitar el temor, y decían que no tenían sino
  un ojo y la cara de perro, y creía el Almirante que mentían, y sentía el
  Almirante que debían de ser del señorío del Gran Can, que los cautivaban. 
Martes,
  27 de noviembre 
Ayer al
  poner del sol llegó cerca de un cabo, que llamó Campana, y porque el cielo
  claro y el viento poco no quiso ir a tierra a surgir, aunque tenía de
  sotavento cinco o seis puertos maravillosos, porque se detenía más de lo que
  quería por el apetito y deleitación que tenía y recibía de ver y mirar la
  hermosura y frescura de aquellas tierras donde quiera que entraba, y por no
  se tardar en proseguir lo que pretendía. Por estas razones se tuvo aquella
  noche a la corda y temporejar hasta el día. Y porque los aguajes y corrientes
  lo habían echado aquella noche más de cinco o seis leguas al Sudeste adelante
  de donde había anochecido y le había parecido la tierra de Campana; y allende
  aquel cabo parecía una grande entrada que mostraba dividir una tierra de otra
  y hacía como isla en medio, acordó volver atrás con viento Sudoeste, y vino
  adonde le había parecido la abertura, y halló que no era sino una grande
  bahía, y al cabo de ella, de la parte del Sudeste, un cabo, en el cual hay
  una montaña alta y cuadrada que parecía isla. Saltó el viento en el Norte y
  tomó a tomar la vuelta del Sudeste, por correr la costa y descubrir todo lo
  que allí hubiese. Y vio luego al pie de aquel Cabo de Campana un puerto
  maravilloso y un gran río, y de allí a un cuarto de legua otro río, y de allí
  a media legua otro río, y dende a media legua otro río, y dende a otra otro
  río, y dende a otro cuarto, otro río, y dende a otra legua otro río grande,
  desde el cual hasta el Cabo de Campana habría veinte millas, y le quedaban al
  Sudeste. Y los más de estos ríos tenían grandes entradas y anchas y limpias,
  con sus puertos maravillosos para naos grandísimas, sin bancos de arena ni de
  peña ni restingas. Viniendo así por la costa a la parte del Sudeste del dicho
  postrero río halló una grande población, la mayor que hasta hoy haya hallado,
  y vio venir infinita gente a la ribera de la mar dando grandes voces, todos
  desnudos, con sus azagayas en la mano. Deseó hablar con ellos y amainó las
  velas, y surgió y envió las barcas de la nao y de la carabela por manera
  ordenados que no hiciesen daño alguno a los indios ni lo recibiesen, mandando
  que les diesen algunas cosillas de aquellos rescates. Los indios hicieron
  ademanes de no los dejar saltar en tierra y resistirlos. Y viendo que las
  barcas se allegaban más a tierra y que no les habían miedo, se apartaron de
  la mar. Y creyendo que saliendo dos o tres hombres de las barcas no temieran,
  salieron dos cristianos diciendo que no hubiesen miedo en su lengua, porque
  sabían algo de ella por la conversación de los que traen consigo. En fin,
  dieron todos a huir, que ni grande ni chico quedó. Fueron los tres cristianos
  a las casas, que son de paja y de la hechura de las otras que habían visto, y
  no hallaron a nadie ni cosa en alguna de ellas. Volviéronse a los navíos y
  alzaron velas a mediodía, para ir a un cabo hermoso que quedaba al Este, que
  habría hasta él ocho leguas. Habiendo andado media legua por la misma bahía,
  vio el Almirante a la parte del Sur un singularísimo puerto, y de la parte
  del Sudeste unas tierras hermosas a maravilla, así como una vega montuosa
  dentro en estas montañas, y parecían grandes humos y grandes poblaciones en
  ella, y las tierras muy labradas; por lo cual determinó de se bajar a este
  puerto y probar si podía haber lengua o práctica con ellos, el cual era tal
  que, si a los otros puertos había alabado, éste dice que alababa más con las
  tierras y templanza y comarca de ellas y población. Dice maravillas de la
  lindeza de la tierra y de los árboles, donde hay pinos y palmas, y de la
  grande vega, que aunque no es llana de llano que va al Sursudeste, pero es
  llana de montes llanos y bajos, la más hermosa cosa del mundo, y salen por
  ella muchas riberas de agua que descienden de estas montañas. Después de
  surgida la nao, saltó el Almirante en la barca para sondear el puerto, que es
  como una escudilla; y cuando fue frontero de la boca al Sur halló una entrada
  de un río que tenía de anchura que podía entrar una galera por ella y de tal
  manera que no se veía hasta que se llegase a ella y, entrando por ella tanto
  como longura de la barca tenía cinco brazas y de ocho de hondo. Andando por
  ella fue cosa maravillosa ver las arboledas y frescuras y el agua clarísima y
  las aves y la amenidad, que dice que le parecía que no quisiera salir de
  allí. Iba diciendo a los hombres que llevaba en su compañía que para hacer
  relación a los Reyes de las cosas que veían no bastaran mil lenguas a
  referirlo ni su mano para lo escribir, que le parecía que estaba encantado.
  Deseaba que aquello vieran muchas otras personas prudentes y de crédito, de
  las cuales dice ser cierto que no encarecieran estas cosas menos que él. Dice
  más el Almirante aquí estas palabras: «Cuánto será el beneficio que de aquí
  se puede haber, yo no lo escribo. Es cierto, Señores Príncipes, que donde hay
  tales tierras que debe haber infinitas cosas de provecho, mas yo no me
  detengo en ningún puerto, porque querría ver todas las más tierras que yo
  pudiese para hacer relación de ellas a Vuestras Altezas, y también no sé la
  lengua, y la gente de estas tierras no me entienden, ni yo ni otro que yo
  tenga a ellos. Y estos indios que yo traigo muchas veces les entiendo una
  cosa por otra al contrario, ni fío mucho de ellos, porque muchas veces han
  probado a huir. Mas ahora, placiendo a Nuestro Señor, veré lo más que yo
  pudiere, y poco a poco andaré entendiendo y conociendo y haré enseñar esta
  lengua a personas de mi casa, porque veo que es toda lengua una hasta aquí; y
  después se sabrán los beneficios y se trabajará de hacer todos estos pueblos
  cristianos porque de ligero se hará, porque ellos no tienen secta ninguna ni
  son idólatras, y Vuestras Altezas mandarán hacer en estas partes ciudad y
  fortaleza y se convertirán estas tierras. Y certifico a Vuestras Altezas que
  debajo del sol no me parece que las pueda haber mejores en fertilidad, en
  temperancia de frío y calor, en abundancia de aguas buenas y sanas, y no como
  los ríos de Guinea, que son todos pestilencia, porque, loado Nuestro Señor,
  hasta hoy de toda mi gente no ha habido persona que le haya mal de cabeza ni
  estado en cama por dolencia, salvo un viejo de dolor de piedra, de que él
  estaba toda su vida apasionado, y luego sanó al cabo de dos días. Esto que
  digo es en todos tres navíos. Así que placerá a Dios que Vuestras Altezas
  enviarán acá o vendrán hombres doctos y verán después la verdad de todo. Y
  porque atrás tengo hablado del sitio de villa y fortaleza en el río de Mares,
  por el buen puerto y por la comarca, es cierto que todo es verdad lo que yo
  dije, mas no hay ninguna comparación de allá aquí, ni de la mar de Nuestra
  Señora; porque aquí debe haber infra la tierra grandes poblaciones y gente
  innumerable y cosas de grande provecho, porque aquí y en todo lo otro
  descubierto y tengo esperanza de descubrir antes que yo vaya a Castilla, digo
  que tendrá la cristiandad negociación en ellas, cuanto más la España, a quien
  debe estar sujeto todo. Y digo que Vuestras Altezas no deben consentir que
  aquí trate ni haga pie ningún extranjero, salvo católicos cristianos, pues
  esto fue el fin y el comienzo del propósito, que fuese por acrecentamiento y
  gloria de la religión cristiana, ni venir a estas partes ninguno que no sea
  buen cristiano.» Todas son sus palabras. Subió allí por el río arriba y halló
  unos brazos del río, y, rodeando el puerto, halló a la boca del río estaban
  unas arboledas muy graciosas, como una muy deleitable huerta, y allí halló
  una almadía o canoa, hecha de un madero tan grande como una fusta de doce
  bancos, muy hermosa, varada debajo de una atarazana o ramada hecha de madera
  y cubierta de grandes hojas de palma, por manera que ni el sol ni el agua le
  podían hacer daño. Y dice que allí era el propio lugar para hacer una villa o
  ciudad y fortaleza por el buen puerto, buenas aguas y tierras, buenas
  comarcas y mucha leña. 
Miércoles,
  28 de noviembre 
Estúvose
  en aquel puerto aquel día porque llovía y hacía gran cerrazón, aunque podía
  correr toda la costa con el viento, que era Sudoeste; y fuera a popa, pero
  porque no pudiera ver bien la tierra, y no sabiéndola es peligroso a los
  navíos, no se partió. Salieron a tierra la gente de los navíos y entraron
  algunos de ellos un rato por la tierra adentro a lavar su ropa. Hallaron
  grandes poblaciones y las casas vacías, porque se habían huido todos.
  Tornáronse por otro río abajo, mayor que aquel donde estaban en el puerto. 
Jueves,
  29 de noviembre 
Porque
  llovía y el cielo estaba de la manera cerrado, no se partió. Llegaron algunos
  de los cristianos a otra población cerca de la parte de Noroeste, y no
  hallaron en las casas a nadie ni nada. Y en el camino toparon con un viejo
  que no les pudo huir; tomáronle y dijéronle que no le querían hacer mal, y
  diéronle algunas cosillas del rescate y dejáronlo. El Almirante quisiera
  verlo para vestirlo y tomar lengua de él, porque le contentaba mucho la
  felicidad de aquella tierra y disposición que para poblar en ella había, y
  juzgaba que debía de haber grandes poblaciones. Hallaron en una casa un pan
  de cera, que trajo a los Reyes, y dice que donde cera hay también debe haber
  otras mil cosas buenas. Hallaron también los marineros en una casa una cabeza
  de hombre dentro de un cestillo cubierto con otro cestillo y colgado de un
  poste de la casa, y de la misma manera hallaron otra en otra población.Creyó
  el Almirante que debía ser de algunos Principales de linaje, porque aquellas
  casas eran de manera que se acogen en ellas mucha gente en una sola, y deben
  ser parientes descendientes de uno solo. 
Viernes,
  30 de noviembre 
No se
  pudo partir, porque el viento era Levante muy contrario a su camino. Envió
  ocho hombres bien armados y con ellos dos indios de los que traía, para que
  viesen aquellos pueblos de la tierra dentro y por haber lengua. Llegaron a
  muchas casas y no hallaron a nadie ni nada, que todos se habían huido. Vieron
  cuatro mancebos que estaban cavando en sus heredades. Así como vieron los
  cristianos dieron a huir; no los pudieron alcanzar. Anduvieron dice que mucho
  camino. Vieron muchas poblaciones y tierra fertilísima y toda labrada y
  grandes riberas de agua, y cerca de una vieron una almadía o canoa de noventa
  y cinco palmos de longura de un solo madero, muy hermosa, y que en ella
  cabrían y navegarían ciento cincuenta personas. 
Sábado,
  1 de diciembre 
No se
  partió, por la misma causa del viento contrario y porque llovía mucho. Asentó
  una cruz grande a la entrada de aquel puerto que creo llamó el Puerto Santo,
  sobre unas peñas vivas. La punta es aquella que está a la parte del Sudeste,
  a la entrada del puerto, y quien hubiere de entrar en este puerto se debe
  llegar más sobre la parte del Noroeste a aquella punta que sobre la otra del
  Sudeste; puesto que al pie de ambas, junto con la peña, hay doce brazas de
  hondo y muy limpio. Más a la entrada del puerto, sobre la punta del Sudeste,
  hay una baja que sobreagua, la cual dista de la punta tanto que se podría
  pasar entre medias, habiendo necesidad, porque al pie de la baja y del cabo
  todo es fondo de doce y de quince brazas, y a la entrada se ha de poner la
  proa al Sudoeste. 
Domingo,
  2 de diciembre 
Todavía
  fue contrario el viento y no pudo partir; dice que todas las noches del mundo
  vienta terral, y que todas las naos que allí estuvieren no hayan miedo de
  toda la tormenta del mundo, porque no puede recalar dentro por una baja que
  está al principio del puerto, etc. En la boca de aquel río dice que halló un
  grumete ciertas piedras que parecen tener oro; trájolas para mostrar a los
  Reyes. Dice que hay por allí, a tiro de lombarda, grandes ríos. 
Lunes,
  3 de diciembre 
Por
  causa de que hacía siempre tiempo contrario, no partía de aquel puerto, y
  acordó de ir a ver un cabo muy hermoso un cuarto de legua del puerto de la
  parte del Sudeste. Fue con las barcas y alguna gente armada. Al pie del cabo
  había una boca de un buen río, puesta la proa al Sudeste para entrar, y tenía
  cien pasos de anchura; tenía una braza de fondo a la entrada o en la boca;
  pero dentro había doce brazas, y cinco, y cuatro, y dos, y cabrían en él
  cuantos navíos hay en España. Dejando un brazo de aquel río fue al Sudeste y
  halló una caleta en que vio cinco muy grandes almadías que los indios llaman
  canoas, como fustas muy hermosas y labradas que dice era placer verlas, y al
  pie del monte vio todo labrado. Estaban debajo de árboles muy espesos, y
  yendo por un camino que salía a ellas fueron a dar a una atarazana muy bien
  ordenada y cubierta, que ni sol ni agua no les podía hacer daño, y debajo de
  ella había otra canoa hecha de un madero como las otras, como una fusta de
  diecisiete bancos. Era placer ver las labores que tenía y su hermosura. Subió
  una montaña arriba y después hallóla toda llana y sembrada de muchas cosas de
  la tierra y calabazas, que era gloria verla; y en medio de ella estaba una
  gran población. Dio de súbito sobre la gente del pueblo, y, como los vieron,
  hombres y mujeres dan de huir. Aseguróles el indio que llevaba consigo de los
  que traía, diciendo que no hubiesen miedo, que gente buena era. Hízolos dar
  el Almirante cascabeles y sortijas de latón y cuentezuelas de vidrio verdes y
  amarillas, con que fueron muy contentos, visto que no tenían oro ni otra cosa
  preciosa y que bastaba dejarlos seguros y que toda la comarca era poblada y
  huidos los demás de miedo (y certifica el Almirante a los Reyes que diez
  hombres hagan huir a diez mil: tan cobardes y medrosos son que ni traen
  armas, salvo unas varas, y en el cabo de ellas un palillo agudo tostado),
  acordó volverse. Dice que las varas se las quitó todas con buena maña,
  rescatándoselas de manera que todas las dieron. Tornados adonde habían dejado
  las barcas, envió ciertos cristianos al lugar por donde subieron, porque le
  había parecido que había visto un gran colmenar. Antes de que viniesen los
  que habían enviado, ajuntáronse muchos indios y vinieron a las barcas donde
  ya se había el Almirante recogido con su gente toda; uno de ellos se adelantó
  en el río junto con la popa de la barca e hizo una grande plática que el
  Almirante no entendía, salvo que los otros indios de cuando en cuando alzaban
  las manos al cielo y daban una grande voz. Pensaba el Almirante que lo
  aseguraban y que les placía de su venida; pero vio al indio que consigo traía
  demudarse la cara y amarillo como la cera, y temblaba mucho, diciendo por
  señas que el Almirante se fuese fuera del río, que los querían matar, y
  llegóse a un cristiano que tenía una ballesta armada y mostróla a los indios,
  y entendió el Almirante que los decía que los matarían todos, porque aquella
  ballesta tiraba lejos y mataba. También tomó una espada y la sacó de la
  vaina, mostrándola diciendo lo mismo; lo cual oído por ellos dieron todos en
  huir, quedando todavía temblando el dicho indio de cobardía y poco corazón, y
  era hombre de buena estatura y recio. No quiso el Almirante salir del río;
  antes hizo remar en tierra hacia donde ellos estaban, que eran muy muchos,
  todos tintos de colorado y desnudos como su madre los parió, y alguno de
  ellos con penachos en la cabeza y otras plumas, todos con sus manojos de azagayas.
  «Lleguéme a ellos y diles algunos bocados de pan y demandéles las azagayas, y
  dábales por ellas a unos un cascabelito, a otros una sortijuela de latón, a
  otros unas cuentezuelas; por manera que todos se apaciguaron y vinieron todos
  a las barcas y daban cuanto tenían por cualquiera cosa que les daban. Los
  marineros habían muerto una tortuga y la cáscara estaba en la barca en
  pedazos, y los grumetes dábanles de ella como la una y los indios les daban
  un manojo de azagayas. Ellos son gente como los otros que he hallado -dice el
  Almirante-, y de la misma creencia, y creían que veníamos del cielo; y de lo
  que tienen luego lo dan por cualquier cosa que les den, sin decir que es
  poco, y creo que así harían de especiería y de oro si lo tuviesen. Vi una casa
  hermosa no muy grande y de dos puertas, porque así son todas, y entré en ella
  y vi una obra maravillosa, como cámaras hechas por una cierta manera que no
  lo sabría decir, y colgando al cielo de ella caracoles y otras cosas. Yo
  pensé que era templo y los llamé y dije por señas si hacían en ella oración;
  dijeron que no, y subió uno de ellos arriba y me daba todo cuanto allí había,
  y de ello tomé algo.» 
Martes,
  4 de diciembre 
Hízose
  a la vela con poco viento y salió de aquel puerto que nombró Puerto Santo. A
  las dos leguas vio un buen río de que ayer habló. Fue de luengo de costa, y
  corríase toda la tierra, pasado el dicho cabo, Essueste y Oesnoroeste hasta
  el Cabo Lindo, que está al cabo del Monte al Este cuarta del Sudeste, y hay
  de uno a otro cinco leguas. Del cabo del Monte a legua y media hay un gran
  río algo angosto; pareció que tenía buena entrada y era muy hondo. Y de allí
  a tres cuartos de legua vio otro grandísimo río, y debe venir de muy lejos.
  En la boca tenía cien pasos y en ella ningún banco, y en la boca ocho brazas
  y buena entrada: porque lo envió a ver y sondar con la barca, y tiene el agua
  dulce hasta dentro en la mar, y es de los caudalosos que había hallado, y
  debe haber grandes poblaciones. Después del Cabo Lindo hay una grande bahía
  que sería buen paso por Esnordeste y Sudeste y Sur-sudoeste. 
Miércoles,
  5 de diciembre 
Toda
  esta noche anduvo a la corda sobre el Cabo Lindo, adonde anocheció por ver la
  tierra que iba al Este; y al salir del sol vio otro cabo al Este a dos leguas
  y media. Pasado aquél, vio que la costa volvía al Sur y tomaba del Sudoeste,
  y vio luego un cabo muy hermoso y alto a la dicha derrota, y distaba de ese
  otro siete leguas. Quisiera ir allá, pero por el deseo que tenía de ir a la
  isla de Babeque, que le quedaba, según decían los indios que llevaban, al
  Nordeste, lo dejó. Tampoco pudo ir al Babeque, porque el viento que llevaba
  era Nordeste. Yendo así, miró al Sudeste y vio tierra y era una isla muy
  grande, de la cual tenía dice que información de los indios, a que llamaban
  ellos Bohío, poblada de gente. De esta gente dice que los de Cuba o Juana y
  de todas estas otras islas tienen gran miedo, porque dice que comían los
  hombres. Otras cosas le contaban los dichos indios, por señas, muy
  maravillosas: mas el Almirante no dice que las creía, sino que debían tener
  más astucia y mejor ingenio los de aquella isla Bohío para los cautivar que
  ellos, porque eran muy flacos de corazón. Así que porque el tiempo era
  Nordeste y tomaba del Norte, determinó dejar a Cuba o Juana, que hasta entonces
  había tenido por tierra firme por su grandeza, porque bien habría andado en
  un paraje ciento y veinte leguas; y partió al Sudeste cuarta del Este. Puesto
  que la tierra que él había visto se hacía al Sudeste, daba este resguardo
  porque siempre el viento rodea el Norte para el Nordeste y de allí al Este y
  Sudeste. Cargó mucho el viento y llevaba todas sus velas, la mar llana y la
  corriente que le ayudaba, por manera que hasta la una después de medio día
  desde la mañana hacía de camino ocho millas por hora, y eran seis horas aún
  no cumplidas, porque dice que allí eran las noches cerca de quince horas.
  Después anduvo diez millas por hora; y así andaría hasta poner del sol
  ochenta y ocho millas, que son veintidós leguas, todo al Sudeste. Y porque se
  hacía noche, mandó a la carabela Niña que se adelantase para ver con el día
  el puerto, porque era velera, y llegando a la boca del puerto, que era como
  la bahía de Cádiz, y porque era ya de noche, envió a su barca que sondease el
  puerto, la cual llevó lumbre de candela; y antes que el Almirante llegase
  adonde la carabela estaba barloventeando y esperando que la barca le hiciese
  señas para entrar en el puerto, apagósele la lumbre a la barca. La carabela,
  como no vio lumbre, corrió de largo e hizo lumbre al Almirante, y, llegado a
  ella, contaron lo que había acaecido. Estando en esto, los de la barca
  hicieron otra lumbre: la carabela fue a ella, y el Almirante no pudo, y
  estuvo toda aquella noche barloventeando. 
Jueves,
  6 de diciembre 
Cuando
  amaneció, se halló cuatro leguas del puerto. Púsole nombre Puerto María, y
  vio un cabo hermoso al Sur cuarta del Sudoeste, al cual puso nombre Cabo de
  la Estrella, y parecióle que era la postrera tierra de aquella isla hacia el
  Sur; y estaría el Almirante de él veintiocho millas. Parecíale otra tierra
  como isla no grande al Este, y estaría de él a cuarenta millas. Quedábale
  otro cabo muy hermoso y bien hecho, a quien puso nombre Cabo del Elefante, al
  Este cuarta del Sudeste, y distábale ya cincuenta y cuatro millas. Quedábale otro
  cabo al Essueste, al que puso nombre del Cabo Cinquin; estaría de él
  veintiocho millas. Quedábale una gran escisura o abertura o abra a la mar,
  que le pareció ser río, al Sudeste, y tomaba de la cuarta del Este, habría de
  él a la abra veinte millas. Parecíale que entre el Cabo del Elefante del de
  Cinquin había una grandísima entrada, y algunos de los marineros decían que
  era apartamiento de isla; a aquélla puso por nombre la Isla de la Tortuga.
  Aquella isla grande parecía altísima tierra, no cerrada con montes, sino rasa
  como hermosas campiñas, y parece toda labrada o grande parte de ella, y
  parecían las sementeras como trigo en el mes de mayo en la campiña de
  Córdoba. Viéronse muchos fuegos aquella noche, y de día muchos humos como
  atalayas, que parecía estar sobre aviso de alguna gente con quien tuviesen
  guerra. Toda la costa de esta tierra va al Este. A hora de vísperas entró en
  el puerto dicho, y púsole nombre Puerto de San Nicolao, porque era el día de
  San Nicolás, por honra suya, y a la entrada de él se maravilló de su
  hermosura y bondad. Y aunque tiene mucho alabados los puertos de Cuba, pero
  sin duda dice él que no es menos éste, antes los sobrepuja y ninguno le es
  semejante. En boca y entrada tiene legua y media de ancho, y se pone la proa
  al Sursudeste, puesto que por la grande anchura se puede poner la proa adonde
  quisieren. Va de esta manera al Sursudeste dos leguas; y a la entrada de él
  por la parte del Sur se hace como una angla, y de allí se sigue así igual
  hasta el cabo, adonde está una playa muy hermosa y un campo de árboles de mil
  maneras y todos cargados de frutas, que creía el Almirante ser de especiería
  y nueces moscadas, sino que no estaban maduras y no se conocía, y un río en
  medio de la playa. El fondo de este puerto es maravilloso, que hasta llegar a
  la tierra en longura de una nao no llegó la sondaresa o plomada al fondo con
  cuarenta brazas, y hay hasta esta longura el fondo de quince brazas y muy
  limpio; y así es todo el dicho puerto de cada cabo, hondo dentro una pasada
  de tierra de quince brazas, y limpio; y de esta manera es toda la costa, muy
  hondable y limpia, que no parece una sola baja, y al pie de ella, tanto como
  longura de un remo de barca de tierra, tiene cinco brazas. Y después de la
  longura de dicho puerto, yendo al Sursudeste (en la cual longura pueden
  barloventear mil carracas), bojó un brazo del puerto al Nordeste por la
  tierra dentro de una grande media legua, y siempre en una misma anchura, como
  que lo hicieran por un cordel; el cual queda de manera que, estando en aquel
  brazo, que será de anchura de veinticinco pasos, no se puede ver la boca de
  la entrada grande, de manera que queda puerto cerrado, y el fondo de este
  brazo es así en el comienzo hasta el fin de once brazas, y todo base o arena
  limpia, y hasta tierra y poner los bordes en las hierbas tiene ocho brazas.
  Es todo el puerto muy airoso y desabahado, de árboles raso. Toda esta isla le
  pareció de más peñas que ninguna otra que haya hallado: los árboles más
  pequeños, y muchos de ellos de la naturaleza de España, como carrascos y
  madroños y otros, y lo mismo de las hierbas. Es tierra muy alta, y toda
  campiña o rasa y de muy buenos aires, y no se ha visto tanto frío como allí,
  aunque no es de contar por frío, mas díjolo al respecto de las otras tierras.
  Hacia enfrente de aquel puerto una hermosa vega, y en medio de ella el río
  susodicho; y en aquella comarca, dice, debe haber grandes poblaciones según
  se veían las almadías con que navegan tantas y tan grandes de ellas como una
  fusta de quince bancos. Todos los indios huyeron y huían como veían los
  navíos. Los que consiguió de las isletas traía, tenían tanta gana de ir a su
  tierra que pensaba, dice el Almirante, que, después que se partiese de allí,
  los tenía de llevar a sus casas, y que ya lo tenían por sospechoso porque no
  llevaba el camino de su casa, por lo cual dice que ni les creía lo que le
  decían, ni los entendía bien ni ellos a él, y dice que habían el mayor miedo
  del mundo de la gente de aquella isla. Así que, por querer haber lengua con
  la gente de aquella isla, le fuera necesario detenerse algunos días en aquel
  puerto, pero no lo hacia por ver mucha tierra y por dudar que el tiempo le
  duraría. Esperaba en Nuestro Señor que los indios que traía sabrían su lengua
  y él la suya, y después tornaría, y hablará con aquella gente, y placerá a Su
  Majestad, dice él, que hallará algún buen rescate de oro antes que vuelva. 
Viernes, 7 de diciembre 
Al
  rendir del cuarto del alba, dio las velas y salió de aquel Puerto de San
  Nicolás y navegó con el viento Sudoeste al Nordeste dos leguas, hasta un cabo
  que hace el Cheranero, y quedábale al Sudeste un angla y el Cabo de la
  Estrella al Sudoeste, y distaba del Almirante veinte y cuatro millas. De allí
  navegó al Este, luengo de costa hasta el cabo Cinquin, que sería cuarenta y ocho
  millas; verdad es que las veinte fueron al Este cuarta del Nordeste, y
  aquella costa es tierra toda muy alta y muy grande fondo; hasta dar en tierra
  es de veinte y treinta brazas, y fuera tanto como un tiro de lombarda no se
  halla fondo, lo cual todo lo probó el Almirante aquel día por la costa, mucho
  a su placer con el viento Sudoeste. El angla que arriba dijo llega dice que
  al Puerto de San Nicolás tanto como tiro de una lombarda, que si aquel
  espacio se atajase y cortase quedaría hecho isla, lo demás bojaría en el
  cerco tres o cuatro millas. Toda aquella tierra era muy alta y no de árboles
  grandes sino como carrascos y madroños, propia, dice, que tierra de Castilla.
  Antes que llegase al dicho cabo de Cinquin con dos leguas, halló una
  anglezuela como la abertura de una montaña, por la cual descubrió un valle
  grandísimo, y violo todo sembrado como cebadas, y sintió que debía de haber
  en aquel valle grandes poblaciones, y a las espaldas de él había grandes
  montañas y muy altas. Y cuando llegó al Cabo de Cinquin, le demoraba el Cabo
  de la Tortuga al Nordeste, y habría treinta y dos millas, y sobre este Cabo
  Cinquin, a tiro de una lombarda, está una peña en la mar que sale en alto que
  se puede ver bien; y, estando el Almirante sobre dicho cabo, le demoraba el Cabo
  del Elefante al Este cuarta del Sudeste, y habría hasta él setenta millas, y
  toda tierra muy alta. Y a cabo de seis leguas halló una grande angla, y vio
  por la tierra dentro muy grandes valles y campiñas y montañas altísimas, todo
  a semejanza de Castilla. Y dende a ocho millas halló un río muy hondo, sino
  que era angosto, aunque bien pudiera entrar en él una carraca, y la boca
  todavía sin banco ni bajas. Y dende a dieciséis millas halló un puerto muy
  ancho y muy hondo, hasta no hallar fondo en la entrada ni a las bordas a tres
  pasos, salvo quince brazas, y va dentro un cuarto de legua. Y puesto que
  fuese aún muy temprano, como la una después de mediodía, y el viento era a
  popa y recio, pero porque el cielo mostraba querer llover mucho y había gran
  cerrazón, que es peligrosa aun para la tierra que se sabe, cuanto más en la
  que no se sabe, acordó entrar en el puerto, al cual llamó Puerto de la
  Concepción, y salió a tierra en un río no muy grande que está al cabo del
  puerto, que viene por unas vegas y campiñas que era una maravilla ver su
  hermosura. Llevó redes para pescar, y antes que llegase a tierra saltó una
  lisa como las de España propia en la barca, que hasta entonces no había visto
  peces que pareciesen a los de Castilla. Los marineros pescaron y mataron
  otras, y lenguados y otros peces como los de Castilla. Anduvo un poco por
  aquella tierra que es toda labrada, y oyó cantar el ruiseñor y otros
  pajaritos como los de Castilla. Vieron cinco hombres, mas no les quisieron
  aguardar sino huir. Halló arrayán y otros árboles y hierbas como los de
  Castilla, y así es la tierra y las montañas. 
Sábado,
  8 de diciembre 
Allí en
  aquel puerto les llovió mucho con viento Norte muy recio: el puerto es seguro
  de todos los vientos excepto Norte, puesto que no le puede hacer daño alguno,
  porque la resaca es grande, que no da lugar a que la nao vire sobre las
  amarras ni el agua del río. Después de medianoche se tomó el viento al
  Nordeste y después al Este, de los cuales vientos es aquel puerto bien
  abrigado por la isla de la Tortuga, que está frontera treinta y seis millas. 
 Isla La Española  
Domingo,
  9 de diciembre 
Este
  día llovió e hizo tiempo de invierno como en Castilla por octubre. No había
  visto población sino una casa muy hermosa en el Puerto de San Nicolás, y
  mejor hecha que en otras partes de las que había visto. La isla es muy
  grande, y dice el Almirante que no será mucho que boje doscientas leguas: ha
  visto que es toda muy labrada; creía que debían ser las poblaciones lejos de
  la mar de donde ven cuando llegaba, y así huían todos y llevaban consigo todo
  lo que tenían y hacían ahumadas como gente de guerra. Este puerto tiene en la
  boca mil pasos, que es un cuarto de legua: en ella ni hay banco ni baja,
  antes no se halla casi fondo hasta en tierra a la orilla de la mar, y hacia
  dentro, en luengo, va tres mil pasos todo limpio y basa, que cualquiera nao
  puede surgir en él sin miedo y entrar sin resguardo. Al cabo de él tiene dos
  bocas de ríos que traen poca agua; enfrente de él hay unas vegas las más
  hermosas del mundo y casi semejables a las tierras de Castilla, antes éstas
  tienen ventaja, por lo cual puso nombre a la dicha isla la Isla Española. 
Lunes,
  10 de diciembre 
Ventó
  mucho el Nordeste, e hízole garrar las anclas medio cable, de que se
  maravilló el Almirante, y echólo a que las anclas estaban mucho a tierra y
  venía sobre ella el viento. Y visto que era contrario para ir donde
  pretendía, envió seis hombres bien aderezados de armas a tierra, que fuesen
  dos o tres leguas dentro en la tierra para ver si pudieran haber lengua.
  Fueron y volvieron no habiendo hallado gente ni casas: hallaron empero unas
  cabañas y caminos muy anchos y lugares donde habían hecho lumbre muchos;
  vieron las mejores tierras del mundo y hallaron árboles de almáciga muchos, y
  trajeron de ella y dijeron que había mucha, salvo que no es ahora el tiempo
  para cogerla, porque no cuaja. 
Isla de la Tortuga 
 Albures 
 Camarón 
Martes,
  11 de diciembre 
No
  partió por el viento, que todavía era Este y Nordeste. Frontero de aquel
  puerto, como está dicho, está la isla de la Tortuga, y parece grande isla, y
  va la costa de ella casi como la Española, y puede haber de la una a la otra,
  a lo más, diez leguas; conviene a saber, desde el Cabo de Cinquin a la cabeza
  de la Tortuga; después la costa de ella se corre al Sur. Dice que quería ver
  el entremedio de estas dos islas por ver la isla Española, que es la más
  hermosa cosa del mundo, y porque, según le decían los indios que traía, por
  allí se había de ir a la isla de Babeque, los cuales le decían que era isla
  muy grande y de muy grandes montañas y ríos y valles, y decían que la isla de
  Bohío era mayor que la Juana a que llaman Cuba, y que no está cercada de
  agua, y parece dar a entender ser tierra firme, que es aquí detrás de esta
  Española, a que ellos llaman Caritaba, y que es cosa infinita, y casi traen
  razón que ellos sean trabajados de gente astuta, porque todas estas islas
  viven con gran miedo de los de Caniba, «y así torno a decir como otras veces
  dije -dice él- que Caniba no es otra cosa sino la gente del Gran Can, que
  debe ser aquí muy vecino, y tendrá navíos y vendrán a cautivarlos, y como no
  vuelven creen que se los han comido. Cada día entendemos más a estos indios y
  ellos a nosotros, puesto que muchas veces hayan entendido uno por otro», dice
  el Almirante. Envió gente a tierra, hallaron mucha almáciga sin cuajarse; dice
  que las aguas lo deben hacer, y que en Xío lo cogen por marzo, y que en enero
  la cogerían en aquestas tierras por ser tan templadas. Pescaron muchos
  pescados como los de Castilla, albures, salmones, pijotas, gallos, pámpanos,
  lisas, corvinas, camarones, y vieron sardinas; hallaron mucho liñáloe. 
Miércoles,
  12 de diciembre 
No
  partió aqueste día, por la misma causa del viento contrario dicha. Puso una
  gran cruz a la entrada del puerto de la parte del Oeste, en un alto muy
  vistoso, «en señal -dice él- que Vuestras Altezas tienen la tierra por suya,
  y principalmente por señal de Jesucristo Nuestro Señor y honra de la
  Cristiandad»; la cual puesta, tres marineros metiéronse por el bosque a ver
  los árboles y hierbas, y oyeron un gran golpe de gente, todos desnudos como
  los de atrás, a los cuales llamaron y fueron tras ellos, pero dieron los
  indios a huir, y, finalmente tomaron una mujer, que no pudieron más, «porque
  yo -dice él- les había mandado que tomasen algunos para honrarlos y hacerles
  perder el miedo y si hubiesen alguna cosa de provecho, como no parece poder
  ser otra cosa según la hermosura de la tierra; y así trajeron una mujer muy
  moza y hermosa a la nao, y habló con aquellos indios, porque todos tenían una
  lengua». Hízola el Almirante vestir y diole cuentas de vidrio y cascabeles y
  sortija de latón y tornóla a enviar a tierra muy honradamente, según su
  costumbre; envió algunas personas de la nao con ella, y tres de los indios
  que llevaba consigo, porque hablasen con aquella gente. Los marineros que
  iban en la barca, cuando la llevaban a tierra, dijeron al Almirante que ya no
  quisiera salir de la nao, sino quedarse con las otras mujeres indias que
  había hecho tomar en el puerto de Mares de la isla Juana de Cuba. Todos estos
  indios que venían con aquella india dice que venían en una canoa, que es su
  carabela en que navegan, de alguna parte, y cuando asomaron a la entrada del
  puerto y vieron los navíos, volviéronse atrás y dejaron la canoa por allí en
  algún lugar y fuéronse camino de su población. Ella mostraba el paraje de la
  población. Traía esta mujer un pedacito de oro en la nariz, que era señal que
  había en aquella isla oro. 
Jueves, 13 de diciembre 
Volvieron
  los tres hombres que había enviado el Almirante con la mujer a tres horas de
  la noche, y no fueron con ella hasta la población, porque les pareció lejos o
  porque tuvieron miedo. Dijeron que otro día vendría mucha gente a los navíos,
  porque ya debían de estar asegurados por las nuevas que daría la mujer. El
  Almirante, con deseo de saber si había alguna cosa de provecho en aquella
  tierra, y por haber alguna lengua con aquella gente por ser la tierra tan
  hermosa y fértil, y tomasen gana de servir a los Reyes, determinó de tornar a
  enviar a la población, confiando en las nuevas que la india habría dado de los
  cristianos ser buena gente, para lo cual escogió nueve hombres bien
  aderezados de armas y aptos para semejante negocio, con los cuales fue un
  indio de los que traía. Estos fueron a la población que estaba cuatro leguas
  y media al Sudeste, la cual hallaron en un grandísimo valle y vacía, porque,
  como sintieron ir los cristianos, todos huyeron, dejando cuanto tenían, la
  tierra dentro. La población era de mil casas y de más de mil hombres. El
  indio que llevaban los cristianos corrió tras ellos dando voces, diciendo que
  no hubiesen miedo, que los cristianos no eran de Cariba, mas antes eran del
  cielo, y que daban muchas cosas hermosas a todos los que hallaban. Tanto les
  impresionó lo que decía, que se aseguraron y vinieron juntos de ellos más de
  dos mil, y todos venían a señal de gran reverencia y amistad, los cuales
  estaban todos temblando hasta que mucho los aseguraron. Dijeron los
  cristianos que, después que ya estaban sin temor, iban todos a sus casas, y
  cada uno les traía de lo que tenía de comer, que es pan de niames, que son
  unas raíces como rábanos grandes que nacen, que siembran y nacen y plantan en
  todas sus tierras, y es su vida, y hacen de ellas pan y cuecen y asan y
  tienen sabor propio de castañas, y no hay quien no crea comiéndolas que no
  sean castañas. Dábanles pan y pescado y de lo que tenían. Y porque los indios
  que traía en el navío tenían entendido que el Almirante deseaba tener algún
  papagayo, parece que aquel indio que iba con los cristianos díjoles algo de
  esto, y así les trajeron papagayos y les daban cuanto les pedían sin querer
  nada por ello. Rogábanles que no se viniesen aquella noche y que les darían
  otras muchas cosas que tenían en la sierra. Al tiempo que toda aquella gente
  estaba junto con los cristianos, vieron venir una gran batalla o multitud de
  gente con el marido de la mujer que había el Almirante honrado y enviado, la
  cual traían caballera sobre sus hombros, y venían a dar gracias a los
  cristianos por la honra que el Almirante le había hecho y dádivas que le
  había dado. Dijeron los cristianos al Almirante que era toda gente más
  hermosa y de mejor condición que ninguna otra de las que habían hasta allí
  hallado; pero dice el Almirante que no sabe cómo puedan ser de mejor
  condición que las otras, dando a entender que todas las que habían en las
  otras islas hallado era de muy buena condición. Cuanto a la hermosura, dicen
  los cristianos que no había comparación, así en los hombres como en las
  mujeres, y que son blancos más que los otros, y que entre los otros vieron
  dos mujeres mozas tan blancas como podían ser en España. Dijeron también de
  la hermosura de las tierras que vieron, que ninguna comparación tienen las de
  Castilla las mejores en hermosura y en bondad, y el Almirante así lo veía por
  las que ha visto y por las que tenía presentes, y decíanle que las que veía
  ninguna comparación tenían con aquellas de aquel valle, ni la campiña de
  Córdoba llegaba a aquélla con tanta diferencia como tiene el día de la noche.
  Decían que todas aquellas tierras estaban labradas y que por medio de aquel
  valle pasaba un río muy ancho y grande que podía regar todas las tierras.
  Estaban todos los árboles verdes y llenos de fruta y las hierbas todas
  floridas y muy altas; los caminos muy anchos y buenos, los aires eran como en
  abril en Castilla, cantaba el ruiseñor y otros pajaritos como en el dicho mes
  en España, que dicen que era la mayor dulzura del mundo. Las noches cantaban
  algunos pajaritos suavemente; los grillos y ranas se oían muchas; los
  pescados como en España. Vieron muchos almácigos y liñáloe y algodonales; oro
  no hallaron, y no es maravilla que en tan poco tiempo no se halle. Tomó aquí
  el Almirante experiencia de qué horas era el día y la noche, y de sol a sol
  halló que pasaron veinte ampolletas, que son de a media hora, aunque dice que
  allí puede haber defecto, o porque no la vuelven presto o deja de pasar algo.
  Dice también que halló por el cuadrante que estaba de la línea equinoccial
  treinta y cuatro grados. 
Viernes,
  14 de diciembre 
Salió
  de aquel Puerto de la Concepción con terral, y luego desde a poco calmó, y
  así lo experimentó cada día de los que por allí estuvo. Después vino viento
  Levante; navegó con él al Nornordeste, llegó a la isla de la Tortuga, vio una
  punta de ella que llamó la Punta Pierna, que estaba al Esnordeste de la
  cabeza de la isla, y habría doce millas; y de allí descubrió otra punta que
  llamó la Punta Lanzada, en la misma derrota del Nordeste, que habría
  dieciséis millas. Y así, desde la cabeza de la Tortuga hasta la Punta Aguda
  habría cuarenta y cuatro millas, que son once leguas al Esnordeste. En aquel
  camino había algunos pedazos de playa grandes. Esta isla de la Tortuga es
  tierra muy alta, pero no montañosa, y es muy hermosa y muy poblada de gente
  como la de la isla Española, y la tierra así toda labrada, que parecía ver la
  campiña de Córdoba. Visto que el viento le era contrario y no podía ir a la
  isla Baneque, acordó tornarse al Puerto de la Concepción, de donde había
  salido, y no pudo cobrar un río que está de la parte del Este del dicho
  puerto dos leguas. 
Sábado, 15 de diciembre 
Salió
  del puerto de la Concepción otra vez para su camino, pero, en saliendo del
  puerto, ventó Este recio su contrario, y tomó la vuelta de la Tortuga hasta
  ella, y de allí dio vuelta para ver aquel río que ayer quisiera ver y tomar y
  no pudo, y de esta vuelta tampoco lo pudo tomar, aunque surgió media legua de
  sotaviento en una playa, buen surgidero y limpio. Amarrados sus navíos, fue
  con las barcas a ver el río, y entró por un brazo de mar que está antes de
  media legua, y no era la boca. Volvió, y halló la boca que no tenía aún una
  braza, y venía muy recio; entró con las barcas por él, para llegar a las
  poblaciones que los que anteayer había enviado habían visto, y mandó echar la
  sirga en tierra, y, tirando los marineros de ella, subieron las barcas dos
  tiros de lombarda, y no pudo andar más por la reciura de la corriente del
  río. Vio algunas cosas y el valle grande donde están las poblaciones, y dijo
  que otra cosa más hermosa no había visto, por medio del cual valle viene
  aquel río. Vio también gente a la entrada del río, mas todos dieron a huir.
  Dice más, que aquella gente debe ser muy cazada, pues vive con tanto temor,
  porque en llegando que llegan a cualquier parte, luego hacen ahumadas de las
  atalayas por toda la tierra, y esto más en esta isla Española y en la
  Tortuga, que también es grande isla, que en las otras que atrás dejaba. Puso
  nombre al valle Valle del Paraíso, y al río Guadalquivir, porque dice que así
  viene tan grande como el Guadalquivir por Córdoba, y a las veras o riberas de
  él, playa de piedras muy hermosas, y todo andable. 
Domingo, 16 de diciembre 
A la
  media noche, con el ventezuelo de tierra, dio las velas por salir de aquel
  golfo, y viniendo del bordo de la isla Española yendo a la bolina, porque
  luego a hora de tercia ventó Este, a medio golfo halló una canoa con un indio
  solo en ella, de que se maravillaba el Almirante cómo se podía tener sobre el
  agua siendo el viento grande. Hízole meter en la nao a él y su canoa, y
  halagado, diole cuentas de vidrio, cascabeles y sortijas de latón y llevólo
  en la nao hasta tierra a una población que estaba de allí dieciséis millas
  junto a la mar, donde surgió el Almirante y halló buen surgidero en la playa
  junto a la población, que parecía ser de nuevo hecha, porque todas las casas
  eran nuevas. El indio fuese luego con su canoa a tierra, y da nuevas del
  Almirante y de los cristianos ser buena gente, puesto que ya las tenían por
  lo pasado de las otras donde habían ido los seis cristianos; y luego vinieron
  más de quinientos hombres, y desde a poco vino el rey de ellos, todos en la
  playa junto a los navíos, porque estaban surgidos muy cerca de tierra. Luego
  uno a uno, y muchos a muchos, venían a la nao sin traer consigo cosa alguna,
  puesto que algunos traían algunos granos de oro finísimo en las orejas y en
  la nariz, el cual luego daban de buena gana. Mandó hacer honra a todos el
  Almirante, y dice él «porque son la mejor gente del mundo y más mansa; y
  sobre todo, que tengo mucha esperanza en Nuestro Señor que Vuestras Altezas
  los harán todos cristianos, y serán todos suyos, que por suyos los tengo».
  Vio también que el dicho rey estaba en la playa, y que todos le hacían
  acatamiento. Envióle un presente el Almirante, el cual dice que recibió con
  mucho estado, y que sería mozo de hasta veintiún años, y que tenía un ayo
  viejo y otros consejeros que le aconsejaban y respondían, y que él hablaba
  muy pocas palabras. Uno de los indios que traía el Almirante habló con él, y
  le dijo cómo venían los cristianos del cielo, y que andaba en busca de oro y
  quería ir a la isla de Baneque; y él respondió que bien era, y que en la
  dicha isla había mucho oro; el cual mostró, al alguacil del Almirante que le
  llevó el presente, el camino que habían de llevar, y que en dos días iría de
  allí a ella, y que si de su tierra había menester algo lo daría de muy buena
  voluntad. Este rey y todos los otros andaban desnudos como sus madres los
  parieron, y así las mujeres, sin algún empacho, y son los más hermosos
  hombres y mujeres que hasta allí hubieron hallado: harto blancos, que si
  vestidos anduviesen y guardasen del sol y del aire, serían casi tan blancos
  como en España, porque esta tierra es harto fría y la mejor que lengua puede
  decir. Es muy alta, y sobre el mayor monte podrían arar bueyes, y hecha toda
  a campiñas y valles. En toda Castilla no hay tierra que se pueda comparar a
  ella en hermosura y bondad. Toda esta isla y la de la Tortuga son todas
  labradas como la campiña de Córdoba. Tienen sembrado en ellas ajes, que son
  unos ramillos que planta, y al pie de ellos nacen unas raíces como
  zanahorias, que sirven por pan, y rallan y amasan y hacen pan con ellas, y
  después tornan a plantar el mismo ramillo en otra parte y torna a dar cuatro
  o cinco de aquellas raíces que son muy sabrosas, propio gusto de castaña.
  Allí las hay más gordas y buenas que había visto en ninguna parte, porque
  también dice que de aquéllas había en Guinea. Las de aquel lugar eran tan
  gordas como la pierna, y aquella gente todos dicen que eran gordos y
  valientes y no flacos, como los otros que antes había hallado, y de muy dulce
  conversación, sin secta. Y los árboles de allí dice que eran tan viciosos que
  las hojas dejaban de ser verdes y eran prietas de verdura. Era cosa de
  maravilla ver aquellos valles y los ríos y buenas aguas, y las tierras para
  pan, para ganados de toda suerte, de que ellos no tienen alguna, para huertas
  y para todas las cosas del mundo que el hombre sepa pedir. Después a la tarde
  vino el rey a la nao. El Almirante le hizo la honra que debía y le hizo decir
  cómo era de los Reyes de Castilla, los cuales eran los mayores Príncipes del
  mundo. Mas ni los indios que el Almirante traía, que eran los intérpretes,
  creían nada, ni el rey tampoco, sino creían que venían del cielo y que los
  reinos de los reyes de Castilla eran en el cielo y no en este mundo.
  Pusiéronle de comer al rey de las cosas de Castilla y él comía un bocado y
  después dábalo todo a sus consejeros y al ayo y a los demás que metió
  consigo. «Crean Vuestras Altezas que estas tierras son en tanta cantidad y
  buenas y fértiles y en especial éstas de esta isla Española, que no hay
  persona que lo sepa decir, y nadie lo puede creer si no lo viese. Y crean que
  esta isla y todas las otras son así suyas como Castilla, que aquí no falta
  salvo asiento y mandarles hacer lo que quisieren, porque yo con esta gente
  que traigo, que no son muchos, correría todas estas islas sin afrenta, que ya
  he visto sólo tres de estos marineros descender en tierra y haber multitud de
  estos indios y todos huir, sin que les quisiesen hacer mal. Ellos no tienen
  armas, y son todos desnudos y de ningún ingenio en las armas y muy cobardes,
  que mil no aguardarían tres, y así son buenos para les mandar y les hacer
  trabajar, sembrar y hacer todo lo otro que fuere menester, y que hagan villas
  y se enseñen a andar vestidos y a nuestras costumbres.» 
Lunes, 17 de diciembre 
Ventó
  aquella noche reciamente viento Esnordeste; no se alteró mucho la mar porque
  lo estorba y escuda la isla de la Tortuga que está frontero y hace abrigo.
  Así estuvo allí aqueste día. Envió a pescar los marineros con redes;
  holgáronse mucho con los cristianos los indios y trajéronles ciertas flechas
  de los Caniba o de los Caníbales, y son de las espigas de cañas, e
  injértanles unos palillos tostados y agudos, y son muy largos. Mostráronles
  dos hombres que les faltaban algunos pedazos de carne de su cuerpo e
  hiciéronles entender que los caníbales los habían comido a bocados; el
  Almirante no lo creyó. Tomó a enviar ciertos cristianos a la población, y a
  trueque de cuentezuelas de vidrio rescataron algunos pedazos de oro labrado
  en hoja delgada. Vieron a uno que tuvo el Almirante por gobernador de aquella
  provincia, que llamaban cacique, un pedazo tan grande como la mano de aquella
  hoja de oro, y parecía que lo quería rescatar; el cual se fue a su casa y los
  otros quedaron en la plaza. Y él hacía hacer pedazuelos de aquella pieza, y
  trayendo cada vez un pedazuelo rescatábalo. Después de que no hubo más, dijo
  por señas que él había enviado a por más y que otro día lo traerían. «Estas
  cosas todas y la manera de ellos y sus costumbres y mansedumbre y consejo,
  muestra de ser gente más despierta y entendida que otros que hasta allí
  hubiese hallado», dice el Almirante. En la tarde vino allí una canoa de la
  isla de la Tortuga con bien cuarenta hombres, y, llegando a la playa, toda la
  gente del pueblo que estaba junta se asentaron todos en señal de paz, y
  algunos de la canoa y casi todos descendieron en tierra. El cacique se
  levantó solo, y con palabras que parecían de amenaza los hizo volver a la
  canoa y les echaba agua, y tomaba piedras de la playa y las echaba en el
  agua; y después que ya todos con mucha obediencia se pusieron y embarcaron en
  la canoa, él tomó una piedra y la puso en la mano a mi alguacil para que la
  tirase, al cual yo había enviado a tierra y al escribano y a otros para ver
  si traían algo que aprovechase, y el alguacil no les quiso tirar. Allí mostró
  mucho aquel cacique que se favorecía con el Almirante. La canoa se fue luego,
  y dijeron al Almirante, después de ida, que en la Tortuga había más oro que
  en la isla Española, porque es más cerca de Baneque. Dijo el Almirante que no
  creía que en aquella isla Española ni en la Tortuga hubiese minas de oro,
  sino que lo traían de Baneque, y que traen poco, porque no tienen aquéllos
  qué dar por ello, y aquella tierra es tan gruesa que no ha menester que
  trabajen mucho para sustentarse ni para vestirse, como anden desnudos. Y
  creía el Almirante que estaba muy cerca de la fuente, y que Nuestro Señor le
  había de mostrar dónde nace el oro. Tenía nueva que de allí al Baneque había
  cuatro jornadas, que podrían ser treinta o cuarenta leguas, que en un día de
  buen tiempo se podía andar. 
Martes, 18 de diciembre 
Estuvo
  en aquella playa surto este día porque no había viento y también porque había
  dicho el cacique que habría de traer oro, no porque tuviese en mucho al
  Almirante el oro, dice, que podía traer, pues allí no había minas, sino por
  saber mejor de dónde lo traían. Luego en amaneciendo mandó ataviar la nao y
  la carabela de armas y banderas por la fiesta que era este día de Santa María
  de la O, o conmemoración de la Anunciación. Tiráronse muchos tiros de
  lombardas, y el rey de aquella isla Española, dice el Almirante, había
  madrugado de su casa, que debía distar cinco leguas de allí, según pudo
  juzgar, y llegó a la hora de tercia a aquella población donde ya estaban
  algunos de la nao que el Almirante había enviado para ver si venia oro; los
  cuales dijeron que venían con el rey más de doscientos hombres y que lo
  traían en unas andas cuatro hombres, y era mozo como arriba se dijo. Hoy,
  estando el Almirante comiendo debajo del castillo, llegó a la nao con toda su
  gente. Y dice el Almirante a los Reyes: «Sin duda pareciera bien a Vuestras
  Altezas su estado y acatamiento que todos le tienen, puesto que todos andan
  desnudos. El, así como entró en la nao, halló que estaba comiendo a la mesa
  debajo del castillo de popa, y él, a buen andar, se vino a sentar a par de mí
  y no me quiso dar lugar que yo me saliese a él ni me levantase de la mesa,
  salvo que yo comiese. Yo pensé que él tendría a bien comer de nuestras
  viandas; mandé luego traerle cosas que él comiese. Y, cuando entró debajo del
  castillo, hizo señas con la mano que todos los suyos quedasen fuera, y así lo
  hicieron con la mayor prisa y acatamiento del mundo, y se asentaron todos en
  la cubierta, salvo dos hombres de una edad madura, que yo estimé por sus
  consejeros y ayo, que vinieron y se asentaron a sus pies, y de las viandas
  que yo le puse delante tomaba de cada una tanto como se toma para hacer la
  salva, y después luego lo demás enviábalo a los suyos, y todos comían de
  ella; y así hizo en el beber, que solamente llegaba a la boca y después así
  lo daba a los otros, y todo con un estado maravilloso y muy pocas palabras, y
  aquellas que él decía, según yo podía entender, eran muy asentadas y de seso,
  y aquellos dos le miraban a la boca y hablaban por él y con él y con mucho
  acatamiento. Después de comido, un escudero traía un cinto, que es propio
  como los de Castilla en la hechura, salvo que es de otra obra, que él tomó y
  me lo dio, y dos pedazos de oro labrado que eran muy delgados, que creo que
  aquí alcanzan poco de él, puesto que tengo que están muy vecinos de donde
  nace y hay mucho. Yo vi que le agradaba un arambel que yo tenía sobre mi
  cama; yo se lo di y unas cuentas muy buenas de ámbar que yo traía al pescuezo
  y unos zapatos colorados y una almatraja de agua de azahar, de que quedó tan
  contento que fue maravilla; y él y su ayo y consejeros llevan grande pesar
  porque no me entendían ni yo a ellos. Con todo, le conocí que me dijo que si
  me cumpliese algo de aquí, que toda la isla estaba a mi mandar. Yo envié por
  unas cuentas mías adonde por un señal tengo un excelente de oro en que están
  esculpidos Vuestras Altezas y se lo mostré y le dije otra vez como ayer que
  Vuestras Altezas mandaban y señoreaban todo lo mejor del mundo, y que no
  había tan grandes príncipes; y le mostré las banderas reales y las otras de
  la Cruz, de que él tuvo en mucho; y qué grandes señores serían Vuestras
  Altezas, decía él contra sus consejeros, pues de tan lejos y del cielo me
  habían enviado hasta aquí sin miedo. Y otras cosas muchas se pasaron que yo
  no entendía, salvo que bien veía que todo tenía a grande maravilla.» Después
  que ya fue tarde y él se quiso ir, el Almirante le envió en la barca muy
  honradamente e hizo tirar
  muchas lombardas, y, puesto en tierra, subió en sus andas y se fue con sus
  más de doscientos hombres; y a su hijo le llevaban atrás en los hombros de un
  indio, hombre muy honrado. A todos los marineros y gente de los navíos donde
  quiera que los topaba les mandaba dar de comer y hacer mucha honra. Dijo un
  marinero que le había topado en el camino y visto, que todas las cosas que le
  había dado el Almirante y cada una de ellas llevaba delante del rey un
  hombre, a lo que parecía de los más honrados. Iba su hijo atrás del rey buen
  rato, con tanta compañía de gente como él, y otro tanto un hermano del mismo
  rey, salvo que iba el hermano a pie y llevábanlo del brazo dos hombres
  honrados. Este vino a la nao después del rey, el cual dio al Almirante
  algunas cosas de los dichos rescates, y allí supo el Almirante que al rey
  llamaban en su lengua cacique. En este día se rescató dice que poco oro; pero
  supo el Almirante, de un hombre viejo, que había muchas islas comarcanas a
  cien leguas y más, según pudo entender, en las cuales nace mucho oro, hasta
  decirle que había isla que era todo oro, y en las otras que hay tanta
  cantidad que lo cogen y ciernen como con cedazos y lo funden y hacen vergas y
  mil labores: figuraba por señas la hechura. Este viejo señaló al Almirante la
  derrota y el paraje donde estaba; determinóse el Almirante de ir allá, y dijo
  que, si no fuera el dicho viejo tan principal persona de aquel rey, que lo
  detuviera y llevara consigo, o si supiera la lengua que se lo rogara, y
  creía, según estaba bien con él y con los cristianos, que se fuera con él de
  buena gana. Pero, porque tenía ya aquellas gentes por de los Reyes de
  Castilla y no era razón de hacerles agravio, acordó de dejarlo. Puso una cruz
  muy poderosa en medio de la plaza de aquella población, a lo cual ayudaron
  los indios mucho, e hicieron dice que oración y la adoraron, y, por la
  muestra que dan, espera en Nuestro Señor el Almirante que todas aquellas
  islas han de ser cristianas. 
 
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3 DE AGOSTO DE 1492 CRISTOBAL COLÓN PARTÍA DEL PUERTO DE PALOS CRISTOBAL COLON PARA NIÑOSFUENTEhttp://www.elhistoriador.com.a  | 
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