sábado, 2 de agosto de 2025

02 DE AGOSTO DE 1884 NACE ROMULO GALLEGOS - CUENTO " PATARUCO"


"Pataruco" es un cuento de Rómulo Gallegos que nos sumerge en la vida de un talentoso arpista indígena apodado Pataruco, reconocido como el mejor intérprete de joropo en la región de la Fila de Mariches, Venezuela.

La narración explora temas como la autenticidad cultural, el mestizaje y la identidad nacional a través de la historia de Pedro Carlos, hijo de Pataruco, quien, a pesar de haber sido educado en Europa en música clásica, encuentra en sus raíces venezolanas la inspiración para crear una música auténtica y propia que une diversas influencias culturales.

 El cuento destaca el valor de la tradición y la naturaleza como fuentes esenciales del arte y la identidad, reflejando la fuerza de la cultura popular venezolana y la conexión profunda con la tierra y su gente.




PATARUCO
 
[Cuento - Texto completo.]

Rómulo Gallegos

Pataruco era el mejor arpista de la Fila de Mariches. Nadie como él sabía puntear un joropo, ni nadie darle tan sabrosa cadencia al canto de un pasaje, ese canto lleno de melancolía de la música vernácula. Tocaba con sentimiento, compenetrado en el alma del aire que arrancaba a las cuerdas grasientas sus dedos virtuosos, retorciéndose en la jubilosa embriaguez del escobillao del golpe aragüeño, echando el rostro hacia atrás, con los ojos en blanco, como para sorberse toda la quejumbrosa lujuria del pasaje, vibrando en el espasmo musical de la cola, a cuyos acordes los bailadores jadeantes lanzaban gritos lascivos, que turbaban a las mujeres, pues era fama que los joropos de Pataruco, sobre todo cuando éste estaba medio “templao”, bailados de la “madrugá p’abajo”, le calentaban la sangre al más apático.

 

Por otra parte el Pataruco era un hombre completo y en donde él tocase no había temor de que a ningún maluco de la región se le antojase “acabar el joropo” cortándole las cuerdas al arpa, pues con un araguaney en las manos el indio era una notabilidad y había que ver cómo bregaba.

 

Por estas razones, cuando en la época de la cosecha del café llegaban las bullangueras romerías de las escogedoras y las noches de la Fila comenzaban a alegrarse con el son de las guitarras y con el rumor de las “parrandas”, al Pataruco no le alcanzaba el tiempo para tocar los joropos que “le salían” en los ranchos esparcidos en las haciendas del contorno.

 

Pero no había de llegar a viejo con el arpa al hombro, trajinando por las cuestas repechosas de la Fila, en la oscuridad de las noches llenas de consejas pavorizantes y cuya negrura duplicaban los altos y coposos guamos de los cafetales, poblados de siniestros rumores de crótalos, silbidos de macaureles y gañidos espeluznantes de váquiros sedientos que en la época de las quemazones bajaban de las montañas de Capaya, huyendo del fuego que invadiera sus laderas, y atravesaban las haciendas de la Fila, en manadas bravías en busca del agua escasa.

 

Azares propicios de la suerte o habilidades o virtudes del hombre, convirtiéronle, a la vuelta de no muchos años, en el hacendado más rico de Mariches. Para explicar el milagro salía a relucir en las bocas de algunos la manoseada patraña de la legendaria botijuela colmada de onzas enterradas por “los españoles”; otros escépticos y pesimistas, hablaban de chivaterías del Pataruco con una viuda rica que le nombró su mayordomo y a quien despojara de su hacienda; otros por fin, y eran los menos, atribuían el caso a la laboriosidad del arpista, que de peón de trilla había ascendido virtuosamente hasta la condición de propietario. Pero, por esto o por aquello, lo cierto era que el indio le había echado para siempre “la colcha al arpa” y vivía en Caracas en casa grande, casado con una mujer blanca y fina de la cual tuvo numerosos hijos en cuyos pies no aparecían los formidables juanetes que a él le valieron el sobrenombre de Pataruco.

 

Uno de sus hijos, Pedro Carlos, heredó la vocación por la música. Temerosa de que el muchacho fuera a salirle arpista, la madre procuró extirparle la afición; pero como el chico la tenía en la sangre y no es cosa hacedera torcer o frustrar las leyes implacables de la naturaleza, la señora se propuso entonces cultivársela y para ello le buscó buenos maestros de piano. Más tarde, cuando ya Pedro, Carlos era un hombrecito, obtuvo del marido que lo enviase a Europa a perfeccionar sus estudios, porque, aunque lo veía bien encaminado y con el gusto depurado en el contacto con lo que ella llamaba la “música fina”, no se le quitaba del ánimo maternal y supersticioso el temor de verlo, el día menos pensado, con un arpa en las manos punteando un joropo.

 

De este modo el hijo de Pataruco obtuvo en los grandes centros civilizados del mundo un barniz de cultura que corría pareja con la acción suavizadora y blanqueante del clima sobre el cutis, un tanto revelador de la mezcla de sangre que había en él, y en los centros artísticos que frecuentó con éxito relativo, una conveniente educación musical.

 

Así, refinado y nutrido de ideas, tornó a la Patria al cabo de algunos años y si en el hogar halló, por fortuna, el puesto vacío que había dejado su padre, en cambio encontró acogida entusiasta y generosa entre sus compatriotas.

 

Traía en la cabeza un hervidero de grandes propósitos: soñaba con traducir en grandiosas y nuevas armonías la agreste majestad del paisaje vernáculo, lleno de luz gloriosa; la vida impulsiva y dolorosa de la raza que se consume en momentáneos incendios de pasiones violentas y pintorescas, como efímeros castillos de fuegos artificiales, de los cuales a la postre y bien pronto, solo queda la arboladura lamentable de los fracasos tempranos. Estaba seguro de que iba a crear la música nacional.

 

Creyó haberlo logrado en unos motivos que compuso y que dio a conocer en un concierto en cuya expectativa las esperanzas de los que estaban ávidos de una manifestación de arte de tal género, cuajaron en prematuros elogios del gran talento musical del compatriota. Pero salieron frustradas las esperanzas: la música de Pedro Carlos era un conglomerado de reminiscencias de los grandes maestros, mezcladas y fundidas con extravagancias de pésimo gusto que, pretendiendo dar la nota típica del colorido local solo daban la impresión de una mascarada de negros disfrazados de príncipes blondos.

 

Alguien condensó en un sarcasmo brutal, netamente criollo, la decepción sufrida por el público entendido:

 

—Le sale el pataruco; por mucho que se las tape, se le ven las plumas de las patas.

 

Y la especie, conocida por el músico, le fulminó el entusiasmo que trajera de Europa.

 

Abandonó la música de la cual no toleraba ni que se hablase en su presencia. Pero no cayó en el lugar común de considerarse incomprendido y perseguido por sus coterráneos. El pesimismo que le dejara el fracaso, penetró más hondo en su corazón, hasta las raíces mismas del ser. Se convenció de que en realidad era un músico mediocre, completamente incapacitado para la creación artística, sordo en medio de una naturaleza muda, porque tampoco había que esperar de ésta nada que fuese digno de perdurar en el arte.

 

Y buscando las causas de su incapacidad husmeó el rastro de la sangre paterna. Allí estaba la razón: estaba hecho de una tosca substancia humana que jamás cristalizaría en la forma delicada y noble del arte, hasta que la obra de los siglos no depurase el grosero barro originario.

 

Poco tiempo después nadie se acordaba de que en él había habido un músico.

 

Una noche en su hacienda de la Fila de Mariches, a donde había ido a instancias de su madre, a vigilar las faenas de la cogida del café, paseábase bajo los árboles que rodeaban la casa, reflexionando sobre la tragedia muda y terrible que escarbaba en su corazón, como una lepra implacable y tenaz.

 

Las emociones artísticas habían olvidado los senderos de su alma y al recordar sus pasados entusiasmos por la belleza, le parecía que todo aquello había sucedido en otra persona, muerta hacía tiempo, que estaba dentro de la suya emponzoñándole la vida.

 

Sobre su cabeza, más allá de las copas oscuras de los guamos y de los bucares que abrigaban el cafetal, más allá de las lomas cubiertas de suaves pajonales que coronaban la serranía, la noche constelada se extendía llena de silencio y de serenidad. Abajo alentaba la vida incansable en el rumor monorrítmico de la fronda, en el perenne trabajo de la savia que ignora su propia finalidad sin darse cuenta de lo que corre para componer y sustentar la maravillosa arquitectura del árbol o para retribuir con la dulzura del fruto el melodioso regalo del pájaro; en el impasible reposo de la tierra, preñado de formidables actividades que recorren su círculo de infinitos a través de todas las formas, desde la más humilde hasta las más poderosas.

 

Y el músico pensó en aquella oscura semilla de su raza que estaba en él pudriéndose en un hervidero de anhelos imposibles. ¿Estaría acaso germinando, para dar a su tiempo, algún zazonado fruto imprevisto?

 

Prestó el oído a los rumores de la noche. De los campos venían ecos de una parranda lejana: entre ratos el viento traía el son quejumbroso de las guitarras de los escogedores. Echó a andar, cerro abajo, hacia el sitio donde resonaban las voces festivas: sentía como si algo más poderoso que su voluntad lo empujara hacia un término imprevisto.

 

Llegado al rancho del joropo, detúvose en la puerta a contemplar el espectáculo. A la luz mortal de los humosos candiles, envueltos en la polvareda que levantaba el frenético escobilleo del golpe, los peones de la hacienda giraban ebrios de aguardiente, de música y de lujuria. Chicheaban las maracas acompañando el canto dormilón del arpa, entre ratos levantábase la voz destemplada del “cantador” para incrustar un “corrido” dedicado a alguno de los bailadores y a momentos de un silencio lleno de jadeos lúbricos, sucedían de pronto gritos bestiales acompañados de risotadas.

 

Pedro Carlos sintió la voz de la sangre; aquella era su verdad, la inmisericorde verdad de la naturaleza que burla y vence los artificios y las equivocaciones del hombre: él no era sino un arpista, como su padre, como el Pataruco.

 

Pidió al arpista que le cediera el instrumento y comenzó a puntearlo, como si toda su vida no hubiera hecho otra cosa. Pero los sones que salían ahora de las cuerdas pringosas no eran, como los de antes, rudos, primitivos, saturados de dolorosa desesperación que era un grañido de macho en celo o un grito de animal herido; ahora era una música extraña, pero propia, auténtica, que tenía del paisaje la llameante desolación y de la raza la rabiosa nostalgia del africano que vino en el barco negrero y la melancólica tristeza del indio que vio caer su tierra bajo el imperio del invasor. Y era aquello tan imprevisto que, sin darse cuenta de por qué lo hacían, los bailadores se detuvieron a un mismo tiempo y se quedaron viendo con extrañeza al inusitado arpista.

 

De pronto uno dio un grito: había reconocido en la rara música, nunca oída, el aire de la tierra, y la voz del alma propias. Y a un mismo tiempo, como antes, lanzáronse los bailadores en el frenesí del joropo.

 

Poco después camino de su casa, Pedro Carlos iba jubiloso, llena el alma de música. Se había encontrado a sí mismo; ya oía la voz de la tierra…

 

En pos de él camina en silencio un peón de la hacienda.

 

Al fin dijo:

 

—Don Pedro, ¿cómo se llama ese joropo que usté ha tocao?

 

—Pataruco.

 

*FIN*     

2 DE AGOSTO - CUENTO DE RÓMULO GALLEGO - CUENTO EL PIANO VIEJO

 EL PIANO VIEJO
Cuento de Rómulo Gallego


 Eran cinco hermanos: Luisana, Carlos, Ramón, Ester, María. La vida los fue dispersando, llevándoselos por distintos caminos, alejándolos, maleándolos. Primero, Ester, casada con un hombre rico y fastuoso; María, después, unida a un joven de nombre sin brillo y de fama sin limpieza; en seguida, Carlos, el aventurero, acometedor de toda suerte de locas empresas; finalmente Ramón, el misántropo que desde niño revelara su insana pasión por el dinero y su áspero amor a la soledad; todos se fueron con una diversa fortuna hacia un destino diferente.
Moribundo- Mazzini

Sólo permaneció en la casa paterna Luisana, la hermana mayor, cuidando al padre, que languidecía paralítico lamentándose de aquellos hijos en cuyos corazones no viera jamás ni un impulso bueno ni un sentimiento generoso. Y cuando el viejo moría, de su boca recogió Luisana el consejo suplicante de conservar la casa de la familia dispersa, siempre abierta para todos, para lo cual se la adjudicaba en su testamento, junto con el resto de su fortuna, a título de dote.


Luisana cumplió la promesa hecha al padre, y en la casa de todos, donde vivía sola, conservó a cada uno su habitación, tal como la había dejado, manteniendo siempre el agua fresca en la jarra de los aguamaniles, como si de un momento a otro sus hermanos vinieran a lavarse las manos, y en la mesa común, siempre aderezados los puestos de todos.
Tú serás la paz y la concordia, le había dicho el viejo, previendo el porvenir, y desde entonces ella sintió sobre su vida el dulce peso de una noble predestinación.
Menuda, feúcha, insignificante, era una de esas personas de quienes nadie se explica por qué ni para qué viven. Ella misma estaba acostumbrada a juzgarse como usurpadora de la vida, parecía hacer todo lo posible para pasar inadvertida: huía de la luz, refugiándose en la penumbra de su alcoba, austera como una celda; hablaba muy poco, como si temiera fatigar el aire con la carga de su voz desapacible, y respiraba furtivamente el poquito de aliento que cabía en su pecho hundido, seco y duro como un yermo.
Desde pequeñita tuvo este humilde concepto de sí misma: mientras sus hermanos jugaban al pleno sol de los patios o corrían por la casa alborotando y atropellando con todo, porque tomaban la vida como cosa propia, con esa confianza que da el sentimiento de ser fuertes, ella, refugiada en un rincón, ahogaba el dulce deseo de llorar, único de su niñez enfermiza, como si tampoco se creyera con derecho a este disfrute inofensivo y simple. Crecieron, sus hermanas se volvieron mujeres, y fueron celebradas y cortejadas, y amaron, y tuvieron hijos; a ella, siempre preterida, que hasta su padre se olvidaba de contarla entre sus hijos, nadie le dijo nunca una palabra amable ni quiso saber cómo eran las ilusiones de su corazón. Se daba por sabido que no las poseía. Y fue así como adquirió el hábito de la renunciación sin dolor y sin virtud.
Ahora, en la soledad de la casa, seguía discurriendo la vida simple de Luisana, como agua sin rumor hacia un remanso subterráneo; pero ahora la confortaba un íntimo contentamiento. ¡Tú serás la paz!... Y estas palabras, las únicas lisonjeras que jamás escuchó, le habían revelado de pronto aquella razón de ser de su existencia, que ni ella misma ni nadie encontrara nunca.

 

Ahora quería vivir, ya no pensaba que la luz del día se desdeñase de su insignificancia, y todas las mañanas, al correr las habitaciones desiertas, sacudiendo el polvo de los muebles, aclarando los espejos empañados y remudando el agua fresca en las jarras; y cada vez que aderezaba en la mesa los puestos de sus hermanos ausentes, convencida de que esta práctica mantenía y anudaba invisibles lazos entre las almas discordes de ellos, reconocía que estaba cumpliendo con un noble destino de amor, silencioso, pero eficaz, y en místicos transportes, sin sombra de vanagloria, sentía ya que su humildad había sido buena y que su simpleza era ya santa.

Mujer tocando el piano - Eduardo Chicharro

Terminados sus quehaceres y anegada el alma en la dulce fruición de encontrarse buena, se entregaba a sus cadenetas; y a veces turbada por aquel silencio de la casa y por aquel claro sol de las mañanas que se rompía en los patios, se hilaba por las rendijas y se esparcía sin brillo por todas partes arrebañando la penumbra de los rincones; mareada por aquella paz que le producía suavísimos arrobos, se sentaba al piano, un viejo piano donde su madre hiciera sus primeras escalas, y cuyas voces desafinadas tenían para ella el encanto de todo lo que fuera como ella, humilde y desprovisto de atractivos.
Tocaba a la sordina unos aires sencillos que fueran dulces. Muchas teclas no sonaban ya; una, rompiendo las armonías, daba su nota a destiempo, cuando la mano dejaba de hacer presión sobre ella; o no sonaba, quedándose hundida largo rato. Esta tecla hacía sonreír a Luisana. Decía: Se parece a mí. No servimos sino para romper las armonías. Precisamente por esto la quería, la amaba, como hubiera amado a un hijo suyo, y cuando, al cabo de un rato, después que había dejado de tocar, aquella tecla, subiendo inopinadamente, daba su nota en el silencio de la sala, Luisana sonreía y se decía a sí misma: ¡Oigan a Luisana! ¡Ahora es cuando viene a sonar!
Una mañana Luisana se quedó muerta sobre el piano, oprimiendo aquella tecla. Fue una muerte dulce que llegó furtiva y acariciadora, como la amante que se acerca al amado distraído y suavemente le cubre los ojos para que adivine quién es.
Vinieron sus hermanos; la amortajaron; la llevaron a enterrar. Ester y María la lloraron un poco; Carlos y Ramón corrieron a la casa, registrando gavetas, revolviendo papeles. En la tarde se reunieron en la sala a tratar sobre la partición de los bienes de la muerta.
La vida y la contraria fortuna habían resentido el lazo fraternal, y cada alma alimentaba o un secreto rencor o una envidia secreta. Carlos, el aventurero, había sido desgraciado: fracasó en una empresa quimérica, arrastrando en su bancarrota dinero del marido de Ester, el cual no se lo perdonó y quiso infamarlo, acusándolo de quiebra fraudulenta; María no le perdonaba a Ester que fuera rica y no partiera con ella su boato y la estimación social que disfrutaba; Ester se desdeñaba de aceptarla en su círculo, por la obscuridad del nombre que había adoptado; y todos despreciaban a Ramón, que había adquirido fama de usurero y los avergonzaba con su sordidez.
Pero todas estas malas pasiones se habían mantenido hasta entonces agazapadas, sordas y latentes, pero secretas; había algo que les impedía estallar, una dulce violencia que acallaba el rencor y desamargaba la envidia: Luisana. Ella intercedió por Carlos, y porque ella lo exigía, el marido de Ester no le lanzó a la vergüenza y a la ruina; ella intercedió siempre para que Ester invitase a María a sus fiestas; ella pidió al hermano avaro dinero para el hermano pobre, y a todos amor para el avaro; pero siempre de tal modo, que el favorecido nunca supo que era ella a quien le debía agradecer, y hasta el mismo que otorgaba se quedaba convencido y complacido de su propia generosidad.
Ahora, reunidos para partirse los despojos de la muerta, cada uno comprendía que se había roto definitivamente el vínculo que hasta allí los uniera, y que iban a decirse unos a otros la última palabra; y en la expectativa de la discordia tanto tiempo latente, que por fin iba a estallar, enmudecieron con ese recogimiento instintivo de los momentos en que se va a echar la suerte, y al mismo tiempo la idea de la hermana pasó por rodos los pensamientos, como una última tentativa conciliadora a cumplir el encargo paterno: ¡Tú serás la paz y la concordia!

Iman Maleki, oleo sobre lienzo
 
Entonces comprendieron a aquella hermana simple que había vivido como un ser insignificante e inútil y que, sin embargo, cumplía un noble destino de amor y de bondad, y fue así como vinieron a explicarse por qué ellos inconscientemente le habían profesado aquel respeto que los obligaba a esconder en su presencia las malas pasiones.
En un instante de honda vida interior, temerosos de lo que iba a suceder, sintieron que se les estremeció el fondo incontaminado del alma, y a un mismo tiempo se vieron las caras, asustándose de encontrarse solos.
Pero fue necesario hablar, y la palabra dinero violó el recogimiento de las almas. Rebulleron en sus asientos, como si se apercibieran para la defensa, y cada cual comenzó a exponer la opinión que debía prevalecer sobre el modo de efectuar el reparto de los bienes de la hermana y a disputarse la mejor porción.
Fragmento del óleo de Manuel Estevez

La disputa fue creciendo, convirtiéndose en querella, rayando en pelea, y a poco se cruzaron los reproches, las invectivas, las injurias brutales, hasta que por fin los hombres, ciegos de ira y de codicia, saltaron de sus asientos, con el arma en la mano, desafiándose a muerte.
Las mujeres intercedían suplicantes, sin lograr aplacarlos, y entonces, en un súbito receso del clamor de aquellas voces descompuestas, todos oyeron indistintamente el sonido de una nota que salía del piano cerrado.
Volvieron a verse las caras y, sobrecogidos del temor a lo misterioso, guardaron las armas, así como antes escondían las torpes pasiones en presencia de Luisana: todos sintieron que ella había vuelto, anunciándose con aquel suave sonido, dulce, aunque destemplado, como su alma simple, pero buena.
Era la nota de Luisana, sobre cuya tecla se había quedado apoyado su dedo inerte, y que de pronto sonaba, como siempre, a destiempo.
Y Ester dijo, con las mismas palabras que tanto le oyera a la hermana, cuando en el silencio de la sala gemía aquella nota solitaria: ¡Oigan a Luisana! 

Máximo Ramos - Mujer tocando el piano

2 DE AGOSTO DE 1884 -NACE RÓMULO GALLEGOS

EL NOVELISTA MÁS RELEVANTE DEL 
SIGLO XX


Rómulo Gallegos Freire nació en Caracas, el 2 de agosto de 1884
Fue un novelista y político venezolano. Es considerado como el novelista venezolano más relevante del siglo XX y uno de los más grandes literatos latinoamericanos de todos los tiempos, algunas de sus novelas como Doña Bárbara han pasado a convertirse en clásicos de la literatura hispanoamericana.   

Su padre fue Rómulo Gallegos Osío y su madre Rita Freire Guruceaga.

En el año 1888 cursó la escuela en primaria.

En 1894 ingresó en el Seminario Metropolitano, pero sale obligado por la muerte de su madre, el 13 de marzo de 1896 y por la necesidad de ayudar a su padre a sostener la familia.
Luego en 1898 ingresa en el colegio Sucre, donde tiene como maestros a Jesús María Sifontes y a José Manuel Núñez Ponte y recibe el título de bachiller en 1902. En ese mismo año se inscribe en la Universidad Central de Venezuela – Caracas- para seguir la carrera de leyes, que abandona en 1905.

En el año 1906, fue designado jefe de la estación del Ferrocarril Central, en Caracas.

En 1909 con su amigo Enrique Soublette, fundan la revista Alborada.

Rómulo Gallegos y Doña Teotiste Arocha

En 1912, se casa con Doña Teotiste Arocha Egui. En ese mismo año, fue nombrado Director del Colegio Federal de Varones, en el Estado Anzoátegui; pero regresa a Caracas al morir su padre.

En designado como docente en el Colegio de Caracas, hasta 1930.
En sus comienzos como narrador, Rómulo Gallegos publicó Los Aventureros (Caracas, 1913), una colección de cuentos
Ya Gallegos había comenzado su larga trayectoria como escritor.

Su período como cuentista abarca desde 1913 hasta 1919, aunque otros cuentos se publicarán en 1922. En sus obras siempre mantendrá el realismo, las cuales se dividen en tres temáticas fundamentales: Los de crítica de costumbres, los de ambiente criollo donde plantea la antinomia civilización y barbarie, y los que describen pasiones, desequilibrios y anormalidades.

En el año 1922 escribe El forastero pero lo publica empezando el año de 1942 por temor a la reacción del dictador Gómez. 
En 1922 logra publicar La rebelión y en 1925 publica La Trepadora, retratando en ambas el problema del mestizaje, planteando como solución los matrimonios mixtos.

Corría el año 1926 y viaja a Europa y en Lourdes redescubre su fe perdida.

En el año 1927 viaja para presenciar los llanos venezolanos y así documentarse para su próxima novela. 

El resultado sería Doña Bárbara publicada en 1929. Doña Bárbara representa aquella Venezuela cruel, insensible por la corrupción, traición, despotismo, falta de libertad, latifundismo e injusticia y brujería; pero en el melodrama se muestra que en la realidad existía también una raza buena que ama, sufre y espera para luchar contra la dictadura desenfrenada de aquel entonces, gente representada por Santos Luzardo.

 Esta novela lo llevaría al reconocimiento público, fue la más exitosa de sus obras. 

El dictador Juan Vicente Gómez al ver su prestigio lo nombró en 1931 senador por el estado de Apure, pero sus convicciones democráticas lo hicieron renunciar al cargo y expatriarse, exiliándose en 1931 a Nueva York.

Luego viaja  a España. En su exilio, escribe "Cantaclaro" (1933) y "Canaima" (1934).
Permanece en España hasta que en 1935 muere el dictador y Rómulo Gallegos decide volver a Venezuela.
Así como para Gallegos el mestizaje era la solución de los conflictos entre mantuanos e indígenas, el mestizaje también sería la solución de los conflictos de civilización y barbarie.
Comenzó su carrera política a muy temprana edad militando en oposición al dictador Juan Vicente Gómez.

En 1936, al morir J. V. Gómez, regresa a Venezuela. En ese mismo año, escribe "Pobre Negro".
Cuando el general López Contreras asume la presidencia, se inicia una era reformista en Venezuela y fue nombrado en 1936 Ministro de Educación en el gobierno de Contreras, pero sus esfuerzos para llevar a cabo una profunda reforma escolar fracasaron, y se le obligó a dimitir.

En el año 1937 publica Pobre negro. Ese mismo año Gallegos es elegido diputado y poco a poco abandonará la literatura para dedicarse a la política.

En 1941, es postulado como candidato del partido democrático nacional Acción Democrática, del cual figura fundador, propone a Gallegos como candidato
a la Presidencia de la República; pero gana el General Isaías Medina Angarita.

En el año 1942 publica El forastero, y al año siguiente 1943, Sobre la misma tierra.

En 1945 participó en el golpe militar que llevó al poder a Rómulo Betancourt como presidente provisional del país.

Durante la campaña presidencial

Rómulo Gallegos, Presidente de Venezuela, emitiendo un discurso, 1948 (período presidencial de Rómulo Gallegos, 1948)
Fotografía en blanco y negro
25,9 x 20,6 x cm
Fotógrafo desconocido
Colección Archivo Histórico de Miraflores

En 1947, se postula nuevamente, como candidato de Acción Democrática; y el 6 de enero de 1948 es proclamado Presidente Constitucional de Venezuela, para el período 1949-1952. Es el primer presidente electo por el voto popular, directo y secreto.

Toma el cargo el 15 de febrero de 1948 pero en noviembre del mismo año el ejército se subleva en el Golpe de estado de 1948 - movimiento militar dirigido por Marcos Pérez Jiménez-  bajo el mando de una junta militar encabezada por Carlos Delgado Chalbaud y lo destituyen de su cargo; muere así la experiencia democrática.

Rómulo Gallegos, Presidente de Venezuela, acompañado de varias personas, durante su visita oficial a Estados Unidos de América, julio de 1948 (período presidencial de Rómulo Gallegos, 1948)
Fotografía en blanco y negro
20,6 x 25,4 cm
Fotógrafo desconocido
Colección Archivo Histórico de Miraflores

Nuevamente se va  va a Cuba y a México en 1949,

En 1951 publica La brizna de paja en el viento.

En 1952 comienza a redactar su última novela Tierra bajo los pies, que permanecería inédita hasta su tardía publicación en 1973.

Rómulo Gallegos regresó a su país al ser liberado éste de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez en 1958, pero ya no se dedicaría a la política.

En ese año, es galardonado con el Premio Nacional de Literatura; y es electo miembro de la Academia de la Lengua.

Vivió en Caracas hasta el día de su muerte, el 5 de agosto de 1969.

PUBLICACIONES


Sus novelas reflejan su interés por la vida del campesinado venezolano. Su primera novela, El último Solar (1920), la reeditaría en 1930 con el título de Reinaldo Solar que relata la historia de la decadencia de una familia aristocrática a través de su último representante, en el que se adivina a
De muchas obras de Rómulo Gallegos se han hecho incontables ediciones en una gran cantidad de idiomas, siendo Doña Bárbara la más popular y la que más traducciones ha tenido en todo el mundo (inglés, francés, ruso, italiano, esperanto, etc.). 

De La Trepadora se hizo en Caracas una notable traducción al italiano, lo que ayuda a comprender la idea de que el enfoque de los temas tratados por Rómulo Gallegos es mucho más universal de lo que en un principio pudiera parecer



Novelas

El último Solar (Reinaldo Solar) (1921)
La trepadora (1925)
Doña Bárbara (1929)
Cantaclaro (1934)
Canaima (1935)
Pobre negro (1937)
El forastero (1942)
Sobre la misma tierra (1943)
La brizna de paja en el viento (1952)
Una posición en la vida (1954)
El último patriota (1957)
Tierra bajo los pies (1973)

Cuentos

El Último Patriota, publicado en El Cojo Ilustrado, 15 de enero de 1911. Incluido en La Doncella y el Último Patriota.

Los Aventureros, publicado en El Cojo Ilustrado, 1 de febrero de 1911. Incluido en Los Aventureros.
Entre las ruinas, publicado en El Cojo Ilustrado, 15 de agosto de 1911. Incluido en La Doncella y el Último Patriota.

El apoyo, publicado en El Cojo Ilustrado, 1 de octubre de 1912. Incluido en Los Aventureros.

El milagro del año, publicado en Los Aventureros, 1913.
Estrellas sobre el barranco, publicado en Los Aventureros, 1913.

El cuento de carnaval, publicado en El Cojo Ilustrado, 15 de febrero de 1914. Incluido en La Doncella y el Último Patriota.
El análisis, publicado en El Cojo Ilustrado, 15 de abril de 1914. Incluido en La Doncella y el Último Patriota.

Un caso clínico, publicado en La Revista, 20 de junio de 1915. Incluido en La Doncella y el Último Patriota.
La Esfinge, publicado en La Revista, 26 de septiembre de 1915. Incluido en La Doncella y el Último Patriota.

El piano viejo, publicado en La Revista, 1916. Incluido en La Rebelión y otros cuentos.
Los Menganez, publicado en Actualidades, 9 de febrero de 1919. Incluido en La Rebelión y otros cuentos.

Una resolución enérgica, publicado en Actualidades, 16 de febrero de 1919. Incluido en La Rebelión y otros cuentos.
El cuarto de enfrente, publicado en Actualidades, 23 de febrero de 1919. Incluido en La Rebelión y otros cuentos.
El crepúsculo del Diablo, publicado en Actualidades. 2 de marzo de 1919. Incluido en La Rebelión y otros cuentos.
Alma Aborigen, publicado en Actualidades, 9 de marzo de 1919. Incluido en La Doncella y el Último Patriota.
El Paréntesis, publicado en Actualidades, 16 de marzo de 1919. Incluido en La Rebelión y otros cuentos.
La ciudad muerta, publicado en Actualidades, 23 de marzo de 1919. Incluido en La Rebelión y otros cuentos.
La encrucijada, escrito en 1913 pero publicado en Actualidades el 30 de marzo de 1919. Incluido en La Doncella y el Último Patriota.
Pataruco, publicado en Actualidades, 6 de abril de 1919. Incluido en La Rebelión y otros cuentos.
Pegujal, publicado en Actualidades, 20 de abril de 1919. Incluido en La Rebelión y otros cuentos.
La hora menguada, publicado en Actualidades, 27 de abril de 1919. Incluido en La Rebelión y otros cuentos.
Marina, publicado en Actualidades, 11 de mayo de 1919. Incluido en La Rebelión y otros cuentos.
Paz en las alturas, publicado en Actualidades, 18 de mayo de 1919. Incluido en La Rebelión y otros cuentos.
Un Místico, publicado en Actualidades, 1 de junio de 1919. Incluido en La Rebelión y otros cuentos.
La fruta del cercado ajeno, publicado en Actualidades, 8 de junio de 1919. Incluido en La Rebelión y otros cuentos.
El Maestro, publicado en Actualidades, 27 de julio de 1919. Incluido en La Rebelión y otros cuentos.

La Rebelión, publicado en La Lectura Semanal, 30 de abril de 1922. Incluido en La Rebelión y otros cuentos.
Los Inmigrantes, publicado en La Novela Semanal, 9 de septiembre de 1922. Incluido en La Rebelión y otros cuentos.
Doña Barbara, publicado en 1929 bajo la editorial Araluce.

 PRODUCCIÓN CINEMATOGRÁFICA

En 1938 funda Estudios Ávila (1938-1942) la primera empresa cinematográfica en el país que, con aspiraciones culturales y comerciales, se ocupa de la producción de la propaganda institucional a través del cine.

 Los niños Héctor Murga y Rafael Bravo, en los papeles de Congorocho y Morisqueta, en la película Juan de la Calle.

Será a través de esta productora que el novelista, en íntima relación con el cineasta Rafael Rivero Oramas, realice en 1941 el largometraje de visos neorrealistas titulado Juan de la Calle.


En 1943 participó como supervisor y coguionista de la película mexicana Doña Bárbara,basada en su novela homónima, dirigida por Fernando de Fuentes y protagonizada por María Félix y Julián Soler.




DOCTORADO
La Universidad de Columbia le confiere el Doctorado Honoris Causa en 1948, al cual renuncia en 1955 cuando le otorgan la misma distinción al dictador guatemalteco Carlos Castillo Armas, con esto sigue mostrando su convicción democrática. 

Es distinguido por otras universidades, entre las que se encuentran la Universidad de San Carlos en Guatemala (1951), la Universidad de Costa Rica (1951), la Universidad de Oklahoma en Estados Unidos (1951), Universidad Central de Venezuela (1958), Universidad de Los Andes en Venezuela (1958) y la Universidad del Zulia (1958). 

PREMIOS

Fue nominado al Premio Nobel de Literatura y ganó el Premio Nacional de Literatura (1957-1958).

HOMENAJES

Su legado perdura también en el reconocimiento institucional y cultural que ha recibido Venezuela y Latinoamérica:

En su honor se creó el Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos en 1965, uno de los galardones literarios más prestigiosos de la región, y el Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos (CELARG) en Caracas, dedicado a la promoción de la literatura y las artes.


El Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos fue creado en honor al novelista y político venezolano de ese nombre el 6 de agosto de 1964 mediante un decreto promulgado por el entonces Presidente de Venezuela, Raúl Leoni. 
En un principio su objetivo era premiar novelas latinoamericanas, pero a partir de la década de 1990 se expandió a todo el ámbito hispanohablante. El primer autor no americano en recibir el premio fue Javier Marías.

Considerado uno de los premios más importantes para la narrativa castellana y el premio literario más importante de Hispanoamérica. 

El mismo es otorgado por el gobierno de Venezuela por medio del Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos.

Los primeros tres ganadores, fueron: Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez y Carlos Fuentes.

SELLOS POSTALES

Sello de correos con la imagen de Rómulo Gallegos, 4 de diciembre de 1964 (período presidencial de Raúl Leoni, 1964-1969)
Fotografía en blanco y negro
4,9 x 3,4 cm
Fotógrafo desconocido
Colección Archivo Histórico de Miraflores




BUSTO
Busto de Rómulo Gallegos en el Celarg


José Pizzo (escultor italiano)
Molde en positivo del busto de Rómulo Gallegos, 1948 (período presidencial de Rómulo Gallegos, 1948)
Fotografía en blanco y negro
10,2 x 9,4 cm
Fotógrafo desconocido
Colección Archivo Histórico de Miraflores

 Busto de Rómulo Gallegos en la sede de la OEA

Busto de Rómulo Gallegos - Estado de Guarico

 ÓLEOS
Rómulo Gallegos, 1970- R. Fantuzzi
Óleo sobre tela-
Imagen: 106,7 X 83,7 cm  

Rómulo Gallegos, 1967
Óleo sobre tela de Antonio Torres González
Imagen: 120 X 90 cm            

LEGADO

 

El legado dejado por Rómulo Gallegos, destacado escritor y político venezolano, es fundamentalmente literario y político.

  Literariamente, es considerado el novelista venezolano más relevante del siglo XX y uno de los grandes literatos latinoamericanos.

El legado literario de Rómulo Gallegos impactó la identidad venezolana al ofrecer una mirada plural y fundacional sobre lo nacional, que influyó en cómo los venezolanos se ven a sí mismos dentro de su propia historia y diversidad cultural.

La obra literaria de Rómulo Gallegos influyó profundamente en la identidad venezolana al construir una narrativa que refleja la complejidad social, cultural y política del país, contribuyendo a una auto percepción nacional más integrada y diversa.

 En su literatura, especialmente en obras como Doña Bárbara, Gallegos explora la tensión entre civilización y barbarie en Venezuela, proponiendo que la identidad nacional debe reconocer y aceptar su mezcla de raíces indígenas, africanas y mestizas, en lugar de rechazar la diversidad cultural que forma la sociedad venezolana.

 Gallegos no sólo muestra los conflictos y contradicciones de Venezuela, sino que también los flexibiliza a través de su ficción, buscando crear una unidad nacional desde la diversidad socio-cultural. 

Su narrativa da voz a distintos sectores de la sociedad, incluidos aquellos históricamente marginados, y promueve la idea de una Venezuela donde esas diferencias coexisten y se integran. 

Para Gallegos, la lengua castellana y la historia venezolana son medios para consolidar una identidad nacional que reconoce su memoria, peculiaridades y aspiraciones.

Además, Gallegos, con una mirada crítica pero esperanzada, construyó un "epos" literario que exaltaba lo popular y la acción individual, alentando a los venezolanos a aceptarse tal como son, con sus particularidades históricas y culturales, como base para la construcción de un proyecto de nación moderno y democrático.

 Su obra ha servido como espejo y símbolo para la conciencia nacional venezolana, reafirmando valores de justicia social, integración y confianza en el futuro. 

  En política, Rómulo Gallegos fue un líder intelectual que promovió la modernización y la democracia en Venezuela.

 Su activismo político estuvo ligado a su compromiso con la educación, la justicia social y la democracia.